Esas putas faldas.
Me ponen de los nervios porque le llegan a medio muslo y le marcan el culo y las caderas de forma impresionante. Cuando la contraté lo hice por dos razones:
1.- Es muy agradable a la vista, tiene un buen cuerpo y una sonrisa preciosa.
2.- Tiene excelentes notas de la universidad, y el hecho de que se haya graduado de empresariales, era aún mejor.
Sin embargo, esas faldas que usa me distraen. Y no solo a mí, sino que a cualquiera que la vea de esa forma. Es la única que se pasa el código de vestimenta por donde mejor le parezca. Tampoco me voy a quejar, me gusta admirar a una bella mujer, la que además, acaba de salvar miles de millones de dólares de mi empresa.
La cadena de hoteles Royal Palace Devereaux, ha sido el negocio familiar durante tantos años que es imposible de decir. Hace cinco años que estoy a cargo luego de que mi padre decidiera que era la suficientemente joven para seguir disfrutando la vida junto a mi madre. Por lo que ahora viajan por todo el mundo. No me quejo, me gusta el mundo de los negocios, pero a veces me pone de un humor de perros como en estos putos momentos.
Si no fuera por Sofía, me habrían visto la jodida cara de idiota.
—¿Le va a decir de inmediato, o esperará a que termine la presentación? —me pregunta ella.
Sofía casi no me respeta, me admira, pero hace lo que quiere conmigo. Bromea todo el tiempo y se burla de mí. Es la única persona a la que se lo permito porque hace un trabajo excelente siempre, y en el fondo, me gustan sus ocurrencias. Estoy en el mundo de los negocios, en donde todos son fríos y calculadores, siempre se necesita una dosis de viento fresco.
—¿Qué haría usted? —le pregunto. Sé la respuesta, he compartido lo suficiente con ella.
—Esperaría que terminara la presentación —responde sonriendo de forma maliciosa.
Sofía me cae bien, es muy inteligente y espontánea. Sobre todo con ese comentario del succionador de clítoris que si digo que no envío la sangre a mi pene, estaría mintiendo. Sin embargo, ella nunca ha dado indicios de estar interesada en mí o de querer follar. Aparte de sus bromas, nuestra relación ha sido perfectamente profesional, y la prefiero así.
—Eso es lo que tengo en mente.
Abro la puerta, y la hago pasar primero. Ella toma asiento y cruza las piernas dejando ver más piel, sobre todo porque tengo una vista directa al estar sentado a su lado. Me aclaro la garganta y miro al frente en donde está Ethan Wright, un puto socio que hemos tenido hace años y en el que confiaba. Hasta hoy.
A mí nadie me jode.
Ni intenta hacerlo.
Y si alguien llegara a lograrlo, definitivamente no viviría para contarlo.
Muchos no lo han hecho.
Ethan me sonríe como si este fuera el mejor día de su vida, y le devuelvo la sonrisa, aunque por dentro solo quiero matarlo.
—¿Comienzo? —pregunta ansioso por mostrarnos su mierda.
Su proyecto me había interesado hasta hace unos siete minutos atrás. Ahora ni siquiera le pongo atención porque no me interesa escuchar nada de esa mierda. Lo único que hago de vez en cuando, es mirar las piernas de mi secretaria y oler la fragancia a rosas que llega desde ella.
—Mi pregunta es: ¿cómo vas a financiar esto? —pregunto cuando termina.
Él me mira como si no entendiera la pregunta.
—¿Cómo? Creí que ya habíamos hablado de esto —dice. Asiento lentamente con la cabeza.
—Claro, lo hicimos. Pero resulta que no tienes los fondos para el puto proyecto y quisiste joderme —Mi voz suena tan dura que todos en la sala se sobresaltan, menos Sofía, que supongo ya está acostumbrada a presenciar esta faceta mía.
—No sé de qué estás hablando.
—Tus cuentas están en cero.
Mi rostro es la viva imagen de la indiferencia. Una expresión que por años los Devereaux hemos tenido, porque cuando muestras demasiado en este mundo de los negocios, es considerada una debilidad. Ser demasiado emocional. Saco mi celular para enviarle un mensaje a los guardias, pero la mano de Sofía me lo impide. Su mano se siente cálida y pequeña en contraste con la mía.
—Está listo —susurra. Las comisuras de mi labio se levantaron con suficiencia cuando los guardias entraron y agarraron a Ethan de los brazos arrastrándolo hacia la salida.
—¿Qué? —gritó—. ¡No puedes hacer esto!
—Claro que puedo, es mi maldita empresa.
Su secretaria se levantó de golpe y lo siguió a pasos tambaleantes. Le dedicó una rápida mirada a Sofía que parecía más un reproche y salió con él.
—Que lo tiren a patadas a la calle —le indique a uno de los guardias.
—Así se hará, señor —dijo asintiendo.
Cuando nos quedamos solos en la sala de reuniones, Sofía con toda su calma y completamente cómoda, se estiro en la silla. Moví la cabeza y bufé. Ella me miró interrogante.
—¿Qué? Esto se llama pausa activa —dice encogiéndose de hombros.
—¿Pausa qué?
—¿Lee algo más que no sean páginas de negocios?
Frunzo el ceño con molestia.
—¿Qué se supone que significa eso? —pregunto.
Sofía me da esa radiante sonrisa que me escandila, y niega con la cabeza.
—Nada, señor.
Pasa por mi lado y me doy vuelta justo a tiempo para ver cómo se mueve ese perfecto culo que tiene. Muchas mujeres pagarían cirugías para tenerlo así, pero ella lo tenía natural. Un hombre se da cuenta de esa cosas. Muevo la cabeza y me levanto de la silla para volver a mi oficina y comenzar a cancelar todo los negocios que había tenido con ese idiota, encargándome personalmente de enviarle las demandas por incumplimiento de contrato.
Eso le va a enseñar a nunca más meterse conmigo.
Cuando llego a mi oficina lo primero que hago es revisar las cámaras de seguridad para ver el momento exacto en que echaron a Ethan a patadas a la calle y luego le tiraron su maletín como si fuera una vil rata. Que es. Descargo el video y se lo envío a Sofía por correo.
Su contestación no tarda en llegar y sonrío.
Me encantan los finales felices.
El mensaje termina con el emoticón de un diablo sonriendo.
A mis treinta y un años, estoy acostumbrado a las mujeres, no es como si tuviera que hacer demasiadas cosas porque sé que soy atractivo, y si no es eso, entonces lo serán mis cuentas bancarias. Por eso, nunca he tenido una relación larga, las mujeres suelen buscar placer, lujos y un matrimonio con un hombre guapo y exitoso; yo solo busco placer. Estas son las mujeres que viven en mi mundo, interesadas, superficiales y a las que les gusta ser mantenidas.
Además, estoy bien de esta forma sin tener que dar explicaciones a nadie y solo preocuparme por mí. Sofía, según lo que decía su curriculum, tiene unos veinticuatro años, pero está tan llena de vida que a veces da la impresión de que tiene menos.
—Ay, señorita Guerrero, usted sí que sabe poner a un hombre de rodillas —escucho una voz tan conocida y frunzo el ceño por sus palabras. Me levanto de mi escritorio para visualizar a Sofía inclinada en los archivos que están detrás de su escritorio.
La inclinación es sensual y voy a estar jodidamente de acuerdo con mi hermano, aunque por supuesto que no lo voy a decir y arriesgarme a que las cosas se pongan raras con ella. Aunque no puedo dejar de pensar en ese juguete que dijo. La risa de Sofía resuena en mis oídos y pongo los ojos en blanco cuando él pone una mano en su corazón y suspira como enamorado.
—Buenos días, señor Devereaux junior —lo molesta.
Ahora es el turno de él de poner los ojos en blanco, y el mío de sonreír. Lucius es mi hermano menor por dos años, y a pesar de que ambos tenemos los ojos azules, su cabello es rubio como el de mamá. El mío es heredado de mi padre junto con el color de ojos.
—¡Por dios! —dice riendo—. En mi opinión y de otras muchas damas, soy el mejor Devereaux.
Sofía se encoge de hombros.
—Bueno, no puedo decir nada porque no he probado a ningún Devereaux —Una extraña sensación se hace presente en mi cuerpo al escuchar las palabras. Siempre me ha sorprendido y creo que incluso molestado el hecho de que ella nunca haya querido montarme o arrodillarse para el caso, como todas las mujeres a mi alrededor.
—Eso se arregla en un dos por tres —dice él acercándose como un depredador a su presa. Pero Sofía es todo menos una presa. Mi hermano queda a paso de ella, que tiene una mano en su cadera, y lo mira con suficiencia.
—Lástima para usted, pero es el hermano de mi jefe y no hay que mezclar placer, negocios y familia al mismo tiempo.
Mi hermano le hace un puchero y ella ríe.
—Ansío el momento de que te vayas a trabajar a otra empresa, porque ten por seguro que no te escapas de mí.
Salgo en ese preciso momento porque no quiero escuchar más las tonterías de mi hermano. ¿Qué ella se va a ir? Por supuesto no lo voy a permitir.
—¿Otra vez molestando a mi secretaria? —pregunto con un gesto de aburrimiento en mi rostro. Lucius me sonríe como el don juan que es.
—¡Si no es mi hermano preferido! —Abre los brazos y se acerca a mí envolviéndome en un abrazo.
—Soy tu único hermano, idiota —refunfuño.
—Siempre de mal humor este hombre —dice y luego mira a Sofía—. No sé cómo lo aguantas.
Ella se encoge de hombros y me da esa mirada que pone cuando va a decir algo que no me va a gustar.
—No es tan malo, le das su pastilla para la migraña y se queda tranquilito.
Mi hermano se larga a reír con una carcajada que me molesta de sobremanera. Fulmino con la mirada a Sofía y ella sonríe de forma inocente. ¡Ah! Cómo si ya no la conociera.
—Yo amo a esta mujer —dice Lucius—. Tienes que ser la madre de mis hijos, voy a llevarte a casa con mamá.
—Siga soñando, señor Devereaux Junior.
Agarro a mi hermano y lo tiro hacia adentro cerrando la puerta detrás de nosotros. ¡Este idiota!