Pasó los dedos por su cabello, enroscándolo alrededor de ellos, mientras le echaba la cabeza hacia atrás y se inclinaba hasta casi besarla con fuerza, susurrando con aspereza: —Córrete para tu Amo, pequeña zorra dolorida. Eres mía. La observó arquearse con más fuerza contra su zapato, tensándose y estremeciéndose antes de gritar con el semen cubriendo sus muslos y su zapato: —Estaba tan hermosa así, de rodillas ante él. La miró a los ojos mientras su pene se endurecía dolorosamente, atrapado en sus pantalones. Él le sujetó el pelo con la mano, aflojando la presión para acariciarla mientras ella se calmaba. Sus piernas temblorosas se doblaron para apoyar el trasero sobre los talones. Seguro de que estaba recobrando la consciencia, le dijo: —Limpia mis zapatos, esclava. Al

