Capítulo 1

1369 Palabras
Island Radoslav, vestida con un elegante vestido blanco, permanecía erguida en el centro del salón, rodeada por las miradas de aquellos que estaban allí para pujar por su pureza. La joven mantenía su semblante frío, impenetrable, mientras sus ojos violetas recorrían el mar de rostros que la rodeaban. Sabía que no había escapatoria, que el destino que su padre había preparado para ella estaba a punto de sellarse. El salón principal de los Radoslav estaba adornado con toda la opulencia que el dinero podía comprar: candelabros de cristal, tapices dorados, y una multitud de nobles y empresarios que llenaban cada rincón del lugar. El aire estaba cargado de tensión y expectativa, mientras los murmullos sobre la "hija olvidada" del "rey" se esparcían por la sala como un incendio. —Es un espectáculo patético —murmuró uno de los tíos de Island, un hombre de rostro arrugado y ojos crueles—. La bastarda se cree una princesa, pero no es más que un premio para el mejor postor. Island apretó los labios, resistiendo el impulso de replicar. Sabía que mostrar cualquier emoción, cualquier debilidad, solo les daría más poder sobre ella. En su mente, solo una palabra resonaba: sobrevivir. Radis, su padre, se elevó sobre el resto, su presencia imponente dominó la sala. —Señoras y señores —comenzó, su voz resonando con autoridad—, hoy, les presento a mi hija, Island Radoslav. Su pureza está a la venta, una rareza en cuerpo y alma. Quien gane, se casará con ella. Que comience la subasta. Las palabras del "rey" fueron recibidas con un silencio expectante, seguido de susurros que crecieron en intensidad. La piel perlada de Island y su cabello blanco como la nieve la hacían destacar como un ser casi etéreo, diferente a cualquiera en la sala. Algunos la miraban con fascinación, otros con desprecio, pero todos sabían que ella no era como las demás. La primera oferta llegó rápidamente, un noble de mediana edad con un bigote fino y una sonrisa astuta levantó su mano. —Cien mil. Island no pudo evitar un escalofrío al ver la expresión de codicia en los ojos del hombre. Pero no fue la única oferta; pronto, otros comenzaron a competir, cada cifra más alta que la anterior. Sus ojos buscaron algún rostro compasivo, alguien que pudiera ofrecerle una salida. Pero no había nadie. —Un millón —dijo otro hombre, su voz resonando por encima de los demás. La puja se intensificó, los números se volvieron astronómicos. Island observó a su padre, esperando ver algún indicio de emoción, algún rastro de humanidad, pero Radis se mantuvo impasible, como si estuviera subastando una posesión más. El momento decisivo llegó cuando una voz fría y clara cortó el aire, silenciando a todos los presentes. —Cinco millones. Island giró su cabeza hacia el origen de la voz y sus ojos se encontraron con los de Daska Vlad. Él no había dicho una palabra hasta ese momento, observando la subasta con una calma inquietante. Ahora, todos los ojos estaban sobre él, incluyendo los de Island, que lo miraba con una mezcla de odio y temor. Daska permanecía inmóvil, sus ojos oscuros fijos en ella, como si fuera un depredador que acababa de acorralar a su presa. No había ni un atisbo de duda en su expresión, como si ya supiera que nadie se atrevería a desafiar su oferta. —Cinco millones —repitió Daska, su voz baja pero cargada de determinación—. Y ni un céntimo más. La sala cayó en un silencio sepulcral. Nadie se atrevió a hacer otra oferta. Los murmullos de incredulidad recorrieron la sala mientras todos aceptaban que la subasta había terminado. Radis observó a Daska por un momento antes de dar un asentimiento frío, sellando el trato. Island sintió como si el suelo se deslizara bajo sus pies. Había sido comprada por el hombre que encarnaba todo lo que odiaba, el líder de la familia Vlad, los enemigos acérrimos de los Radoslav. Daska se levantó de su asiento y comenzó a caminar hacia ella, cada paso resonando en el silencio que se había apoderado del salón. Cuando Daska se detuvo frente a ella, Island lo miró directamente a los ojos. Su semblante era frío y desafiante, pero por dentro, su corazón latía con una mezcla de miedo y rabia. Si iba a ser su esposa, no sería una víctima pasiva. Haría lo que fuera necesario para enfrentarse a él, para proteger lo poco que le quedaba de dignidad. —No creas que esto es una victoria, Vlad —dijo Island, su voz era tan afilada como una daga. Daska inclinó la cabeza ligeramente, una sonrisa apenas perceptible curvando sus labios. —No lo veo como una victoria, Island. Es solo el principio. La frialdad en sus palabras hizo que la piel de Island se erizara, pero se negó a apartar la mirada. No le daría la satisfacción de verla quebrarse. —¿Esperas que me someta a ti, como una esposa obediente? —la pregunta de Island estaba cargada de veneno, su desprecio por él palpable. Daska la observó por un momento, sus ojos recorriendo su rostro con una intensidad que la hizo sentirse desnuda, vulnerable. —Espero que luches, Island. Después de todo, ¿de qué serviría tener un trofeo que no lucha por su libertad? Las palabras de Daska la tomaron por sorpresa, pero no lo mostró. Su mente corría, tratando de descifrar sus intenciones. No era solo venganza lo que Daska buscaba; había algo más, algo que ella aún no comprendía. —Disfruta mientras puedas, Daska —replicó ella, con una calma que sorprendió incluso a ella misma—. Porque no pienso rendirme. Y cuando menos lo esperes, seré yo quien tenga el control. Ahora, llévame al centro del salón y bailemos de una vez por todas este infame baile de poder, porque sé muy bien cuáles son tus objetivos conmigo. La mirada de Daska se volvió fría. Island Radoslav tomó el brazo de Daska Vlad. Sabía que, para la mayoría de los presentes, no era más que la "esposa comprada", un trofeo exhibido por el hombre que la había adquirido en una subasta humillante. —Parece que somos el centro de atención esta noche —murmuró Daska, inclinándose hacia Island con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —No te engañes, Vlad —respondió Island, su voz baja pero afilada—. No te admiran a ti, solo quieren ver el espectáculo que has comprado. Daska la miró de reojo, sin perder su postura elegante, pero Island pudo notar un destello de algo indescifrable en su mirada. —Si quieres jugar a ser cruel, Island, al menos asegúrate de que los otros no noten cómo temes el juego. Island mantuvo su expresión fría, pero sintió un escalofrío recorrer su espalda. No iba a permitir que él, o nadie en ese salón, viera el temor que llevaba dentro. Mantendría su dignidad, incluso si su situación era desesperante. Los dos continuaron caminando entre la multitud, hasta llegar a un punto donde varios invitados se detuvieron para saludar a Daska. Island permaneció a su lado, como una muñeca bien vestida, sonriendo y asintiendo de manera mecánica mientras los comentarios enmascarados de cortesía la envolvían. —Island, querida, te ves encantadora esta noche —dijo una mujer de edad avanzada, con joyas que centelleaban bajo las luces—. Daska tiene buen ojo para las joyas raras, parece. —Sí, es una adición única a la colección Vlad —intervino un hombre con una sonrisa venenosa. Island les devolvió la sonrisa, una máscara perfecta de serenidad, mientras por dentro luchaba por mantener su compostura. Pero las palabras de los invitados eran como pequeños cuchillos, cortando poco a poco su orgullo. —Es una lástima que las joyas raras a menudo terminen en manos de aquellos que no saben cómo apreciarlas —dijo ella finalmente, mirando directamente a Daska. Daska sonrió, una sonrisa peligrosa, y no respondió. En cambio, se inclinó ligeramente hacia Island, sus labios rozaron su oído. —Cuidado con esos comentarios, mi querida esposa. No debes desafiarme en mi propio territorio. No querrás saber lo que haré contigo si me sigues retando.
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