29Al día siguiente, antes de que la doncella hubiera encendido la chimenea o que el sol lograra algún predominio sobre una gris y fría mañana de enero, Marianne, a medio vestir, se encontraba hincada frente al banquillo junto a una de las ventanas, intentando aprovechar la poca luz que podía robarle y escribiendo tan rápido como podía permitírselo un continuo flujo de lágrimas. Fue en esa posición que Elinor la vio al despertar, arrancada de su sueño por la agitación y sollozos de su hermana; y tras contemplarla durante algunos instantes con silenciosa ansiedad, le dijo con un tono de la mayor consideración y dulzura: -Marianne, ¿puedo preguntarte...? -No, Elinor -le respondió-, no preguntes nada; pronto sabrás todo. La especie de desesperada calma con que dijo esto no duró más que sus

