Capítulo uno - Adiós caos
No voy a mentir, no estoy preparada para la explosión de pintura roja que se extiende como un río furioso sobre la alfombra blanca del salón. ¿Drama? Tal vez un poco. Pero al menos le da algo de vida a esta casa que siempre me ha parecido más un museo que un hogar. Me quedo mirando mi desastre por unos segundos, admirando mi obra accidental, hasta que la voz grave de mi padre adoptivo me saca de mi ensueño.
—¡Sofía! ¿Qué demonios hiciste ahora?
Su tono está tan cargado de frustración que casi puedo olerlo. Me giro lentamente, con la tranquilidad de alguien que ya está acostumbrada al sermón que inevitablemente viene después.
—Era un intento de arte. Un poco de color no le hace daño a nadie, ¿no crees?
Sus ojos se cierran por un momento, y puedo jurar que está contando hasta diez en su cabeza.
—Ve a tu cuarto. Ahora- Su tono es seco, cortante, imposible de ignorar.
Subo las escaleras lentamente, arrastrando los pies lo suficiente como para hacerle saber que no me importa. Cierro la puerta de mi habitación y me tiro en la cama, mirando el techo.
No puedo evitar que mi mente vague hasta los recuerdos de mis padres. Hay noches en las que aún puedo escuchar la risa de mi madre o el murmullo de la voz tranquila de mi padre. Y luego está el otro recuerdo, el que nunca desaparece del todo: las sirenas, las miradas de lástima, el vacío que dejaron sus muertes.
Mi vida con mi nueva familia no es terrible, pero tampoco se siente mía. Desde que llegué aquí, siempre he sido como una invitada más que una hija.
Mi padre adoptivo intenta lo mejor que puede, considerando que ser padre soltero no es fácil. Tiene un hijo unos años mayor que yo, lo que hace evidente la diferencia en nuestras experiencias y dinámicas.
Pasa gran parte de su tiempo en la empresa que dirige, lo que deja el cuidado de nosotros en manos de niñeras y reglas estrictas. Esa es su manera de manejar la vida: control y disciplina.
A pesar de sus esfuerzos, siempre hay una distancia entre nosotros que nunca logramos cerrar. Tal vez es culpa mía. Nunca quise reemplazar a mis padres, y siempre siento que él espera algo de mí que simplemente no puedo —o no quiero— ser. Yo no encajo en el molde que él tiene en mente, el que su hijo sí parece llenar perfectamente.
El sonido de pasos en las escaleras me saca de mis pensamientos. No pasa mucho tiempo antes de que la puerta se abra y mi padre entre con esa expresión de decisión que me pone los nervios de punta.
—Sofía, esto no puede seguir así. He sido paciente, pero lo único que haces es crear caos. No te importa nada de lo que digo, y necesito... necesito que entiendas las consecuencias de tus actos —comienza a decir.
—¿Qué quieres decir? ¿Que no encajo en tu pequeño mundo perfecto? Eso ya lo sé.
—Ya basta—, corta él, con una firmeza que hace que mi pequeña rebelión interior tambalee por un segundo. —Te irás con Ethan. Él te pondrá en orden.
Al principio, las palabras no hacen sentido. Ethan. Mi hermanastro. El maniático del control que siempre parece tener una norma para todo.
Lo miro fijamente, esperando que esa mirada pueda convencerlo de que está cometiendo el mayor error de su vida.
Pero al ver que no da resultado, decido hablar.
—¿Ethan? ¿Estás hablando en serio? Me va a volver loca viviendo con él.
—Lo estoy diciendo en serio. Ethan puede darte la estabilidad que yo no puedo —Su tono no deja espacio para protestar—. Mañana te irás.
Sé entonces que no hay manera de cambiar su decisión. Él está harto, y yo... yo simplemente no encajo en su molde de hija ideal. Me limito a asentir con una mezcla de resignación y orgullo.
A la mañana siguiente, ya estoy lista muy a mi pesar. Por supuesto, mi padre ya se ha ido a su trabajo.
La bocina del auto suena desde afuera, pero todavía quedan unos minutos antes de que tenga que irme. Me quedo en el porche, apoyada contra la pared, intentando no pensar demasiado en lo que me espera. Entonces la veo venir, con su cabello recogido en una coleta y su sonrisa, esa sonrisa que siempre hace que todo parezca un poco menos complicado.
—¿De verdad te vas?- dice Clara, mi amiga desde hace años. Su voz tiene un toque de incredulidad, aunque ya sabe que esto iba a pasar.
—Sí, parece que mi caos ya no cabe en esta casa—. Intento sonar despreocupada, pero la verdad es que tengo un nudo en el pecho.
Clara se acerca y me abraza con fuerza, sin decir nada. Por un momento, quiero decirle que no quiero irme, que prefiero quedarme aquí, con ella y todo lo que conozco. Pero no lo hago. No quiero parecer débil.
—Solo prométeme una cosa— dice finalmente, soltándome y mirándome a los ojos—. No te pierdas. Sigue siendo tú, aunque te toque lidiar con tu hermano el rígido.
No puedo evitar reír. —No te preocupes, nadie va a cambiarme.
Clara me entrega algo pequeño envuelto en papel. Es un llavero con una estrella, el mismo que vimos juntas en una tienda hace unos meses.
—Para que recuerdes que siempre estás brillando, incluso cuando las cosas se pongan oscuras.
La bocina suena de nuevo, esta vez con más insistencia. Miro a Clara y le doy un último abrazo antes de subir al auto. Mientras nos alejamos, sostengo el llavero en mi mano y me prometo que, pase lo que pase, no dejaré que nada me apague.
Ethan tendrá que aprender a lidiar conmigo, no al revés.