4

984 Palabras
Finalmente, y para su desgracia, a Julien no le quedó más remedio que llamar a su compañero para ponerse de acuerdo y comenzar con su ensayo. Ambos decidieron que se juntarían en casa del castaño el mismo día después de clases porque Julien no quería ir a la casa del loco de Theodore Corbin y porque a este último lo carcomían las ganas de conocer el hogar de su alma gemela. Julien se desocupó un poco después de las dos , de modo que al llegar a casa aún le quedaba casi una hora para darse una ducha y servirse un té de jazmín a fin de prepararse para todo el estrés que supondría tener al rubio en su hogar. Por su parte Theo estaba como un niño contando los minutos que le quedaban para salir de la última clase. Física cuántica se le había hecho eterna como nunca y por más que quisiera prestar atención todos sus pensamientos terminaban volviendo al chico de cabello castaño. La campana de salida había sonado a las tres. Theo anotó su nombre en la lista y salió corriendo como si lo persiguiera el diablo a la casa de su amado. El trayecto que a alguien normal le hubiera tomado veinticinco minutos a pie, un enamorado podía hacerlo en quince. De haber sido por él, habría comenzado a llamarlo por el balcón como había visto hacer en las películas románticas, pero el sentido común (sí que lo tenía, solo que no le prestaba atención muy seguido) le decía que tal vez esa no era tan buena idea, al menos no si se trataba de la primera vez que venía a visitarlo; de modo que terminó por tocar el timbre. La casa era adorable, no había otra forma de describirla. Un jardincito bien cuidado presidia a la pequeña construcción de dos pisos pintada de color crema, ciertamente con demasiado aire de campo como para estar tan cerca de la ciudad. Un hombre se asomó al abrir la puerta, parecía demasiado mayor para ser el padre de Julien, aunque el semblante serio y de pocos amigos le recordaba bastante al castaño. —¿Sí? —Hola... Soy amigo de Julien —dijo Theo con una sonrisa sin poder evitar que su emoción saliera a relucir— vengo a hacer un trabajo para la universidad. El hombre lo miró de la cabeza a los pies y luego de cerciorarse de que no era una amenaza se hizo a un lado para dejarlo pasar. —Julien, hay un amigo tuyo aquí abajo —gritó hacia la escalera recibiendo un "ya voy" por respuesta— bajará en un momento, puedes esperarlo en la sala. Theo asintió con la cabeza y fue dando saltos hasta la sala de estar. La casa de Julien era aun más bonita por dentro. Todo estaba decorado como un hogar común y corriente de familia norteamericana, algo que al rubio no dejaba de llamarle la atención y que admiraba profundamente. Era todo tan simple y familiar. Él nunca había vivido en una casa así. Aunque le hubiera gustado quedarse fisgoneando el lugar, se alegró al oír los pasos del muchacho bajando por las escaleras. Lo estaba esperando con una sonrisa en el rostro. —Hola... —le dijo con un gesto de cabeza. Theo iba a acercarse a saludarlo como era debido. Un beso apasionado en mitad de la sala no estaba mal para empezar, pero fue detenido por la mano del menor en su pecho; Julien era más tímido de lo que había imaginado— mejor empecemos con el ensayo, ¿sí? —Claro —iba a dejar su mochila en el sillón, pero el castaño negó con la cabeza. —Vamos a estar más tranquilos en mi cuarto. Entonces la mente perversa del rubio comenzó a navegar entre las mil posibilidades que se abrían ante él tras esa invitación. El cuarto de Julien... Tantas cosas podían pasar ahí. Pensó de inmediato que debió haberse puesto una ropa interior más acorde a la ocasión, la que estaba llevando tenía un diseño del espacio con cohetes y todo. En eso, se percató de que el menor avanzaba hacia las escaleras. Su habitación era la última del pasillo. Contó otras cinco puertas además de la suya; a pesar de que no vio a nadie más abajo, su familia debía ser realmente numerosa, al menos más que la suya. Al entrar se quedó maravillado, asustado y sorprendido. El cuarto de su compañero era como la biblioteca de la facultad de letras, pero mejor. Por un lado estaban los libros en las estanterías y apilados uno sobre otro desde el suelo hasta el techo, pero además estaban las cosas del castaño: su ropa, su cama, su exquisito olor que lo llenaba todo. Si existía un cielo al que ir una vez morimos, pensaba Theo, seguramente se parecía mucho a ese lugar. —Sí que te gusta leer —comentó tratando de sonar amigable mientras dejaba su mochila colgada en el respaldo de la silla del escritorio. El castaño se encogió de hombros; no entendía la emoción que irradiaban los ojos de su compañero, para él era simplemente su habitación. —Voy por algo de beber —dijo mientras avanzaba hacia la puerta para salir, pero se detuvo antes de dar un paso fuera de la habitación— no quiero que toques nada. El rubio estiró los labios y le sacó la lengua a la nada una vez estuvo solo; su alma gemela no era nada divertida, pero siempre hía vacíos legales que podía utilizar a su favor. No podía tocar nada, pero podría ser que las cosas de Julien cayeran accidentalmente en sus manos y aquello no sería su culpa. Lo primero que cayó a sus manos fue una camisa doblada a los pies de la cama. Sin pizca de vergüenza la estrechó contra su pecho e inhalo profundamente, emborrachándose con el aroma. Si solo la ropa olía así no podía ni imaginar lo maravilloso que sería hundir su nariz en el cuello del joven. No pudo reprimir una sonrisa traviesa, estaba ansioso por conocer todo sobre el castaño.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR