Capitulo 4

2070 Palabras
Se puso de pie, ajustándose las bragas húmedas, con las manos listas para bajarle la falda. Lo oyó chasquear la lengua y levantó la vista para verlo negar con la cabeza. Dejándola arremangada en la cintura, terminó de lavarse las manos y lo siguió hasta su escritorio. Vio que la miraba con el ceño fruncido y se preguntó qué podría haber hecho para disgustarlo ahora. —Bella, parece que este es un día de lecciones para ti.— Hizo una pausa, dejándola reflexionar. —¡Los esclavos no suspiran ante sus amos, entendido! Es simple, sí, amo, ¡porque como mi esclava me obedecerás!— La miró fijamente mientras le explicaba su última transgresión. Observó el horror y la vergüenza que se reflejaban en su rostro, sus dientes mordiéndose el labio de nuevo con adorable expresión. —A veces era como castigar a un niño—, pensó. Con los ojos abiertos, asintió, recuperándose lo suficiente para susurrar: «Sí, Amo», al verlo endurecerse aún más por la ira. Estaba asustada, su evidente enfado le confirmaba que ya no era un juego. Fue como una bofetada, y se tambaleó sobre sus talones ante la fuerza de la nueva conciencia de su situación. Sabía que había llegado demasiado lejos, que había hecho demasiado, que había permitido que le hiciera demasiado, como para poder ceder o pedirle que parara; cualquier palabra se le ahogaba en la garganta. Tras minutos de silencio, rompió a llorar y se dio la vuelta para huir de él. La vio desmoronarse, comprendió su intención. Era el momento de hacerla suya de verdad y tenía que moverse antes de que entrara en pánico y huyera. Extendió la mano con la velocidad del rayo y la agarró del brazo antes de que pudiera escapar. Sostuvo el control remoto ante sus ojos desorbitados y pulsó el botón, provocando un suave zumbido en su coño. Ella se sobresaltó y chilló, mirándolo. Su voz profunda susurró: «Sí, pequeña zorra, controlo ese nuevo juguete en tu coño igual que te controlo a ti. Soy tu Amo». La miró a los ojos temerosos mientras le acariciaba el trasero. El juguete vibró a mayor velocidad, y su respiración se aceleró con el pánico. Se inclinó para murmurarle al oído: «Te gusta ser mi zorra, ¿verdad, Ellie?». Se acercó más, atrayéndola hacia sí, y continuó: «Al no tener que ocultar lo traviesa que eres y las sensaciones de ese coñito apretado cuando estás conmigo, sabes que estás hecha para servirme». Dicho esto, le dio una fuerte palmada en el trasero, calentándolo con la huella de su mano. Al verla morderse el labio, pudo ver cómo las emociones se reflejaban en su expresivo rostro, que se sonrojaba. —Puedes ser tú misma conmigo, Ellie. Adoro todo lo que eres y todo lo que puedes y llegarás a ser para mí—. Podía sentir el calor que emanaba de ella, la vergüenza y el miedo mezclándose con el creciente anhelo en sus ojos verdes. Fue lento y deliberado en la elección de palabras, dejándolas invadir su mente mientras ella luchaba por comprender que esto nunca había sido un juego para él. Él siguió hablando sin parar, llenándola la cabeza de deseos. —Te conozco casi toda la vida, tan dulce, tan inocente y tan obediente, naciste para ser esclava, mi pequeña zorra. Necesitas un Amo que te dé tanto placer como dolor.— Mantuvo su voz suave y grave en su oído, pero con un tono severo y autoritario. —Puedes confiar en mí, Ellie, te cuidaré y te mantendré a salvo mientras alimento tus antojos.— Lo remató con otra palmada en su trasero, ya rojo. —Solo te pido, pequeña esclava, que me sirvas y me obedezcas bien. Soy un Amo, Ellie. Tú, pequeña zorra, eres la esclava que deseo. Ella jadeaba y su cuerpo temblaba visiblemente mientras él subía el juguete y le azotaba el trasero de nuevo. —Te poseeré y cuidaré como mi posesión más preciada. Como tu Amo, te entrenaré para que me complazcas y te castigaré si no lo haces—. Su mano golpeó con fuerza su trasero; ella gritó, sus piernas apenas la sostenían mientras él la alimentaba con lo que necesitaba. Así como él deseaba dominarla, ella necesitaba sus exigencias controladoras. Podía verlo y sentirlo cada vez que ella obedecía sus órdenes cada vez más despectivas, incluso ahora, mientras la miraba a los ojos llenos de lágrimas. —Debes confiar y obedecer a tu Amo, Ellie.— Le dio otra nalgada y gruñó en voz baja: —Córrete para mí, pequeña zorra. Obedéceme y córrete para tu Amo, esclava.— Colocó su pierna entre las suyas mientras ella movía las caderas, dejándola frotar su coño húmedo y palpitante contra él, observando cómo inclinaba la cabeza hacia atrás para aullar. La rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia él mientras ella comenzaba a tener espasmos y estremecerse. La levantó, la llevó a un sillón mullido y se sentó con ella en su regazo, dejando que el zumbido interior se desvaneciera lentamente. En ese momento no quería nada más que complacerlo, obedecerlo, que la cuidara y la atesorara. Se sentó en su regazo durante un largo rato sintiendo cómo la acariciaba, acariciando su cabello y espalda mientras se calmaba. Incapaz de hablar, su mente repasó rápidamente todo lo que él le había dicho. Las cosas que había hecho y dejado que le hiciera en los últimos tres días, sus palabras de confianza y cuidado, el placer y el dolor que le dio. Inconscientemente se retorció mordiéndose el labio de nuevo. Su rubor llenó su rostro, su vergüenza y humillación cabalgaron sobre todas las demás emociones. Todavía estaba un poco asustada de su ira y de lo que este supuesto juego realmente significaba para ella, pero también sentía su amor por ella. Era casi como una figura paterna, estricto y severo pero cariñoso mientras ella se sentaba acunada en sus brazos así. ¿Estaba mal que pensara así de él, considerando lo que le había hecho y permitido que le hiciera? Él no solo aceptaba sus travesuras, sino que las alentaba. La había llevado a orgasmos desgarradores, pero no había buscado los suyos propios. Su mente se retorcía con lo que sentía. Sintió el deseo de hacer eso por él; la fuerte necesidad que había sentido de huir de él, relegada a un segundo plano, fue reemplazada en ese momento por el deseo de complacerlo mientras reflexionaba sobre sus palabras, su cariño, su confianza, su amor. Imaginó cómo sería ser follada por él y llena de su semen, y se retorció entre sus brazos, apretándose contra su cuerpo firme y fuerte. Se sentó con ella acurrucada en su regazo, observándola a la cara, sabiendo que estaba considerando todo lo que le había dicho mientras alimentaba sus crecientes necesidades masoquistas. Sonrió al verla morderse el labio y sonrojarse con gracia. Necesitaba poseer a esta pequeña y hermosa niña en cuerpo y alma, para que soportara más de su dolor y sufriera por él, pero necesitaba que ella viniera a él voluntariamente. Sus pensamientos se oscurecían; le costaba toda su fuerza de voluntad no abandonar su plan y tomar su cuerpo ahora mismo, violándola y obligándola a servirle. Decidió que necesitaba encontrar a una de las prostitutas de la compañía para descargar su frustración antes de perder la determinación. Dándole una palmada en el trasero, la despertó: «Esta mañana has sido una inútil asistente personal, pequeña zorra. Vuelve a tu escritorio y a trabajar. Te llamaré si te necesito». Sonrió con suficiencia cuando el juguete vibró brevemente, haciéndola jadear y comprender con claridad su significado. La ayudó a levantarse de su regazo, sonriendo al observar su aspecto desaliñado y sus muslos húmedos y brillantes. «Puedes usar mi baño para limpiarte, pequeña zorra, pero deja el juguete donde está». Sonrió con suficiencia cuando ella jadeó, mirándolo brevemente. —Sí, Amo.— Corrió al baño y se miró en el espejo, preguntándose si alguna vez dejaría de sonrojarse estando con él. Se arregló el maquillaje rápidamente y limpió las pruebas del placer que le proporcionaba. Hizo una mueca al girarse para ver su trasero enrojecido. Al salir del baño, vio que él se había ido sin decir palabra y regresó a su escritorio sintiéndose extrañamente sola sin su presencia constante. Unas horas después, sintió que el juguete volvía a vibrar, momentos antes de que él volviera a entrar, relajado y sonriéndole alegremente. Al ver su sonrisa, se colocó detrás de ella, mirando por encima del hombro el ordenador, y le puso ambas manos sobre los pechos, apretándolos hasta que ella gimió suavemente: —¿Trabajando duro, mi esclava? Antes de que pudiera responder, vio a Kurt entrar pavoneándose con Dianne, la belleza rubia de recepción a su lado. —Buenas tardes, Sr. White—, sonrió Bella, intentando ignorar que las manos de su amo seguían amasándole los pechos, aunque el rubor que se extendía por su rostro lo decía todo. —Bella, cariño, te extrañé esta mañana. Espero que no hayas tenido problemas.— El siempre eufórico Kurt White le guiñó un ojo y rió entre dientes. —Dianne es mi asistente personal ahora y necesito llevarla de compras para poder entrenarla adecuadamente en todo lo que implica su nuevo puesto.— Le sonrió con picardía a Bella. —Mel también quiere algunas cosas para ti, afortunada, pero necesitamos tallas y medidas. Aunque, por lo que veo, tu entrenamiento ha sido muy práctico.— Rió con buen humor y miró las manos de su amo que aún cubrían sus pequeños pechos. —Pasa a mi oficina mientras hago una lista.— Su Amo rió con Kurt, levantándola por las tetas y dándole unas palmadas en el trasero para que se moviera. La condujo al centro de la habitación y la examinó con la mirada. —Desnuda a Bella para que Dianne pueda tomar medidas precisas.— La miró con severidad mientras ella dudaba. Se quedó paralizada, incrédula; el juguete vibró con más fuerza, haciéndola jadear y levantar la vista, y él la miró enarcando una ceja. Tragó saliva con dificultad, negando levemente con la cabeza. —¡AHORA, Bella!—, la ira se reflejó en sus ojos al mirarla. Con manos temblorosas, dejó caer la falda, se quitó la chaqueta y la blusa y se las entregó a Dianne, quien comprobó las tallas y tomó notas: «La camisola también, Ellie, puedes quedarte con tus bragas sucias puestas por ahora». Él continuó mirándola con enojo. Ella se sintió mortificada por sus palabras y se quitó la camisola. Se apartó de ella una vez que terminó de desvestirse; los dos hombres se dirigieron al escritorio de su amo para comentar la lista en silencio, observándola desde la distancia. Moribunda por dentro, permaneció casi desnuda y temblando mientras Diane hurgaba, palpaba y medía varias partes de su pequeño cuerpo, incluyendo las muñecas, los tobillos y el cuello, durante lo que pareció una eternidad. Las manos de la rubia parecían excitarla aún más a medida que el juguete vibraba, humedeciéndola aún más y endureciendo sus pezones, lo que aumentaba su humillación. Kurt sonrió ampliamente al ver a Dianne finalmente levantarse y enrollar la cinta métrica. —¡Ven, esclava, vamos de compras!—. Bella se tensó, pero él la tomó del brazo y la sacó de la habitación, llamándola por encima del hombro. —Nos vemos en unas horas, Mel—. Bella abrió mucho los ojos al oír la palabra —esclava— dirigida a otra chica y se giró para verlas marchar. La atrajo hacia sí señalando un punto en el suelo detrás de su escritorio, cerca de él, y la observó, casi desnuda, acercarse en silencio. —¿Has disfrutado de usar esas bragas sucias todo el día?—. Le recorrió la cadera y el coño con la mano, sintiendo su humedad. —Sin amo. Él sonrió: «Bien, quítatelas y la próxima vez que sientas la tentación de usar bragas, piensa en cómo se sintió esto». Su sonrisa se tornó seria: «No volverás a usar nada que cubra tu coñito sin mi permiso expreso. ¿Entiendes, esclava? O tu incomodidad será mucho peor, te lo prometo». La miró con atención, seguro de que entendía que, como todas sus órdenes, no era negociable. Se quitó las bragas empapadas y apestosas y se quedó temblando y desnuda ante él. Inhalando lentamente, susurró: «Sí, amo».
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