2: Sin Él

961 Palabras
[ZEHRA] 11 de junio – Al día siguiente ¿Cómo fue que llegué a esto? Me reclamo mientras me miro en el espejo, ahora que él finalmente se ha marchado. Observo las marcas en mis muñecas y siento que he cometido el peor error de mi vida. Las lágrimas ya son una rutina; llegan justo después de que él se va y yo hago el recuento de los daños. Trato de mantenerme fuerte. No puedo olvidar por qué lo hice. Respiro hondo y camino hacia el baño. Cierro la puerta detrás de mí, por si acaso vuelve a entrar. Me subo sobre la encimera del lavamanos y tanteo el espacio junto a la lámpara que hay encima del espejo. Encuentro la pequeña bolsa escondida, la abro y saco una píldora. La sostengo unos segundos en la palma de mi mano antes de volver a guardar la bolsa y bajarme con cuidado. Salgo a la habitación, tomo un poco de agua y me trago la pastilla. Nunca en mi vida voy a tener un hijo tuyo. Lo pienso mientras otra lágrima cae. Reuniendo fuerzas que no sé de dónde salen, me meto a la ducha. Me duele verme así. Me da rabia haber cedido, pero era la única salida que tenía. No podía permitir que las cosas quedaran como estaban. Abro el grifo y dejo que el agua caliente caiga sobre mí. Pero entonces, un ardor repentino en la espalda me hace fruncir el ceño. Aprieto los dientes y aguanto hasta terminar. Al salir, me envuelvo en una toalla y camino hacia el espejo. Me giro, bajando la toalla, y ahí lo veo: las marcas. Las malditas marcas que dejó su látigo. Otra de sus asquerosas perversiones. Vas a pagar por esto, y por todo lo que me estás haciendo. Lo juro. Es una promesa que me hago a mí misma. Mi mundo interior se sacude cuando escucho el sonido de mi celular. Camino rápido hacia la habitación para ver quién es. La pantalla me muestra un nombre falso: “Sofía llamando”. Tiemblo de pies a cabeza. Respiro profundo y, por primera vez, reúno valor para contestar. —Hola —saludo, intentando sonar normal. —Veámonos, por favor, Zehra. No puedo seguir así. Necesito saber qué está pasando —suplica Jordán, desesperado. —¿Dónde es la reunión? —pregunto, en clave. Sospecho que Leonardo ha instalado micrófonos en la habitación. —¿No puedes hablar, cierto? —intuye. —Algo así —me limito a responder. —En nuestra terraza. A las cuatro —dice al fin. —Está bien. Llevaré los documentos —disimulo. Escucho su respiración al otro lado. Esa respiración que conocía tan bien, la misma de cuando caíamos rendidos en la cama después de amarnos como locos. —Te amo —dice con un hilo de voz. Una nueva lágrima se desliza por mi mejilla. —Igualmente —respondo, apenas, y cuelgo antes de romperme. No puedo más. Lo necesito como nunca. Pero también sé que acercarme a él es peligroso. Necesitas verlo, hablar con él, no lo hagas sufrir más, me grita mi subconsciente. Y por primera vez, lo escucho. […] Caminar por esta casa es como recorrer los pasillos de un palacio vacío. En vez de personas, hay súbditos. Todos los empleados viven para complacer los caprichos de Leonardo… y por consiguiente, los míos. Pero yo solo quiero que me dejen sola y beber este café como si fuera mi única medicina. Nadie entiende que no fue su dinero sucio lo que me llevó a casarme con él. Mis razones son mucho más fuertes. Aparentar ser una mujer sedienta de poder ha sido la mejor fachada que pude construir. Bajo la atenta mirada de todos, dejo la taza vacía sobre la mesa. Comienza un nuevo día en la empresa. Finjo que todo está bien. Me levanto de la silla aunque me arda la piel, y saludo fríamente a quienes cruzan mi camino. Cuando finalmente salgo de la casa, me recibe una cara familiar. —Buenos días, Fabián —lo saludo como cada mañana. —Buenos días, señora Zehra. ¿Se encuentra bien? —pregunta mirándome por el espejo retrovisor. Asiento, fingiendo una vez más. —Sí, Fabián. Estoy bien —le miento. Él solo me sonríe. —¿La llevo a la empresa? —Por favor —le pido mientras me pongo mis gafas de sol. Al menos así, oscurezco este mundo que ya se ha vuelto completamente gris para mí. […] Los balances, los contratos, los reportes de los gerentes… todo pierde sentido hoy. Miro la hora a cada instante, consciente de que se acerca el momento de verlo a él. Respiro profundo. Marco la línea directa de Fabián. —¿Señora Zehra, ya nos vamos? —pregunta. —Me voy sola. Tómate el resto de la tarde libre y llévate el coche contigo —le indico. —¿Qué? —responde sorprendido. —No le digas nada a mi esposo. Si te llama, dile que me llevaste a una reunión, ¿de acuerdo? —¿Quiere que esté esta noche en la casa? Si me dice la hora, la paso a buscar por algún sitio y así no tendrá problemas —se ofrece. Su gesto me arranca la primera sonrisa del día. —¿De verdad harías eso? —le pregunto con suavidad. —Es como una hija para mí. Lo sabe —dice con sinceridad. —Gracias. —No hay de qué. Usted solo llámeme —repite. —Eres el mejor —susurro, y cuelgo. Guardo mi bolso, apago el celular y camino con paso firme fuera de la oficina. El auto que usaré me espera en el garaje del otro edificio. Uno que nadie más conoce. Solo yo.
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