La nueva casa y la desaparición misteriosa de Priscila Collins
Lo primero que ocurrió fue que mis padres querían comprar una casa más grande. Estaban en la entrada de la casa que acababan de comprar, hablando con una mujer llamada Martha Knight, mientras yo estaba sentado en el coche. Mi padre medía más de un metro ochenta, y la señora Knight, con sus altos tacones, se enfrentaba a él como si fuera una modelo. Llevaba el pelo n***o azabache recogido en brillantes rizos y sus puntiagudos huesos de la cadera asomaban bajo la ajustada falda. Fingí leer algo en mi iPad mientras me asomaba a la ventana abierta para escuchar a escondidas.
−La siguiente casa es un clásico; fue construida en 1908− dijo la señora Knight, que era agente inmobiliaria y estaba desesperada por vendernos una casa, pero mis padres pensaron que la casa que nos mostró era la peor.
Mi madre anotó en su portapapeles que debía alejar su ondulado pelo castaño de su bonita cara. Lo llamó "Pico de la viuda", que me parece un nombre bastante asqueroso porque significa que la línea del cabello le llega a la mitad de la frente. Mi madre tiene los pómulos altos y la barbilla fina, lo que hace que su cara me recuerde a un corazón. Ahora mismo, ese corazón me frunce el ceño. Ella comentó: −Esa casa es vieja−.
−Eso es lo que me gusta−, dijo mi padre. −Se ha envejecido con amor−. −No me importa si es una casa de segunda mano. Vamos a remodelarlo−, sugirió, mirando a mi madre con los brazos abiertos.
−Tiene seis habitaciones, cinco baños, un salón de baile, una biblioteca y mucho más−. Exclamó la señora Knight.
El ceño de mi madre aún se arruga. − ¿No es demasiado pedir seis habitaciones cuando sólo somos nosotros dos y Morris? −preguntó, mirando al agente inmobiliario.
Mi padre se puso las gafas debajo de la nariz y pensó en ello. −Es grande−. Me gusta lo grande. Además, está muy cerca del distrito escolar que nuestra casa actual, por lo que Morris puede asistir con sus viejos amigos. ¡Sí! pensé, cogiendo mi iPad y esperando la respuesta de mi madre. Era como si mi padre me hubiera leído la mente, como si supiera que yo quería llegar al nuevo instituto lo antes posible para reunirme con mis amigos, y que Luisa Colmenares era la chica más inteligente, más guapa y más popular que acababa de empezar el octavo curso.
−Eso es muy importante para los niños de su edad−, dijo la agente de bienes raíces.
Seguro que sí. Srta. Knight, algo en lo que coincidimos. Miré por la ventana y me di cuenta de que tenía una mirada extraña. Como si no nos estuviera contando toda la historia. Después del peligroso verano que había pasado lejos de Venezuela, mi radar estaba al acecho de los mentirosos.
Mi madre me frunció el ceño. −Pero este lugar es tan viejo que se debe estar cayendo a pedazos−.
−No se está desmoronando−, dijo Knight.
−Samantha.1908− Mi padre hizo rodar la fecha en su lengua con fruición. Intentémoslo, cariño. −Seguro que tendrá algo bueno−.
Las mejillas de la Sra. Martha se pusieron rojas. Curvó sus brillantes labios granates y dejó escapar un lento suspiro. Luego arañó el pavimento con la punta de su zapato de tacón. −Hay mucha historia en esta casa, ¿no? −
Seguro que sí, pensé, abriendo mi aplicación de notas y anotando ideas en mi iPad: La Sra. Martha está teniendo problemas con la casa. Posando. No quiere mirar a los ojos.
La miré brevemente y añadí otra nota:
¿Next House?
Mi madre miró a mi padre y sonrió, como si no hubiera notado la extraña reacción de la señora Knight. Era profesora de Historia Americana en la UCV, y le encantaban las cosas históricas. A mi padre le gustaban las cosas clásicas, las cosas antiguas, simplemente las cosas viejas. Era químico e inventor, pero con su pelo corto y castaño claro y sus gafas de montura metálica, mi padre parecía un profesor universitario.
Nadie sospecharía nunca que el laboratorio en el que trabajaba parecía el de un científico loco, ni que casi se voló las cejas en primer curso. Todavía puedo ver la cicatriz rosa en su frente de cuando una de sus creaciones explotó. Si no hubiera llevado sus gafas, podría haberse quedado ciego. Cuando mi madre quiere que le permita hacer algo que considera peligroso, saca a colación el accidente de mi padre y me pregunta si seguiría a alguien que se arriesga o si me lo pensaría mejor antes de hacer algo.
Normalmente acabo asumiendo el riesgo.
Mientras terminaba mis notas de detective, miré por la ventana, intentando llamar la atención de mi madre. Cuanto antes entraran en el coche, antes podría acabar con esto, pensé. En primer lugar, no quería mudarme.
La casa en la que crecí está en Santa Mónica. He investigado cada centímetro de la zona y me conozco el bosque de memoria. Mi mejor amiga, Alexa, vive a la vuelta de la esquina. Somos los mejores amigos desde que ella estaba en segundo año, cuando se mudó aquí desde Estados Unidos. Todavía tiene un poco de acento sureño. Se refiere al cemento como "SEA-ment". Y cuando dice "¿Mar?", los ojos verdes de Alexa parecen sorprendidos. Entonces sus mejillas pecosas se arman y se ríe de sí misma.
Nunca he tenido una amiga tan buena como Alexa. Su entusiasmo siempre hace que todo sea divertido y me hace reír. Este verano, pasé ocho semanas en casa de mi prima en Malibú mientras mis padres estaban de gira por Europa. Fue entonces cuando me di cuenta del significado de la verdadera amistad. Cuando fui a la escuela de verano, conocí a una chica llamada Kate en la clase de arte que decía ser una bruja. Me dio un cuaderno al revés y se le ocurrió un proyecto artístico genial que podíamos hacer juntos. Después de lanzar un peligroso hechizo con Kate en un jardín abandonado y de conocerla mejor, me di cuenta de que le gustaba engañar a todo el mundo para su propio beneficio. Mientras que Alexa es una muy buena amiga.
Cuando mis padres volvieron de Europa, tenían grandes noticias. Mi padre había vendido finalmente la fórmula del jarabe para la tos sin alcohol que había inventado, y mientras estaba en París recibió una enorme suma de dinero de una importante empresa farmacéutica. De repente, compramos una casa mucho más grande y mi madre quería salir de la casa pequeña. No me importaba que de repente tuviéramos más dinero que antes. Lo único que me importaba era que mi familia se mudara. Si mis padres compraran una casa demasiado lejos, Alexa y yo no podríamos asistir al mismo instituto. Algo que siempre habíamos deseado hacer.
Mi madre se sentó en el asiento trasero junto a mí y yo cerré tranquilamente la tapa de mi iPad. La Sra. Knight me miró y me dedicó una gran sonrisa. − No puedo esperar a ver tu próxima casa−, sonó como si estuviera haciendo una actuación. −Estoy deseando ver cómo le gusta−, le dijo a mi padre. Él era demasiado alto para sentarse atrás, así que se sentó junto a mi madre en el asiento delantero. Condujimos unas cuantas manzanas y, mientras esperábamos a que el semáforo se pusiera en verde para entrar en la autopista, miré el océano.
El agua blanca que fluía hacia la playa de arena era un desastre, como si cada remolino no pudiera decidir qué camino tomar. El mar azul oscuro cerca del horizonte parecía tranquilo, pero había un movimiento brillante y amenazante entre las aguas profundas y la orilla. Me puso nervioso. Era como si algo se elevara y viniera hacia nosotros. Algo peligroso que no se puede detener. Una ola tras otra avanzaba, acercándose lentamente a nosotros en la distancia, creciendo más alto, ganando fuerza, avanzando constantemente.
He vivido a pocos minutos del muelle desde que nací, así que conozco las montañas y los parques como si conociera el patio de mi casa. Cuando miré por la ventana, pude oler las palomitas con mantequilla y los perritos calientes de la esquina, y me imaginé conduciendo por la costa con las ventanas cerradas. Mi coche favorito era el rosa. No me importaban los laterales oxidados ni los asientos de cuero agrietados. Subir por la montaña hacia el cielo y contemplar el océano resplandeciente me hizo sentir que estaba en la cima del mundo.
−No vamos a viajar muy lejos de aquí, ¿verdad? − Se lo pedí a mi madre por décima vez−. Me moriré si no voy al mar con Alexa−, podría pensar en Luisa, pero no. Luisa era la presidente del consejo estudiantil, con notas cercanas a la estudiante sobresaliente y grandes ojos avellana y con hoyuelos. Estuve enamorado de ella durante dos años, aunque sólo se lo confesé a Alexa y a mi diario. Entonces, en el verano, ocurrió algo sorprendente. Mientras Alexa estaba fuera, me dijo que había visto a Luisa en una fiesta que me había perdido. Lo dijo como si estuviera revelando un delicioso secreto.
Y luego lo hizo.
−Ella preguntó dónde estabas−.
− ¿Lo hizo? De ninguna manera. − Me acurruqué en el cojín, ansioso por escuchar más.
−Jurar. Le dije que fuiste a la escuela de verano fuera de Venezuela y ella pensó que era genial−.
− ¿Realmente dijo eso? ¿Dijo 'eso es genial' o 'eso es realmente genial'? −
Alexa se rió. −Estoy bastante segura de que dijo, “a otro país, Guau. Eso es genial” −
−Impresionante−, dije, abrazando mi almohada y sonriendo.
¿Por qué Luisa preguntó dónde estaba? ¿Tenía curiosidad por saber por qué no estaba con Alexa como de costumbre? O tal vez le preocupaba que me estuviera divirtiendo con otra chica. Preguntándome si había conocido a una linda surfista en mi escuela de verano y me había olvidado por completo de ella. Deseé que se preocupara por mí. Entonces recobré el sentido. Como si pudiera poner celosa a Luisa, ¿verdad? Ella no preguntaría por mí. Eso tenía que significar algo.
Si no pudiera ir al instituto con Luisa, Alexa y el resto de mis amigos, estaría completamente roto. Por no hablar del impacto en mí mejor amiga. Tiene un enorme y embarazoso secreto. Y estoy tratando de ayudarla a mantenerlo. Mi madre me ha cogido la mano y la ha sostenido. −Vamos a ver qué casa es la mejor para nosotros, cariño. Puede ser en una zona diferente. Si es así, te ajustas y volvemos a visitar Santa Mónica−. Mi estómago se apretó ante esto.
Varias nubes negruzcas se acercaban a nosotros por encima de las montañas. Se reflejaban en la parte azul-verde del agua, como la mina de un lápiz. Entonces se levantó el viento y las copas de los árboles de las colinas comenzaron a bailar. Mi padre miró al cielo y dijo: −Está empezando a llover−.
La señora Knight me miró por el retrovisor con un ojo morado y asintió: −Parece que vamos a tener unas tormentas inusualmente fuertes este verano−. −Con suerte, podremos llegar a la cima de la colina antes de que la tormenta caiga−, miró a mi padre. −Es una de las últimas casas en su rango de precios en la zona, y es una ganga teniendo en cuenta las grandes vistas y los metros cuadrados−.
No me importaba el tamaño de mi próxima casa, simplemente no quería estar demasiado lejos de Alexa. Nuestra casa se vendió y tuvimos que buscar un nuevo hogar de inmediato. Estuvimos todo el sábado y el domingo pasado mirando casas y me harté.
− ¿Qué más puedes contarme sobre esta casa? −, preguntó mi madre.
−Bueno, era propiedad de una mujer llamada Priscila Collins−, Knight dijo el nombre como si fuera un jugoso secreto.
− ¿Dónde he leído ese nombre antes? −, preguntó su padre.
−Estoy segura de que vio historias sobre ella en los tabloides de chisme−.
Mi mamá soltó un pequeño bufido y sonrió. −No leemos revistas de chismes−.
Martha Knight levantó una ceja. Por cierto, era una noticia habitual. La familia Collins era rica. Realmente rica. Cuando sus padres murieron, Priscila Collins heredó millones y Millones. Donó mucho dinero a varias organizaciones benéficas. Esa es una de las razones por las que se mantuvo en las noticias. −Collins es rica, hermosa y bastante... inusual−. Miró de reojo a mi padre. −Hace tres años, desapareció misteriosamente. Desde entonces, su mansión está vacía−.
− ¿Qué le pasó? − Me incliné hacia delante en el asiento delantero, ansioso por escuchar más.
−Morris−, advirtió mi madre.
Voy a ser un investigador encubierto como mi abuelo, así que me encantan las cosas misteriosas. Miré por la ventanilla y vi un rayo irregular que atravesaba el parabrisas, iluminando el cielo oscuro. Al cabo de unos instantes, un trueno retumbó en lo alto, como un polvorín. La Sra. Knight no había respondido a mi pregunta.
−La colección de joyas de Collins también era legendaria. Todas las revistas la presentaban con piezas incrustadas de diamantes. Esta casa es increíble. Hay que verla para creerlo−.
−Estoy bastante seguro de que recuerdo haber oído hablar de ella−, dijo mi padre mientras conducíamos por la autopista hacia el Cañón de Santa Mónica.
Estoy seguro de que lo hizo. Se desató el infierno por su desaparición. La señora Knight se dirigía por una carretera sinuosa, tan estrecha que tenía que aparcar en la entrada de la casa de alguien para que los coches del otro lado pudieran dar la vuelta. El viento soplaba con fuerza y había hojas muertas en el parabrisas. Volví con cuidado a la carretera.
− ¿Cuál fue el escándalo? − pregunté, colocando el dedo sobre mi iPad e intentando tomar notas.
−No te preocupes−, dijo mi padre, volviéndose hacia mí. Mi padre tiene unos ojos azul claro que se arrugan en los bordes cuando sonríe. Pero ahora no tiene una sonrisa en la cara.
−No recuerdo todos los detalles−, dijo la señora Knight, jugando con sus pendientes mientras miraba de nuevo a mi padre. Me di cuenta de que era una mentira. Definitivamente recordaba los detalles. Pero por alguna razón, no quería dejarlo pasar.
−Oh−, dijo, −deberías habérmelo dicho antes−. Lo entendería de todos modos−.
La Sra. Knight respiró profundamente. −Se rumoreaba que Priscila Collins estaba siendo acosada. Luego desapareció. Así que la gente se preguntó si podría ser... Que alguien la mató−.
Mi madre comenzó a mover el hardware del portapapeles. ¿Había matado alguien a la mujer cuya casa podíamos pagar? No le gustó nada el sonido de eso. La Sra. Knight la miró por el espejo retrovisor. −Pero eso podría no ser cierto. Su cuerpo nunca fue encontrado−.
En mis pensamientos me dije: −Estoy seguro de que fue secuestrada−.
Mi padre miró por encima de su hombro y se rió, enarcando una ceja: −Quizá se haya escapado con algún hombre misterioso−.
−Tal vez−, sugerí, −se fue en un crucero secreto alrededor del mundo en busca de más diamantes−. O...
Mi madre se reía. − Bien, los dos−.
Golpeé mi iPad y continué con mis notas, pero esperaba que mi madre no las leyera.
Hace tres años, desapareció −sin dejar rastro−. Todo el mundo deja un rastro.
−Los herederos de Collins finalmente decidieron dejar de pelearse por la casa y resolvieron venderla−, continuó Knight. Admitió: −La propiedad acaba de salir al mercado esta mañana y aún no he tenido la oportunidad de mirarla; ha estado vacía durante tres años y puede necesitar algunas obras−.
Un puñado de gotas de lluvia cayó sobre el parabrisas. − ¿Ya casi llegamos? − Pregunté.
−Casi−, dijo la Sra. Knight. Poco después, empezó a llover. Mientras la lluvia golpeaba el techo del coche, apartó por un momento los ojos de la carretera para mirar el volante.
− ¡Cuidado! −, dijo al rodear una curva húmeda. Mi madre lo advirtió. Se agarró a la puerta con una mano y al asiento delantero con la otra. Su portapapeles estaba colocado en su regazo, en el asiento entre nosotros. Miré la ladera y vi lo alto que habíamos subido. Ahora el océano es como una fría placa de acero gris, que refleja el cielo nublado.
La calle era un callejón sin salida. Esto fue bueno. Me recordó las palabras de mi abuelo: −Los delincuentes no se meten en casas sin salida. No quieren estar en una situación de la que no puedan escapar−. Más tarde, descubrí que no todos los delincuentes conocen la −regla del callejón sin salida−. La señora Knight bajó por el camino de entrada que se curvaba hacia la colina, y vi una casa que se alzaba sobre el borde de la colina como si hubiera crecido allí. Un portón de hierro con puntas afiladas custodiaba la casa como para advertirnos que no saliéramos. O tal vez estaba guardando algo.
−Bueno amigos, ya estamos aquí−.
Las oscuras nubes de tormenta que se reflejaban en el parabrisas mojado cubrían la mansión abandonada, hinchando el borde como si estuvieran a punto de estallar. La fachada de la casa estaba cubierta de piedras multicolores. Detrás de las ventanas rotas y los mosquiteros destrozados, las cortinas hechas jirones se extienden como terciopelo por la casa con la brisa húmeda. Había algunos golpes en el techo y no muchas tejas. Una torre redonda con una punta que parecía un cucurucho de helado al revés se extendía hacia el cielo frente a la mansión. La Sra. Knight lo llamaba torreta, y parecía que estaba orgullosa de tener una torreta en este lugar. En lo alto de la torreta había una pequeña habitación más alta que cualquier otra parte de la casa. Parecía estar llamando mi nombre, −Morris, Morris−, susurró. Exploremos.
Salimos del coche en medio del viento y la lluvia y nos apresuramos hacia la casa. Unos escalones desmoronados nos llevaron a través de un césped que estaba cubierto de malas hierbas que nos llegaban hasta las rodillas. Los árboles muertos lucían ramas negras que terminaban agarrando garras. Mientras Martha Knight buscaba a tientas la llave, vi que las cortinas estaban manchadas con algo que parecía sangre.
−Siento haberte hecho esperar−, dijo, abriendo la puerta principal. Dejó escapar un fuerte grito y se agachó.