ALEXANDER THOMPSON Paso mi enorme mano por su rostro y le esbozo una sonrisa. Pero, ni aquel gesto, le cambia la expresión del rostro. Está triste y enojada (muy enojada). No quiere que nos vayamos y las dejemos en este lugar. Sobre todo, porque piensa que otra vez me iré y no regresaré nunca más, como pasó durante estos tres años. —Te prometo que pronto vamos a regresar —le digo, tomando sus manitas y llevándolas hasta mis labios para besarlas. Mi promesa calma un poco su enojo. —Yo no quiero que tú y mi mamita se vayan lejos, papi —murmura, haciendo un mohín que me enternece—. ¡Por favor, papi, no si vayan! ¡Lleven mi con ustedes! La rodeo con mis brazos y la acuno contra mi pecho. Es tan pequeñita y me parece tan frágil, que temo romperla en mil pedazos por la fuerza que emp

