CAPÍTULO 8

1852 Palabras
—Ya alucino a mis alumnos —señaló Airam, que claramente escuchaba el griterío de una pequeña que sonaba justamente igual a María Fernanda Ruíz haciendo un berrinche. Julissa, que acompañaba a la maestra por esa plaza comercial donde debía comprar lo necesario para que la maestra pudiera festejar el día del niño con sus alumnos la siguiente semana, sonrió divertida. Ellas, un par de semanas después de que su discusión las separara, habían hablado nuevamente y ambas se habían disculpado, así que habían arreglado las cosas. Julissa se había disculpado con una joven que nunca creyó, por lo fuerte que siempre se mostraba, sería frágil y vulnerable, aunque lo que más había ayudado a solucionar las cosas entre ellas fue que Airam tenía un ingreso extra y un nuevo sueldo, así que estaba mucho más relajada. —¡Mamáaaa! —gritó una niña y, reconociendo claramente la voz, Airam se giró para recibir contra sus piernas a la pequeña que, al verla de lejos, y al reconocerla, se había abalanzado contra ella. —Disculpe —dijo la joven que seguía a la pequeña María Fernanda por ese enorme pasillo rodeado de tiendas departamentales—, la confundió con alguien más. —¡No quiero a esa niñera, es fea, me dice cosas feas! —soltó en medio de gritos la pequeña castaña de ojos gris azulado que se aferraba a la parte trasera de la blusa de la mujer que abrazaba por el frente. —No seas mentirosa —farfulló la que Fernanda había llamado niñera, intentando jalar a la niña por el brazo del que la había atrapado—. Anda, vamos a casa. No te llevaré de nuevo a ningún lado. Airam, furiosa por la actitud grosera y agresiva de la que cuidaba a esa niña que ella bien conocía, tomó el brazo de la joven por la muñeca y le ordenó entre dientes que la soltara. La otra lo hizo por instinto de protección más que porque alguien se lo ordenara, pero, al ver a la joven, a quien se abrazaba la niña que debía cuidar, sacar su teléfono y marcar a alguien se asustó mucho. No es que le preocupara que llamara a la policía, después de todo, ella no se había robado a la niña, aunque sí la había sacado sin permiso de casa porque quería distraerla para que no siguiera haciendo berrinches. Desde que se conocieron, Fernanda y su nueva niñera se llevaron mal, porque la joven la hostigó con preguntas sobre su padre, a quien la pequeña ya estaba odiando porque decidió dejarla con una desconocida en lugar de llevarla con Airam; además, la maestra había salido a colación en la conversación y la niñera, que no le creía que tuviera una mamá, no paraba de decirle que no tenía mamá, aunque la pequeña insistiera en que sí. Para ser franca, a esa niñera ni siquiera le gustaban los niños, pero tontamente había creído que ganándose a la pequeña tendría una oportunidad con Fernando Ruiz, y eso era lo único que le interesaba. Pero esa niña, hablando de una mamá que no tenía, le molestaba demasiado, así que la corregía y la chiquilla se emberrinchaba, molestándola mucho más. —¿Con quién dejaste a Mafe? —preguntó la joven maestra y la niñera le miró contrariada, expectante ante el silencio de la chica que hablaba al teléfono, seguramente escuchando a alguien del otro lado de la línea—. Las encontré en el centro comercial, Mafe estaba emberrinchada. Otro silencio en que las dos adultas, junto a Airam, la miraban atenta a lo que alguien le decía luego de que ella hablaba. María Fernanda seguía abrazada a las piernas de la joven castaña, quien con la mano que no sostenía el teléfono le acariciaba el cabello, tranquilizándola. —Lo lamento, no tuve tiempo de elegir. Una de las secretarias la recomendó mucho, así que, por la emergencia, solo me quedó decir que sí —explicó Fernando a una joven que, gracias al cielo, había encontrado a su hija. Él estaba molesto de que Fernanda no estuviera en su casa, cuando ni siquiera le habían solicitado permiso de salir, pero tenía problemas más graves qué atender en ese momento, sobre todo ahora que podía dejar el cuidado de su hija a alguien en quien sí confiaba. —¿Qué emergencia? ¿Qué pasó? —preguntó Airam, intrigada y algo preocupada, pues ese hombre no parecía querer jugar con ella, como siempre, y su tono de voz reflejaba que las cosas andaban mal con él. —Mi abuela tuvo un infarto, estoy con mi madre ahora. Las cosas están mal, ella es bastante mayor y desde hace años tiene problemas de corazón, los médicos no creen que lo supere —contó el hombre, angustiado y triste. —Lo siento tanto, deseo que todo salga lo mejor que se pueda y, aunque no te quiero pelear, tengo que regañarte por no llamarme cuando debiste hacerlo. No puedes dejar esta cosita hermosa y latosa con quien sea, y lo sabes —señaló la morena sonriendo a la chiquilla cuyo rostro acariciaba con ternura, y que le sonreía al mirarla. —No quería molestarte en tu tiempo libre —explicó Fernando y Airam rodó los ojos. —Estas son las emergencias en que puedes contar conmigo —refunfuñó la maestra, no queriendo ser insensible, pero le molestaba un poco que pareciera quererla para todo menos para confiar en ella—. Me quedaré con ella, llama a tu niñera para que la despidas y, cualquier cosa que necesites, de verdad lo que sea, háblame, ¿de acuerdo? —De acuerdo —respondió el hombre de cabello castaño claro, sonriendo mucho más tranquilo por saber a su hija bien—, muchas gracias por esto. Te veo luego. Airam terminó su llamada e, inmediatamente después, sonó el teléfono de la niñera, quien, al atar cabos de lo poco que había escuchado con lo que el hombre le había dicho, ahora pensaba que esa mujer, que en efecto tenía un gran parecido con la niña, era la madre, como María Fernanda había dicho. —Déjame darte un consejo —pidió Airam, levantando en brazos a la pequeña que se recostaba en su hombro al instante—, si no tienes paciencia y respeto por los niños, no intentes trabajar con ellos, porque podrías terminar en la cárcel por maltratarlos. —¡No le hice nada! —aseguró la joven niñera, arrepentida de haberse dejado llevar por la tentación sin informarse bien, porque el hombre que la contrató le había dicho que la mujer que se encontraron, y que se quedaría con Fernanda, era la madre de la niña. Airam no dijo más, no quería pelear con ella, y tenía mucho qué hacer aún, así que solo negó con la cabeza y caminó con la pequeña en brazos, quien, al tener a su niñera de frente, cuando Airam se giró para seguir su camino, le mostró su lengua frunciendo la nariz. Entonces separaron sus caminos y la supuesta niñera marcó a la amiga que le había recomendado para quejarse, porque algunos seres humanos son así, cuando la ira les invade requieren con quien desquitarse y buscan algún culpable de sus malas acciones. —Está casado —dijo la pseudo niñera en un tono de voz amargo. —Claro que no —respondió la secretaria, que conocía a ese hombre por dos años aproximadamente—. Es padre soltero, estoy segura. —La mocosa le llamó mamá, ella la abrazó y le habló a tu jefe, quien me despidió después de que ella se lo pidiera; además, él me dijo que ella era su madre... hasta se parece a ella la mocosa, y mucho. —Pues estarán separados —conjeturó la secretaria—, porque jamás he oído de ella, mucho menos la he visto alguna vez en todos estos años. Todo el mundo sabe que él es padre soltero, de la mujer no sabemos nada. —Pues si estaba desaparecida ya apareció, y al parecer no tiene mala relación con él, por teléfono sonaban como novios que se apoyan en las buenas y en las malas, y la escuincla luego de hacerme berrinches toda la mañana con ella se porta superbién. La he visto seguirla encantada, y la mujercita parece adorarla casi tanto como la mocosa la quiere a ella. —Y, ¿qué tal está la mujer? —cuestionó la secretaria, interesada en saber quién se había quedado con el bombón de su jefe. —No es nada especial. Digo, no se ve mal, pero no se parece en nada a las muñecas de ropa de marca que entran y salen de tu trabajo o el mío. —Cierto, ¿qué vas a hacer con tu trabajo? —Reportarme enferma, claro. Luego de que ella le pidiera que me despidiera, el hombre lo hizo. Me quedaré donde me gusta si no tendré la oportunidad de conquistar a ese hombre. La secretaria asintió, habría sacrificios en la vida que realmente no valían la pena, y así se despidió de su amiga con la intensión de averiguar mucho más sobre la madre desconocida de la hija del jefe. ** —Estoy muerta —resopló Airam, dejándose caer en su sala cuando llegó al fin a su casa. —Pues entonces vamos a enterrarte... ¿Dónde hay un árbol? —preguntó María Fernanda, divertida, dejándose caer sobre la mujer castaña que le sonreía. Ella solía usar esa expresión en el jardín de niños cuando ellos se subían a donde no debían o se exponían a cualquier peligro. Frases como “Bájate de ahí, porque si te caes te vas a romper la cabezota y te vas a morir, entonces voy a tener que enterrarte debajo de ese árbol”. Airam había creído que todos sus alumnos la ignoraban, porque ninguno se asustaba y la mayoría ni caso le hacía; pero ahora sabía que había una que sí la escuchaba. —No me morí de verdad, pero casi me muero de cansancio. ¿Nadie te ha dicho que estás muy pesada? —cuestionó Airam, acariciando de nuevo ese cabello castaño y ondulado que le encantaba. Era como el suyo, pero mucho más fino y suave, así que a Airam le gustaba mucho más que su propio cabello, que sí le gustaba mucho. —Pero las mamis son superfuertes, así que puedes cargarme siempre —aseguró María Fernanda, recostándose sobre esa mujer que quería como a una madre. —Mafe, si sabes que no soy tu mamá de verdad, ¿no es cierto? —cuestionó la maestra y la pequeña se incorporó mirándola con recelo y algo de rabia. —Si eres mi mamá... —Ok —dijo Airam, queriéndose evitar una pataleta y problemas, pues debía cuidarla por sabrá el cielo cuánto tiempo hasta que Fernando se desocupara—, pero solo por hoy. María Fernanda suavizó su expresión y se dejó caer de nuevo en el pecho de esa mujer que la abrazaba porque la quería, aunque se negara a ser su mamá.
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