—No pretendo ser tu hada madrina, quiero ser tu príncipe azul —declaró el hombre y la joven maestra le miró enarcando una ceja.
—Já —bufó una risa Airam, y rio cuando el hombre frente a ella lo hizo también—. Como si fuera a dejar pasar algo así.
—¿Qué? ¿Por qué no? —preguntó Fernando, viendo como la chica terminaba de firmar el documento que la nombraba como uno de sus miles de trabajadores—. Tengo todo para ser el príncipe azul.
—Sí, puede ser que sí —concedió la castaña, devolviéndole el puño de papeles donde incluía todos sus datos personales y bancarios—, pero, lamentablemente, yo no cuento como princesa en apuros.
—¿En serio? —cuestionó Fernando, revisando los papeles para conocer un poco más de esa mujer que le encantaba—. Luego de todo lo que te he sabido, considero que estás bastante necesitada.
—Eso es cierto —declaró la maestra de ese preescolar, consciente de que su necesidad, que no se notaba de lejos, tal vez, era fácilmente notada por quien se acercaba—, y es mucho más de lo que te imaginas. El problema conmigo radica en que no soy una princesa, así que no terminaré con el príncipe. Las plebeyas nos casamos con plebeyos, no con la realeza.
Fernando volvió a reír fuerte. Las declaraciones de esa chica le encantaban en serio.
» Como sea, si hemos terminado con esto voy a ir a mi salón ahora —declaró Airam comenzando a andar fuera del aula donde estaban, sintiendo la manita de María Fernanda atrapando la suya—... Por cierto, ¿está seguro de querer dejar a Marifer conmigo? Me imagino que estaba en un colegio, ¿no? Déjame decirte que de allá a acá hay mucha diferencia, y probablemente se notará pronto.
—Está bien —aseguró el hombre—, es preescolar, de todos modos, y tienes muy buenas referencias. Además, como ya te dije, a nosotros nos gustas, así que te acosaremos todo el tiempo que sea necesario hasta que aceptes besar a este príncipe convertido en sapo.
—Yo no beso sapos —farfulló Airam, fingiendo molestia, pues ante una nueva risa del hombre no pudo más que reír también.
—Ya veremos —señaló Fernando, casi divertido—, ya veremos. Y, por cierto, ya que vendré y volveré a la ciudad todos los días, Fernanda y yo seremos tu nuevo transporte.
Airam no tuvo tiempo de replicar, el hombre se había adelantado a ellas y había declarado lo dicho mientras se retiraba, así que él se fue sin darle tiempo de respingar. La joven maestra miró a la niña que le sonreía y la llevó consigo al aula.
—Gracias, señora Yesi —dijo Airam, entrando a su salón de clase donde once niños garabateaban hojas blancas con crayolas—, me haré cargo ahora.
—Bien. Les traeré el almuerzo más tarde —dijo la mujer, que no solo llevaría alimento para la maestra, sino para sus propios hijos también.
Airam asintió, y al ver salir a esa mujer, saludó a sus alumnos a quienes invitó a cantar con ella una canción con los días de la semana para poder escribir la fecha, ella en el pizarrón y ellos en su cuaderno, pero primero les presentó a la nueva alumna, una que no creía duraría mucho tiempo con ellos, porque, en el sistema educativo que los regía, la educación privada era mucho mejor que la pública, y ni hablar de la comunitaria que usualmente era atendida por personas sin títulos profesionales, como era su caso.
Pero no es que, por no tener títulos, fueran malos maestros. Airam se esforzaba mucho en lo que hacía y tenía buenos resultados, aunque estaba segura de que, si ella hubiera tenido la oportunidad de formarse profesionalmente en la educación, les iría mejor tanto a ella como a sus pequeños alumnos.
» El cuento de hoy será sobre laaa... ¡tristeza! —declaró Airam tras sacar de una caja una tarjeta circular que simulaba una carita llorando—. Yo empiezo. Había una vez, una niña linda que... ¿Quién quiere continuar?
Entonces, uno a uno, todos los alumnos fueron participando, primero los que pedían la palabra y luego los que Airam señalaba porque eran tan tímidos que no se atrevían a continuar; así, de esa manera, terminaron describiendo la historia de una niña linda que lloraba porque había perdido su pelota favorita, pero, con la ayuda de sus amigos, la pudo encontrar y jugaron todos juntos al futbol.
Al principio María Fernanda se sentía nerviosa, pero, conforme pasaba el tiempo, y estando tan ocupada con todas las actividades que Airam dirigía, se le olvidó que estaba en un lugar nuevo y sin conocer más que a esa mujer que recordaba bien por haberle ayudado días atrás.
» ¿Qué estás dibujando? —preguntó Airam, acuclillándose junto a su nueva alumna que, en un enorme papel bond, rayoneaba con crayolas y marcadores de agua.
—Es la nueva escuela —respondió la pequeña María Fernanda, de cabello castaño oscuro como el de Airam, pero con los ojos en el mismo tono gris azulado que el de su padre, quien era casi rubio—, me gusta mucho.
—¿En serio? ¿Por qué? —cuestionó la maestra—. Creo que está lejos y seguro es más pequeña que tu antigua escuela, ¿no? ¿No era más bonita la otra escuela?
—Si —respondió la pequeña, cambiando de color y haciendo otro rayadero—, pero a la otra escuela no me llevaba papá, y tampoco estabas tú.
—¿Quién te llevaba a la escuela? —preguntó la maestra, curiosa.
—Tía Pina —respondió la chiquilla y miró sonriendo a su nueva maestra—. Ya terminé.
—Te quedó muy bonito —señaló Airam, sonriendo a la pequeña y acariciando su carita—. Vamos a ponerle tu nombre y a pegarlo en la pared para que todos lo vean, ¿quieres?
María Fernanda Ruíz asintió y Airam se quedó esperando a que la niña lo hiciera, pero, al no intentarlo siquiera, sugirió ayudarle y la pequeña dijo que sí.
Lo siguiente fue escribirlo en una hoja para que ella copiara cada letra trazo a trazo, pero María Fernanda no lo logró, así que Airam dio un paso atrás, escribiendo con lápiz el nombre de la pequeña en su trabajo y pidiéndole que lo remarcara con crayola o con un marcador.
Eso fue algo que la pequeña sí logró hacer, entonces la maestra se ahorró su primer paso para que los alumnos comenzaran con la escritura de sus nombres: sostener sus manos y ayudarles a remarcar.
El día escolar terminó con un total de cuatro actividades por alumno si contaban el cuento conjunto que habían realizado como regalo de lectura del día y del cual hicieron un dibujo en sus cuadernos de regalo de lectura.
Casi siempre era así, la maestra de ese preescolar tenía en su horario tres asignaturas diarias, más el regalo de lectura donde trabajaban montón de actividades relacionadas con la comprensión lectora, el almuerzo y el recreo.
Airam trabajaba de nueve a una con sus alumnos, y de la una a las dos comía en la casa de quien fuera que le tocara invitarla, entonces esa familia la regresaba a la cabecera municipal, pero, ahora, que se devolvería con Fernando, tenía duda de cómo serían las cosas después de la escuela.
Faltaban algunos minutos para la una cuando el hombre que la acosaba, y que pagaría su salario, llegó a la escuela y se puso de pie junto a los demás padres de familia que esperaban por turno a que salieran sus hijos. Él decidió ser el último.
Al verlo, la joven maestra asumió que ya no podría ir a comer con las familias de sus alumnos, pero, considerando su sueldo futuro, en realidad no le preocupaba en lo más mínimo. Aunque seguro era que extrañaría sus charlas con las familias y el calor de hogar que se sentía en cada casa que visitaba.
—¿Cómo te portaste? —preguntó Fernando, recibiendo a su pequeña hija que, de pie delante de él, le miraba casi extasiada.
—Bien —aseguró María Fernanda, levantando un enorme papel que había llevado arrastrando mientras caminaba hacia su padre que, por primera vez en su vida, la recogía después de la escuela—. Mira, escribí mi nombre. Y también hice tareas en el cuaderno, además contamos un cuento, cantamos canciones y jugamos a correr en el patio. También comí la comida de Airam, estaba muy rica.
A las palabras de la niña, Fernando miró contrariado a la joven maestra que le encantaba, pues no entendía por qué esa pequeña había comido la comida de esa chica.
—Cada alumno debe traer comida para el almuerzo y agua potable para consumo propio —explicó la maestra algo que Fernando no sabía, así que le tocó disculparse con Airam y prometió que no volvería a pasar que fuera sin ello—. Está bien —aseguró Airam—, en realidad no le convidé del mío, hoy le tocaba traerme desayuno a la señora Yesi, y nos trajo comida para ambas.
—¿Hoy? ¿Siempre te traen desayuno los padres de familia? —cuestionó el hombre, un tanto intrigado por la información que estaba recibiendo.
—Sí —respondió la castaña, que había terminado de acomodar las cosas que habían quedado desperdigadas en su salón antes de tomar sus cosas y salir del lugar—, es parte del acuerdo al que se llegó cuando llegué aquí. Desayuno y transporte eran parte de los beneficios que obtendría, además de la aportación voluntaria de los padres como pago por mi trabajo.
—Vaya —exclamó Fernando, ayudando a su hija a subir al coche y pidiendo a la maestra que subiera también—. Cuando me toque a mí, ¿qué te debería traer?
Airam rio divertida, esa respuesta no se la esperaba.
—No me quedan días libres —aseguró la morena, que no esperaba recibir nada más de ese hombre—, de hecho, ahora que regresaré sin comer, porque también me invitaban a comer después de la escuela, sobrarán familias para el desayuno.
—Ah, entonces, ya sé, con lo que me tocará aportar será con tus comidas diarias —declaró Fernando Ruiz—. ¿A dónde quieres ir a comer?
—A ningún lado —respondió la cuestionada—, ya haces suficiente por mí. Me sentiría de verdad mal si además tienes que pagar mis comidas de toda la semana. Con que me traigas y lleves a la ciudad es suficiente para mí.
—No, claro que no —refutó el hombre—. Los acuerdos se deben respetar, así que haré mi parte y la aceptarás con gusto, igual que como lo haces con los otros padres de familia.
—Pero la comida no era parte del acuerdo —aclaró la maestra—, solo comenzó a suceder, así que no hay problema con que no se me dé...
—Nada. Además, vamos a comer ahora mismo, ¿verdad, Fer? —cuestionó el hombre mirando por el retrovisor a su pequeña hija—. ¿Quieres que tu maestra coma con nosotros?
—¡Sí! —respondió entusiasta la pequeña, complaciendo a su padre y comprometiendo a su maestra.