—¡Ay, sí que eres aburrida! —comenzó a patalear como una niña de cinco años que no había conseguido el dulce que quería—. No tengo muchas amigas íntimas. Mi papá no me deja tener relaciones cercanas con nadie, y, además, tú te notas mucho más experimentada en la vida. Yo soy solo un cachorrito encerrado en una jaula dorada. Hasta ahora no he tenido novio, pero quisiera saber cómo es todo eso. Su confesión llevaba el peso de años de aislamiento social forzado, de preguntas sin responder y curiosidades naturales que habían sido reprimidas por la sobreprotección paterna. —No quiero hablar de eso —dijo Mely, sonrojándose aún más mientras evitaba el contacto visual directo. —¿Tú has tenido? Solo di sí o no —insistió Melanie, acercándose con una sonrisa traviesa para acorralarla contra el sof

