Realmente no me esperaba de Walter Benjamin lo que su lectura me dio. Aunque sus escritos me resultaron fascinantes, fue más mi fascinación por su persona. Walter Benjamin, marxista s*****a, también tenía su opinión sobre la felicidad. "Ser feliz significa poder percibirse a sí mismo sin temor". No podría estar más de acuerdo. Alguien feliz debe ser capaz de mirarse al espejo y estar conforme con la persona que le devuelve la mirada.
Cuando yo me miro al espejo no veo nada. Ese rostro que por años he cargado no me dice palabra alguna. Me es casi ajeno, irreconocible. En mis ojos no puedo ver más allá de una insulsa iris café, y el resto de mis rasgos ya no significan nada para mí. Es como si mi cuerpo ya no fuera mío. Como si mi alma estuviera separándose de mi parte física en un lento y tortuoso ritual de despedida.
He notado que, al igual que mi alma, mi psique también se está despidiendo de este mundo poco a poco. Inconscientemente comienzo a disfrutar un poco más las cosas pequeñas, como el calor de los rayos del sol en las palmas de mis manos cuando me siento junto a la ventana en el salón de clases, o el sabor del café amargo que sirven en la cafetería de la escuela. Me he descubierto en algunas ocasiones escuchando conversaciones de otros u observando discretamente sus acciones, preguntándome qué ocurrirá con sus vidas en un futuro. ¿Qué harán con el tiempo que tendrán en este mundo, ese tiempo al que estoy renunciando?
También me pregunto constantemente a quiénes afectará mi muerte. Aún no puedo pensar en cómo reaccionarán mis padres, ni qué será de ellos. Alejo ese pensamiento cada vez que amenaza con colarse entre mis reflexiones. Pero me llena de curiosidad saber si alguien en la escuela pensará aunque sea un poco en mí cuando reciba la noticia. Ni siquiera sé si se enterarán...
—Yo pensaré en ti —escucho casi en mi nuca.
A pesar de que estuve cerca de demostrar mi sobresalto, no me sorprende ver el rostro de Ben al girarme. Él se encuentra a peligrosos y escasos centímetros de mí, con una sonrisita socarrona en los labios. Ladea un poco la cabeza, sin apartar la mirada de mis ojos, antes dar la vuelta a la banca para sentarse junto a mí.
—Debo dejar de escribir aquí, este lugar está lleno de personas que meten las narices por todos lados —sentencio.
—También está repleto de locas suicidas.
Mi semblante no muestra diversión alguna, lo que hace que la expresión alegre de Ben desaparezca y sea reemplazada por la de alguien que teme haber cometido un error abominable.
—No estoy loca —me defiendo.
—No lo decía en un mal sentido —se excusa él, con voz dudosa. —Lo siento, no quise ofenderte.
El comentario de Ben hizo que me envolviera una sensación sombría, pero hago lo posible por apartarla y ocultar el malestar que me provoca. Retomo un semblante más neutral.
—Como sea. ¿Qué te trae a la banca de la s*****a el día de hoy? —inquiero.
Realmente quiero saberlo. Los últimas días no había sido capaz de divisarlo en los pasillos y él no había ido a buscarme como lo hizo en esta ocasión.
Su rostro recobra algo de color y su voz algo de confianza.
—Ya sabes. Sólo estoy viendo cómo estás.
Suelto una risa que desata un brillo en su mirada, pero la callo en seguida. Es la segunda vez que río con esta persona, y eso comienza a incomodarme. Sin embargo, su comentario me parece realmente cómico.
—Sí eras tú a quien le confesé mis intenciones de terminar con mi vida, ¿cierto? —pregunto de manera irónica.
Él rueda los ojos de forma sutil y esconde sus manos en los bolsillos de su chamarra.
—El hecho de que vayas a hacer eso no impide que tus últimos días puedan ser felices.
Me detengo a pensar un momento y respondo con obviedad.
—Sí, esencialmente sí que lo impide.
Ambos reímos un poco. ¿Por qué? No lo sé, pero este es mi límite. Me esfuerzo por buscar un tema de conversación que me aleje de cualquier escenario que involucre risa o sentimientos "negativos" que tensen el ambiente.
—¿Conoces a Walter Benjamin? —arrojo, como mi única idea para lograr mi objetivo.
Él se acomoda el cabello oscuro antes de regresar su mano al cálido espacio en su bolsillo.
—¿Benjamin? ¿Como yo? —pregunta, divertido.
Evito el cuestionamiento para no terminar develando el hecho de que esa es la razón por la que me encuentro leyendo sus escritos.
—Fue un filósofo alemán que se involucró bastante con la literatura —explico a ritmo quizás un poco más acelerado de lo que hubiese preferido. —Formuló teorías con bases marxistas que tuvieron impacto en la sociología, la historia y hasta la economía. Y murió a los 48 años. Fue un...
—s******o —me interrumpe Ben.
—¿Lo conoces?
Él niega suavemente con la cabeza. Su rostro muestra la seriedad propia al tratar un tema ajeno a uno mismo, pero que merece respeto.
—Me lo supuse —explica.
Asiento como si su conjetura fuese de lo más lógica.
—Ingirió morfina. Una dosis letal.
—"Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno". Paracelso.
Frunzo el ceño de manera apenas perceptible.
—Ahora sólo estás presumiendo —le acuso.
Ben resopla con diversión.
—Por supuesto que no me atrevería a hacer tal cosa. Sólo es un pensamiento que ya tenía en la punta de la lengua.
—Claro —respondo.
Me recuerdo a mí misma que debo mantener mis interacciones con el resto de las personas lo más cortas y poco significativas que pueda. Aunque me parece difícil que suceda, debo intentar evitar cualquier encariñamiento conmigo que pueda resultar en dolor por mi muerte.
Ben parece buscar entre sus pensamientos algo que decir a continuación. Tal vez se esfuerza por encontrar una forma de que el diálogo no termine pronto.
—¿Alguna frase destacable del señor Walter Benjamin?
La pregunta me resulta emocionante. Por mucho que mi cuaderno me ayude a descargar algunas ideas y pensamientos, hay otras que sin duda me gustaría compartir, y creo que Ben es justo el tipo de persona que sabría apreciar este tipo de ideas.
—"La única forma de conocer a una persona es amarla sin esperanza".
Su rostro parece sufrir un ligero temblor. Se remueve un poco y se inclina unos centímetros hacia mí, demostrando interés. Observo cómo el sol brilla sobre la escasa piel trigueña de su cuello que se encuentra descubierta, esa pequeña porción que ha logrado escapar de la cobertura de sus cabellos desordenados y del cuello de la chamarra.
—Es una frase... tierna —opina tras unos segundos, con aparente confusión.
—¿Y...? —pregunto.
Su barbilla desciende un centímetro.
—Parece demasiado linda para ti.
Entrecierro los ojos y lo escudriño por un momento para tratar de generarle incomodidad. Aprovecho esos segundos para escanear sus rasgos afilados. Capto la imagen de sus ojos cafés con forma oval, sus cejas espesas y su nariz recta.
—¿Acaso la decisión que tomé te hace creer que mi cerebro está lleno de oscuridad y lobreguez? —le interrogo.
Para mi pesar, Ben responde con una afirmativa.
Ese mismo día por la noche, tras una pesada jornada en el Frida Kahlo, me dispongo a escribir lo sucedido en mi cuaderno. Vuelco los cortos recuerdos y pensamientos del día en estas páginas, esperando encontrar respuestas a las interrogativas que surgen en mí. No me resulta muy útil. Las preguntas son cada vez más, pero lo que me resulta más indescifrable es Ben. No logro comprender sus motivos, y su forma de pensar y reaccionar me es impredecible. Creo que estaba equivocada al pensar que no era más que una persona unidimensional. Parece más interesante de lo que supuse inicialmente. Quisiera tener más tiempo para aprender sobre él.
Si tan sólo lo hubiera conocido antes. Antes del 06 de junio. Las cosas podrían haber sido muy diferentes.