Capítulo 4: Christian

1407 Palabras
En los cinco años que llevo aquí, nunca una secretaria se había preocupado de traerme comida, y no es primera vez que Sofía lo hace. No sé cómo sentirme respecto a ello, pero mientras miro la comida frente a mis ojos, es imposible que no se forme una sonrisa en mi rostro. Muevo la cabeza comenzando a comer, la verdad no sabía que tenía tanta hambre hasta que el olor de la comida llegó a mis fosas nasales. Con todo esto de la sucursal en Seattle, me he estresado, y era obvio que iba a pasar de largo porque era una emergencia que había que erradicar cuanto antes para poder minimizar las pérdidas de dinero y acciones. Resulta que por alguna razón explotaron las cañerías, siendo que son constantemente revisadas. Era un desastre, porque casi todos los pisos estaban inundados y prácticamente íbamos a tener que indemnizar a los clientes que estaban en ese momento alojados en el hotel. Claro, con el dinero que obtendríamos de la puta empresa encargada de revisar las cañerías. Según mi hermano, cuatro días antes se hizo la revisión y tenemos los papeles, así que, a menos que haya sido un complot, es necesario que vaya a ver todo. Como es mucha mierda, voy a necesitar a Sofía porque ella da ideas, y es jodidamente eficiente en cualquier cosa. La necesito atenta; es observadora como yo. Fui sincero cuando le dije que es la mejor secretaria que he tenido. Una joyita, como le gusta decir a ella. Cuando me termino el almuerzo le hago la transferencia correspondiente a Sofía y su mensaje no tarda en llegar. Una transferencia con el triple del valor de la comida. No lo hago para que me pague. Las comisuras de mi labio se levantan. Lo sé, pero no es su responsabilidad y es lo mínimo que puedo hacer por su dedicación. Sofía me responde con un emoticón y yo dejo el celular a un lado para seguir revisando el contrato que firmamos con la empresa encargada de los chequeos de tuberías, esperando encontrar algún vacío legal en él. Porque claramente me he especializado en las leyes que rigen mi empresa y a mis socios. Si bien, Sofía y yo partimos temprano, antes tengo que resolver unos asuntos. Cuando salgo a mi oficina a las nueve, mi secretaria ya no está, y aunque lo sé porque me envió un mensaje, de todas formas me hubiera gustado despedirme de ella en persona. ¿Qué demonios, Christian? Aparto los pensamientos de mi cabeza y me dirijo hacia el ascensor. Me recargo en la pared del ascensor cerrando los ojos. Estoy demasiado estresado, pero hay una cosa que hará que me quite parte de este estrés. Mis músculos en hormiguean en anticipación, y una sonrisa de medio lado se forma en mis labios. ¿Cuál es la razón por la que el imperio Devereaux creció tan rápido? El narcotráfico y las influencias dan mucho dinero, y había que lavarlo de alguna forma. ¿Qué mejor que con una cadena hotelera? Era perfecto y mis antepasados lo descubrieron en una época en que las mafias se iban haciendo de renombre en las calles de la ciudad y los policías tenían que ser sabuesos de la droga. Pero un imperio como el nuestro no se mantiene a flote si no es en el anonimato. Ahora tengo que ir a una de nuestras bodegas porque se va a hacer el juicio de un idiota que nos traicionó dando información a la organización rival. Como soy el jefe, la cabeza de todo, es mi jodido placer acabar con su miserable vida. Mis antepasados fueron muy cuidadosos y algo dramáticos para proteger nuestra identidad. Es por ello que siempre nos hemos mostrado con máscaras en nuestro rostro. Primero mi padre y ahora yo. Es una máscara de oro que crearon mis bisabuelos con la forma de una calavera. Cuando salgo del edificio, Oliver ya me está esperando en el Cadillac Escalade n***o que usamos para estos acontecimientos. Llevo haciendo esto desde que era un adolescente, pero cada vez me produce esa sensación de hormigueo en el cuerpo. —Oliver —lo saludo. —Señor. Tiene cincuenta años, trabajó con mi padre, pero no se quiso retirar, así que lo mantengo cerca porque es una de las pocas personas en las que se puede confiar. Es un ex militar y parece un jodido gorila a pesar de la edad que tiene. —Su máscara está en el compartimiento inferior —me dice. Abro el compartimiento y ahí está. —Ven con tu papi —digo sonriendo. Cuando me pongo la máscara dejo de ser Christian Devereaux. Soy Abbaddon, el destructor. Mi padre tomó el nombre de su padre que era “la parca”, pero yo quise probar con uno nuevo. Se supone que nuestros nombres representan la muerte. Diferente nombre, mismo significado. Pero nadie sabe quién soy en realidad, nadie sabe en qué trabajo, ni en qué lugar vivo porque los que han logrado saberlo, han muerto en el instante. Solo mis socios lo saben. Cuando llegamos, ya están todos los autos de los otros cabecillas. Me bajo con el abrigo n***o y la máscara en mi rostro mirándolos a todos por las rendijas de los ojos. Los demás también tienen sus respectivas máscaras, pero yo sé quiénes son. Una sonrisa de medio lado se forma en mi rostro, es cruel y sádica, pero que ellos no pueden ver. Camino con indiferencia haciendo pequeños asentimientos de cabeza contra algunos que me miran, otros ni siquiera lo intentan porque soy jodidamente letal. Por los alrededores de la bodega hay cinco asientos grandes, al final del perímetro, está el mío. Más que una silla, parece un jodido trono porque por los lados está adornada de calaveras humanas. Una simbolización de nuestras máscaras. Tomo asiento mirándolos a todos con superioridad. Lucius aparece a mi lado sentándose en el respaldo del trono, también con una máscara de calavera, solo que la de él es blanca. —Bueno, traigan al traidor —digo con un movimiento de mi mano. Nuestros hombres traen al tipo tirándolo frente a mí. Me enderezo para observarlo con la cabeza ladeada. —Me gustaría saber qué es lo que pensabas cuando nos intentaste traicionar —digo. Mi voz suena diferente por la máscara, si antes ya era ronca, ahora lo es mucho más. El tipo no me mira, mantiene la cabeza agachada. Está sucio, tiene la ropa media rasgada y la sangre lo mancha. Pedí que le dieran una buena paliza antes de verlo. —Lo siento, Abbaddon —jadea. Me levanto y miro a los demás en la sala. Nuestra organización es anónima para las mafias y organizaciones rivales. Nos conocen solo por nuestras máscaras, pero aquí dentro sabemos quiénes somos. Uno de los socios al que jodieron, los Irving, tienen una máscara con el diseño de víbora. Él mueve la mano asintiendo. —Maten al hijo de puta. El que está a su lado, los Redvers, tienen una máscara de un León y pide lo mismo. El de la máscara de Diablo, familia Gilbert, también. Sonrío y estiro mi mano para que mi hermano deje el cuchillo que uso para estas situaciones. —Muy bien, creo que tu suerte ya fue echada, hijo de puta. Corto su lengua, sus dedos uno por uno, y finalmente rebano su cuello con toda mi calma. Levanto la cabeza y la lanzo justo en el medio de la bodega. —Que esto sirva de lección para todos. Le hago una señal a mi hermano y salimos de la bodega. Necesito sacarme esta sangre de traidor de mi ropa. —¡Ah, cómo extrañaba esto! —dice Lucius cuando estamos dentro del auto y nos sacamos las máscaras. Asiento con la cabeza. Reviso en mi iPad las cámaras de seguridad del edificio en que vive Sofía para asegurarme de que llegó bien. La veo entrar y saludar a todos con una sonrisa, aprieto los dientes cuando veo cómo le miran el culo al caminar. —Tu secretaria tiene el mejor culo que he visto —comentar Lucius acercándose para mirar la pantalla. —Deja de mirárselo, o de coquetear con ella —advierto. Suelta una risa. —Tengo la esperanza de que caiga con mis encantos. —En tus putos sueños —gruño. Lucius ríe y siento unas tremendas ganas de borrársela de un golpe.
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