SILVER ME HUMILLA DELANTE DE TODOS
Alexa
Siento que la habitación gira a mi alrededor, como si yo fuera la estrella en implosión alrededor de la cual gira esta escena. Es tan obvio lo que está sucediendo, pero no quiero creerlo. El bar está tan silencioso que puedo escuchar mi corazón martillando en mis oídos, y tengo la garganta tan apretada que apenas puedo respirar, qué es exactamente lo que necesito hacer ahora mismo.
No puedo verlos, pero siento que todos los ojos del bar me pinchan la piel como cuchillos, y las luces brillantes de las cámaras que apuntan a mi rostro hacen que aparezcan manchas en mi visión. Entonces Silver aparece nadando con una sonrisa burlona y, aunque eso solo intensifica mi ansiedad, al menos tengo algo a lo que aferrarme.
Abre los brazos y da la bienvenida a la multitud que lo observa. —Vamos, nena. No es una buena combinación, pero eso ya lo sabes. Mírate, te estás desmoronando. Eres demasiado tímida para las cámaras.
Sí, porque me estás poniendo en ridículo en público. Otra vez. El pensamiento me quema la cabeza y empiezo a responder algo, pero Silver me interrumpe.
—No tienes la misma ambición que yo —dice, en voz más alta. Se acerca tanto a mí que puedo oler el alcohol en su aliento, luego se inclina hacia delante hasta que su rostro está a sólo unos centímetros del mío—. Y para mí es tan obvio lo que realmente está pasando aquí. Estás celosa porque paso tanto tiempo con mujeres infinitamente más atractivas que tú.
Me revuelve el estómago y me arden las mejillas. Siento que voy a vomitar, pero eso es lo último que quiero que pase ahora mismo. Me niego a darle a Silver la satisfacción de destrozarme delante de su público, tanto aquí en el bar como viéndolo desde casa.
—¿En serio vas a hacer esto ahora? ¿Delante de toda esta gente? —pregunto, con una voz mucho más firme de lo que siento.
Silver se encoge de hombros, como si yo fuera la persona más insignificante de su mundo en este momento. ¿Y, honestamente? Así es exactamente como me siento: pequeño, sin valor y fácilmente descartable.
—Has tardado mucho en llegar—, dice, lanzándome una mirada casi compasiva que me revuelve el estómago.
Él intenta tocarme, pero yo doy un paso atrás. Incluso la idea de que me toque me pone los pelos de punta. Prefiero saltar a un nido de insectos antes que dejar que me ponga las manos encima otra vez. Silver me ha avergonzado en público más veces de las que puedo contar, pero esta se lleva la palma.
—Mira, no eres tú —extiende las manos y ríe casi con aire de suficiencia—. Soy yo. Solo que... necesito a alguien más a mi nivel, ¿sabes? Tal vez sea porque eres canadiense o algo así, no lo sé, pero eres demasiado insulsa.
Me entran ganas de reírme desesperadamente porque todo esto es una locura. No puede estar pasando, ¿no? Es la última maniobra cruel que han preparado sus productores para el programa. Debe serlo, porque no hay forma de que sea real. Después de toda la mierda que he soportado de él, ¿me va a dejar? Es absurdo.
Me pongo rígida y tomo mi bebida. —¿Qué te parece esto insípido, imbécil?—
Antes de poder detenerme, le arrojo el contenido del vaso directamente a la cara.
El hielo rebota de sus mejillas al suelo y los restos de mi gin tonic le resbalan por la barbilla y le manchan la camisa. La mirada desconcertada que me lanza debería hacerme sentir como una superestrella, pero en cambio siento vergüenza, bochorno y dolor.
El bar estalla en gritos y las cámaras lo captan todo, pero me doy media vuelta y corro hacia la puerta más cercana antes de tener que escuchar una palabra más de Silver o de cualquiera de sus lacayos. Una parte de mí se arrepiente de haberle tirado la bebida porque sé que acabo de darle exactamente lo que quería (una historia triste para su pequeña vida preestablecida), pero otra parte de mí ya no está al punto de importarle.
Entro a toda prisa por una puerta sin señalizar en un callejón al lado del bar y aspiro el aire de la noche. Mis manos temblorosas me envuelven como si estuviera tratando de mantenerme literalmente en pie, para evitar que mis entrañas retorcidas se derramen por todo el suelo.
—Vamos, Alexa, respira —murmuro para mí misma—. Está bien. No dejes que te afecte. Es un imbécil. Un completo imbécil.
—Eso es decirlo a la ligera —dice una voz profunda, y doy un salto. Me doy la vuelta esperando enfrentarme a alguien del equipo de Silver, pero en cambio me encuentro con un hombre alto, de cabello oscuro y ojos verdes llamativos pero cálidos que me miran fijamente. Mueve la mandíbula mientras aprieta los dientes, y lo reconozco de inmediato.
—Tú —susurro, sin poder creer quién es. Alex Rey. Es el extremo derecho de los Aces. Lo he visto por ahí y hablé con él una vez después de un partido hace un tiempo. ¿Cuáles son las probabilidades de que se tope conmigo después de dos peleas separadas con Silver? Dado el historial disfuncional que teníamos Silver y yo, supongo que son bastante altas.
Sinceramente, me vendría bien la compañía, pero no quiero que nadie me vea así, mucho menos alguien con quien no debería estar hablando. ¿Y si las cámaras nos encuentran aquí? Es casi seguro que uno de los productores enfermos de Silver exigió que el equipo me siguiera. Mi única duda es en qué rincón se esconden porque lo último que quiero es darle a Silver aún más material que pueda reproducir en bucle para hacerme parecer el villano.
—Eso se vio mal. —Alex se acerca—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —le digo encogiéndome de hombros.
Se ríe y sacude la cabeza. —No lo creo ni por un segundo—.
Sigue acercándose y creo que va a intentar jalarme para abrazarme, pero en lugar de eso, apoya su espalda contra la pared a mi lado. Estamos lo suficientemente cerca ahora como para percibir el olor de su jabón, algo con matices de ámbar y especias. Debe haber llegado aquí recién salido de las duchas del vestuario. Es una lucha, pero alejo ese pensamiento de mi mente.
—Lo sé, soy un desastre —digo entre risa y llanto antes de levantar las manos para taparme la cara—. Dios, eso fue muy vergonzoso.
Eso ni siquiera comienza a describir la vergüenza que se filtra en mis entrañas.
Echo un vistazo a Alex a través de mis dedos y lo encuentro mirándome desde casi un pie de altura, con una expresión preocupada en su rostro.
—Está bien, todavía lo es —respiro, con las mejillas ardiendo.
—No te avergüences. Por si sirve de algo, he querido golpear a Silver más veces de las que puedo recordar en mi carrera, pero nunca tanto como esta noche. Hacer llorar a una mujer, especialmente delante de una sala llena de gente, es lo más bajo de lo más bajo. Tiene suerte de que mis hombres estuvieran allí para detenerme.
Me reconforta un poco saber que al menos a alguien de la sala le importó, porque a juzgar por el silencio total, no creo que a nadie le importara. Dejo caer las manos para echarle otro vistazo a Alex y lo encuentro con la misma sonrisa juguetona que he visto tantas veces en la televisión. No sé qué lo llevó a seguirme hasta allí, pero me alegro de que lo haya hecho porque hablar con él me distrae lo suficiente como para evitar caerme a pedazos.
—Eres Alex, ¿verdad?
Su sonrisa se ensancha y asiente. —Buena memoria—.
—¿Pero juicio terrible?—
Alex se ríe. —Sin comentarios. Pero sí, realmente tenemos que dejar de reunirnos así—.
Me eché a reír sin poder contenerme. A estas alturas, ya no sabía qué más hacer. Silver me convirtió en el hazmerreír de todo el mundo y me siento como una idiota por haber permitido que eso sucediera. Otra vez.
Quedarse parado en el callejón hablando con un m*****o de los Aces, el equipo rival más importante de Silver, no hace que la noche sea menos extraña, pero de alguna manera se siente bien. Especialmente sabiendo que si Silver alguna vez se entera, se pondrá furioso. Bien. El idiota se lo merece después de lo que me acaba de hacer pasar.
—Lo juro, nunca más me dejaré enamorar —digo de golpe y me arrepiento casi al instante, pero Alex inclina la cabeza en señal de acuerdo.
—No puedo culparte. Yo decidí más o menos lo mismo después de mi divorcio—.
Mis ojos se clavan en los suyos. —No sabía que alguna vez te habías casado. O divorciado. Lo siento. No tenemos por qué hablar de eso, solo estaba desahogándome.
—No hay nada de qué disculparse —me asegura Alex encogiéndose de hombros—. Yo era joven y estúpido. Ella y yo apenas nos conocíamos y avanzamos demasiado rápido. Pero es una larga historia en la que no vale la pena entrar.
Me muerdo el labio, dividida entre querer preguntar más o dejarlo así. En realidad no es asunto mío, pero hablar con él me ayuda a calmarme. Todavía estoy reuniendo el coraje para pedir más cuando levanta una botella llena de whisky de primera calidad que ni siquiera me había dado cuenta de que sostenía hasta ahora. La sacude frente a mí y el contenido ámbar gotea y se arremolina en su interior.
—En realidad, no tengo más ganas de estar aquí que tú en este momento. ¿Quieres irte? —pregunta, y yo levanto las cejas.
—¿De dónde sacaste eso?—
—Se lo compré al camarero cuando salía. ¿Qué me dices?—
Cada una de las voces que se oyen en mi cabeza me grita que diga que no. No me importa un carajo lo que Silver pueda pensar, pero sé que si tan solo uno de los Prowlers o, Dios no lo quiera, el equipo de cámaras de Silver, me ve salir con Alex y una botella de alcohol, lo convertirán en una historia lasciva que me perseguirá a mí (y a Alex) por el resto de nuestras vidas. Sería exactamente el tipo de carne roja a la que no podrían resistirse.
Pero, de nuevo, ¿por qué debería importarme? Silver acaba de dejarme delante de las cámaras, lo que significa que nuestra ruptura será transmitida por televisión nacional. Y, de todos modos, estoy harta de tener un papel en su telenovela, así que no es como si le debiera un ápice de respeto. O algo, en realidad.
Además, ¿qué mejor manera hay de demostrar que no soy la chica insulsa que él cree que soy que haciendo algo tan atrevido como esto? ¿Y quizás hasta un poco imprudente?
El corazón me late fuerte en el pecho y me muerdo el labio inferior. Una parte de mí quiere quemar este puente y no mirar atrás, pero hay otra parte, más dócil, que todavía está preocupada por lo que Silver diga o haga.
Esa es la constatación que me lleva al límite. Ya no me importa más Silver. Para siempre.
—¿Sabes qué? Me encantaría—, respondo finalmente.
Alex sonríe radiante y se le forma un hoyuelo en la mejilla. Me ofrece su mano libre y, antes de que tenga la oportunidad de dudar, lo sigo fuera del callejón hacia la fría noche de Los Ángeles.