Episodio 3

1066 Palabras
Pía se preparó para la cita. Ese día recibiría por primera vez a Alma, se había encargado de acondicionar el lugar, uno más íntimo para ella, gracias a la influencia y dinero de su marido. Quería impresionarlos y tratarlos bien. El lugar donde hacían las terapias no convencionales había sido un antiguo colegio, ya en ruinas, Pía lo compró y lo remodeló. Alma sería recibida en una habitación grande y muy privada con una cama que prácticamente estaba en el suelo por lo baja que era, el ambiente era acogedor, con luces tenues y decoración en tonos blancos. —Podrás cambiarte en esa habitación —le indicó Pía señalando hacia la derecha del lugar. Cuando Alma salió, vestía un conjunto de lencería de encaje blanco sencillo y una bata de seda, llevaba sus rizos platinados sueltos. —¡Te explico! La primera parte es auto estimulación, tú vas a tocarte y describirás luego las sensaciones ante tu tacto, y comenzarás a verbalizar lo que te da placer —dijo. —¿Sin teoría? ¿Sin hablar antes? —No, esto es exclusivamente para sensaciones, si quieres hablar vayamos a la terapia convencional —dijo fríamente. Alma estaba intrigada por el carácter seco y distante de esa terapeuta, se veía como una mujer amable y accesible pero era fría y distante. No era cálida, pero tenía algo que la invitaba a sentirse cómoda en su presencia. —No quiero seguir sin entender bien cómo funciona todo. Al menos una explicación por encima, algo superficial —pidió. —¡Está bien, siéntate en la cama! —ordenó con firmeza. —¿Por qué no te aparece el sexo ya? ¿No tienes ganas? ¿Deseos? Ya se exploró la posibilidad de que fuera el efecto secundario de alguno de los medicamentos que tomabas, y resultó que sí, pero ya dejaste ese medicamento atrás hace tiempo, ¿Por qué no tienes deseo? —inquirió. —¿Es una explicación que incluye preguntas para mí? que locura, un coach de sexo. No sé, simplemente ya no me apetece hacerlo con mi marido, con otro, o conmigo —respondió. —El sexo es una necesidad fisiológico, como tener sed, tu cuerpo lo demanda, si no es así, debemos conocer la causa, si no está asociado a algo físico debe ser psicológico. No ha resultado la terapia. Hagamos algo diferente —explicó mientras se levantaba de su silla y se acercaba a Alma en la cama. —No me gustan las mujeres, nunca lo he hecho con mujeres —dijo rápidamente. Pía la observó divertida y no pudo contener la risa. —Lo siento querida, pensaste que ser tu acompañante, ¿Implicaba que tendríamos sexo? ¿Qué te dijo Marcel? —¡Sí! él me dijo que iba a tener intimidad con alguien más en un ambiente controlado como usted me dijo —explicó nerviosa. —Me da curiosidad saber porque accediste a eso. Muy interesante. La intimidad no significa que tendremos sexo, si no que veré y te guiare en tu auto exploración, que incluye que veas películas pornográficas y yo esté aquí contigo viéndolas, por ejemplo, y puedas hacer todas las preguntas que quieras —detalló. —¡Oh, ya veo! —respondió sintiéndose avergonzada. —Tiéndete en la cama —ordenó una vez más. Alma le obedeció y se tendió sobre la cama, Pía se acercó más a ella. —¡Tócate! Quiero ver cómo lo haces —pidió con voz firme. Su voz era dulce pero proyectaba confianza. Alma llevo su mano derecha hasta su sexo, comenzó a hacer movimiento circulares sobre su clítoris, Pía vio como ella se afectaba bajo su propio contacto, permanecía en silencio observándola. Alma se movía con gracia en la cama bajo su propio toque, arqueo la espalda y comenzó a gemir suavemente y pronto soltó un grito más ahogado y desesperado, ladeaba su cabeza de un lado a otro, sentía como el orgasmo recorría su cuerpo, se mordió el labio inferior y sintió necesidad de acariciar sus pechos, o de que se los acariciarse esa mujer hermosa que estaba parada junto a ella. Alma tenía meses sin tocarse, casi un año y ahí estaba haciéndolo, disfrutándolo, bajo la mirada de una extraña. Se dio cuenta de que eso la turbó, no la mujer en sí, más bien su presencia invasora, el que fuera una extraña, el que fuera una mujer. —¡Eso estuvo muy bien! ¿No? —preguntó Pía. —¡Sí! —respondió Alma con la voz agitada por la convulsión de su cuerpo. —Creo que empezamos muy bien Alma, quieres hablarme sobre tu experiencia —inquirió ahora con más amabilidad. —Tenía tiempo que no lo hacía, me estimuló el hecho de que usted, una extraña me observará, no sé porque —explicó con cautela. —Está bien Alma, eso es algo, ¿Quieres hacerlo de nuevo? ¿Querrás algo más? —Sí, me quitaré el brasier. —De acuerdo, cómo estés cómoda. Alma se sentó en la cama y se desató el brasier que dejó sus perfectos pechos al aire, estaban erectos sus pezones y su pálida piel se veía muy sensual, a pesar de su profesionalismo, no pasaron desapercibidos para Pía. Se recostó sobre la cama sin acostarse completamente y se dedicó a estimular de nuevo su sexo, pero además agregó introducirse dos dedos luego y acariciaba sus senos con deseo, gemía y se retorcía ante la mirada impávida de Pía. Quedó jadeante sobre la cama, satisfecha de la sesión de autocomplacencia que acababa de tener. Repitió la sesión con una almohada entre sus piernas y finalmente dio por concluida su actividad terapéutica. Pía regresó al sofá, tomó su cuaderno y comenzó a tomar notas. —¡Puedes cambiarte o ducharte, puedes irte ya, Alma, hoy no conversaremos, me pareció positivo tu avance. Bastante positivo. Ya sé que más podremos explorar —dijo. Cuando ya estaba vestida y salió, Pía miró a Alma con una mirada tímida, le sonrió apenas, ella le sonrió ampliamente y en seguida le quiso demostrar que se sintió en confianza. Conversaron sobre algunas terapias convencionales y de las experiencias que tuvo ella. Alma salió de ese lugar satisfecha, no había tenido orgasmos en meses y está mujer no hizo nada, solo ordenarle y mirarla. ¿Eso le habría bastado para sentir deseo? Eras las acciones o la persona. Lo descubriría.
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