BRUNO Esta mujer me estaba volviendo loco a un punto que no sabía si estaba más loco que un maniático encerrado en un manicomio por tratar de convencerla de no hacer nada peligroso, pero era más terca que un político al poder. Había hecho todo por ella para que se mantuviera a salvo, pero insistía en hacer cosas arriesgadas. No voy a negarlo, me había ayudado en el caso de Sanders, pero había arriesgado demasiado su pellejo. No me perdonaría si algo le pasara. Más valía tenerla cerca y cuidarla. — Está bien mujer del mal —le dije de pronto, resignado— tú ganas. Vamos a celebrar tu triunfo contra Sanders. Yo invito la cena. Me acerqué a la puerta del copiloto para abrirla y ayudarla a entrar. No es que ella no pudiera abrir una simple puerta, pero me gustaba tener ese tipo de detalles

