El pecado en la mesa

2215 Palabras
ZAYN Amaya. Mi maldita hermanastra. La misma que anoche gemía mi nombre, con las uñas clavadas en mi espalda mientras la follaba como si el mundo se fuera a acabar. Y ahora está aquí, frente a toda mi familia, sonriendo con esa boca que anoche me suplicaba que no parara. —Mucho gusto —dice, educada, con una sonrisa tan perfecta que me dan ganas de arrancársela a besos. ¿En serio? ¿Así vamos a jugar? —Lo mismo digo —respondo, alzando una ceja. Que finja. Me da igual. Porque yo sé cómo grita cuando se corre. Sé cómo tiembla. Cómo se le arquea el cuerpo cuando la llevo al límite. Nos sentamos a la mesa. Todo es normal. Al menos para los demás. Para mí, es una maldita tortura. Cada vez que la miro, mi mente se va directo a su cuerpo. A sus piernas alrededor de mi cintura. A cómo me rogaba que no parara. A cómo su voz se rompía en suspiros cada vez que la embestía más fuerte. Y ahora está ahí, tan bien puesta, tan discreta, tan falsa. Una parte de mí quiere romperle esa fachada. La otra… quiere repetir la noche. —¿Cómo te está pareciendo la ciudad? —pregunta mi madre con su eterna dulzura. Amaya le sonríe. Dulce, tranquila. Tan puta hipócrita. —Bien, señora. Aunque todavía me estoy acostumbrando. Señora, dice. Anoche me decía Zayn. Me decía más. Me decía no pares, por favor. Y ahora juega a la inocente. Me recargo en la silla, la miro de reojo. Con mi madre es casi cálida, pero conmigo y con Elías… hay tensión. Se le nota en los hombros, en la mandíbula. Y aún así, lanza esas miradas rápidas. Como si no pudiera olvidarlo. Como si su cuerpo todavía lo recordara. —¿Y qué vas a estudiar, cielo? —pregunta mi madre. Amaya juega con la servilleta. Un gesto nervioso. ¿Te pone nerviosa que tu madrastra te pregunte mientras tu hermanastro piensa en cómo te corriste encima de él anoche? —Biología —responde finalmente. Suelto una risa suave, burlona. No puedo evitarlo. Es que me la imagino con bata de laboratorio y no me cuadra. Me cuadra más sin nada puesto, pidiéndome que la toque otra vez. —¿En serio? —inclino la cabeza, fingiendo interés—. Te imaginaba más como una chica de fiestas. Ya sabes, el alma de la noche. Ella me mira, clavando sus ojos en los míos con esa expresión que grita "no te atrevas". —¿Por qué te sorprende? ¿Acaso no crees que pueda ser responsable? Responsable. Claro que sí, preciosa. Muy responsable… por cómo me guiaste la mano justo entre tus piernas, por cómo no dejaste de montarme hasta que te temblaron las piernas. —No es eso. Solo… —me paso la lengua por los labios, sin quitarle los ojos de encima—. Es difícil imaginarte encerrada en un laboratorio, cuando podrías estar haciendo cosas mucho más… interesantes. Como abrir las piernas para mí, por ejemplo. Ella sonríe. Bonita sonrisa. Pero ya la he visto deshacerse cuando la hago venirse. —Le gustan las fiestas —interviene Leonardo, su padre—, pero siempre ha sido muy responsable. Tiene un promedio excelente. Es muy dedicada. El tipo habla con tanto orgullo que por un segundo olvido que fue con su hija con la que me acosté anoche. Vaya ironía. —Eso está bien —digo, sonriendo, mientras por dentro solo puedo pensar en lo mucho que se abría para mí. En lo que hicimos. En lo que quiero volver a hacer. Amaya entrecierra los ojos y me lanza una bomba. —¿Y tú qué estudias, Zayn? —Ingeniería mecánica —respondo sin esfuerzo. —Oh… —dice, fingiendo sorpresa mientras ladea la cabeza con una sonrisa burlona—. Pensé que ibas a decir algo como... no sé, armar cosas, componer motores o algo así. ¿Eso es difícil? No parece mucho más complicado que seguir instrucciones de IKEA. Elías suelta una risa ahogada. Yo solo levanto una ceja. —Bueno, si tú puedes con biología, yo puedo con cálculos avanzados. Aunque te advierto… las fórmulas no gimen cuando las tocas —le lanzo una mirada cargada de todo lo que no puedo decir en voz alta. Ella enarca una ceja, desafiante, pero no dice nada. Silencio con electricidad en el aire. —Amaya —interviene mi madre, cambiando el tono—, tu nombre es muy bonito. ¿Qué significa? Ella sonríe con suavidad. Y por un momento… se ve diferente. Más real. Más vulnerable. —Depende. En árabe significa "lluvia nocturna". En vasco, "principio del fin"… y en algunas otras culturas, tiene connotaciones relacionadas con el misterio o los cambios bruscos. Todos asienten, sorprendidos por la respuesta. Hasta que yo decido abrir la boca: —Y en otras significa tormenta. Todos se giran a mirarme. Incluida ella. —¿Ah, sí? —pregunta Amaya, divertida. —Lo leí en algún lado —me encogí de hombros, como si no importara. Pero sí importa. Porque es verdad. Lo leí una vez, en un libro sobre nombres y significados, y se me quedó grabado. Porque cuando lo dije, la miré como si ya supiera que ella es justo eso: una tormenta. Mi madre sonríe, pero Elías frunce el ceño como si sospechara algo. Leonardo se ve perdido, como si aún intentara impresionar a todos con su paternidad responsable. Y entonces… aparece el pastel. —¡Sorpresa! —dice mi madre, colocando el pastel frente a Amaya. ¿Es su cumpleaños? Cantan. Todos sonríen. Yo apenas puedo seguir la melodía, porque lo único que tengo en la cabeza es que anoche yo le di su verdadero regalo. Uno que no se sopla. Uno que se grita. Cuando terminan, decido joderla un poco. —¿Cuántos cumples? —pregunto, tomando agua. Amaya sonríe, traviesa. —Dieciséis. ¿¡Qué!? Escupo el agua. Toso. Me atraganto. —¡Joder! —exclamo sin poder evitarlo. Elías se ríe como idiota. Mi madre me mira con odio puro. Pero Amaya… ella se ríe. Se ríe con ganas. Sabe lo que hizo. Sabe que me jodió. —¡Amaya! —la regaña su padre—. No juegues con eso. Cumple dieciocho. —Oh… —digo, fingiendo alivio. Pero por dentro estoy cabreado. Me la jugó. Y me encantó. Jodidamente retorcido. Cortan el pastel. Todo vuelve a ser "normal". Hasta que suena su teléfono. Amaya lo ve. Se tensa. Y ahí lo sé: no es cualquier llamada. —¿No vas a contestar? —pregunto, alzando una ceja. —La llamada de la semana —responde con sarcasmo. —Tal vez este año lo recuerda —dice Leonardo. —No lo hará —dice ella. Y se va. La sigo con la mirada. Se mueve con esa maldita forma de caminar que ya tengo memorizada. Me cuesta respirar. Estoy metido hasta el cuello. Porque Amaya es una bomba en la cama. Pero también es mi hermanastra. Y lo peor de todo es que no tengo ni puta idea de cómo voy a mantenerme lejos. AMAYA —Hola, mamá —digo apenas contesto. —No me digas que estás demasiado ocupada como para atenderme. Su tono es como siempre: pasivo-agresivo, dulce por fuera, tóxico por dentro. Aprendí a reconocerlo desde que tengo uso de razón. Cierro los ojos un momento antes de responder. —Claro que no. ¿Qué pasa? —¿Pasa? Nada. Solo me sorprende que no hayas llamado para contarme qué tal con la esposa de tu papá. Ahí está. El veneno. —Es agradable —respondo con neutralidad. —¿Agradable? Por favor, Amaya. ¿Qué edad tiene? ¿Veinticinco? ¿Treinta? La típica. Celosa. Cruel. Como si el problema no fuera que papá haya rehecho su vida, sino que lo haya hecho con alguien más joven y con estilo. —Es una buena persona, mamá. No entiendo por qué te molesta tanto. —No me molesta. Solo no quiero que te ilusiones. Tu padre se cansa rápido de todo. Como tú te cansaste de ser madre, pienso. Pero no lo digo. Aún no. —Estoy bien. No necesitas preocuparte. —Deberías llamarme más seguido. Me preocupo por ti, ¿sabes? Otra puñalada disfrazada de ternura. No sabe nada de mí. No me llama, no me escribe. Pero en los días importantes, aparece. Para recordarme que sigue existiendo, que sigue doliendo. —Estoy ocupada, mamá. Hablamos luego. No le doy oportunidad de seguir. Cuelgo. Apoyo la cabeza contra la pared del pasillo. Exhalo lentamente. Un año más, y ni siquiera recuerda mi cumpleaños. ¿Por qué me sigue doliendo como si no lo supiera ya? Me quedo ahí, en silencio, respirando. Hasta que el sonido de pasos me obliga a levantar la vista. Y lo veo. Zayn. El cabrón que anoche me hizo ver estrellas. El mismo que ahora me mira como si no pasara nada, como si no supiera exactamente cuántas veces me hizo gritar en la oscuridad. Su sonrisa es lenta. Cínica. Cargada de todo lo que no debería decir en voz alta. —¿Problemas en el paraíso? —Nada que te importe —respondo con frialdad. —Claro. Porque anoche sí que te importaba. Me tenso. Qué hijo de puta. —Olvídalo. No significó nada. —¿Nada? —su voz se vuelve más baja, casi un murmullo que se cuela por mi piel—. No parecías pensar eso cuando estabas debajo de mí, pidiendo más. Me arde la cara. Y no solo de rabia. Me arde de vergüenza, de deseo contenido, de esa mezcla enfermiza que solo él puede provocar en mí. —¿O cuando te corriste tan fuerte que tuviste que taparte la boca? —Eres un imbécil. —Y tú, una mentirosa. Retrocedo, pero él es más rápido. Me agarra de la cintura con una mano segura, posesiva. Su pulgar roza la piel bajo mi blusa y un escalofrío me recorre la espalda. —Feliz cumpleaños, hermanita —susurra cerca de mi oído. Su aliento me acaricia el cuello. Cierro los ojos un segundo, maldiciéndome. Porque quiero besarlo. Porque una parte de mí quiere que vuelva a empujarme contra la pared y me haga olvidar todo otra vez. Pero entonces aparece Elías. Zayn me suelta al instante, como si no pasara nada. Como si no hubiera estado a punto de romper todas las malditas reglas otra vez. —¿Nos vamos? —pregunta Elías, mirando a Zayn con una ceja alzada. —Claro —respondo, enderezándome. Me obligo a caminar con calma, como si nada hubiera pasado. Pero lo siento. Detrás de mí. Su mirada. Su presencia. Su deseo. Y lo sé. Esto apenas empieza. Lo peor es que no estoy segura de querer que termine. LIA Estoy recostada en mi cama, viendo el techo y dándole vueltas a la vida (más bien stalkeando a tipos que no me pelan), cuando suena mi teléfono. Mensaje de Alejandro, el papá de Amaya. Alejandro: “Hola, Lia. Sé que es algo repentino, pero quería saber si tú, Valeria y Nicolás pueden venir a casa hoy. Quiero que Amaya no se sienta tan sola con todo esto de la mudanza. Podemos hacer algo tranquilo… pastel, piscina, lo que quieran. Solo avísame. No le digas nada, quiero que sea sorpresa.” Sonrío. Este señor es un pan de Dios. Siempre tan pendiente de Amaya, tratando de compensar todo lo que su exmujer nunca hizo. Tomo el celular y abro el grupo de w******p con Vale y Nico. Yo: “Cambio de planes. Nos vamos a la mansión.” Vale: “¿Qué hiciste ahora?” Yo: “No yo, el papá de Amaya. Quiere que vayamos a su nueva casa a festejarle el cumple. Dice que trae pastel, piscina y ganas de consentir a su hija.” Nico: “¿Piscina? ¿Dónde es eso?” Yo: “En su nueva casa. Vista al mar, nivel revista de decoración. Estilo Señora Victoria Secret millonaria.” Vale: “¿Vamos a ver a Amaya en bikini? Confirmo.” Yo: “Confirmadísimo. Trae cervezas.” Nico: “Ya estoy armando una mochila. ¿Le llevo algo de regalo?” Vale: “¡Oooooobvio! El romántico.” Yo: “¡Awww! Qué lindo mi Nico. Te vas a declarar al fin o seguirás con el papel de mejor amigo eterno que se muere por ella pero no dice nada.” Nico: “Jódete.” Vale: “Acepta que estás enamorado, cabrón. Y eso que Amaya ni en cuenta. Vive en su nube caótica.” Yo: “Bueno, entonces: Nico lleva regalo, yo llevo papas, Vale lleva dips y cerveza. ¿Listo?” Nico: “Ya voy en camino.” Vale: “Denme 20 para pintarme las uñas. No pienso llegar a esa mansión con las manos como mecánico.” Me río sola. Así somos. Burlones, intensos, y absolutamente leales. Y sí, Amaya no tiene ni idea de que vamos. Pero la vamos a sacar de su burbuja emocional. Porque para eso estamos. Porque la queremos. Aunque sea una cabrona sarcástica que parece invencible. Y porque hoy es su cumpleaños. Y lo va a pasar con nosotros. Como debe ser.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR