
Astley está sumido en el mayor caos que alguna vez conoció su gente.
Los reyes han muerto y en la siguiente coronación el nuevo monarca es atacado y dado por muerto. Helena Hawthorne, la reina ascendida, no entiende qué es lo que acaba de pasar, solo sabe que no puede evitar ese sentimiento que le aprieta el pecho, que la hace valorar sus prioridades y arrepentirse de mucho de lo vivido.
El objetivo, sin embargo, es claro.
Con Archer muerto y el heredero del trono creciendo en el vientre de la reina, los Van Holden pueden ocupar ese lugar que siempre han querido para sí mismos; desde que el linaje Hadsburg fue eliminado y ellos no fueron lo suficientemente rápidos para apoderarse del reino.
El nuevo orden es complejo, no solo políticamente, sino en la vida personal de Helena. Debatirse entre lo que creyó una vez que amaba y lo que ahora se da cuenta que es su vida entera no debería ser la parte compleja. El atentado le abrió los ojos, le mostró esa cara oculta en los planes que no conoce del todo, le dio una idea de qué es lo que pretenden esos que siempre han sido sus enemigos. Y por ello, crea un plan. Uno que le traerá una muerte segura, pero tiene que hacerse.
Ella les dará lo que quieren. O eso es lo que dice.
Pero la realidad es que estará lidiando con las traiciones, esas que están llegando de cerca, que han estado presentes desde el mismo inicio, las que evaluaron sus pasos y supieron manipularla. Pero ya no más.
La Helena que era la princesa despreciada ya no existe. Ahora es una reina. La verdadera reina. La que sabrá jugar al espionaje tal como lo hicieron con ella.
Porque los secretos recién están surgiendo. Porque son más de los que ella creía. Porque lo cambiarán todo. Y cuando el abismo comience a cerrarse y las cuentas pendientes estén por cobrarse, todo será un caos una vez más. Ella lo sabe.
Siempre lo supo.

