3- Mal día

2159 Palabras
Me hallaba sentada bien recta frente al escritorio del tipo que hojeaba mi carpeta de bocetos. No podía menos que estirar el cuello para tratar de ver qué dibujo miraba y cuál era su reacción, aunque este tipo era de lo más neutral. Al hallarme intranquila, comencé a mirar más allá de la oficina. Los ventanales que rodeaban el pequeño estudio me facilitaban al vista de otras oficinas y los pasillos, y no podía menos que preguntarme si a mi me gustaría tener tan poca privacidad de trabajar en una oficina. En eso, mis ojos se encontraron con un chico que... No, mierda. No era un chico, era Jeon Jungkook. ¿¡Qué carajos hacía mi vecino en una oficina de esas!? El muchacho se hallaba sentado sobre un escritorio y lanzaba una pelotita contra una pared. Cuando me vió, sonrió con ganas y me saludó con ambos brazos, atrayendo la atención de todo el mundo. Hice una mueca y dejé de mirarlo, concentrándome en lo que de verdad importaba. El desconocido dejó la carpeta cerrada sobre el escritorio, con sumo cuidado, y se acomodó mejor en la silla para verme. Yo le sonreí, expectante y sin dejar de mover los pies en el suelo. -¿Y bien? -inquirí. El hombre suspiró y juntó las manos, rozando sus dedos. Una pose demasiado... dura para alguien que acababa de ver el trabajo artístico de otra persona. ¿Habría sido... detestable? No, no Pauline. ¡No te eches abajo! ¡Tus trabajos han sido admirados por muchos artistas! -Déjame decirte una cosa -comenzó con un tono suave aunque firme-. Tienes un don increíble. -¿¡En serio!? -Tus bocetos son precisos, realistas y sencillamente hermosos. Eres muy talentosa... -¡Buau! -... Pero -me corté, mirándole con interrogación-. No estoy seguro de que sea lo que de verdad quieres hacer. -¿C-cómo? ¿A qué se refiere? Por favor, sea directo. -Pues que quizá el concepto de tus dibujos es magnífico para... ¿No me habías dicho que eras de nacionalidad francesa? Tragué duro, sintiendo un apretado nudo en la garganta. -¿Juega mi nacionalidad para este tipo de trabajos? Es mi arte lo que estamos juzgando, no mi proveniencia. -¡Claro que no! ¡Aquí no hay ningún tipo de discriminación! -se rascó la cabeza y respiró hondo, como si no supiera como decirme que estaba sentenciada a muerte (porque así se sentía)-. A lo que voy es que he oído por ahí que en Francia dibujar cuerpos desnudos es casi una moda. -Disculpe, ¿está comparando mis dibujos con un tópico de película? -respondí, ya rozando el enfado-. Por favor sea directo. -Esto no vende en Corea del Sur -le dió un toquecito a la carpeta y negó con la cabeza-. Gente desnuda no es precisamente lo que muestra en una exposición de una jovencita de veinte años de edad. -¿¡Y eso qué tiene que ver!? Quiero que la gente aprecie lo que mis manos hagan, más allá de ser Francesa o joven. ¿Usted escucha lo que está diciendo? -Pediste que sea claro, ¿no? Pues eso es lo que estoy tratando de decirte: eso no vende en Corea del Sur. Ese tipo de dibujos no son algo que puedan exponer con facilidad en algún museo del país; puedo decírtelo yo o cualquiera de mis compañeros. ¿Lo entiendes? -Perfectamente -respondí con un hilo de voz, agachando la cabeza. No hay dolor más punzante que el ser rechazado por lo que a uno le gusta. Así como el escritor le tiene miedo a la hoja en blanco y al rechazo al público, el artista plástico le tiene miedo a la ignorancia. ¿Cómo iba a ser una artista reconocida si no me dejaban exponer mi trabajo? Mejor dicho: ¿cómo iba a ser reconocida si nadie me conocía? -Pauline, ¿verdad? -inquirió, y yo asentí-. Pauline, no debes ponerte mal. Es completamente normal que reacciónes así y, créeme, lo comprendo. Pero de estos errores debes aprender y luego seguir, insistir con más fiereza. Tienes un don increíble, no te rindas. -¿Error? -repetí, parándome y tomando mi carpeta para ponerla bajo la axila-. ¿Cuál ha sido mi error? ¿Dibujar chicas desnudas? El hombre agachó un poco la mirada, como si hubiera dado en el blanco. Entonces, mi cabeza juntó todo y algo hizo un click. -¿Usted me considera lesbiana o algo así por mis dibujos? -inquirí, dudosa. Al no recibir ninguna respuesta me reí sarcásticamente y dejé la oficina, cuidándome de llamar la atención de todo el mundo. Aunque a nadie realmente le importó: sólo era una de tantas chicas rechazadas por su trabajo, ¿no? Y no es que fuera la primera vez que alguien hubiese rechazado mis obras; pero se sentía exactamente como la primera: doloroso. Me marché del lugar y corrí a tomar el metro, que por suerte llegó justo cuando bajaba las escaleras. Corrí antes de que cerraran las puertas y ocupé un lugar pegado a la ventanilla. Recosté la cabeza sobre el vidrio y me dediqué a mirar con aburrimiento al niño que tenía delante; un niño de unos ocho años que acariciaba un gato con una pata rota en su regazo y tenía los ojos fijos en mí. -¿Qué miras? -murmuré, odiando el hecho de que ese día todos parecían juzgarme-. ¿Luzco como una perdedora? -el chico, sin parecer ni siquiera sorprendido, asintió con la cabeza-. ¿Sí? Lo sabía -sonreí-. Lo soy, ¿sabes? Una completa perdedora -tragué saliva y entrecerré los ojos al ver que el infante no quitaba sus ojos de encima-. Es bastante creepy que mires así a la gente, ¿sabes? Deja de hacerlo -no lo hizo-. Deja de mirarme -siguió sin despegar sus ojos de mí. Me incorporé y enarqué las cejas-. ¡YAH! -¿¡Por qué le gritas a mi hijo!? -me sorprendió la madre del chico, sentada junto a él. -Y-yo... lo siento... -me sentí sonrojar. -Vamos, Hyegoo -la mujer tomó la muñeca de su hijo y lo hizo parar para esperar junto a la puerta a la siguiente parada. Hyegoo se giró y me dedicó una sonrisa antes de bajarse. ¡Mocoso insolente! -Aish, jincha -me volví a dejar caer contra el vidrio de la ventana e hice un puchero-. No puede ser un peor día. -¿Señorita? -inquirió una voz cerca de mí. Una voz temblorosa y vieja-. ¿Me darías el asiento por favor? Todo el metro está ocu... -¡SÍ, TOME SU MALDITO ASIENTO! -exclamé parándome de golpe. Una vez más llamé la atención de todo el mundo. Tal vez no necesitaba hacerme conocida por mi arte, tal vez ya todo Seúl me conocía por mis reiteradas escenitas en espacios públicos. Cuando me hube aferrado firmemente de un agarre de por ahí cerca, reparé nuevamente en la anciana que se había quedado parada mirándome de la impresión. Se me cayó la mandíbula como a una caricatura. -¿Sra. Chin? -inquirí, mirado mi pobre vecina-. Dios mío, siento mucho haberle hablado así. -¿Te encuentras bien, querida? ¿Quieres sentarte tu?  -¡No, no! Siéntese usted por favor -indiqué insistentemente que lo hiciera y la mujer me obedeció-. He tenido un mal día, sólo es eso. -Oh, pobrecilla. Ven aquí -se dió unas palmaditas en el regazo-. Cuéntame. La miré bastante sorprendida, preguntándome si realmente quería que me sentara en su falda. Es decir... ¡Rompería a la Sra. Chin si me sentaba sobre ella? Le sonreí con amabilidad y luego me fije en que todo el metro parecía bastante interesado en mi historia, pues todos me miraban con curiosidad. -Lo haré cuando lleguemos al edificio -prometí. -¡Pero si yo no me dirijo allí! -¿Ah no? -¡Claro que no! Me iba ahora mismo al barrio de Gangnam. -¿¡Gangnam!? ¡Woah! -le sonreí, agradeciéndole la distracción que me brindaba-. ¿Y qué va a hacer allí? -Sólo visitaré a un amigo. -Debe ser genial tener un amigo en ese barrio, ¿no? -¡Pff! ¡Pues claro! Y más si no es sólo un amigo... -No me diga -abrí mucho los ojos-. ¿Tiene un novio? -¡Aigoo! ¡Niña! -se rió-. Es sólo una cita casual. -¿¡Cita casual!? ¡Sra. Chin! ¡Usted es todo un ejemplo a seguir! -me reí. -Sólo disfruto de la edad -se excusó con una sonrisa-. Oh, debes bajar. -¡Lo había olvidado! -corrí hacia la puerta y luego me detuve-. ¡Suerte en su cita! Bajé del metro con una sonrisa boba en la cara, pensando en cómo hasta la Sra. Chin tenía admiradores y yo no. Subí las escaleras rápidamente, sosteniendo con firmeza mi carpeta de dibujos bajos el brazo, y cuando el sol me pegó en la cara sentí que me derretía de calor. Miré a ambos lados por inercia y di la vuelta para caminar por aquella vereda empedrada hasta doblar en la verdulería de la esquina y llenar mis fosas nasales de su delicioso aroma. Seguí el camino hasta el edificio amarillo y me metí con unas prisas que en realidad no tenía. Opté por subir las escaleras, los cinco pisos, sólo por tener algo más con lo que entretenerme hasta llegar a mi piso y volver a deprimirle por mi reciente rechazo. Sin embargo, cuando ya había llegado al quinto piso y con la lengua afuera, vi que mi puerta se veía obstruída por un emo que jugaba algo en su celular. Caminé lentamente hacia él, agradeciendo el que la alfombra del círculo que separaba las puertas de los departamentos silenciara mis pasos, y me propuse asustarlo. -Por fin llegas -dijo sin despegar la vista de su celular. Hizo una -mueca cuando perdió y se guardó el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón, echando la cabeza hacia atrás para mirarme-. Cuando te vi salir así fui a por mi coche, pero llegaste mucho después que yo... -Tal parece que no todos tenemos tu suerte de dinero. Apártate -saqué las llaves de mi bolsillo, llenas de llaveros coloridos y tintineantes que me servían para no perderlas, y lo empujé para meterla en la cerradura. -Espera, espera. ¡Cuéntame qué paso! -No -me limité a responder, cayendo nuevamente en la cuenta de lo pesado que sentía mi cuerpo por el pesar. Me metí en mi departamento y, antes de cerrarle la puerta en las narices, le dediqué una mirada que de seguro reflejo cuán afligida estaba-. Adiós Jungkook. Un leve golpecito en mi puerta y yo corrí a abrirla como si fuera toda la esperanza de mi vida. Del otro lado, el Sr. Yeol pareció sorprenderse y luego me sonrió con nerviosismo. Se quitó el sombrero y comenzó a apachurrarlo entre los dedos. -Hola Pauline, ¿cómo estás? -Bien -mentí-. ¿Y usted? -Bien, bien. Yo... -soltó una risita nerviosa y yo agarré con fuerza el pomo de la puerta, temiéndome a qué se debía su visita-. Ya sabes es... fin de mes, y... -¡No me hagas esto! -imploré, perdiendo total respeto al hablarle-. ¡Por favor, sé un buen portero-amigo! Aunque al Sr. Yeol pareció agradarle. -Sabes que no me gusta hacer esto, pero el mes pasado dijiste que éste pagarías los dos juntos. ¿Qué tengo que hacer con eso? -No tengo el dinero -respondí sin pelos en la lengua-. ¡Pero lo conseguiré! ¡Lo juro! -Lo siento, no puedo esperar hasta el otro mes... -¡Dame una semana! -¿Una semana? -Siiiii -hice aegyo y el hombre rodó los ojos. -Está bien. -¡Eres el mejor! -lo abracé y luego me despegué rápidamente de él para cerrarle la puerta en la cara, antes de que se le ocurriera recordarme que debía pagar otra cosa. Allí, sentada en la tina de la ducha, con el agua cayéndome fuertemente sobre la espalda y cabeza, abrazada a mí misma y llorando desconsoladamente, parecía una estúpida. O sea no, no lo parecía: era una completa estúpida. ¿Por qué? ¡Ser rechazada no significaba no tener talento! Me lo repetía miles de veces y sin embargo ahí estaba, desconsolada. Deja de llorar ya, niña. ¡Sólo tienes que seguir intentándolo! Si, pero seguir intentándolo y no perder tus sueños de vista no era como se pagaban los gastos de vivir, comer y dormir sola. Si no podía ni mantenerme a mí, ¿cómo mantendría a una familia? No es que estuviera pensando en tener hijos a tan temprana edad, pero a ese momento cualquier excusa venía bien para deprimirse más. Y es que, por más masoquista que seamos, hay que admitir que expulsar tantas lágrimas alivia un poco el pesar del alma. Así que ahí me encontraba yo, llorando, cuando el timbre me despejó por completo.  Alcé la cabeza, dejando de llorar al instante, y me quedé esperando otro timbrazo que al instante llegó. -¡Pauline! -exclamó una voz conocida que ya se me hacía irritante. Rodé los ojos y volví a mi posición fetal, ignorándolo-. ¡Oye! ¡Respóndeme! No tengo ni la más pálida gana de verte, en serio. -Anda, ¡sé que estás ahí! Definitivamente no estoy aquí. -¡Escucho ruido de agua, tu...! ¿¡Pauline!? ¿¡PAULINE, TE AHOGASTE!? Maldito imbécil, ¿¡cómo me voy a ahogar en la ducha!? -¡SI NO RESPONDES AHORA MISMO ROMPERÉ LA PUERTA! Cerré la llave de agua pensando en la estupidez astronómica que acababa de escuchar y salí de la ducha para ponerme la bata. -¡Has cerrado el grifo! Estás viva, así que ya ábreme. -No quiero ver a nadie ahora mismo -repliqué, deteniéndome frente a la puerta y chorreando agua por todo el parqué sin que me importara demasiado. -¡Pero soy yo! ¡Jungkook! -lo ignoré, dando media vuelta. Sin embargo, su voz volvió a detenerme-. ¡Din Don! ¡Chico lindo al otro lado de la puerta! ¡Anda, ábreme! Bueno, no pude evitar sonreír al oír eso. ¿Por qué era tan jodidamente arrogante? Y lo peor: ¿por qué me parecía tan lindo aún así?  ¿Lindo? ¿El conejo? ¡Já! No, claro que no. Para nada. Es todo un imbécil de pies a cabeza.
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