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Crucifícame señor

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Descripción

Dara Stiven es una mujer hermosa, a quien la vida le jugó una mala pasada y la llevó al mundo del deseo y lujuria. Entregar su cuerpo cada noche a distintos hombres nunca fue problema, solo que nunca imaginó encontrar el amor en un hombre totalmente prohibido para ella.

Leonardo Taylor, es un hombre enfocado en su fé, entregado en cuerpo y alma a lo que más ama, “Dios” él se fijará en la mujer menos indicada, la mujer que lo llevará a la perdición.

¿Podrán ocultar el amor que creció en sus corazones?, ¿Qué será más fuerte, el amor por Dios o el amor que siente por una mujer del pecado?

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Sin salida
La fría noche amenazaba con dejar salir un nuevo diluvio universal. Dara Stiven, movió más rápido sus piernas, el frío era infernal y solo quería llegar a su humilde casa. Está noche definitivamente no era su mejor noche, clientes no había tenido y su corazón sentía que otra vez aquel hombre la estaba siguiendo. Dara tomó su cartera y la llevó a su pecho, y aunque solo tenía sus llaves y celular, la abrazo tan fuerte como si fuese lo único que le quedará en esta vida. —¡Por qué tan sola muñequita! —dijo un hombre completamente ebrio interponiéndose en el camino de Dara, quien movió sus piernas sigilosamente para evitarlo— ¿Te pregunté por qué estás sola? —dijo aquel hombre sujetando el brazo de Dara, tan fuerte que ella sintió que le quemaba hasta el alma. Dara alzó su mirada y no lo podía creer, aquel hombre era el mismo viejo decrépito que estaba obsesionado con ella. —¡Suélteme! O juro que grito —dijo Dara firmemente, ella no permitiría que ese hombre viera que estaba más aterrada que nunca. —Dale grita muñequita, no creo que a nadie le interese la vida de una zorra como tú —exclamó aquel hombre mientras lamía sus labios. Por supuesto que deseaba más que nunca tenerla bajo su poder, y más hacerle pagar aquella herida en la cara que dejó secuelas en su rostro. Dara se soltó como pudo y se retiró un poco, estaba aterrada, por más que intentará alejarse de ese hombre ruin y cruel, él siempre la encontraba. —¡Dara! ¿Acaso piensas que vas a huir de mí?, no, no, ni lo pienses muñequita, ya no hay nadie quien te defienda, ahora me vas a pagar una a una cada una de tus humillaciones —dijo aquel hombre acercándose aún más a ella. El corazón de Dara empezó a palpitar cada vez más rápido, ni loca dejaría que ese hombre volviera a poner un dedo encima de su cuerpo, así la matara. Dara retrocedió aún más, vio una botella tirada sobre el pavimento, y sin dudarlo se agachó y la tomó en sus manos y la estrelló sobre un borde de una caneca, logrando que la botella se partiera en dos. —¡Vaya muñequita! Así que quieres jugar rudo —dijo aquel hombre sacando de la pretina de su pantalón una pistola. Oliver Brown, estaba esperando este momento más que nunca, sabía que era vez Dara no se escaparía de nuevo de sus poder. Oliver al ver que Dara rompió una botella, no lo dudó ni un segundo y sacó su pistola. La miró fijamente a sus ojos, él al igual que ella estaba dispuesto a todo. Oliver empezó a caminar hacia donde se encontraba Dara, quien pedía a Dios por un milagro, un ruido extraño hizo que Oliver girara a ver. Dara sin pensarlo un segundo dejó caer la botella y salió corriendo como alma que lleva el diablo, su corazón empezó a latir con mucha más fuerza, pues Oliver quien se acaba de dar cuenta que ella huía de él, corrió tras ella. Dara se agachó y quitó sus tacones de puerta que traía puesto y corrió a un más rápido, era eso o dejar que Oliver acabará con ella para siempre. Dara corrió tanto que sin darse cuenta estaba completamente perdida, pero no loca se devolvería, miró nuevamente hacia todos lados para constatar que Oliver no viniera detrás de ella, y para su mala suerte vio como Oliver doblaba la esquina. El corazón de Dara empezó a latir con mucha más fuerza, era como si estuviera apunto de estallar o en su defecto partirse en dos. El cielo no aguanto más y el agua empezó a caer, Dara apretó el bolso con mucha más fuerza, y sin dudarlo ni un segundo al ver que Oliver estaba cada vez más cerca de ella, corrió hacia la casa que aún tenía las luces encendidas. Dara dobló sus nudillos y tocó tan fuerte como pudo, su corazón y cuerpo estaba apunto de desvanecerse, pero no dejaría que Oliver volviera a colocarle un dedo encima. —¡Ya va! Ya va, ¿A quién se le ocurre tocar a estas horas de la noche? —dijo una voz vieja y cansada al otro lado de la puerta. —¡Dios santo! Cariño, ¿Pero qué haces ahí mojada?, deberías irte a tu casa, no son horas para que estés en la calle —habló Teresa llevándose las manos a su boca al ver a Dara parada justo en la puerta. —Discúlpeme señora, usted podría ayudarme, un hombre me está siguiendo, y no tengo a donde ir, por favor —suplico Dara, justo al tiempo que su cuerpo se desvanecía en la entrada de la puerta. —¡Leonardo!, ¡Leonardo! Ven hijo ayúdame —gritó Teresa tratando de levantar a Dara, solo que el cuerpo de ella era demasiado pesado para su cuerpo que estaba demasiado viejo. Justo en ese momento Oliver miraba desde lejos, maldijo internamente por no ser él quien tuviera a Dara en su poder. Leonardo se levantó de su cama y corrió en ayuda a su madre, no era normal que ella gritara de esa manera, Leonardo se llevó sus manos a su cabeza al ver que Teresa arrastraba a una mujer con poca ropa hacia la sala. —¡Por Dios madre! ¿Qué estás haciendo? —gritó Leonardo. —Tranquilo hijo que no la mate, te puedo asegurar que está viva, mejor ayúdame a llevarla al sillón, esta pobre mujer está completamente empapada —dijo Teresa. Leonardo se inclinó y tomó en sus brazos el cuerpo débil de Dara, no pudo evitar mirar su rostro, en verdad, era hermosa, casi igual que un ángel, pensó Leonardo. Leonardo caminó con ella hasta su habitación, Teresa insistió tanto en llevarla a su habitación, que él pensó que era mejor la suya y no la de su madre. La puso sobre su cama con mucho cuidado, pues aún no sabía que le había sucedido a esa pobre mujer, por lo pronto le pondría algo de alcohol sobre sus fosas nasales. —Por favor no me dejes —exclamó Dara llevando sus manos al cuello de Leonardo, dejando sus labios a escasos centímetros de la boca de Leonardo.

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