Unos ojos esmeraldas destellaban por la luz reflejada de las lámparas decorativas de la ceremonia, su cabello oscuro estaba recogido con trenzas y algunos mechones de cabello caían en el rostro de la mujer, éstos se movían suavemente gracias a la tenue brisa nocturna; ella mostró aquella sonrisa perfecta que pocos conocían ante lo que pareció una pregunta que no fue audible.
—Si, acepto ser su esposa hasta el final de mis días y aún después. —Respondió con una sutil y melodiosa voz.
Joseph Bustamante despertó algo confundido de un extraño sueño que acababa de tener, uno de muchos otros con la misma persona, aquella mujer con la que soñó tenía un gran parecido con una compañera de estudios, salvo que la joven tenía los ojos color café. Él era un chico de 12 años, delgado y un poco bajo en comparación de otros de su edad, con una personalidad risueña, conversador y que amaba leer, por lo que en ocasiones era tildado como nerd. Aquella niña parecida a la de su sueño era Diana Scott, la conocía desde que tenía memoria, de hecho, habían nacido el mismo día, y lo que era aún más extraño, le gustaba y sentía que siempre debían estar cerca, por lo que no perdía oportunidad de hablarle o intentar acercarse, pese a su manera tan agria de ser; sin embargo, había llegado un punto que ella empezaba a ser un poco más amable después de tanto tiempo interactuando y la insistencia de Joseph.
Joseph era el hijo menor de Albert Bustamante y Corina Méndez, ambos padres entregados y amorosos con sus hijos, su madre tenía una personalidad dulce en todo momento, mientras que su padre era llamado el “Ogro Bustamante”, temido por empleados, socios y todo aquel fuera de su familia y escasos allegados.
Las mañanas eran agitadas para la familia, no se estaban quietos desayunando porque caminaban de un lado a otro preparándose para salir a sus obligaciones. Éste día Joseph se había quedado un poco más en su cama meditando, planeaba comentarle un poco a Diana sobre sus extraños sueños, pero le ponía algo nervioso la reacción que podría tener.
—Buenos días familia. —Saludó cuando apareció en el comedor, algo tarde para el desayuno.
—Buenos días mi pequeño fortachón. —Le respondió Corina dándole un fugaz beso en la mejilla.
—Hola, pequeñín. —Saludó su hermana Amelia alborotando su cabello.
—¿Te quedaste dormido hijo? —Cuestionó su padre algo serio, era estricto con la puntualidad.
—Ee…eh. Si, un poco, papá… —Era el único que ya se había organizado y estaba sentado comiendo su desayuno con tranquilidad.
—Está bien, no lo tomes como costumbre… —Joseph negó con la cabeza. —¿Comerás algo de cereal? ¿O prefieres que te prepare un sándwich rápido? —Pregunta Albert amablemente.
—Me serviré un poco de cereal, gracias… —Estaba inusualmente callado, su padre lo notó de inmediato y lo analizaba.
—¿Está todo bien?
—Si, todo bien, papá…
—Seguramente la niñita antipática que le gusta volvió a tratar mal a nuestro pequeñín. —Intervino Amelia, Albert levantó sus cejas.
—¿Es cierto eso?
—No, no lo hizo. —Sonrió.
—¿Quieres hablar de cosas de hombres?
—¡Papá! No… —Estaba apenado, Albert se carcajeó, sabía que su hijo se avergonzaba con ciertos temas.
—Tranquilo, estaba bromeando. —Colocó su mano en el hombro de Joseph. —Pero sabes que puedes contarme y preguntarme lo que necesites. La adolescencia trae consigo muchas dudas.
—Okey… —Responde su hijo algo incómodo. —Gracias, lo tomaré en cuenta.
—Y dime, ¿Aún Diana es muy antipática contigo?
—Ya no tanto, conversamos un poquitín más. —Responde animado.
—Ash, no entiendo por qué te gusta tanto esa niña, Joseph, realmente es muy odiosa. —Él se encogió de hombros.
—Me agrada, y ya nos llevamos un poco mejor. Hasta me ha defendido de algunos bravucones que me molestaron por ser el más chico. —Albert se ahogó con el café que estaba tomando.
—¿¡Bravucones!? —Se exaltó Corina, quien alcanzó a escuchar. —Explícanos. —Pidió preocupada.
—¡¡Me van a escuchar en ese colegio!! —Albert se levantó furioso y los ojos rojos.
—No papá, no es necesario… Ya esos chicos se fueron del colegio y Diana no permitió que me volvieran a tocar ni hablar.
—No nos ocultes estas cosas Joseph. ¿Entendido? —Le dijo Albert severo.
—Cariño, cálmate un poco, ¿sí? —Corina le dio un beso en la mejilla a su esposo. —Lo asustarás.
—No estoy asustado mamá… Sé cómo es papá. —Dice despreocupado.
—Está bien, pero apoyo lo que Albert dijo, no nos ocultes esas cosas, para poder tomar cartas en el asunto.
—Entendido…
—Con respecto a tu estatura, no te acomplejes por eso, yo era como tú a tu edad…
—Y tu tío Alexander, tenía 15 años y aún era bastante chico.
—¡Oh! No lo imaginé... No me preocupo por eso, creo que ustedes están más preocupados por cómo me pueda sentir con respecto al tema, pero estoy bien, sé que cada persona evoluciona a su propio ritmo. —Joseph les dice con una radiante sonrisa. Sus padres levantan las cejas y se miran.
—Cielos, a veces me sorprende mucho las cosas que dices…
—Mis libros dicen muchas cosas. —Presume.
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Joseph era un chico bastante conversador y carismático en su colegio, así que no le faltaban amistades; sin embargo, prefería acercarse a Diana cada vez que podía. Todos los días le ofrecía una radiante sonrisa que la desconcertaba y a la que ahora se había acostumbrado, a ella le parecían curiosos los hoyuelos que se le hacían en las mejillas cuando lo hacía, así como también el color miel de sus ojos, pero no era algo de lo que su orgullo le permitiría hablar.
A la hora de la merienda, la buscó con la mirada por la cafetería, hasta que ubicó su blanca y delgada figura de cabello oscuro, sola en una mesa.
«Oh, que suerte, no está Harper con ella» Agradeció que la única amiga de Diana no estuviera con ella, pues, quería hablarle a solas sobre esos sueños.
—Hola, Diana... —Ella posó su mirada sin expresión en él, esa que antes estaba en un punto vacío.
—Nerd...
—¿Puedo sentarme contigo? A tu lado... —Ella elevó una de sus cejas.
—Igual lo harás... —Notó inquietud y seriedad en él. —¿Te sientes bien?
—Si, excelente... ¿Por qué? —Indaga a la vez que toma asiento.
—No sonríes...
—Ah... —Le sonrió. —¿Mejor? —A ella se le dibujó un pequeño gesto risueño, apenas visible y asintió. Luego él hacía silencio mientras sacaba su comida.
—¿Seguro que estás bien? A estas alturas me preocupa más cuando no hablas que cuando lo haces. —Dice con su distintiva sequedad.
—Si... —Volvió su mirada a ella. —¿Te puedo hacer una pregunta?
—Okey... —Responde con suspicacia.
—¿Quieres ser mi novia? —A Diana se le iba a caer la mandíbula, Joseph mismo estaba sorprendido de lo que preguntó, no era eso exactamente lo que iba a decir.
—¡Wow! ¿Qué? —Se levantó espantada y roja de su lado. Él le siguió.
—Es que... escucha... he tenido sueños... contigo... —Ella abrió sus ojos desmesuradamente y con desagrado, pensando que se refería a algo obsceno. —¡No! No es lo que piensas... cielos... —No sabía cómo explicarlo sin que sonara extraño. —Es que creo que estamos destinados a estar juntos, a casarnos algún día, siento que sí...
—Somos niñ0s aun Joseph. —Le recordó.
—Pero sentimos, quizás con más intensidad que los adultos. —Ella lo miró con más horror. Era una situación que la tomó tan desprevenida que no sabía cómo reaccionar.
En un impulso, él colocó sus manos sobre los hombros de Diana y posó sus labios en la comisura de los de Diana, siendo la reacción de ella y como mecanismo de defensa darle un empujón y luego estrellar su puño sobre su ojo izquierdo. Inmediatamente Joseph se llevó una mano al ojo y ella se llevó las suyas a su boca, algo consternada por el error que acababa de cometer, nunca fue su intensión golpearlo.
—¡Auch! Diana... —Susurró. Los cuchicheos no se hicieron esperar en el cafetín, por aquellos que presenciaron el corto espectáculo de los chicos.
—Yo... yo... lo... —Su culpa luchaba en contra de su orgullo para pedirle perdón a Joseph.
Mientras ella tenía su lucha interna, desvió su mirada hacia atrás de su compañero, donde se encontraba su amiga Harper, pudiendo apreciar el justo momento en que un chico tropezaba con ella con toda intención y la hacía caer estrepitosamente al piso, aquella mirada de culpa se transformó en una de rabia en un segundo. Diana puso un blanco en el chico, y enfurecida pasó por un lado de Joseph hacia el provocador.
—¡Cooper! —Gritó Diana caminado rápidamente hacia él.
El joven de preparatoria se giró con un gesto insolente y ella dio una patada en su entrepierna tan fuerte como pudo, Alan Cooper cayó de rodillas sosteniendo sus genitales y con lágrimas incontenibles saliendo de sus ojos por el agudo dolor.
—Te dije que si la volvías a molestar, esta vez te daría en donde más te dolería. ¡Idiota!
—Oh, Diana, gracias... Pero no debiste, te meterás en problemas.
—El imbécil debe aprender. ¿Estás bien? —Pregunta a la vez que le ayuda a levantarse, Harper asintió.
Alan era un chico de preparatoria bastante bromista que no medía las consecuencias de sus actos y molestaba a Harper constantemente a pesar de ser más pequeña que él, por lo que era una de las tantas razones que Diana se peleaba a cada rato con Alan. Luego de calmarse un poco, Diana quiso volver hacia donde estaba Joseph, quien permanecía en el mismo lugar, entristecido, ella tenía mucho remordimiento y necesitaba pedirle disculpas.
—¡Diana Scott! ¡A mi oficina ahora! —La detuvo la directora. —Bustamante, Cooper, ustedes también.
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Los tres jóvenes estaban sentados frente a la oficina de la directora, en silencio, Diana al lado de Joseph y de él, Alan. Ella jugueteaba con sus dedos aún apenada con Joseph.
—¿Duele mucho? —Ella pregunta a Joseph.
—Ya no. bajará rápido con huelo, supongo.
—Joseph, yo...
—Entiendo, sé que me propasé. —No la deja terminar.
—Pero...
—Estás loca Scott, ahora golpeas hasta a los más indefensos. —Se entromete Alan.
—Cállate idiota, ¿o buscas otra patada en las bolas? —Le responde ásperamente. Se quedaron en silencio los 3 nuevamente.
—¿Ya llamaron a los Scott? —Pregunta alguien en una oficina cercana.
—Si, estamos intentando comunicarnos con los padres de Diana.
—Ojalá venga el señor Scott, como la mayoría de las veces, aunque es un hombre maduro, está de rechupete, me lo como con la mirada cuando viene. —Aquello llegó débilmente a los oídos de los chicos, pero se entendió claramente, Diana entreabrió su boca y unió el entrecejo, mientras que Alan hizo un sonido nasal riéndose disimuladamente. Ella se puso de pie con molestia.
—Diana, ¿qué harás? —Cuestionó Joseph preocupado.
Ella no le respondió a su compañero y se fue a la oficina de donde provenían las voces. Se detuvo en la puerta con los brazos cruzados, irritada. La mujer que se había referido a su padre era su profesora de literatura.
—¡Profesora Montero! —Las 2 mujeres que conversaban la miraron atónitas. —Es usted una inmoral falta de respeto. —La mujer aclaró su garganta.
—Señorita Scott, le sugiero que mida sus palabras.
—¿Por qué? Usted es una “profesora de literatura”, ¡pero es una vulgar y desvergonzada!
—¡Suficiente, jovencita! —Se dirigió a ella la profesora. —A la oficina de la directora, ¡ahora!
—Gracias, pero ya tengo pase libre. —Se encaminó a donde estaba antes. —¡Zorra! —Masculló.
—¡Scott! —La mujer levantó aún más la voz antes de que Diana desapareciera de su vista.
No habían logrado comunicarse con los padres de Diana, por lo que recurrieron a su hermano mayor, quien figuraba también como su representante en caso de que no se presentaran sus padres. Media hora después Bastian apareció con sus facciones muy tensas, escuchó atentamente todos los problemas en los que se había metido su hermana en un solo día y la miraba con gran irritación. El resultado de todo fue la suspendieron de clases por una semana. Al salir de la oficina, se retiraban a casa, Bastian la llevaba sujeta por el brazo, aún estaban los otros dos chicos frente a la oficina a la espera de sus padres.
—Lo siento... —Gesticuló Diana a Joseph, a quien ya se le veía el ojo muy hinchado y morado.
—Cooper... —Llamó en voz alta y le mostró el dedo medio cuando la miró.
—¡Vamos! —La arreó Bastian con severidad para que continuara caminando.
Una vez en el auto, su hermano condujo en un silencio incómodo por varios minutos, apretaba fuertemente el volante, su ceño fruncido y la mandíbula demasiado tensa. Diana lo miraba de reojo un poco inquieta.
—¿Estás molesto? —Él respiró hondo y sus orificios nasales se abrieron.
—¿Qué crees, niña?
—Pero Bastian, sabes que Cooper se porta mal, es un idiota y lo de la profesora fue porque es una grosera, lo Joseph fue...
—¿Y lo de Hilarie? —Le interrumpe y ella se relaja un poco.
—¡Oh! Es que tú no estás molesto conmigo por lo de hoy sino por la rubia.
—¿¡Qué mierda le dijiste, Diana!? —Levantó su voz.
—Nada, solo hice una pequeña prueba y no la pasó. —Le respondió despreocupada.
—¡Te advertí, Diana! Te dije que no hicieras una de las tuyas.
—Pareces un Donjuán presumido, pero la verdad de todo es que eres ingenuo ante esas arpías.
—¡Es mi asunto!
—Ya se te pasará, igual que con las otras...
Una vez en la casa de sus padres, los hermanos Scott discutieron delante de ellos tan pronto llegaron, Serena y Magnus pasaban sus miradas de uno a otro mientras debatían, Bastian estaba tan molesto que su padre tuvo que pedirle que se tranquilizara. Con voz suave y dulce, Serena pidió a su hija que le confesara por qué hizo cada una de las cosas.
—Golpeé a Alan Cooper porque hizo caer a mi amiga.
—Dios, ese chico es mucho más grande que tú. —Le recuerda Serena.
—Si, pero entre más grande, es más idiota, al parecer.
—Diana, cuidemos el vocabulario, por favor. —Su madre le habla. —¿A quién más golpeaste?
—A Joseph Bustamante.
—¿Por qué? Ese chico se ve inofensivo... Él es el que nació el mismo día que tú, ¿cierto? —Diana estaba apenada y sonrojada.
—Si mamá, ese mismo chico...
—Okey, ¿y por qué lo golpeaste?
—Porque me quiso besar... —Bastian se carcajeó.
—Cielos...
—Eso no es un buen motivo para golpear a alguien de esa manera, pobre muchacho. —Asegura Bastian. —Si vieran cómo lo dejó.
—¡Claro que sí es un motivo! Está loco, siempre me dice cosas... que le gusto y que un día nos casaremos, que estamos destinados y no sé cuántas tonterías más. Creo que los libros que el nerd lee lo están haciendo distorsionar la realidad. —Su orgullo no le permitía admitir que se había equivocado y que lo sentía.
—Diana, no puedes referirte a una persona de esa manera. —Serena la vuelve a reprender.
—Está bien, lo siento mamá.
—Excelente, no tardará en llamarme su padre y saben que no es el hombre con el mejor humor del mundo. —Dice Magnus. —¿Te das cuenta de los aprietos en los que también nos podremos meter? Debes tener más autocontrol. —Le aseveró y ella agachó su mirada.
—Por último, ¿por qué discutiste con la profesora?
—¡Es una vulgar! La escuché hablar con otra profesora diciendo: “El señor Scott está de rechupete”. —Remedó. Serena se incómodo un poco.
—No vas más a ese colegio, Magnus Scott. —Dijo a su esposo con amargura, a lo que a Magnus se le escapó una sonrisa por la cara que puso Serena, luego se acercó a su hija.
—Diana, escucha... Realmente debes controlar esos impulsos, no puedes andar por el mundo golpeando a la gente cada vez que te plazca o te moleste cualquier cosa, antes que nada, debes conversar pacíficamente. Otra cosa que debes aprender es que de vez en cuando debemos omitir ciertas circunstancias sin importancia. Por Dios, ¡casi golpeaste a la profesora también! En un solo día te metiste en muchísimos problemas, esto es un récord.
—Lo siento papá, pero es que...
—Pero es que nada, Diana. Necesitamos autocontrol y si continúas así, tus actos podrían tener graves consecuencias. —La corta. —Estarás castigada. Suspendidos tus entrenamientos por un mes.
—¡¡Qué!! Papá, ¡no puedes hacer eso! ¡No es justo!
—Si, si puedo... No entiendo, se supone que las artes marciales ayudan a canalizar estas conductas y energías, pero no sé, tal parece que no funciona contigo.
—Mamá... dile que no, por favor... —Suplicó. Serena se encogió de hombros.
—Te hemos hablado de muchas maneras, cariño... Lo siento. —Diana exhaló exasperada.
El móvil de Magnus comenzó a sonar a lo que respondió rápidamente sin mirar mucho de quien se trataba, pues ya suponía quien era.
—Buen día, Albert...
—Scott, ¿estás en tu oficina o en casa?
—En casa...
—Okey, voy para allá. Tenemos un asunto que tratar.
—Te espero...
Una vez culminada la corta llamada, su esposa e hijos lo veían a la expectativa y el posó sus ojos esmeraldas en su hija con dureza.
—¿Lo ves? Una de las consecuencias de tus actos, me tengo que enfrentar al señor ogro. —Diana empezó a sentir más acentuada la culpa, no le gustaba cuando su familia se molestaba así con ella.
—Cariño, puedo hablar con él, es más cortés cuando habla conmigo. —Sugiere su esposa.
—Está bien, amor. No se escuchaba tan alterado.
—Okey, yo vuelvo a la oficina, no me quiero encontrar con este señor. —Se levantó Bastian del sofá. —Estoy realmente molesto contigo, Diana, nos vemos mañana, me vas a tener que decir exactamente qué pasó con Hilarie. —Ella rodó sus ojos.
—¡Bien! —Aceptó a regañadientes.
Unos minutos más tarde, estaba Albert Bustamante se encontraba frente a Magnus, quien estaba tras su escritorio, con una expresión bastante seria.
—¿Quieres algo de tomar?
—No, gracias... —Albert apartó la mirada de Magnus y la posó en una foto familiar que tenía sobre su escritorio, haciendo énfasis en Diana. —Parecen una misma...
—¿Disculpa?
—Las Dianas... Tu hermana y tu hija, sobre todo el carácter. —Sorprendentemente, Albert estaba bastante relajado.
—¡Ah! No te imaginas...
—¿Le has hablado mucho sobre su tía?
—No, muy poco... Serena y yo le hemos hablado sobre cosas muy puntuales, con temor a que copiara algo más y que no fuera ella misma, por lo que ya su forma de ser no es imitación, sino que es heredado de algún modo.
—Entiendo... Bien sabes que mi esposa y ella crecieron juntas, casi como hermanas, ya ha escuchado tantas cosas de Diana Scott que le asombra, pero, aun así, no ha sido capaz de conocerla o tratarla, después de tantos años aún le duele la partida de su gran amiga.
—A nosotros igual, la he extrañado mucho... —Albert calló por un rato.
—Nuestro hijo ha estado muy interesado en ella... ya no sé desde cuándo, creo que estudian juntos desde siempre, sinceramente, no entendemos si es algo de niñ0s, si es que confunde amistad con amor o que realmente le gusta, no lo sé realmente. Le hemos explicado de mil mareras las diferencias y ciertos temas, pero insiste en lo mismo... Son chicos apenas... Ella es ruda, muy ácida, él bastante tranquilo que ama los libros, sus personalidades son como agua y aceite.
—¿Qué tienes pensado hacer?
—Retiraré a Joseph de ese colegio, quisiera probar si se le salen todas esas idas de la cabeza y qué sucederá con el pasar del tiempo. No me gustaría que volviera a salir lastimado, no solo físicamente. —Magnus asintió comprensivo.
—Entiendo, Albert, eres su padre y quieres lo mejor y más conveniente para él, estoy más que claro sobre cómo es mi hija, pero no es necesario que él se vaya de ese colegio.
—No quiero que continúen juntos, Magnus... Al menos no por un tiempo.
—Nosotros inscribiremos a Diana en otro lugar, ya ha tenido demasiados problemas, quizás un cambio de ambiente le ayude con su temperamento y disminuyan las peleas.
—Lo lamento esta situación, Scott… Y también lamento que en un principio vaya a ser algo triste para mi hijo. Espero no guardes algún rencor por esto.
—No, Bustamante, no será así. Comprendo tu punto.
—Claro, en un futuro, si Joseph se vuelve a acercar a tu hija, yo no me opondré, ya será cosa suya y tendrá más claro lo que sienta.
Efectivamente, a Joseph le dolió la idea de no volver a ver a Diana. Les insistió a sus padres que el culpable del golpe en su ojo había sido únicamente él; sin embargo, Albert le hizo ver que era una decisión tomada por los Scott. Por otro lado, a Diana le entristeció el cambio de colegio, extrañaba a su única amiga, y sobre todo, echaba de menos el parloteo y sonrisa perfecta de Joseph; sin embargo, esto último era algo que nunca admitiría.