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El Regreso de la Heredera.

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Descripción

Esmeralda pensaba que su vida con Héctor era sólida y feliz. Lo amaba con una entrega profunda, y había renunciado a muchas cosas —incluso a su lugar como heredera de una de las familias más influyentes del país— por estar a su lado. Pero todo cambia cuando, entre silencios y actitudes evasivas, descubre que Melisa, la exnovia de Héctor, ha regresado. Y no solo ha vuelto… ha regresado para recuperarlo.

Entre mensajes secretos, encuentros sospechosos y un juego de verdades a medias, Esmeralda se enfrenta a la traición más cruel: la de un amor que nunca fue completamente suyo. Héctor se encuentra dividido entre dos mundos, entre la mujer que lo dejó y la que nunca lo abandonó, sin entender que hay decisiones que no pueden esperar.

Cansada de mendigar migajas de cariño y con el corazón hecho pedazos, Esmeralda decide regresar a su origen. Vuelve a su apellido, a su legado, a la seguridad de un futuro junto a Eduardo Montiel, el hombre con quien alguna vez estuvo prometida. Un hombre que la espera con firmeza, dispuesto a ofrecerle lo que Héctor jamás pudo: certeza.

"El regreso de la heredera" es una historia de amor, orgullo y renacimiento. Una novela donde el pasado golpea fuerte, pero el presente tiene el poder de redimir. Y donde, a veces, la única forma de ganar es saber cuándo marcharse para siempre.

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Capítulo 1 No soy a quien ama.
Hoy se cumplen dos años desde que Héctor y yo empezamos a salir. Aún recuerdo la primera vez que lo vi y la rapidez con la que mi corazón latía en mi pecho. Desde ese momento supe que él era la persona perfecta para mí y que sería con quien pasaría el resto de mi vida. En este momento estoy en una vinera comprando una de sus botellas de vino favoritas. Quiero que hoy sea una noche especial para los dos, así que preparé una linda cena romántica bajo la luz de la luna, en la azotea de nuestra casa. Elegí una botella de vino Chardonnay; este es el vino perfecto para el encuentro que tendremos esta noche. —Todo en la casa está listo, solo necesito llegar y terminar de acomodar todo —me digo emocionada mientras coloco la bolsa en el asiento del pasajero de mi coche. Mi teléfono suena, anunciando la llegada de un mensaje, así que lo tomo y desbloqueo la pantalla. En una ventana emergente veo que el mensaje es de Héctor, y lo abro: “Estoy en el club con los chicos”, leo. ¿Acaso me está invitando al club?, me pregunto mientras enciendo el coche. Sin pensarlo dos veces, me dirijo al club. Quizás él haya organizado alguna sorpresa por nuestro aniversario, pienso mientras conduzco. Recuerdo que, cuando quiere que lo acompañe, me avisa dónde se encuentra para que yo vaya. No tardé mucho en llegar; en realidad, el club no está muy lejos de donde me encontraba. Voy subiendo las escaleras al segundo nivel, donde ellos siempre se reúnen en una sala VIP que acostumbran a apartar. Mateo, uno de sus amigos, es el dueño del club, así que ese salón siempre está disponible para ellos. Estoy cerca de la puerta, y mientras me acerco a donde se encuentran, escucho voces a lo lejos. La puerta está ligeramente abierta y el volumen de la música es muy bajo, lo que permite escuchar claramente lo que están hablando ahí dentro. —Héctor, Melisa... Melis me escribió. Según tengo entendido, ella regresa mañana y quiere volver contigo —escucho a alguien hablar, y yo me quedo paralizada en la puerta. —Sí, hablé con ella ayer. —¿Qué piensas hacer entonces? —escucho a otro preguntarle. —¿Qué pienso hacer con qué? —responde Héctor. —Me refiero a si vas a regresar con Melisa o te quedarás con Esmeralda. —No he pensado en eso aún —lo escucho contestar en un tono indiferente, lo que me hace sentir una punzada en el corazón. —Pero ella es tu pareja actual. —Sí, lo es, pero… —¿Pero qué? ¿Acaso vas a estar con las dos? —le preguntan, y yo solo atino a llevarme la mano a la boca, reprimiendo un grito ahogado, lleno de dolor y desesperación. —No creo que se quede con las dos. Ya la original llegó, no tiene por qué seguir con la copia —escucho a uno decir, y en ese momento siento como si un balde de agua fría cayera sobre mí. ¿Acaso simplemente soy un consuelo para él? ¿Una sustituta? —Dejen de decir tonterías. Héctor, tú no puedes dejar a Esmeralda, así como así. Melisa se fue y te dejó. La única persona que ha estado contigo todo este tiempo es Esmeralda —escucho a alguien decir. Su voz se me hace conocida, y me asomo un poco por la abertura. Logro ver que es Mateo. —Esmeralda es importante para mí. Incluso siento que no puedo dejarla. Ella no me da problemas y es obediente, pero lo mío con Melisa es algo profundo y no puedo dejarlo pasar, así como así. Al escucharlo supe que no soy tan importante en su corazón como lo es Melisa. Me doy media vuelta y salgo de ese lugar lo más pronto posible. Ya no deseaba seguir escuchando su conversación. Para mí es más que evidente quién es la mujer que Héctor ama, y esa no soy yo. Fui directo a mi auto, subí en él y me alejé lo más rápido posible de ese lugar. Conduje por un buen rato hasta que llegué a un parque que suelo visitar cuando necesito pensar y aclarar mi mente. Salí del auto y me di cuenta de que el lugar está casi vacío, lo que me hizo sentir más relajada. Dejé que las lágrimas salieran. Caminé por los alrededores mientras lloraba, y la fría brisa de la noche me golpeaba la cara. La primera vez que vi a Héctor quedé flechada por él. Recuerdo que fue una semana después de haber llegado a la ciudad. Se suponía que viviría sola y que tendría una vida normal, alejada de mi familia, quienes han controlado cada paso que he dado desde que nací. La brisa se tornaba cada vez más fría, y yo seguía caminando sin rumbo fijo dentro del parque, con la mirada perdida entre los árboles, las bancas vacías y las luces tenues de los faroles. Mis pasos crujían sobre la grava del sendero, y el sonido parecía acompañar el ritmo de mis pensamientos rotos. Me senté en una banca cercana al lago artificial. Observé el reflejo distorsionado de la luna en el agua y recordé todas esas noches en las que Héctor y yo hablábamos de nuestro futuro, de los hijos que queríamos tener, de los viajes que soñábamos hacer. ¿Todo eso fue una mentira? ¿Una fantasía solo mía? Saqué el celular de mi bolso y abrí nuestra conversación. Ahí estaban todos nuestros mensajes, nuestras risas, nuestros “te amo” escritos en madrugadas de insomnio y ternura. Dudé un instante, con el dedo temblando sobre la pantalla, y luego apagué el teléfono. No podía seguir hiriéndome sola. Me abracé a mí misma y me dejé llevar por el llanto una vez más. No era solo dolor, era desilusión, traición, pérdida. Había entregado todo de mí a alguien que, en lo más profundo, no me había elegido. Era su segunda opción. Su “mientras tanto”. Recordé la forma en la que me miraba al principio, cuando sus ojos se iluminaban al verme llegar. Recordé cómo me tomaba la mano en público, sin miedo, con orgullo. Me sentí especial, única. Pero ahora me doy cuenta de que, quizá, solo estaba llenando un espacio vacío que Melisa había dejado. Después de un largo rato en silencio, sentí que el llanto comenzaba a agotarse. No porque el dolor hubiera desaparecido, sino porque ya no quedaban más lágrimas. Respiré profundamente. Sabía que tenía que tomar una decisión. No podía seguir siendo la mujer que espera a que la elijan. Me puse de pie con lentitud, limpiándome las lágrimas con la manga de mi suéter. Caminé de regreso al coche, esta vez con pasos más firmes, aunque el corazón aún sangrara. Subí y me quedé unos minutos frente al volante, observando el vino en el asiento del pasajero. Esa botella que había comprado con tanta ilusión ahora parecía una burla cruel. Pensé en irme a casa, pero algo dentro de mí se resistía. No quería volver a ese espacio lleno de recuerdos felices que ahora dolían. Decidí conducir sin rumbo, dejar que la ciudad de madrugada me arrope con su silencio, y tal vez encontrar algún lugar donde pudiera empezar a recomponerme. Mientras conducía, una idea me golpeó con fuerza: esta no era la historia que quería contar de mi vida. No quería ser la mujer que amó en vano. Quería ser la mujer que supo cuándo irse. Que supo valorarse. Detuve mi auto a la orilla del camino. El cielo estaba cubierto de nubes grises, y el viento soplaba con una suavidad inquietante, como si presintiera el peso de mi decisión. Apagué el motor, tomé el teléfono con manos temblorosas y marqué el número de mi hermano. El tono sonó tres veces antes de que respondiera. —¿Esmeralda? —contestó, claramente sorprendido. No hablábamos desde hacía casi un año, y la última vez que lo hicimos fue para discutir. Las palabras hirientes aún flotaban en mi memoria. —Hola, Raúl —le dije, esforzándome por que mi voz sonara serena, aunque era evidente que había llorado. —¿Sucede algo? —No, no pasa nada —mentí, tragándome el nudo en la garganta. —¿Estás segura? Hace mucho que no hablamos... Pensé que ya no querías volver a saber de mí. —Sé que la última vez fui grosera e irracional... Lo lamento. Pero he estado reflexionando y... he decidido regresar —le confesé con miedo, temiendo que me rechazara o que su tono se volviera frío. —¿De verdad vas a volver? —Sí, así es. —Eso es maravilloso. ¿Cuándo piensas hacerlo? —Primero necesito resolver algunas cosas pendientes. Pero pronto estaré de vuelta. —Está bien. Si necesitas algo, solo dímelo, ¿sí? —Gracias... Me gustaría saber si todavía sigue en pie el compromiso con el clan Montiel. Hubo un breve silencio antes de que respondiera. —Sí, aún están interesados. Pero, Esmeralda, si no quieres hacerlo, no estás obligada a casarte con Eduardo Montiel. —En realidad, he decidido aceptar la propuesta de matrimonio —dije con voz baja pero firme. —Has tomado la mejor decisión, Esmeralda —respondió con tono satisfecho. Yo solo suspiré. —Voy a colgar. Mañana te llamo. Que tengas buenas noches. —Buenas noches tú también —contestó antes de cortar la llamada. Guardé el teléfono, encendí el auto de nuevo y me incorporé al camino. El asfalto húmedo reflejaba las luces tenues del atardecer. Ya había tomado una decisión, una de esas que marcan el rumbo de la vida. No pensaba dar marcha atrás.

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