Capítulo 3. Vírgenes y Sucesores

3474 Palabras
Mientras tanto, en la mansión Kravchenko… Eran la 1:47 de la madrugada y la mansión Kravchenko se alzaba como una fortaleza gótica de mármol y cristal en Catskill, Nueva York. En la suite principal del segundo piso, Saleema Kravchenko yacía hundida entre almohadas n£gras de seda italiana, cada una costando más que el salario anual de un juez. Esta hermosa morena de belleza árabe excepcional, a sus cuarenta y seis años, conservaba aún la juventud por la cual Absalón Kravchenko se enamoró a primera vista cuando ella tenía veinte y él treinta y siete. Como matriarca y esposa del gran mafioso, esa noche de insomnio se encontraba acompañada por Rita, su asistente y confidente de tres décadas. La ansiedad la consumía desde el encarcelamiento de su "Primate", el apodo cariñoso que le tenía a su esposo desde hacía veinticinco años. —Señora Sally, tómese este té―comenzó a servir el té. ―Espero que me haga bien. Me he sentido terrible todo el día. Detesto cuando meten preso a mi “Primate plateado”. Se ha portado bien en los últimos dos años. Pero ese maldito alcalde nuevo es un imbécil doble cara. Hay que matarlo. ―Si. El líder ha estado tranquilo, ya no hace actos terroristas. ―¿Ves? Eso es porque quiere ser abuelo y por eso se ha tranquilizado. Rita de cincuenta y seis, lucía canas dispersas en su cabello recogido en moño perfecto, con sus manos experimentadas moviéndose con eficiencia de casi tres década trabajando para Saleema. Su uniforme n£gro impecable ocultaba las pistolas que siempre portaba. Conoció a Saleema cuando era una virgen de 18 años, convirtiéndose en su cuidadora. Tras el matrimonio con Absalón, su experiencia como ex agente de la CIA la llevó al área de torturas y manejo de soplones. ―Ya el líder, Absalón quiere un nietecito. ―sonrió―Tome, bébaselo todo. Le hará bien y quizá la hará dormir. No se preocupe, él solo estará unos tres días en la cárcel como siempre —dijo Rita, acercándole una taza de porcelana china que humeaba con el aroma relajante de manzanilla y valeriana. Saleema tomó la taza entre manos temblorosas, con la porcelana tibia contra sus palmas frías mientras el vapor se disolvía en el aire perfumado. —Lo sé. Pero no sé, esta vez me siento peor. Odio cuando no está conmigo—confesó con voz quebrada, con sus ojos brillando con lágrimas no derramadas. El miedo era una emoción que Saleema rara vez experimentaba. Había visto decapitaciones, había ordenado torturas, había sonreído mientras sus enemigos suplicaban por sus vidas. Pero la ausencia de Absalón la convertía en una mujer vulnerable, recordándole que debajo de toda esa dureza seguía siendo la joven de veinte años que se había enamorado perdidamente de un mafioso peligroso. —Ay, no llore señora Sally. Además, debería dormir, mire que pasó casi que todo el día vomitando —le dijo Rita con preocupación maternal, mientras le extendía una píldora pequeña y blanca junto con un vaso de agua cristalina. Saleema bebió un poco de su té, sintiendo como el líquido caliente bajaba por su garganta irritada por las náuseas constantes. Los mareos la golpearon como una ola, haciendo que cerrara sus grandes ojos de pestañas largas y naturales que habían sido la envidia de muchas mujeres. —Estos vómitos a lo mejor serán producto de la menopausia. ¿Tú crees? Aún no me ha venido el período —murmuró, llevándose una mano al estómago que se sentía revuelto y extrañamente sensible. —Pues a mí me dio a los cincuenta y sí, me sentí mareada al principio. A lo mejor se le adelantó o quizá está embarazada—comentó Rita con una sonrisa bromista, mientras ordenaba los frascos de medicina sobre la mesita de noche con movimientos automáticos. En ese momento las dos se miraron y se rieron, con sus carcajadas llenando la habitación como música en medio del silencio nocturno. —Jajajaja. ¿Embarazada yo? ¿Ay cómo?, si mi primate se hizo la vasectomía cuando nacieron los trillizos —dijo Saleema, secándose las lágrimas de risa con el dorso de la mano, pero su sonrisa se desvaneció cuando sus pensamientos volvieron a sus hijos—. Que por cierto, espero que le hayan dado su lección a los malditos Torretti. Espero que hayan sacado información y que Ezra le haya cortado por lo menos una mano. Mi precioso es experto en eso —sonrió con orgullo maternal que contrastaba grotescamente con el tema—. ¿Te acuerdas cuando le quitó las dos manos todo emocionado al subordinado espía? Sus ojos brillaron con el mismo orgullo que sentiría cualquier madre al recordar los logros académicos de su hijo, excepto que los "logros" de Ezra involucraban desmembramiento y tortura refinada. —Sí, ahí se vio que iba a ser todo un mafioso nuestro Ezra —asintió Rita, recordando al niño de doce años que había regresado a casa con las manos manchadas de sangre y una sonrisa radiante. —Y mi Hamsa seguro le habrá quebrado los huesos. Tan bello mi gordito —suspiró Saleema, pero su expresión se entristeció súbitamente—. Mañana viene mi Anny de Mónaco. La mención de su única hija trajo una mezcla de alegría y preocupación a su rostro. Anhelina era su princesa, la única mujer en una familia de depredadores, y Saleema la había enviado a estudiar a Mónaco precisamente para mantenerla alejada de la brutalidad diaria del negocio familiar. —Se pondrá muy triste cuando sepa que nuestro líder Absalón está en la cárcel por rutina —comentó Rita, alisando las sábanas con movimientos reconfortantes.―Pero vendrán de nuevo las peleas de ella y Zadok de toda la vida. ―Jajaja, ay si, esos dos no se soportan desde niños. Rita era esposa de los gemelos serbios Ivánovich, los guardias más leales de Absalón Kravchenko, dos montañas humanas que habían jurado proteger a la familia con sus vidas, con los cuales ella tenia una relación poco común y tuvo dos hijos con ellos. El mayor, Zadok, quien junto a Ezra y Hamsa comandaba a las tropas de la mafia como un triunvirato letal. —Ay sí, ese par. Sé que mi niña se pondrá un poco triste. Pero bueno, de todas maneras, yo iré temprano, a las diez y cuarenta para verlo. Tú sabes que a él le gusta el s£xo a esa hora —suspiró con una sonrisa pícara que transformó completamente su rostro—. Ya lo extraño y eso que han pasado pocas horas. Extraño sus eructos. La confesión era tan íntima y extraña que solo podía venir de una mujer verdaderamente enamorada. Después de décadas juntos, Saleema encontraba hasta los hábitos más vulgares de Absalón entrañables. Rita comenzó a acomodarle las almohadas a Saleema con la ternura de una madre, mullendo el relleno de plumas de ganso hasta crear el nido perfecto para su señora. —Duerma bien sabiendo que, dentro de dos días tendremos al líder de vuelta, “señorita Sally”,—dijo con la voz suave que reservaba para los momentos más íntimos. Saleema rió con genuina alegría, con sus ojos brillando como los de una adolescente enamorada. —Ay, me da mucha ternura cuando me sigues diciendo “Señorita Sally”, me siento como una jovencita. Por cierto —tomó su celular iPhone último modelo de la mesita de noche, con su pantalla iluminándose y revelando una foto de familia como fondo de pantalla—, mis hijos aún no me han llamado —suspiró con preocupación maternal—. Ah, estos hombres. Ellos saben que si hacen una tortura deben avisarme. Pero antes de poder marcar cualquier número, otra ola de náuseas la golpeó como un tsunami. Se tapó la boca con la mano libre, con sus mejillas palideciendo hasta volverse del color del marfil. Mientras tanto, los hermanos a esa misma hora… Después de que los hombres desaparecieron el cuerpo del torturado, Hamsa devoraba una pizza entera que había ordenado después del "trabajo" de la noche. Sus manos enormes sostenían cada rebanada como si fuera un aperitivo, mientras masticaba sin educación, con la satisfacción brutal de un hombre que acababa de enviar un mensaje con sangre. —Vamos a secuestrar a tres de los malditos de Liborio —gruñó con la boca llena de comida, grasa goteando por su barbilla. —No, hijo de puta. Podrían secuestrar a nuestra madre en represalia —respondió Ezra secamente. Ezra estaba sentado en el otro extremo del sótano, limpiando meticulosamente su cuchillo curvo con un paño de seda. Cada movimiento era un ritual, cada pasada de la tela una caricia que eliminaba toda huella de la sangre de Francesco Torretti. Sus gafas reflejaban la luz amarillenta de la lámpara mientras sus ojos café estudiaban el filo como un coleccionista admiraría una obra de arte letal. En eso llegó Zadok, a quien le decían "El Gato" porque raramente hablaba, nunca se reía, y poseía esa frialdad inquietante que solo Rita y su hermana adolescente lograban quebrar. —Ya está listo. No quedó ni un solo hueso y los Torretti recibieron nuestro regalo —informó con voz monótona, limpiándose residuos de limpiador de las manos. —Perfecto. Nos largamos entonces —dijo Ezra, guardando su cuchillo. De repente, los teléfonos de ambos hermanos vibraron simultáneamente sobre la mesa ensangrentada, con el tono especial reservado únicamente para su padre. Era un sonido grave, imperioso, que los hacía enderezarse automáticamente sin importar si estaban torturando, matando o durmiendo. —¡Es el viejo! MENSAJE DE ABSALÓN: "Mis mierdas, el chaman lakota y el Batushka Gavrel an coincidido en sus profecias: ya es ora de que elija un jefe pa mi primera esposa:“la organisasión” Mañana boy a ablar con ustedes cuando me saken de aki. Pero ya nesesito que uno de ustedes, par de malditos cabrones, sea mi susesor, ya me kiero retirar con su madre y follar asta k me de un infarto” El silencio que siguió fue tan denso que hasta las ratas del sótano parecieron detenerse. Hamsa dejó caer la rebanada de pizza sobre el plato con un golpe seco que resonó como un disparo en la habitación subterránea. Sus ojos azules se entornaron peligrosamente, procesando las palabras escritas con la típica ortografía deficiente de su padre. —¿Quiere elegir sucesor? —masculló Hamsa frunciendo el ceño. —¿Se quiere retirar el lider? —preguntó Zadok, sorprendido por primera vez en años. Otro mensaje de Absalón llegó casi inmediatamente: "Saben ke, mejor voy al puto grano. Anhelina tambien va a konkursar, asi ke ya saben. Kiero ke se busken una maldita virjen como esposa, el ke la konsiga primero y se case lo boi a konsiderar. Las virjenes dan buena suerte, asi ke muevan ese maldito culo desde ya si alguno de los dos kiere ser el jefe" Ezra dejó de respirar por un momento. Sus movimientos se detuvieron como si alguien hubiera cortado la electricidad de su sistema nervioso. Cuando finalmente habló, su voz era peligrosamente calmada. —Una virgen... —murmuró, saboreando cada sílaba como veneno. —¿Una puta virgen? —rugió Hamsa, estrellando el puño contra la mesa de metal—. ¿El viejo perdió la cabeza? ¿Dónde carajo conseguimos vírgenes en esta época? ¡Están extintas como los dinosaurios! Sin embargo, Ezra pensativo dijo: —Interesante desafío —lentamente, una sonrisa depredadora curvó sus labios—. Y sabes que me encantan los retos... especialmente cuando hay poder de por medio. Papá sabe que son dificiles las virgenes en esta época. —Pero tú estás amarrado a esa zorra de Nadine que no te deja respirar —se burló Hamsa. —La tenía —corrigió Ezra, guardando su cuchillo con movimientos deliberados—. Ahora voy a buscar carne fresca, porque yo merezco ser el jefe de esta organización. Hamsa se levantó de golpe, con su silla cayendo hacia atrás con estrépito. Sus casi dos metros de altura proyectaron una sombra amenazante sobre su hermano mayor. —Ni te atrevas, cuatro ojos —gruñó, acercándose—. Yo soy el teniente mayor de todas las cuadrillas. Los soldados me siguen a mí, no a un contador con complejo de psicópata. —¿Soldados? —Ezra se rio con desdén, poniéndose de pie lentamente—. Sin mi, el dinero, las empresas de estafa y mis ideas, esta organización se convierte en una pandilla de barrio. Yo muevo los millones que entran, hermano. Tú solo mueves músculos y zarcillos. —Y por mis músculos y mi reputación todos esos cabrones se cagan encima cuando escuchan mi nombre o el de mi padre —replicó Hamsa, acercándose hasta quedar frente a frente con Ezra—. Sin miedo y respeto, el dinero no vale una mierda. La tensión se podía cortar con navaja. Zadok observaba desde su rincón, calculando si debía intervenir o dejar que sus hermanos se mataran entre ellos. —Hermanos, no se maten por esto —intervino finalmente. —No, Gato —dijo Ezra con voz fría como el acero, sin apartar la mirada de los ojos azules de Hamsa—. Esta vez sí voy a pelear por lo que es mío por derecho. —Yo también, mariquita de mierda —respondió Hamsa, con sus manos formando puños del tamaño de mazos. Ezra soltó una carcajada cruel que rebotó en las paredes del sótano. —¿Tú? ¿El espanta mujeres profesional? Por favor. Hasta las prostitutas más desesperadas corren cuando te ven venir porque se espantan con tu cara de culo. ¿Cuál va a ser tu estrategia? ¿Secuestrar a alguna pobre chica para que vea tu patético piercing en el pene? El rostro de Hamsa se enrojeció y gruñó con rabia: —Mañana empiezo mi cacería. Ya veremos quién consigue esposa primero. —Te deseo suerte, King Kong —dijo Ezra con una sonrisa burlona—. La vas a necesitar. —Búrlate lo que quieras, maldito —gruñó Hamsa dirigiéndose hacia la salida del sótano, pero se detuvo en seco y volteó con ojos asesinos—. Conseguiré a mi esposa. En cambio tú, con toda tu ridícula inteligencia, sigues siendo el mismo nerd patético que se masturba escuchando ópera. Hamsa comenzó a remendarlo con voz afeminada: —"Ay, qué hermosa la sinfonía número nueve" —se burló, gesticulando exageradamente—. "Déjame limpiar mi cuchillito mientras escucho música clásica". Pareces más una secretaria que un mafioso, cabrón. Ezra ajustó sus gafas lentamente, con su sonrisa nunca flaqueando, pero sus ojos se endurecieron como diamantes. —Ya veremos, bestia primitiva —dijo con voz peligrosamente calmada—. Ya veremos quién termina sentado en el trono de Absalón. Porque dudo mucho que Anhelina y tu representen una verdadera competencia para alguien con mi... refinamiento. Hamsa soltó una carcajada ronca que rebotó en las paredes de concreto. —¿Anhelina? Esa zorra está más loca que una cabra. No durará ni una semana cuando los Torretti vengan por venganza. Y tú... —se acercó amenazante— tú vas a llorar como niñita cuando veas que soy yo quien se sienta en esa silla. Consiguete un pañal porque te vas a cagar. —Jajaja. Ay maldito gorila —respondió Ezra con desdén, sacando nuevamente su cuchillo para limpiarlo—. Sigue soñando mientras yo planeo cómo conseguir lo que necesito. Porque a diferencia de ti, yo no dejo nada al azar. Conseguiré a una mujer en un dos por tres. Ya verás. —No necesito planear una mierda —rugió Hamsa, golpeando la pared con el puño y dejando una marca en el concreto—. Cuando quiero algo, lo tomo. Y el liderazgo de esta familia va a ser mío, te guste o no, cuatro ojos de mierda. Los dos hermanos se quedaron mirándose con rivalidad feroz, el aire cargado de una competitividad que había traspasado todos los límites. El sótano donde habían crecido como hermanos ahora era testigo del nacimiento de una competencia que cambiaría para siempre la dinámica de todo lo que Absalón había construido. —Que gane el mejor —susurró Ezra. —Ya ganó —gruñó Hamsa, saliendo finalmente del sótano con pasos que hacían temblar el suelo. Zadok observó a los hermanos y se dijo mentalmente: «Esto sí que será interesante» Al día siguiente... En una pequeña panadería del Lower East Side, el ambiente estaba cargado del aroma a pan recién horneado y la tensión típica de un negocio que luchaba por sobrevivir. Detrás del mostrador, un hombre corpulento con delantal manchado le entregaba una caja rosa a una joven de aproximadamente 20 años. —Toma, nueva —gruñó sin mirarla a los ojos—. Esto lo vas a entregar en este distrito de ricos, a este apartamento específicamente. Le arrojó un papel arrugado con una dirección garabateada. La joven, pequeña de estatura con cabello rubio evidentemente mal teñido, apretó la mandíbula mientras tomaba la caja. Sus pensamientos se agolparon con frustración: «Ah, estos malditos de Nueva York... pero bueno, todo sea para que no me encuentren los de inteligencia»― suspiró internamente, ajustando la caja bajo su brazo. Se montó en la bicicleta que le proporcionó la tienda y se dirigió hacia el distrito próspero de la ciudad, con sus piernas pedaleando con fastidio. «A las tres tengo otro empleo... ese me ayudará a pagar la renta de ese cuchitril»― pensó mientras esquivaba el tráfico matutino. Mientras tanto, en Brooklyn Heights... En un elegante penthouse con vista al East River, una sirvienta de mediana edad sostenía un vestido color lavanda frente a una hermosa joven pelirroja. —Señorita Melanie, ¿usará este vestido para sus clases de piano? —preguntó Dorotea con deferencia. —Mmm, no, el rosa es mejor. Es más alegre —respondió Melanie Harrison. Era la hija adoptiva del alcalde, una joven radiante de 20 años con piel de porcelana y una sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Estudiaba piano en sus ratos libres cuando estaba de vacaciones de la universidad. —Está bien, aquí tiene —dijo Dorotea, intercambiando los vestidos—. Señorita, iré a comprar más fruta. Pedí unos pasteles para usted y la profesora, ¿puede recibir la orden? No me tardaré, se lo prometo. Melanie con una sonrisa alegre le dijo: —Claro que sí, Dorotea. Ve tranquila, yo me encargo. Una vez sola, Melanie se acomodó en el sofá de terciopelo y hojeó distraídamente una revista de sociedad. De repente, sus ojos se iluminaron al encontrar una fotografía en la sección de negocios: Ezra Kravchenko en una gala benéfica, impecablemente vestido de smoking, su sonrisa enigmática dirigida directamente a la cámara. —Oh, qué hermoso mi Ezra —susurró, acariciando la página—. Cómo me encantaría estar cerca de ti, tan solo un segundo. Era su secreto más guardado: estaba obsesionada con Ezra Kravchenko, uno de los hombres con peor reputación en la ciudad por ser hijo de Absalón Kravchenko, el mafioso que hacía temblar hasta a los políticos más poderosos. Mientras tanto, en la calle... —Ah, día de mala suerte. Ahora empezó a llover —murmuró la joven repartidora, protegiendo desesperadamente la caja de pasteles con su chaqueta raída para que el pedido no se arruinara en su primer día de trabajo. Llegó empapada al elegante edificio y se dirigió a recepción, dejando un pequeño charco en el mármol pulido. —Pedido para el apartamento 303, M. Harrison —anunció, tratando de sonar profesional a pesar de su apariencia desaliñada. —Le avisaré a la señorita si ella efectivamente pidió algo —respondió el conserje con tono despectivo. Momentos después, el timbre del penthouse sonó y el guardia de seguridad informó sobre la entrega. Melanie autorizó el acceso inmediatamente. Mientras subía en el ascensor, la repartidora observó los acabados lujosos con cierto desdén. —Mmm, tanto que se dice de Nueva York y... no es tan lujoso que digamos —murmuró—. En Austria todo era más elegante. Tocó el timbre del apartamento y Melanie abrió la puerta, radiante con su vestido rosa. —¡Hola! Buenos días —sonrió cálidamente. —Hola, aquí tienes tu pedido —respondió la joven con desgano, extendiendo la caja mojada. Melanie la observó detenidamente y su expresión cambió a una de genuina preocupación. —Oye, estás completamente mojada. Déjame prestarte algo seco. —No, yo me voy, no te preocu... Sin embargo, en ese preciso instante, ambas jóvenes se quedaron mirando fijamente la una a la otra. El tiempo se detuvo cuando se dieron cuenta del parecido extraordinario que compartían: la misma estructura facial, los mismos ojos verdes, incluso la misma pequeña marca de nacimiento en la mejilla izquierda. Era como mirarse en un espejo distorsionado por las circunstancias de la vida. CONTINUARÁ...
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