Mi hermanastro

Capítulo dos - Encuentro entre el orden y el caos

El aire de Nueva York es distinto, más frío, más acelerado, más... intimidante. Miro por la ventana del auto mientras los edificios enormes y las luces brillantes parecen engullirme. Es como si todo aquí tuviera prisa, como si la ciudad no supiera lo que significa detenerse.

Cuando llegamos a su edificio, no puedo evitar sentir un pequeño nudo en el estómago. El lugar es moderno, elegante, como todo lo demás en esta ciudad. No es mi estilo, pero tampoco esperaba nada diferente.

Ethan está esperándome en la entrada. Lleva un traje gris perfectamente ajustado y parece más incómodo con mi llegada que el clima frío. Su expresión es seria, casi indiferente, como si esto fuera solo una tarea más en su larga lista de cosas que hacer.

—Sofía —dice finalmente, su tono seco y formal, sin rastros de emoción.

No es que esperara un abrazo y un 'bienvenida, hermanita'bpero pudo hacer algo mejor que solo decir mi hombre ¿no? en fin.

—Hola, Ethan —respondo, esforzándome por mantener la calma.

Aunque, si soy sincera, lo primero que pienso al verlo es: maldita sea. Es atractivo. Demasiado atractivo. Tanto o más de lo que recordaba.

Tiene ese aire de autoridad y control que nunca me ha gustado, pero que no puedo ignorar.

Me maldigo por pensarlo siquiera. Es Ethan, mi hermanastro. No debería estar notando cosas como la forma en que sus ojos parecen analizar cada detalle o cómo su postura rígida no logra ocultar su fuerza. O esos labios...

—Ven, te mostraré el departamento- salgo de mis cavilaciones al escucharlo.

Su tono no invita a conversación, y yo lo sigo en silencio. Cada paso suyo resuena con firmeza en el mármol del lobby, mientras el mío parece casi titubeante. La diferencia entre nosotros nunca ha sido tan obvia.

El departamento, como esperaba, es ordenado hasta el extremo. Cada mueble está en su lugar, cada superficie brilla, y parece más una vitrina de diseño que un lugar para vivir.

—Tu habitación está al fondo. —Señala sin siquiera mirarme.

—Gracias—.

Me detengo por un momento, intentando pensar en algo que decir para romper el hielo, pero al girar a verlo, él ya se está alejando hacia el otro extremo del pasillo.

Veo su espalda ancha, su estrecha cintura y sus largas piernas junto a ese trasero perfecto que te invita a darle una nalgada y... Santo cielo. ¿Qué demonios me está sucediendo ahora? Creí que esa fase de enamoramiento ya había pasado.

Entro a la habitación antes de que otro pensamiento extraño aparezca por mi mente.

Mientras me instalo, no puedo evitar pensar en cómo voy a sobrevivir aquí. Ethan es todo lo que nunca he sido: rígido, disciplinado, perfecto. Y yo... yo soy caos. Un desastre en forma humana que de alguna manera tiene que encontrar la manera de coexistir con él.

Pero algo me dice que esto será más complicado de lo que cualquiera de los dos imaginó.

Después de instalarme, paso un buen rato intentando asimilar mi nueva realidad. El cuarto que Ethan me asignó es tan perfecto y minimalista como el resto del departamento, pero al menos tiene una ventana con una vista impresionante de la ciudad. Me pregunto cuánto tiempo tardaré en desordenarlo y romper con este equilibrio tan calculado.

Unos golpes firmes en la puerta interrumpen mis pensamientos.

—Vamos a cenar —dice Ethan desde el otro lado. No suena como una invitación, más bien como una orden.

Me cambio rápidamente. Salimos del departamento y tomamos el ascensor, al salir lo sigo en completo silencio hasta un restaurante en la esquina de su edificio. Es un lugar pequeño, discreto, pero sofisticado. Nada de comida rápida ni lugares ruidosos, claro, porque eso no encajaría en su estilo de vida tan... estructurado.

Durante la mayor parte de la cena, el ambiente está cargado de un silencio incómodo. Ethan parece estar más enfocado en analizar cada detalle del menú que en hablar conmigo. Al final, es él quien rompe el silencio, por supuesto, de la manera más formal y directa posible.

—Hay algunas cosas que necesitamos aclarar, Sofía.

Dejo los cubiertos sobre el plato y lo miro con curiosidad.

—¿Ya estamos poniendo reglas? Apenas llevo unas horas aquí.

—Es precisamente por eso. Prefiero evitar malentendidos desde el principio —responde, mirándome con esa seriedad que parece ser su estado natural. ¿Joder, en serio tiene 26 años o es un anciano de 60 años?

Se aclara la garganta y continúa, enumerando cada punto como si estuviera dictando un contrato.

—Tu horario será simple. Por las mañanas irás a la universidad. He hablado con el director, y ya tienes todo listo para empezar el próximo semestre.

Lo miro incrédula, intentando procesar cómo ya organizó mi vida sin consultarme.

—Por las tardes, trabajarás conmigo en la oficina. No necesito una asistente, pero prefiero mantener un ojo sobre ti.

—¿Perdón? ¿Eso significa que básicamente me vas a tener vigilada? —pregunto, arqueando una ceja.

Ethan no se inmuta.

—Lo interpretas como quieras. Lo importante es que no te metas en problemas. Mi trabajo es exigente, y necesito asegurarte una rutina estructurada.

Su tono frío y distante me molesta más de lo que quiero admitir.

—¿Y si no quiero?

Finalmente, levanta la vista del plato para mirarme directamente. Sus ojos tienen ese tono azul oscuro y penetrante que hace que mi corazón dé un pequeño salto, y odio eso.

—Entonces deberíamos buscar otro lugar para que vivas.

Sus palabras caen como un golpe directo. No es una amenaza, pero tampoco deja espacio para negociación. Aprieto los dientes y suspiro.

—Está bien. Supongo que no tengo muchas opciones.

Ethan asiente, satisfecho, y vuelve a concentrarse en su comida como si nada hubiera pasado. Yo, en cambio, sigo revolviendo el tenedor en mi plato, pensando en cómo voy a sobrevivir a esta nueva vida bajo su control constante. Una parte de mí se siente atrapada, pero otra no puede evitar estar... intrigada.

Porque, por mucho que me moleste admitirlo, Ethan tiene algo que no puedo ignorar. Algo que hace que todo esto sea mucho más complicado de lo que debería ser.