Capítulo 3: Sofía

1665 Palabras
Lucius, el hermano de mi jefe, es muy simpático y siempre que viene me dice que me ama, y que me llevará a su casa con su madre. Me gusta molestarlo y decirle que es el Devereaux Junior, aunque tienen otro hermano que es menor. Sin embargo, él no viene mucho por aquí porque vive en otro país. Saco mis AirPods para escuchar música mientras me meto en las cuentas bancarias de nuestros socios. He agarrado esa manía de decir “nuestros” cuando claramente no son míos, pero creo que mi trabajo es más que ser una secretaria, ya que, Christian toma en cuenta mis opiniones, como hoy, por ejemplo. Tengo un largo día por delante, así que tengo que sacar la música de artillería pesada. De hecho, me cree una Playlist en Spotify que dice “Artillería pesada” que la escucho cuando tengo que hacer estas cosas y sé que me van a tomar tiempo porque tengo que revisar cada rincón de ellos. Cualquier cuenta que puedan tener escondidas, es casi como si fuera un médico que tiene que abrir a su paciente para inspeccionar lo que hay dentro. Así me siento ahora cuando la canción “Rude boy” de Rihanna suena en mis audífonos. No tengo problema si alguien me habla, porque Christian tiene un intercomunicador que enciende una luz cuando él quiere hablar conmigo. Y ahora estará ocupado con su hermano que suele venir siempre que hay problemas en alguno de los hoteles que él administra y que probablemente yo tendré que ver. La puerta de la oficina de mi jefe se abre y él aparece en toda su gloria respirando tan enojado que se me asemeja a un toro. Algo muy malo debe haber pasado para que él pierda los papeles de esa forma. Incluso antes no se había mostrado así, siempre usando su rostro de la viva indiferencia que lo caracterizaban en el mundo de los negocios que lo volvían respetado entre esa gente, y volvía locas a las mujeres. —Planifique su día, señorita Guerrero, porque mañana nos vamos de viaje a Seattle —me dice. La sede central de la cadena de hoteles se encuentra en New York, Christian es el encargado de administrar a nivel global las inversiones y proyectos, pero hay en cada sucursal un gerente que ve cosas administrativa y debe darle informes todas las semanas. Admiro eso de él, el hecho de que un solo hombre se haga cargo de todo de forma tan perfecta. Cuando grande quiero ser como él. —¿A qué hora? —pregunto para acercar el iPad y revisar la agenda que tenía el día de mañana—. Mañana tenía dos reuniones importantes, ¿quiere que me comunique con ellos para que pueda tomarlas vía videollamada? Él asiente con la cabeza. —Sí, por favor. Lucius asoma su cabeza por entre medio de la puerta con esa gran sonrisa que lo caracteriza. A veces me pregunto si es algún tipo de mecanismo de defensa. De cualquier otra forma, es muy guapo y una siempre aprecia tener una linda vista, aunque no pueda tocar. —Quiero una secretaria tan eficiente como ella. —¡Basta! —le dice enojado Christian, luego me mira—. ¿Mañana a las ocho está bien para usted? Asiento con una sonrisa. —Por supuesto, jefe. El resto de la mañana se me pasa en un borrón, entre revisar las cuentas y encontrar varias a las que no tenía acceso y tuve que pedir; cuando dieron las una de la tarde, me deje caer hacia atrás en la silla, una muy cómoda por lo demás. Hice que Christian me comprara una igual a la suya con la excusa de que él me tenía todo el día sentada y yo no quería enfermarme. No fue fácil convencerlo, pero se logró. Tomé mi bolso y caminé hacia el ascensor, mi jefe todavía estaba en su oficina y yo no había querido preguntar cuál había sido la situación; él me lo contaría cuando estuviera listo. En estos meses aprendí a no presionar los botones de Christian. Nuestro piso está en el diez, así que en el siete sube Kasey Elwood. —¡Amiga! —exclama cuando me ve. Sonríe y se me tira encima para abrazarme. Me saca una risa, y le devuelvo el abrazo. Kasey es una de las primeras amigas que hice aquí. Lamentablemente tuve que lidiar con algunas personas que me veían raro por el hecho de ser latina, algo de lo que estoy orgullosa y nunca he dejado que nadie me haga sentir menos por eso. Pero Kasey, ella es como un viento de primavera, siempre sonriendo y prestando su ayuda. —Tengo demasiada hambre —dice cuando me suelta. —Yo también, me comería una vaca entera. Ella se ríe y abre los ojos. —Si me como una vaca contigo, ¿tendré tu culo? Ahora es mi turno de largarme a reír. —Nena, este culo es pura genética —le digo posicionándome de lado para que lo admire. Suelta un suspiro junto a un puchero. —Yo no sé cómo el señor Devereaux se resiste a ti —dice, y luego levanta las manos—. ¡Si hasta yo quiero azotarlo! Kasey se toma de mi brazo y juntas caminamos hacia la cafetería que está frente al edificio. Sirven todo tipo de comidas y la empresa tiene un convenio con ellos, de modo que los almuerzos y cualquier cosa que compremos tiene un descuento. Lo que a mí me viene como anillo al dedo porque casi siempre llego demasiado cansada como para cocinar algo. Con suerte llego a usar el Satisfayer y quedo muerta. Las palabras de Kasey se quedan en mi mente. He visto a mi jefe mirarme el culo, incluso las piernas como hoy, sin embargo, nunca ha dado indicios de estar interesado en mí por lo que nunca he dicho nada. Es mejor así, no quiero que cualquier otro tipo de relación pueda entorpecer mis objetivos. No. Mejor solo así. Que cada uno disfrute la vista por separado. —Escuché que mañana tú y nuestro jefecito se van de viaje —dice. Trago la comida que tengo en la boca, y al parecer me eché más de lo que podía soportar porque se me queda en la maldita garganta. Tomo agua para bajarlo y mi amiga se ríe. —Sí, al parecer hay algunos problemas en la sucursal de Seattle y tenemos que ir. —Vi a Lucius hace un rato, intentó hablarme, pero lo ignoré —dice, aunque puedo ver el dolor en sus ojos. Lucius y ella tuvieron un pequeño romance hace años, sin embargo él de un día para otro terminó con ella sin darle ninguna explicación. Haber, que solo era una relación de solo sexo, pero tampoco costaba mucho decirle por qué ya no quería seguir. Entonces mi amiga lo odia y no quiere volver a saber de él. Él es atractivo, pero a mi parecer, Christian lo es más. Pero entre gustos no hay nada escrito, dicen por ahí. Durante el transcurso que estamos comiendo, algunos compañeros se nos unen. Me acerco al mostrador para pedir comida para llevar. Christian es fan de las pastas y de los champiñones, así que le pido eso. Dudo que se haya pedido algo para comer, y menos aún que salga de su oficina teniendo en cuenta el problema que hay. Nos levantamos todos y volvemos a nuestro trabajo. Cuando salgo del ascensor camino hacia la oficina, toco una vez y entro. Como predije, mi jefe está mirando el computador con el ceño fruncido. —¿Qué sucede? —me pregunta sin mirarme. —¿Comió? —le pregunto y levanta la cabeza apenas. —Estoy ocupado, lo haré cuando me vaya —responde. Miro el reloj de su pared, y parece que él no lo vio o no sabe qué hora es. —Eso es en casi seis horas más. Él suspira y vuelve a mirarme. —Sofía, estoy ocupado, además si usted ya comió, ¿de qué se preocupa? Hago un puchero, y veo como sus ojos van a mis labios para volver a subir. Eso, siente deseo por mí y súbeme el sueldo. —Es que no quiero que se enferme —digo, entro a su despacho con la bolsa de comida que saco de detrás de mi espalda—. Mire lo que le traje. No es la primera vez que le traigo comida, y siempre me mira de la misma forma. Como si no pudiera entender que alguien que no sea su familia se preocupe por él. Mira la bolsa y luego vuelve a mirarme. —¿Eso es para mí? —pregunta y traga saliva—. ¿Pastas? Asiento con la cabeza y dejo la bolsa en un lado de su escritorio. Agarro su computador y lo dejo en el sofá a su lado, porque si no lo hago, no va a comer. Saco los potes de comida de la bolsa y coloco un paño debajo de ellos para que no manchen su escritorio. Le paso los cubiertos bajo su atenta mirada. —Eres la mejor secretaria que he tenido —suelta en un susurro. Le guiño un ojo sonriendo. —Debería aumentar mi sueldo en un cero más —digo y él bufa, pero sé que está medio sonriendo, aunque me lo oculte. —Mejor vaya a trabajar —me ordena. Satisfecha con el hecho de que está comiendo, salgo de su oficina y vuelvo a revisar las cuentas y modificar las citas del día de mañana. En el fondo, no hago esto para que Christian me suba el sueldo, lo hago porque es un buen jefe y me preocupo por él. Le tengo cariño, y creo que también le agrado. Otras veces, incluso él me ha traído comida, así que supongo que es un trabajo mutuo el de preocuparnos por el otro.
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