–¡Espera que me seque! –me respondió. –¡Mira, mira! –La volví a decir mientras le mostraba la pantalla, para que atendiera a las imágenes que estaban saliendo, pues desde la puerta donde se había parado no veía las imágenes. Dando unos pasos mientras se iba secando un poco y se enrollaba la toalla al cuerpo, llegó hasta el sofá donde yo estaba sentada y se sentó a mí lado, mientras había dicho: –¡Veamos qué es eso tan importante que no me permite seguir con mi tarea! –¡Luego seguirás! –la dije–. Esto se pasa y puede que no lo repitan, ¡mira, mira! –la volví a decir. Aquella mañana y gracias a Amalia que como era su costumbre había enchufado la tele mientras desayunaba, porque como vivía sola así se sentía acompañada, al mismo tiempo como decía ella “se enteraba de algo de lo que pasab

