ZAYN Los días fueron cayendo como fichas de dominó. Las clases en la universidad me absorbían, sí, pero cada minuto libre era de Amaya. Mensajes, fotos, videollamadas que terminaban siempre con un “te amo” dicho entre risas y lágrimas. Extrañarla era como una punzada constante en el pecho: incluso cuando estaba en el laboratorio con el prototipo brillando frente a mí, había una parte que gritaba ojalá ella estuviera aquí para verlo. Amaya, como siempre, hacía lo imposible por mostrar fortaleza. Sonreía en las videollamadas, hacía bromas, me enseñaba a Elías jugando videojuegos con ella. Pero yo la conocía demasiado bien: en esa sonrisa había un brillo apagado. Y aunque me lo negara, sabía que lloraba cuando apagábamos la cámara. Esa distancia me estaba desgastando… y justo ahí, Ingrid c

