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Efecto Mariposa; En la cama de Perseo Hartley

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Descripción

Dicen que un solo aleteo de una mariposa puede llevar a desencadenar un tornado, una pequeña decisión no se mantiene pequeña; Sol a pasado amando en silencio a su mejor amigo, un amor no correspondido que la termina llevando a la cama de Perseo Hartley, una tentación de peligro andante y lo peor de todo el hermano del hombre que ha amado; Cuándo Perseo descubre la verdad sobre Sol y se propone atraerla a su mundo. Lo que empieza como un juego —una apuesta retorcida entre ellos— pronto se convierte en algo más profundo. Sol está atrapada entre dos hermanos: uno que siempre le ha roto el corazón y otro que parece empeñado en cosquitarla... cueste lo que cueste.

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Capítulo 1
SOL MERCER; El amor no correspondido es una perra. Dolía muchísimo, y nadie sabía lo profundo que era el dolor. Decir que tengo el corazón roto sería quedarse corto. Estoy destrozada porque sabía que mi amor por él probablemente nunca se desvanecería. Es triste, la verdad. Lo intenté todo para que se fijara en mí, pero nunca lo hizo. No era más que su mejor amiga. ¿Cómo puedo explicarle que deseaba que me viera mas que eso? Que lo llevo en la sangre. Que es todo lo que veo y en lo único que puedo pensar. Que es el aire que respiro. Ahora yo estaba pagando el precio. Ahora tenía que verlo sufrí y escuchar sus penas de amor por otra chica. Esa maldita novia suya le ha roto el corazón otra vez, la tercera vez este año. —No puedo creer que me haya hecho esto, Sol —dice Federico. Paso mis dedos por su cabello, tratando de ignorar lo bien que se siente. —¿Qué hizo exactamente? —pregunto—. Todavía no me lo has dicho. —No sé cómo decirlo. —Bueno, empieza por algún lado. Mi paciencia se está agotando. Llevo horas aquí, sacrificando mi sábado para verlo desintegrarse. No sé por qué se molesta en llorar cuando volverá a su cama la semana que viene. Hacen esto cada vez. Debería ser más comprensiva, lo sé. Pero diez años viéndolo perseguir a la misma mujer tóxica tienden a erosionar la compasión de una persona. —Dalia no va a volver, Santiago —dice—. Esta vez me dejó para siempre. —Sabes que es mentira. —Es verdad. Está comprometida. Me envió una invitación de boda digital y he estado pensando en pasar mi teléfono por una picadora de carne. Eso realmente me sorprende. ¿Comprometida? ¿Dalia se va a casar? Federico se aparta de mí y finalmente puedo ver su rostro. La barba incipiente en su mandíbula ha pasado de la fase sexy a algo más salvaje. Su camiseta blanca está arrugada y manchada con lo que podría ser la cena de ayer. Nunca lo había visto tan destrozado, y eso es mucho decir. Busca a tientas su teléfono, con los dedos temblorosos mientras abre la pantalla. Luego me lanza el teléfono. Ahí está: una nauseabunda invitación rosa dorado con una letra fluida que anuncia la unión de Dalia Crestfield y un tipo llamado Santiago. Dentro de ocho semanas. Mi corazón da un vuelco, una sensación de aleteo se extiende por mi pecho. Me muerdo el interior de la mejilla para no sonreír. Esta es la mejor noticia que he escuchado en años. La bruja finalmente, de verdad, está fuera de escena. —¿Es enserio? —digo, tratando de sonar comprensiva—. ¿Sabías que estaba saliendo con alguien más? Es decir, es Dalia. ¿Cuándo ha sido fiel? —Tienes razón. Le devuelvo el teléfono. —No puedo creer que me esté dejando, Sol. —Se desploma en el sofá, mirando al techo como si pudiera ofrecer alguna explicación cósmica. —Me cuesta creerlo —digo. Mis ojos recorren su fuerte mandíbula, sus labios, las pestañas cubiertas de lágrimas secas. He memorizado cada centímetro de su rostro a lo largo de los años, he catalogado cada expresión. Esta es nueva: una derrota completa y absoluta. Debería entristecerme verlo tan destrozado, pero todo lo que puedo pensar es: "Esta es mi oportunidad". Han sido novios desde la secundaria, mucho antes de que yo llegara a la vida de Federico. A veces me pregunto si esa es la clave de su control sobre él: ella lo conoció antes que yo, cuando era solo un chico con un corazón frágil. He visto a Dalia darle largas, siempre sabiendo que volvería por otra ronda. La idea de que finalmente lo haya dejado ir es emocionante y aterradora a la vez. ¿Qué nos pasa ahora? —¿Quién soy yo sin ella, Sol? —pregunta Federico. —Eres Federico Hartley. Estarás bien. —Me acerco para apretarle la rodilla. —No puedo estar bien sin ella. —Hay más de ocho mil millones de personas en este mundo, estadísticamente. Solo elige a alguien nuevo. —¿Estadísticamente? Eres una nerd. Sus palabras duelen. Lo ha dicho un millón de veces antes, sus bromas habituales sobre mi trabajo de analista de ciberseguridad, mi amor por los datos aleatorios y mi colección de novelas clásicas de ciencia ficción. Pero hoy suena diferente. Un nerd. Eso es todo lo que soy para él. No una mujer. Nunca una mujer. Me levanto bruscamente, alisándome los vaqueros y ajustándome las gafas. Le mostraré lo salvaje que puedo ser. —¿Sabes qué? —digo—. Vamos a un club y emborrachémonos. Finn me mira como si hubiera sugerido que robáramos un banco. —¿Quieres ir a un club? —Sí. —¿Alguna vez has ido a un club? Me hundo en el sofá, ya arrepintiéndome de mi idea impulsiva. ¿En qué me he metido? El club es todo lo que temía y peor. El vestido que Federico insistió en que usara (sacado del fondo de mi armario, una reliquia de la boda de una prima hace tres años) es demasiado ajustado, demasiado corto y me hace dolorosamente consciente de partes del cuerpo que normalmente logro ignorar. Llevamos aquí cuarenta minutos. Cuarenta minutos viendo a Federico transformarse en alguien que apenas reconozco, tomando tragos en la barra. Hace veinte minutos, encontró a una chica, una rubia alta y esbelta con un vestido que parece pintado con aerosol sobre su cuerpo. Amber. Ese es su nombre. Me quedo de pie torpemente en la pista de baile, bebiendo vodka con soda aguada, viendo a ambos frotarse el uno contra el otro de una manera que probablemente debería ser ilegal en público. Ella está de espaldas a su pecho, con los brazos levantados por encima de la cabeza y los dedos enredados en su cabello. Las manos de él están en sus caderas, guiando sus movimientos, con la cara enterrada en su cuello. Me siento mal. Me siento estúpida. Me siento dolorosamente, obviamente sola. —¿Sol? —grita Federico —. No puedes quedarte ahí parada. ¡Baila! —No sé cómo —grito. Amber me frunce el ceño. —Entonces, ¿por qué estás aquí? —Para vigilar a mi mejor amigo. —¿Como? —Sí —digo—. En caso de que intentes darle un medicamento o algo así. Federico parece avergonzado. —Simplemente ignórala —le dice a Amber, apretando el brazo alrededor de su cintura—. Es una maniática del control. Amber resopla. —Más bien como tu madre. —Hermana mayor sería más apropiado —corrige Federico. Los ojos de Amber me recorren de una manera que me eriza la piel. —Pero está buena, con su flequillo y sus gafas de "que me jodan". Una nena guapa. Federico hace una mueca. —Esa no es una imagen muy cómoda. —Vamos. ¿No lo ves? —¿Ver qué? —¿No te parecen estimulantes sus vibraciones de nerd? Federico, afortunadamente, evita mi mirada. —Más baile, menos conversación. —¿En serio? ¿No te tienta ni un poco ver a Sol desnuda?

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