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Niñera del señor arrogante

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Que me despidieran de mi trabajo de maestra de la nada era lo último que esperaba.

No tengo más remedio que aceptar un trabajo de niñera para el arrogante multimillonario Bastian Vetzon. Pero es difícil ignorar la tensión magnética cuando está cerca mirándome.

Debería haber sabido que no debía confiar en este idiota arrogante.

Ahora es demasiado tarde, ya estoy embarazada.

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Capítulo 1
NIÑERA DEL SEÑOR ARROGANTE Sinopsis:. Que me despidieran de mi trabajo de maestra de la nada era lo último que esperaba. No tengo más remedio que aceptar un trabajo de niñera para el arrogante multimillonario Bastian Vetzon. Pero es difícil ignorar la tensión magnética cuando está cerca mirándome. Debería haber sabido que no debía confiar en este idiota arrogante. Ahora es demasiado tarde, ya estoy embarazada. *** Capítulo 1 Narra Paula Al mirar a mis alumnos de cuarto grado, observo que todos tienen la cabeza inclinada sobre sus libros, los lápices de colores se mueven sobre las hojas, el sonido de las páginas que se pasan y el sombreado intenso sobre el papel son los únicos sonidos que se pueden escuchar en la sala. Y luego, vuelvo a mirar la hora: tienen menos de cinco minutos para terminar su trabajo de clase. –¿Qué te pasa?— un chillido infantil rasga el aire. Me incorporo al instante y miro hacia el frente de la clase, donde hay una rubia llamada Carli, con los ojos brillantes de rabia. Hay lápices esparcidos por toda su mesa y hay otra niña pequeña parada allí, con los ojos muy abiertos y asustada. —Lo siento, Carli... —¡No quiero oírlo! Me levanto muy rápidamente y me dirijo al lugar, lanzando miradas de advertencia a los demás que han abandonado su trabajo para ver el interludio. —Y ahora, ¿qué está pasando aquí? —pregunto. —Ella... —Carli —le advierto, esta vez dándole la mirada sensata que siempre me ha funcionado—. No voy a repetirme. Cuida tu tono. —Señorita Donovan —comienza la niñita de cabello castaño. Se llama Chelsea y es la niña más dulce a la que he enseñado—. Le prometo que no lo hice a propósito —dice con los ojos muy abiertos y sincera. —Siempre me ha tenido jurada —interrumpe Carli, con los ojos brillantes por las lágrimas que sé que no dejará caer—. Sigue haciendo esto. Ha sucedido con más frecuencia de lo normal. Con mi tono más suave, digo: –No creo que Chelsea quisiera que tus materiales de dibujo cayeran de la mesa. Ella también se disculpó. ¿Puedes perdonarla? —No lo haré —responde Carli con sus ojos color avellana todavía oscurecidos por la rabia. Suspiro. Carli siempre ha sido así. Es un poco difícil de manejar y últimamente ha empeorado. Se le ha vuelto cada vez más difícil llevarse bien con sus compañeros de clase y sus rabietas se están volviendo salvajes y un poco aterradoras. Como alguien que ha enseñado a estos niños durante un período completo, puedo decir que las acciones de Chelsea no fueron deliberadas. Que la niña asustada cuyas mejillas están empezando a temblar no la tiene en contra de Carli como ella ha afirmado. —¿Qué tal si arreglamos esto en el pasillo? —digo en el tono más dulce que puedo. —No voy a ir a ningún lado. No he terminado mi trabajo porque ella no miró por dónde iba —grita Carli. —¿Podrías calmarte por favor? —No lo haré —grita Carli mientras por primera vez comienzan a caer lágrimas de ira. Oh, mierda. Nunca había estado tan mal. Observo a Carli un poco más hasta que de repente me doy cuenta de que la sospecha que he tenido durante el último mes se confirma. Suspiro mientras dejo de lado el pensamiento que he tenido y decido calmar a la niña en su lugar. Pero ella me quita las manos de encima. —¡No me toque!—grita. Levanto las manos en un acto universal de rendición, segura de que todo lo que haga o diga solo irritará aún más a Callie. Solo me queda una cosa por hacer, y es lo único que odio hacer: llamar a mis padres. Miro mi reloj de pulsera de oro, lo más caro que tengo, y me doy cuenta de que el período ha terminado. Me volteó hacia el resto de la clase. —Espero que todos hayan terminado. Dejen su trabajo en mi escritorio si es así—digo mientras me dirijo directamente al teléfono. No puedo creer que esto esté a punto de suceder. Estoy a punto de llamar a un padre y no a cualquier padre, al padre de Carli, muy conocido y respetado incluso por la junta escolar. Siempre me he referido a él mentalmente como el Señor Arrogante debido a lo arrogante que es.He visto la forma en que interactúa con el Sr. Beatles y sé que el hombre es más arrogante que un pavo real. Afortunadamente, nunca nos hemos peleado porque nunca hemos interactuado. El señor Vetzon, que actúa como si fuera el hombre más ocupado del mundo, siempre tiene prisa cuando no está enviando a uno de sus choferes a recoger a Carli. Mientras presiono el teléfono contra mi oreja, me pregunto si siquiera va a contestar.El teléfono suena la primera vez y luego una segunda vez. Justo cuando estoy a punto de colgar, responde su asistente. Genial. Ni siquiera le dio a la escuela su número de teléfono celular privado. Después de presentarme y explicar el motivo de la llamada, el asistente me dice que espere a que le redirija la llamada. Después de otro minuto de estar allí de pie, mirando los dibujos que colgué en la pared, escucho una voz de barítono filtrarse por el altavoz. —Bastian Vetzon. Hago una pausa por una fracción de segundo y luego comienzo usando mi tono más profesional. –Soy Paula Donovan, la profesora de arte de Carli. Se produce una pausa al otro lado del teléfono. Lo siguiente que oigo es: —¿Qué le pasa a mi hija? ¿Está a salvo? Hay una sensación de urgencia en su tono y un poco de preocupación. Entiendo perfectamente por qué estaría preocupado por la seguridad de su hija. La seguridad de su hija no es la razón por la que lo llamé, sino la seguridad de sus compañeros de clase. —Le aseguro, señor Vetzon, que su hija está a salvo. Tengo otro motivo para llamarlo. —¿Bueno? —Tiene que venir a la escuela para esto. Ella se ha metido en algunos problemas y me temo que no es algo que podamos discutir por teléfono. —¿De qué es lo que no puede hablar aquí, señora...? Pongo los ojos en blanco ante el título que me acaba de dar. Qué conveniente que haya olvidado mi nombre apenas minutos después de presentarme. —Donovan —le respondo amablemente—. Y, señor Vetzon, no estoy casada, así que llameme señorita —le aclaro. —Sí, Donovan. Estoy muy ocupado en este momento, pero asignaré a alguien para que venga... —¿Un pariente?— pregunto. —No, pero… —Me temo que tendrá que ser algún pariente o alguien con quien Carli se sienta más cómoda —le informo. —¿Me está diciendo a quién puedo enviar para que venga a recoger a mi hija?–pregunta con incredulidad. —La situación, señor, es muy delicada. Créame, no insistiría en lo contrario. No puedo evitar preguntarme si el hombre no es consciente del autismo de su hija. Todo parece indicar que la niña estaba luchando contra el autismo. Aunque no creo que el hombre haya pasado suficiente tiempo con su pequeña, me sorprendería que no lo supiera en absoluto. De hecho, Carli es la única niña de la clase que se mete en tantos problemas. Y sí, puede que no me haya graduado como la mejor de mi clase, pero al menos entiendo lo que significa el comportamiento reciente de la niña. Después de lo que parece una eternidad, el señor Vetzon dice: —Estaré allí en diez minutos. No tengo la oportunidad de decir nada más porque cuelga antes de que yo pueda hacerlo. Cuando me doy vuelta, Carli está apoyada en su escritorio y la pequeña Chelsea está acurrucada en un rincón observando a Carli que la fulmina con la mirada con los ojos muy abiertos y llenos de miedo. Me acerco a Chelsea y envuelvo a la pequeña con mis brazos. —Oye, no tienes por qué tener miedo, ¿de acuerdo? —Parece que quiere pelear— confiesa Chelsea en un tono suave. Me río. —No lo haría —le digo a la niña, poniéndome en cuclillas para estar a su altura—. Quiero que sepas que Carli es un poco diferente y le gusta que las cosas sean de cierta manera. Cuando no es así, le molesta un poco. —¿Quiere decir como si fuera un bicho raro? —No, Chelsea —respondo con firmeza—. Nunca te refieras a alguien así. —Es porque mi abuela a veces habla sola y mi padre la llama bicho raro, así que me pregunté... —Carli no habla sola, ¿verdad? Chelsea se muerde el labio inferior pensativamente. —Supongo que no. —Bien. Y quizá Carli también esté de muy mal humor. No dejes que lo que dijo te afecte, ¿de acuerdo? Estoy segura de que no quiso decir nada con eso. Chelsea, después de pensarlo un minuto, se encoge de hombros. —Supongo que tiene razón, señorita Donovan. Carli es una persona muy agradable y siempre he querido ser su amiga. —Seguro que ella también quiere ser tu amiga —le aseguro a la pequeña y la llevo de la mano hasta su escritorio, donde empiezo a ayudarla a hacer la maleta—. Te veré el miércoles por la tarde, Chelsea —le digo mientras se cuelga la mochila a la espalda. —¡Hasta pronto, señorita!— responde la niña mientras comienza a saltar hacia la puerta. Me volteo hacia Carli. Está sentada en su escritorio, con el lápiz rascando furiosamente el papel. La oigo suspirar de vez en cuando mientras intenta terminar su trabajo. —Podrías romperlo —señalé mientras me dirigía a sentarme al lado de la joven. —No me importa. —Deberías. Voy a calificar eso. —Bueno, todavía no lo sé —responde, levantando la mirada para encontrarse con la mía. —Carli —le digo—, tu comportamiento de hoy es inaceptable. Últimamente no te llevas bien con tus compañeros de clase y varios otros profesores se han quejado de lo mismo. ¿Hay algo que te gustaría comentar conmigo? —le pregunto con la voz más suave para no asustarla. Puedo decir que las acciones de Carli son más que rebelión y descaro. —No pasa nada y no quiero hablar contigo de nada. Asiento, intentando que las palabras del niño no me duelan. —Muy bien. Ya que ese es el caso, me gustaría informarte que tu padre está de camino hacia aqui. —Lo sé, la escuché hablar con él por teléfono. ¿Por qué no llamó también a los padres de Chelsea? Ella fue la que empezó todo. Ante su pregunta, siento que mi paciencia se está agotando. —Carli, fuiste tú la que gritó. Chelsea se disculpó contigo y me di cuenta de que no fue del todo culpa suya. —Sí. Todo era culpa mía. Siempre lo es—mi corazón se rompe un poco al oír el dolor en la voz de la chica. No puedo evitar dejar caer mis manos sobre las de la chica, pero Carli las aparta—.No me toque. Me retiro inmediatamente. —Lo siento—me disculpo por tocarla sin su consentimiento. En ese momento, alguien se aclara la garganta detrás de nosotros. Me doy vuelta y veo a Bastian Vetzon en la puerta. La secretaria, una mujer de mediana edad, se da vuelta y comienza a alejarse. Probablemente ella lo había acompañado hasta allí. Me levanto inmediatamente y camino hacia él, ignorando el impulso de alisarme la falda o acomodarme el cabello detrás de la oreja. No puedo evitar sentirme un poco intimidada por su imponente figura y por cómo su presencia ha logrado absorber todo el aire de la habitación. Los ojos de Bastian son color avellana, similares a los de su hija. Aunque los ojos de su hija siempre son ardientes, los suyos son fríos y penetrantes mientras me observan moverme. —Señor Vetzon —le dije con satisfacción cuando llegué hasta él. —Señorita Sullivan —dice con total naturalidad. Me resisto a la tentación de darme un golpe en la frente. –Mi nombre es Paula Donovan. Esta vez, cuando mis ojos se encuentran con los suyos, lo fulmino con la mirada. Él se encoge de hombros. —Eso es lo que acabo de decir —argumenta—. Hola, cariño —continúa sin parar. Su tono se vuelve suave y achocolatado mientras sus ojos se posan en su hija, que le ofrece una sonrisa burlona y comienza a caminar hacia ella. —Papá— dice mientras se coloca frente a su padre, quien se inclina y le da un suave beso en la frente. Me resisto al cambio abrupto de las chicas. —¿Cómo estás?— pregunta el señor Vetzon en tono suave. —Estoy bien ahora que estás aquí. —Bien —dice el señor Vetzon —. Tú y yo vamos a hacer algo especial solo los dos cuando lleguemos a casa hoy, ¿de acuerdo? La niña asiente. —Ahora ve y recoge tus cosas mientras hablo con tu maestra —dice y observa con afecto en sus ojos cómo Carli comienza a alejarse saltando. Estoy demasiado sorprendida para decir algo. Cuando me volteo hacia el señor Vetzon, sus ojos están oscuros y no parece impresionado–.Estoy aquí y encuentro a mi hija bien y bastante alegre— afirma sin rodeos. —No estaba tan animada hace tres minutos —señalé, recordando cómo la niña me había quitado las manos de encima cuando traté de apaciguarla. —¿Por qué me llamó aquí? —Carli se había metido en problemas con su compañera de clase y había hecho un berrinche. Me resultó muy difícil calmarla. —Bueno, acabo de calmarla, ¿no? —dice el hombre. —Pero... —No hay ningún pero, señorita Donovan —dice mientras comienza a darse la vuelta—. No puedo creer que me haya llamado aquí para hacer su trabajo. Carli se acerca a él y él inmediatamente toma sus manos entre las suyas, mucho más grandes. Se gira hacia mí una última vez, de modo que sus ojos casi dorados casi me dejan sin aliento y dice: –Espero que la próxima vez hagas lo suficiente para ganarte ese sueldo. Y dicho esto, sale por la puerta.

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