Capítulo 1: Vidas opuestas
Paloma siente un dolor intenso en sus pies, es como si les estuviesen palpitando justo antes de estallar, pero no puede dejar de caminar porque necesita urgente encontrar un trabajo. Desde hace años, su madre está luchando con una terrible enfermedad y ella es la única persona que tiene en la vida para que pueda apoyarla.
Se para nuevamente frente a un aparador y nota que hay anuncios para varios puestos, respira profundo y decide entrar a preguntar cómo puede hacer para postular a alguno de ellos, sin embargo, las respuestas siempre son las mismas, es demasiado joven o no tiene suficiente experiencia… y eso casi siempre está ligado a los estudios que no pudo terminar por cuidar de su madre.
Sale del lugar completamente derrotada y decide caminar hasta un parque cercano, ubica una banca y se sienta allí completamente derrotada, hambrienta porque no tiene dinero ni para un sándwich, sin saber qué hacer, está desesperada. Ya tiene tres semanas buscando trabajo y no ha conseguido absolutamente nada.
De pronto, una llamada le entra a su teléfono y cuando ve que es del hospital en donde está su madre internada, salta de su banca y corre hacia la parada de autobús mientras responde.
“¿Con la hija de María López? —le dice la voz seria de un hombre.
—Sí, con ella.
“Señorita López, le estoy llamando de la administración del hospital en donde su madre está internada. Necesitamos que se acerque aquí a la brevedad.
—Por supuesto, estaré allí en algunos minutos.
Cuelga la llamada y mientras sube al autobús. Piensa en que es lo que van a decirle. Las lágrimas se acumulan en sus ojos, pero no se permite llorar. A sus veinticuatro años, ha aprendido a que debe ser fuerte y que llorar no resuelve nada. Respira profundo varias veces y cuando llega al hospital se dirige directamente hacia el área de administración, llama a la puerta de la secretaría y ésta le indica a dónde debe ir.
Cinco minutos después, está sentada frente a un hombre de unos cuarenta años, de aspecto amable, pero su voz no es igual.
—Bien, señorita López —le dice colocando unos documentos frente a ella—. Hemos encontrado que la deuda de hace seis años de su madre está a punto de caducar. A aquella primera deuda le faltan tres mil dólares por pagar, sin contar las nuevas que han ido apareciendo desde ese tiempo.
—Pero es imposible —responde Paloma completamente angustiada—. En aquel momento pagué quince mil dólares por todo tratamiento inicial de mi madre y se supone que eso era todo lo que debía pagar.
—Me temo que usted no lo comprendió bien en esa oportunidad y todo está en estos documentos con su firma —los coloca frente a ella y comienza a apuntarle cada ítem—. El tratamiento duraba seis meses y debía cancelar tres mil dólares por cada mes. Le ha quedado ese saldo porque sólo pagó quince mil.
«Si a eso le sumamos los intereses más todos los demás tratamientos a los que su madre debió someterse… Y si restamos los pagos que ha hecho mensualmente desde hace tres años… Su deuda hasta ahora asciende a cincuenta mil dólares aproximadamente.
—¿Qué? —Paloma pierde el color de su rostro y se apoya en la silla porque siente que el mundo gira demasiado rápido.
Cada vez, en todos estos años, cuando cree que todo al fin está marchando medianamente bien, siempre sucede algo que complica las cosas.
—Es mi deber informarle que la deuda prescribió hace dos semanas, con el cambio de administración su deuda salió a la luz y pues, ahora se resolverá de forma judicial y su madre… ella será enviada a casa porque no podemos mantener a un paciente que no paga.
Quiere gritar, llorar y lanzarse a los pies de aquel hombre que la está mandando a un infierno terrible, pero no lo hace.
Paloma sabe que no sirve de nada suplicar ni llorar, esa es otra de las experiencias que ha aprendido estos largos seis años. Así que sólo asiente, toma los papeles y sale de la oficina con el corazón en los pies, se siente atrapada, completamente desesperada. Se apoya en la pared de uno de los pasillos cercanos a la habitación de su madre para tratar de respirar muchas veces.
«Sólo respira, Paloma… todo se solucionará… tú puedes con esto y más», se anima internamente como siempre. Aunque en este instante no tiene idea cómo pasará por todo aquello.
Cuando consigue calmarse un poco y volver a ese rostro feliz que hace seis años solía tener, camina hacia el cuarto de su madre escondiendo todos los documentos y en cuanto la ve con sus brazos extendidos para recibirla, sabe que debe seguir luchando por ella a como dé lugar.
Aunque tenga que recurrir a trabajos que no le agradan, como cuidar niños o atender en un bar, por ejemplo. Ella conseguirá un trabajo que le pueda permitir hacerse cargo de su madre y salir adelante.
En otra parte de la ciudad, en una lujosa mansión en Bel Air, una pequeña niña de cinco años está junto a su tía, ambas arreglando un anuncio y para cuando terminan las dos lo miran orgullosas.
—Tía, esto quedó muy lindo —le dice la pequeña Beth a la mujer a su lado.
—Por supuesto, tú lo hiciste y todos saben en esta casa que eres una niña extremadamente talentosa para todo —le dice con un beso en su cabeza.
—¿Cuándo iremos a pegarlos por la ciudad?
—¿Qué te parece mañana? Tu padre no estará en Los Ángeles, sino en San Francisco por un rodaje, así no nos pregunta a dónde vamos con esa voz misteriosa y complicada… ¡Y podremos usar la copiadora de su oficina!
Beth se ríe de la cara de su tía y asiente emocionada. Vuelve a mirar el cartel entre sus manos y sabe que esta vez con este método no podrá fallar en encontrar lo que tanto ha deseado desde que tiene uso de razón: Una madre.