Capítulo 2. - En fin, eso escribía, Liza, mi querida Liza, desde su lugar, una ciudad más pueblerina que otras allá por Santa Fe. Una de las 23 provincias que componen el territorio nacional de mi tan castigada patria: Argentina. ¡Qué mujer increíble! Ha pasado por tantas cosas y sigue riéndose de sí misma. En un todo reconocible modo de relacionarse con las letras que me gustaba tanto… La conocí en pandemia, por zoom, haciendo una terapia grupal difícil. Difícil para mí que nunca lo había hecho, pero fabulosa. Dejaron que me insertara en el grupo: Orates en Crisis. Todas se conocían, yo sólo a una, y asumir el compromiso de pertenecer y participar, fue como andar desnuda en público. Que me conocieran así con todos mis temores y mis locuras; Como cada una. Allí supe de Liza y enseguida sentimos un cariño mutuo, sencillo. Nos caímos bien. Ella es viuda. Perdió un esposo que era maltratador pero del peor rubro, el psicológico; y con él su autoestima, su valía. Sumergida aún en esa relación enfermiza, resolvió vender la casa ocupándose de todo, la atención de los interesados, el cierre de la venta. Se deshizo de muebles, fotos, ropa diversa, recuerdos. Decidida como nunca a liberarse definitivamente. Cuando aludía a esta situación nos confiaba que la remitía a cuando era una niña y andaba en bicicleta y el viento le daba en la cara y ella, soltaba el manubrio para sentir que podía volar. Cambia, todo cambia… solía canturrear en las sesiones Que yo cambie no es extraño. ¡Qué grande! Maravillosa letra que interpretaba otra Argentina: Mercedes Sosa Entonces con la mitad de lo recaudado se compró por fin su primera propiedad. Nada habría de faltarle. El techo estaba y su empuje, y ese terreno virgen que la aceptó de inmediato cuando puso árboles frutales y sembró lo indispensable, lo que le gustaba comer. Calabazas, pimientos, zanahorias, tomates cherry, ésos que colman una rama, que la abrazan celosos y parecen cerezas. Crujientes, deliciosos. Y bordeando la construcción, al resguardo, las aromáticas: salvia, romero, menta, sabía que ése espacio iba a tener su impronta, sus colores, su aroma. Era un barrio semi-cerrado, de los que hay que colonizar, aunque el brío de sus habitantes hizo que su parte comercial fuera muy completa. Una pescadería con variedades de mar, farmacias, ópticas, las variantes en salud que se puedan necesitar, dos jardines para infantes, una escuela, la biblioteca y hasta una iglesia. Esta última poco frecuentada, ha perdido muchos adeptos la iglesia católica, decía jocosa cuando describía su barrio. Pronto, muy pronto, vendrán los evangélicos que son más contenedores, atrapantes, y en poco tiempo alzarán un templo y dejarán oír sus clamores… Ella era así, sin pelos en la lengua. No buscaba conformar a nadie, como tampoco dejaba de ser ella. Se lo había propuesto y seguía un plan. Alquiló local y abrió el primero de una cadena de exitosos salones de belleza. Estaba descubriendo la excelencia de su gestión comercial. Viajó por el interior del país buscando mejoras de precios, novedades. No creía en eso que afirma: que Dios sólo atiende en Buenos Aires. Anduvo por la región de Cuyo, San Juan, San Luis y Mendoza, otras 3 provincias que forman parte de nuestro territorio nacional, descubrió sus viñedos, saboreó sus vinos, reconocidos y premiados en el mundo entero. Recorrió la Ruta del Vino, habló el lenguaje de los enólogos e hizo disparates luego de la tercera copa. Cosechó amigos y no tanto, a ella se la amaba o se la envidiaba. Pero, nada la detenía. Aún sin referencias se enfrentaba a grandes y a pequeños empresarios, aprendiendo y enseñando. Y en ese dar y recibir conoció a Isabel y a Anita de San Juan; a Lidia de San Luis, y a Ana, de Mendoza, amigas de la vida con las que conoció otros países en son de divertimento. Placeres compartidos. Cuba, México y hasta Estados Unidos supieron del grupo de las argentinas, bullangueras, divertidas que sembraron alegría y buenos momentos. Sabían cómo vivir, Liza las eligió y supo que lograría reencontrarse. Independizarse y recuperar el vuelo. Ser feliz. No contaba con la maldita pandemia que duró algo más de 2 años. Mientras otro, un maquiavélico presidente, incumplía el encierro y festejaba todo lo que podía. Y pudo mucho. Pagar la travesura de Olivos, le costó apenas algo más del millón de pesos argentinos, cuando el peso está tan desvalorizado que nuestra inflación nos deja en porcentajes, después de nuestros hermanos venezolanos. Muy doloroso. Liza no sabía vivir sola. El confinamiento hizo mucho daño. A la economía, a la vida, a ella, que con esa extrema sensibilidad tuvo que pedir ayuda. Y no sólo a su grupo de terapia grupal de los jueves, sino también a un psiquiatra que la medicó para evitar que siguiera decayendo. Que se deprimiera. Llena de preguntas no conciliaba el sueño. Ése miedo a morir aislada, sin que nadie se enterara. Eran tiempos donde un fogón estruendoso terminaba con los restos de cualquiera. Los contagiados y los que no. Nadie podía llorarlos, montones de restos cenizos que quién sabe a quién pertenecían… Eso entregaban. La cremación se puso de moda. Fue cuando comenzó una búsqueda de respuestas en la espiritualidad, y el esoterismo. Desayunaba y consultaba el celular, viva la madre ciencia que nos prodigó esta compañía, solía decir. El lunes Jacobo, los martes Sary, miércoles del profesor Gabriel, jueves de Mora y viernes de Isabel. Todos tarotistas en Youtube, por lo que vendrá, y por las tardes se adentraba en diferentes aprendizajes: números de Grobovoi; Método Yuen; Meditación y conciencia; Sanación y limpieza de auras; Chamanismo; Mindfulness; Tantra y sexo para iniciados; y hasta el estudio de la Torá que por extenso y poco sencillo lo cambió por la Cábala. TODO por ser mejor. Claro está que en Internet encontró mucho material de su interés. Las muertes de sus ídolos. Historias fantásticas e inusuales sobre casos de fantasmas y realidades irreales. Pero Liza adelgazaba y sólo pedía un abrazo. E iba más allá del contacto físico. Era la necesidad de sentir otro corazón, el calor, la existencia de otra alma. Eso asustaba al conocerla, tanta energía y ahora tanta depresión… ¡Qué quién sabe dónde la llevaría!