—De hecho, lo hago—, dije con un profundo suspiro. —De hecho, puedes agradecerle a tu marido por esto—.
—Deja a mi esposa fuera de esto—, se burló.
Me reí entre dientes y entrecerré los ojos hacia Farrah. —¿Sabes por qué estoy aquí? O mejor dicho, ¿sabes por qué estoy buscando a tu hija?
Sus ojos llorosos se abrieron como platos. —Dijo que tu padre intentaría castigarlo por dejar esa vida atrás. Pero por favor, ella es inocente en todo esto—, suplicó.
Chasqueé y sacudí la cabeza. — Entonces él no te contó todo—, dije y miré a Sergio.
—No lo hagas—, dijo, cerrando los ojos entre Farrah y yo.
—Farrah, mi padre lo habría matado hace mucho tiempo por intentar irse, pero...—
—¡Por favor, no lo hagas!— exclamó, tirando de las bridas que lo ataban.
—¿Quieres callarte la maldita boca?— Espeté antes de devolverle la sonrisa a Farrah. —Como decía, tu cobarde marido cambió la vida de tu hija por la suya. Firmó un contrato de sangre con mi padre estableciendo que cuando su hija cumpliera 18 años, sería propiedad de Messina—.
—¿Qué?— dijo con incredulidad, mirando a su marido.
—Estaba condenada incluso antes de nacer. Y como su marido pensó que podría burlarnos escondiéndola, eso se considera un incumplimiento de contrato. Me volví hacia Sergio. —Y has trabajado con mi padre el tiempo suficiente para saber lo que sucede cuando te retractas de un contrato—.
—Entonces mátame y déjala en paz—, ladró.
Sonreí divertido mientras él me enseñaba los dientes. Era casi cómico cómo pensaba que era tan fácil como él dar su vida. Si ese fuera el caso, debería haber seguido adelante y haberlo hecho desde el principio en lugar de negociar con su hija.
—Sabes que no operamos así, Sergio. No ha pasado tanto tiempo que olvidaste cómo hacemos las cosas, ¿verdad?
—No te diré dónde está—.
Me reí. —Ya sé dónde está. Y una vez que termine aquí, iré a buscar mi propiedad. Y hombre, no puedo esperar para tenerla en mis manos—. Su rostro se puso rojo de ira. Si no estuviera atado a una silla, no dudaría que habría intentado matarme. —Tengo tantos planes para ella—.
—No le hagas daño—, gruñó, con saliva volando de su boca.
Sonreí. —Haré lo que quiera con mis juguetes—, le dije y le di una firme palmada en la mejilla.
—Por favor—, suplicó, su tono cambió de su gruñido anterior. —Ella es inocente en todo esto—.
—Aun así eso no cambia lo que le va a pasar—. Miré la foto de ella que había traído conmigo antes de sostenerla frente a él. —¿Cómo te hace sentir saber que tu hija va a ser mi pequeña zorra?—
Él sólo me miró fijamente, con una expresión dura en su rostro. Farrah se limitó a negar con la cabeza, mientras lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas.
—¿Cómo se siente saber que ella estará gritando pronto cuando la llene con mi polla, sabiendo que es tu culpa que esté en esa posición?—
Sacudió la cabeza. —Por favor—, susurró, una lágrima rodando por su mejilla.
—Ella va a estar tan confundida, tan asustada—, murmuré, poniéndome en cuclillas frente a él. —El miedo es una emoción interesante, ¿sabes?—
—Matteo, te lo ruego—.
—¿Sabías que la respuesta del cuerpo al miedo es encerrarse? Imagínate lo bien que se sentirá su coño apretando mi polla por miedo, todo porque pensaste que tu vida era más importante que la de ella—, concluí y me puse de pie.
—¡No puedo creerte, maldito bastardo!— Farrah le gritó. —¡Yo mismo te mataría si no estuviera atada a esta silla!—
—Oh, ¿lo harías?— Pregunté con una ceja levantada. —¿Estas segura de eso?—
—Estoy segura—, dijo entre dientes.
Crucé los brazos sobre el pecho y sonreí divertido. —Martin, déjala libre—, le dije.
Martin se acercó y cortó las bridas de sus muñecas y tobillos con una hoja de afeitar.
—No intentes nada estúpido, perra—, gruñó, sacándola de la silla.
—Aquí están sus opciones, señora Dupree. Si lo matas, te dejaré en libertad. No lo haces y los mataré a ambos de todos modos—, dije.
Sergio miró a su esposa con lágrimas en los ojos. —Mi amor, por favor. No quería que esto sucediera—, suplicó. —Yo arreglaré esto.—
—¿Cómo puedes arreglar esto, Sergio? La van a buscar hasta tenerla. ¡Tú le hiciste esto! gritó ella, abofeteándolo en la cara.
—Oh, esto se está poniendo bueno—, reflexioné. —Pero primero, necesito registrar tus últimas palabras a tu hija. Ya sabes, como póliza de seguro—.
Martin sacó una cámara y me la pasó. Al encenderlo, lo encendí y sonreí.
—Elena, hola. Aún no me conoces, pero pronto lo harás. Aunque, cuando veas esto, te tendré en mi poder. De todos modos, estoy aquí con tus adorables padres—. Giré la cámara hacia Farrah y Sergio. —Probablemente te estés preguntando qué está pasando, pero por suerte, te diré en qué tipo de situación te encuentras. Tu cobarde padre aquí básicamente cambió tu vida para poder seguir con vida después de dejar la organización de mi padre. Te envió a Carolina del Sur, pensando que nunca te encontraríamos, ¡pero sorpresa! Ahora papá tiene que pagar y parece que tu mamá va a hacer los honores—.
Saqué mi arma de mi cintura y se la tendí a Farrah. Ella me miró con los ojos muy abiertos antes de volver a mirar el arma, vacilante.
—¿Ya lo has pensado mejor?— Me burlé.
Sus manos temblaron cuando tomó el arma de mi mano, sosteniéndola torpemente en su mano. Sergio se retorció en su silla.
—Farrah, cariño, mírame—, suplicó. —No tienes que hacer esto. ¡Solo está tratando de ponernos unos contra otros!
Levanté las manos. —En realidad, no hice una mierda—, dije. —Yo sólo soy el mensajero. No soy yo quien hizo el contrato de sangre—.
—Me has mentido durante años, Sergio—, susurró, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas llenas. —Me dijiste la razón por la que tuvimos que despedirla porque estaba en peligro porque intentarían atacar a tus seres queridos desde que dejaste esa vida atrás—.
—Ella estaba en peligro…—
—¡Pero fue por tu propia culpa!— gritó ella, apuntándole con el arma.
—Oh, este es un buen metraje. Tanta emoción; ¡Cuánto drama! Lo estás haciendo increíble, Farrah. Al público le va a encantar esto—, dije, apuntándoles con la cámara mientras Martin se reía a mi lado.
—Era la única manera que tenía de salir entonces. Incluso si me hubieran matado, te habrían perseguido a ti también—, dijo Sergio.
—En realidad tiene razón en eso—, dije asintiendo.
Sergio me miró fijamente. —Cállate la puta boca. Estás empeorando esto—, espetó y miró a su esposa. —Bebé, escúchame. No hagas esto. No se puede ganar con los Messina. Cada camino que tomes con ellos te llevará a la muerte—.
—Entonces, ¿qué importa?— Ella susurró.
—Espera, antes de que aprietes el gatillo, todavía necesito sus últimas palabras—, interrumpí. —¿Algo que quieras decirle a tu hija, Sergio?—