Capítulo 1: ¿Escoger una esposa?
Narra Sebastián
Miraba el tablero de ajedrez pensando en mi siguiente movimiento, empezaba a mover cada ficha en mi cabeza y cuando estaba seguro de lo que haría, llevo mi mano hacia el alfil convencido de que haría algo bueno, pero antes de lograr mi hazaña, alguien me interrumpe.
—Señor Sebastián, lamento llegar así, es que su padre está preguntando por usted.
Hice un mal gesto y asentí.
—Iré en un momento —respondí con mala gana.
Me levanté de mi lugar y le dije a mi invitado que eso era todo por hoy.
—Gracias por la partida, Sebastián. Nos vemos pronto.
El joven se levanta de la mesa y alguien lo acompaña a la salida.
—¿Cómo le fue señor Sebastián? —cuestiona Francis.
—Bien, aunque si es bastante bueno; me hizo pensar más de lo normal.
Traje a mi casa a un joven que ganó un torneo de ajedrez, quería ponerme a prueba, pero han terminado interrumpiéndome.
—¿Sabes para que me quiere ver mi padre?
—No, señor. Aunque puedo decir que lleva toda la mañana preguntando por usted.
Fruncí mi ceño ante eso, no entendía, ¿para qué me quería ver mi padre?
—Bien, creo debo averiguarlo yo mismo.
Caminé en dirección a la salida, me dirigía a su despacho.
—El médico de la familia acaba de llegar, no creo el señor Augusto ahora pueda atenderte.
Miré a Francis y negué con mi cabeza.
—¿Es enserio? Terminé mi partida de ajedrez porque mi padre quería verme y ahora salen con que… Tiene que ser una broma, ¿sabes desde donde viene ese muchacho?
Francis levanta sus hombros y sale de la sala ignorando mi comportamiento.
Caminé tras el hombre para saber en qué momento entonces podría ver a mi padre.
—Después de su cita con el doctor, tomará su café de la tarde, si gusta puedo decirle que lo acompañará.
—Está bien, eso me parece bien. Pero antes, ¿sabes a que vino el médico? ¿le pasa algo a mi padre?
—No lo sé, señor Sebastián. Creo que es por sus chequeos de rutina.
—Oh, entiendo. Bien, entonces luego lo veré. Pero antes, deja de decirme señor, Francis, no estoy tan viejo.
—Como diga, señor Sebastián.
Enchiné mis ojos y negué con mi cabeza.
Subí a mi habitación para recostarme un rato, hoy me tomé el día libre en la empresa y quiero descansar. No me preocupa cuando mi primo Leonardo está en la compañía, se hace cargo a todo, realmente es bueno en eso; no niego que facilita mis deberes.
Miraba en mi móvil los contactos que tenía agregado.
—Bien, ¿Cuál es la chica que veré esta noche?
Pasaba mi dedo por la pantalla e iba descartando a la que no me gustaba.
—Verónica es agradable, pero luego de la última vez que salimos, no creo que quiera verla de nuevo. Tampoco Liz, creo que habla demasiado, hizo que mis tímpanos se recalentaran.
Fruncía mi boca mientras seleccionaba a la indicada, pero siento que necesito ir a otros lugares; quizás viajar y conocer otras chicas, esto es agotador y aburrido.
Escucho que alguien toca la puerta, por lo que me veo obligado a ponerme de pie.
—¿Si?
—Señor, disculpe que lo interrumpa en su descanso. Es que su instructor de tenis está aquí, ¿quiere que lo deje pasar?
—No —respondí cortante—. Dígale que está despedido, su clase de ayer fue una mierd*.
—¿Qué? Pero…
—Dígale eso, dígale que yo le mando a decir que sus clases son una mierd*, que esta tarde le envío el cheque por la porquería de clase que me dio ayer.
La mujer se veía algo dudosa, parece que no quiere hacerlo.
—Dígame si puede o no llevar el recado —dije con tono serio.
—No señor, ya mismo le hago llegar su mensaje.
Quienes trabajan en la mansión conocen mi carácter, así mismo, quienes trabajan en la compañía de mi familia, todos saben cómo deben ser las cosas.
No sabía en que invertir mi tiempo, y ya que no tendré la clase de tenis, quizás puedo dar un paseo a caballo por los terrenos de mi padre; eso me distraerá.
Me cambié de ropa y fui hasta las caballerizas, me paseé por los establos analizando y observando en cual de mis caballos haré mi recorrido.
—Lucero, eres la escogida —dije tocando la cabeza del caballo blanco que tiene un punto en su frente en forma de lucero.
—Aquí estás —escucho la voz de mi padre.
Acomodo el cuello de mi camisa y me giro hacia él para saludarlo.
—Pensé que seguía con el doctor Rivas, ¿Se siente bien?
—Sí, vino para hacerme chequeos, nada grave; solo cosas rutinarias.
Mi padre se acerca al caballo y lo acaricia.
—Veo que te preparabas para cabalgar.
—Sí, así es.
—Lucero se ve radiante, su pelaje demuestra los buenos cuidados de sus cuidadores.
No entendía que era lo que mi padre quería decirme, sentía que estaba dando vueltas para llegar a algo, pero no sé qué.
—Supe que hoy no fuiste a la empresa, ¿puedo saber la razón?
Ya veo por donde se encamina todo.
—Mi agenda está libre —respondí—. Así que decidí tomar un día de descanso, es todo.
Mi padre asiente y creo que está molesto, pero no lo demuestra.
—Leonardo no se toma días libres, eso creo que lo sabes ¿verdad?
—Sí, pero él tiene más responsabilidades, papá; es obvio que él…
—Esas responsabilidades deberías llevarlas tú, ¿no crees?
Mi padre se retiró de la compañía hace unos tres años, dijo que su momento de retirarse había llegado y para ese momento mi primo Leonardo había terminado su especialización y ya conocía un poco más los manejos de Farrell industries, razón por la que hoy día, lleva mayores responsabilidades que yo.
—En algún momento las debo asumir, eso me lo has dicho toda la vida, papá.
—Tienes veinticinco años, dentro de poco serán veintiséis; es momento de que te hagas cargo de lo que te pertenece. La ayuda de tu primo Leonardo no será eterna, deberías estar consiente que, como futuro CEO y heredero de la industria, necesitas conocer a detalle sus funcionamientos para que puedas mantenerlo en pie el día que yo…
—Papá, no quiero que volvamos al mismo tema ¿Por qué llega a lo mismo?
—No seré eterno, así que deberías ir asumiendo el rol que te pertenece.
Mordí un poco mis labios y deslicé mi mano por mi barba.
—¿Eso era de lo que quería hablar?
—No —responde—. En realidad, hay algo importante que debes saber, pero ya veo que este no es ni el momento, ni el lugar para eso. Esta noche quiero que bajes al comedor, cenaremos juntos.
Volví a fruncir mis cejas, mi padre normalmente cena solo, ¿por qué ahora de repente él quiere…? Algo está pasando, de eso no tengo duda.
—Como diga, bajaré para la cena.
Tomé una parte de las bridas del caballo y lo empecé a halar con cuidado para que viniera conmigo.
Mientras me alejaba de mi padre, pensaba en diferentes hipótesis de lo que podía estar sucediendo; ¿Llegó otro rumor a sus oídos? No, no creo, estos días me he portado bien; ¿será algo de la empresa? No, no he tenido errores, al menos hasta donde sé. ¿Qué será?
Estuve así de intranquilo hasta que llegó la hora de la cena, bajé a las seis en punto, la hora en que él recibe su comida para saber eso tan importante que tiene para decir.
—La cena será servida, señores; esperamos que disfruten el menú de hoy.
El cocinero les da la orden a los ayudantes para que los platillos entren al comedor en el orden que deben ser consumidos.
—Por favor, que alguien nos traiga el mejor vino de las bodegas —ordena mi padre.
—De inmediato, señor Augusto.
Veía como cada plato era acomodado en frente de nosotros, se veía como la cena de una celebración importante, pero no sabía que era lo que se celebraba.
—¿Me perdí de algo importante? —pregunté al ver que empiezan a servir las dos copas del vino más antiguo y costoso de la mansión.
—No, claro que no.
Mi padre seguía dando vuelta a eso que quería decirme, lo que me llenaba de ansiedad.
—¿Podemos hablar? Tiene algo que decirme y quiero saber qué cosa es.
—Veo que no dejas de ser impaciente, Sebastián.
Tomé la copa de vino y le di un sorbo.
—Bien, no quiero alargar esta conversación. Así que intentaré ser breve.
Mi padre también toma su copa de vino y empieza a moverla con sutileza para oxigenar el líquido en su interior.
—He estado observando tu trabajo, tu comportamiento y el desarrollo de todas tus actividades muy de cerca. Creo que, por tu edad, deberías ir encaminándote hacia lo que serás un día, un importante empresario.
Volvimos al mismo tema —dije mentalmente.
—Además, creo que estás en tu mejor momento para afrontar otro tipo de responsabilidades necesarias.
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a tu vida sentimental, Sebastián.
—No, no quiero hablar de eso, papá. Se lo dije la última vez, no quiero un compromiso, no necesito en este momento de mi vida a una esposa. Soy demasiado joven para casarme, no veo la necesidad de apresurarme, aún tengo tiempo para disfrutar de mi vida, quizás de viajar y…
—¿Más viajes? Lo dice alguien que ha recorrido el mundo entero, que ha estado en los mejores festivales y carnavales del mundo, que ha tenido todo lo que ha querido, ¿de verdad necesitas más?
—Papá, ya lo hemos discutido, no…
—Me temo que esta vez algunas cosas cambiarán, Sebastián —dice en tono serio.
—¿Eh?
—He hablado con algunos viejos amigos, antiguos socios y colegas, tengo una lista de mujeres que deberías conocer; todas pertenecen a las mejores familias, cuentan con las cualidades necesarias para ser tu esposa y quiero que las conozcas a todas. Tendrás la libertad de conocerlas y quiero que te comprometas con la que sea de tu agrado.
—¿Qué dices?