Capítulo 7

1278 Palabras
—¿Cómo tuve tanta suerte?— Murmuré. Se unió a mí en el sofá, acomodándose entre mis piernas. —Yo me pregunto lo mismo—, respondió y devoró mi boca. Escalofríos recorrieron mi columna vertebral cuando sus cálidas manos se deslizaron debajo de mi camisa. Sus fuertes manos apretaron mis pechos a través de mi sujetador, un gruñido de lujuria retumbó en su garganta. —Llévame—, susurré entre besos. —Lo planeo, cara de muñeca—, respondió levantando mi camisa. Me senté y me quité la camisa. Apenas me había dado tiempo suficiente para quitarme el sostén antes de besar mis hombros y mi pecho. Mi coño palpitaba de necesidad mientras él chupaba mi pezón en mi boca y sus dedos acariciaban el otro. Un suave gemido salió de mis labios mientras pasaba mis dedos por su cabello castaño, observando cómo lamía mis picos hasta que ambos estuvieron duros. Bajó para desabotonar mis jeans, bajándolos por mis piernas mientras salpicaba mis muslos con besos. Justo cuando agarró la parte superior de mis bragas, mi teléfono sonó en la mesa de café. —Ignóralo—, suspiré, ansiosa por sentir su lengua sobre mí. Él sonrió en respuesta y bajó mis bragas por mis piernas, colocándolas entre mis muslos. — Mmm —, gimió mientras tomaba mi clítoris en su boca. Agarré su cabello con fuerza en mi mano, arqueando mi espalda mientras su lengua comenzaba un delicioso asalto en mi coño. —Sí, así de simple—, gemí. Mis piernas temblaron de placer cuando su lengua se movió más rápido contra mi clítoris , la presión de un orgasmo creció lentamente dentro de mí. El timbre de mi teléfono atravesó mi nebulosa nube de lujuria. —Podría ser Savannah—, murmuró Neitan entre mis piernas, aunque no dejó de hacer lo que estaba haciendo. —La llamaré por la mañana. Sigue adelante—, gemí, mis caderas moviéndose contra su boca con una necesidad desesperada. Tan pronto como el teléfono dejó de sonar, volvió a sonar. —¡Mierda!— exclamé sentándome. Neitan también se sentó. —Está bien. Tenemos toda la noche—, dijo y me besó. Suspiré mientras tomaba el teléfono, pero no era el nombre de Savannah lo que apareció en mi pantalla. —¿Puedes darme un minuto?— Le pregunté. Él asintió, se levantó y se dirigió a la cocina. Respondí el teléfono sabiendo ya quién era sin siquiera reconocer el número. Solo fue una persona la que me llamó desde diferentes números. —¿Sabes qué tan tarde es?— Pregunté en un áspero susurro. —Hola a ti también, Elena—, dijo mi padre. —Sé que es tarde, pero esto es importante—. Apreté los dientes, temblando cuando el aire acondicionado se encendió y el aire frío bañó mi cuerpo desnudo. —¿Qué pasa ahora?— —Las cosas se están calentando aquí y no estás segura donde estás. Necesitas encontrar otro lugar a donde ir—. él dijo. Alejé el teléfono de mi oreja con incredulidad, mi irritación anterior se transformó en ira. —¿Qué?— exclamé. —Necesitas encontrar otro lugar adonde ir. Ya es bastante malo que tu empresa pública te haya puesto en su radar y... —No, no voy a seguir haciendo esto contigo—, dije con los dientes apretados. —Elena— —No me llames así—, escupí. —Estoy harta de vivir con miedo y mirando por encima del hombro cuando no he hecho nada que lo justifique—. —No sabes a qué te enfrentas—, respondió con tono agudo. —¿Y de quién es la culpa? ¡No soy yo quien dejó a mi hija de 8 años en una estación de tren con un extraño sin ni siquiera una explicación de por qué tuve que irme mientras tú y mamá se quedaron en California! Suspiró profundamente. —No lo habrías entendido en ese entonces, mi amor—. —Ahora soy completamente capaz de entenderlo y todavía te niegas a decírmelo—, espeté. —Es más seguro para ti si no lo sabes—, dijo, que había sido la misma respuesta que me había dado durante años cada vez que le preguntaba al respecto. Me burlé y sacudí la cabeza. —¿Sabes que? He terminado con esto. Todo en mi vida finalmente está encajando en este momento. Mi negocio es un éxito, acabo de comprometerme…— —¿Comprometida? Sabes que no es seguro que lo hagas. ¡Estarás poniendo a otra persona en peligro! —No voy a dejar que dictes mi vida con tus delirios paranoicos de que alguien me persigue—, afirmé con firmeza. —He establecido una vida aquí y no la dejaré atrás sólo porque tú lo digas. Por favor, no me llames más—. Colgué y tiré el teléfono en el sofá a mi lado. Los sentimientos de antes volvieron a estar en primer plano. Algo en mis entrañas me dijo que las cosas que estaban sucediendo en mi vida en este momento eran demasiado buenas para ser verdad. Con todo sucediendo a mi favor, sabía que el otro zapato caería y mi padre encontraría alguna manera de arruinarlo todo con sus tonterías . —¿Todo bien?—preguntó Neitan. Lo miré y lo vi parado al otro lado de la mesa de café con un vaso de whisky en la mano y los jeans desabrochados. Por mucho que quería decirle que no estaba bien, no me atrevía a decirlo. ¿Lo pondría en peligro al casarme con él? ¿Alguien realmente me perseguía? Mi padre estaba convencido de que alguien vendría a por mí cuando cumplí 18 años, pero nunca lo hicieron. Sólo sabía de él cuando había un problema, pero ¿cómo diablos se suponía que iba a saber si esto era real o una falsa alarma? —¿Quién era el que hablaba por teléfono?— preguntó y tomó un trago de su bebida. Pasé mi mano por mi cabello y suspiré. —Mi papá.— —¿El tipo que prácticamente te abandonó cuando eras niña?— preguntó. Rodeó la mesa y se sentó a mi lado en el sofá. —¿Que queria el?— —Solo hasta sus habituales tonterías y delirios paranoicos—, dije sacudiendo la cabeza. —Aunque no quiero pensar en eso—. —No te preocupes por él. Cualquier cosa que diga que va a pasar, está equivocado. No ha pasado nada, ¿verdad? —Bien.— —Y sabes que te protegeré de cualquiera, ¿verdad?— Le di una pequeña sonrisa. —Por supuesto.— —Bien entonces. No te preocupes por lo que dice. Todo va a estar bien—, dijo y me besó. Le quité el vaso y tomé un sorbo, dejando que el alcohol me calentara. —Tienes razón. Pero basta de él. Tenemos asuntos pendientes que resolver—. ************ —Lamento que tuviéramos que reunirnos en estas circunstancias—, le dije a Sergio mientras él se sentaba frente a mí, atado a una silla. Me miró fijamente, la sangre corría por un lado de su cabeza mientras su esposa, Farrah, estaba sentada a su lado gimiendo. —Creo que sabes por qué estoy aquí—. —Nunca la conseguirás—, escupió Sergio. Gruñó cuando Martin le dio un puñetazo en la cara una vez más. -gritó Farrah-. —¡Por favor! No tienes que hacer esto—, suplicó, mientras las lágrimas corrían por su rostro.
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