Capitulo 5

1363 Palabras
Extendiendo la mano para acariciarle la mejilla suavemente, la atrajo hacia abajo, inclinándola sobre su regazo, hablándole suavemente, pero con un tono cortante. —Como mi esclava, cuando te pido que hagas algo, obedeces, ¿es correcto, esclava? Sin darle tiempo a responder, le acarició el trasero tembloroso con la mano, y continuó: —Es lo que acordaste. Sin embargo, por tercera vez hoy, me veo obligado a castigarte. No le había dado margen para responder y sonrió mientras ella gemía. —Tu vacilación cuando te pedí que te desnudaras fue inaceptable. Me obedecerás, esclava, sin importar quién esté cerca. Sintió su tensión al expresar su desagrado. —Debes confiar en que no te pondré en peligro. Kurt también es un Amo y Dianne su esclava. Dejó que la tristeza y la decepción se filtraran en su voz. —Tu negativa a desnudarte cuando te lo ordené fue un reflejo no solo de ti, pequeña esclava, sino de mí como tu Amo. Ella se encogió ante el tono de su voz, sintiéndose avergonzada de haberlo desagradado una vez más. La necesidad de complacerlo que había despertado en ella antes la hacía querer rogarle perdón. Empezó a suplicar, pero la silenció: —Entiendo que lo sientas, esclava, y me entristece tener que castigarte de nuevo, pero aprenderás a confiar y obedecerme en todo lo que te pida. Ella gemía de vergüenza, además del calor que él le provocaba con su mano acariciadora y el juguete vibrando en lo profundo de su coño húmedo. Sintió que su mano se levantaba y se preparó pensando que la azotaría, pero fue reemplazada por la sensación de una fina vara acariciando su piel; su mano izquierda se movía bajo ella para acariciar su coño, lo que aumentaba la mezcla de emociones que la recorría. Ella se retorció ante sus toques, chilló y se sorprendió cuando el bastón golpeó su trasero, mordiéndole la carne, haciéndola rebotar en su regazo y pateando. Sintió sus dedos clavándose en su coño y clítoris, sujetándola en su lugar, y gritó de nuevo. Sus jadeos y gemidos se convirtieron en aullidos y jadeos de dolor cuando la golpeó dos veces más. Tres ronchas rojas y palpitantes aparecieron en su piel, una por cada una de sus transgresiones ese día. Podía sentir las ronchas ardiendo en su piel cuando el cruel bastón fue reemplazado por su mano una vez más. Sus dedos retorciendo y tirando de su clítoris hinchado mientras azotaba con fuerza sobre las líneas marcadas incansablemente, haciéndola retorcerse y corcovear en su regazo, gritando de dolor y necesidad. Observó el exquisito cuerpo pequeño retorcerse sobre su regazo. Su alegría y excitación eran evidentes al verla sufrir y llorar por él; él era su Amo, su anhelo de poseerla se hacía realidad. Al final de la semana, ella aceptaría su lugar como su esclava voluntariamente o él la tomaría por la fuerza si era necesario, pero él sabía que no podía dejarla ir. Volvió a hablar en voz baja y gruñendo: —Córrete para tu Amo, pequeña esclava, demuéstrale cuánto amas su dolor. Su cuerpo se contorsionó, arqueándose, tensándose y estremeciéndose mientras explotaba ante su orden. Su mente se perdió, flotando en una nube de placer y dolor por tercera vez ese día, gritó por él y se desmayó. ///////// Despertó aturdida y confundida, aún desnuda, acurrucada en los brazos de su Amo en el amplio y mullido sofá de su oficina. Él la abrazaba con suavidad, protegiéndola como un dulce amante. Sin embargo, su cuerpo le decía lo contrario y necesitaba desesperadamente estirar sus músculos doloridos. Intentó zafarse con suavidad de sus brazos, solo para sentir cómo se apretaban a su alrededor. Rindiéndose, rodó entre sus brazos hasta quedar boca arriba y estiró el cuerpo, sintiendo que los músculos protestaban y dolían aún más. Lo miró a los ojos mientras él la observaba, finalmente soltándolo y recorriendo su cuerpo con sus manos mientras ella se estiraba como un gato. —Mía —dijo simplemente. Le dio una palmadita en la cadera. —Se está haciendo tarde, pequeña Ellie. Estuviste fuera un rato. Tengo un coche esperándote abajo, en la entrada, para llevarte a casa. Le sonrió suavemente. —Será mejor que te vistas y te vayas a casa, antes de que te encuentre más cosas que hacer. Ella abrió los ojos como platos y él rió entre dientes. —Puedes decirle a cualquiera que pregunte que te retuve en el trabajo para entrenar. Se rió con sinceridad al ver su rostro sonrojado mientras se levantaba y la observaba vestirse. Hizo una mueca, sintiendo un dolor intenso mientras se acomodaba la falda sobre el trasero. Entró brevemente en el baño para arreglarse el pelo y maquillarse lo mejor posible antes de caminar detrás de su escritorio para recoger las bragas sucias. Haciéndolas una bola en la mano, se presentó obedientemente y preguntó: —¿Me permites un día, amo? Él le dedicó una sonrisa radiante y la levantó para besarla profundamente. Sorprendida, chilló al separarse los pies del suelo y sentir sus labios sobre los suyos, sorprendida por el beso. De todos los días que habían pasado, este era su primer beso de verdad y ella se fundió en él. La llevó a su escritorio, y el beso perduró. La depositó con cuidado para recuperar su bolso y le dijo en voz baja: —Sí, mi esclava, por fin me has complacido hoy. Esbozó una leve sonrisa mientras la provocaba. —Vete a casa, antes de que cambie de opinión. Le dio una palmadita en el trasero, disfrutando de sus gemidos, y la dejó, volviendo a su despacho. Estaba más que complacido. No sabía qué esperar cuando despertara; se preguntó si la había presionado demasiado en su día de castigo. Sonrió para sí mismo; era adorable en su sumisión natural, y aunque en un momento del día pareció a punto de huir, se quedó. El coche la esperaba, como le había dicho. El conductor fue amable y, una vez dentro, le entregó una bolsa de un restaurante local. —El Sr. M. me pidió que le trajera algo de comer, ya que la trajo tarde a un entrenamiento. Sonrió al ver la sorpresa y el rubor que se le asomó a las mejillas al coger la bolsa y darle las gracias. El viaje a casa fue silencioso; la observó por el retrovisor mientras ella miraba por la ventanilla sin ver el paisaje, absorta en sus pensamientos sobre el día. Sonrió al llevarse los dedos a los labios. De todo lo que había pasado, fue su beso el que perduró. La verdad era que disfrutaba las cosas que él la obligaba a hacer, cosas que nunca habría hecho sola o con su novio. Le gustaba poder fingir que era una -buena chica- siendo obligada en lugar de admitir que cada nueva experiencia que él le traía emocionaba su mente y cuerpo. Sin embargo, de todas esas cosas, fue el beso lo que se quedó con ella. La intimidad de su beso profundo y apasionado tan diferente de la forma serena y autoritaria en que él la había provocado y le había traído placer y dolor a su cuerpo haciéndola sentir culpa y vergüenza, necesidad y deseo. Sabía que lo que estaba haciendo, ser su esclava, no estaba bien y hasta esta noche se había preguntado qué tan mal podría llegar a estar antes de que terminara la semana. Volvió a tocar sus labios, pero el beso pareció hacer que de alguna manera no se sintiera tan mal. Había sentido su amor y pasión por ella en ese beso. Se revolvió en la cama intentando dormir. —Había crecido conociéndolo como parte de su familia, casi como un tío. Amaba a su esposa, sencilla e indulgente, ¡y era amiga de su hijo! Se quitó las mantas y se quedó mirando al techo, llena de culpa y vergüenza. —¿Qué le estaba pasando? Gimió suavemente mientras su mano acariciaba su cuerpo, reviviendo el día: su ira, su miedo, su decepción, su vergüenza, su deseo, su necesidad de complacerlo y, finalmente, la pasión de su beso. Se corrió por cuarta vez ese día y finalmente durmió.
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