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La Compañera Herida del Guerrero

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No tengo un solo recuerdo de mi madre; ella murió al darme a luz. Pero cada recuerdo que tengo está marcado por la presencia de mi padre: sus puños, sus botas, el dolor ardiente de su cinturón. Llevo su ira como una segunda piel, cada moretón me señala como culpable. Él es el Alfa de la Manada Crystal River: amenazante, de hombros anchos, una sombra de terror en cada rincón.

Durante quince implacables años, me ha mirado con la misma furia aterradora, como si yo fuera el verdugo que le arrebató su luz. Cada día me lo recuerda con ojos de acero y palabras cortantes:

—Deberías haber sido tú. No ella. No mi Luna, no la compañera que mantenía unida mi alma.

Su ángel. Su corazón. ¿Y yo? No soy más que el veneno que le drenó toda esperanza, una plaga, una maldición, una mala suerte que necesita aplastar bajo sus pies.

Texto original: https://www.dreame.com/story/3908067072-the-warrior-s-broken-mate

Autor: Kylie K

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CAPÍTULO 1
No tengo un solo recuerdo de mi madre; ella murió al darme a luz. Pero cada recuerdo que tengo está marcado por la presencia de mi padre: sus puños, sus botas, el dolor ardiente de su cinturón. Llevo su ira como una segunda piel, cada moretón me señala como culpable. Él es el Alfa de la Manada Crystal River: amenazante, de hombros anchos, una sombra de terror en cada rincón. Durante quince implacables años, me ha mirado con la misma furia aterradora, como si yo fuera el verdugo que le arrebató su luz. Cada día me lo recuerda con ojos de acero y palabras cortantes: —Deberías haber sido tú. No ella. No mi Luna, no la compañera que mantenía unida mi alma. Su ángel. Su corazón. ¿Y yo? No soy más que el veneno que le drenó toda esperanza. Una plaga, una maldición, la mala suerte que necesita aplastar bajo sus pies. Después de la muerte de mi madre, él eligió una nueva pareja. No era una compañera predestinada, sino una Luna elegida por su poder y estatus. Los rumores decían que casi seguía a mi madre de nuevo, hasta que su Beta intervino. Una vez creí en esos susurros, hasta que supe la verdad. Ahora, cuando llega mi decimosexto cumpleaños y la oportunidad de despertar a mi loba se avecina, la realidad regresa: solo los fuertes dominan ese poder. Yo no soy una de ellos, no con mi salud arruinada por la mano pesada de mi padre. —¡Lyra! Mi nombre retumbó desde el piso de abajo, con furia en su voz. Con el corazón latiendo con fuerza, dejé caer el trapo viejo y bajé apresuradamente dos tramos de escalones de piedra, a través de la casa de la manada. Allí estaba el Alfa Thorne. Con una altura de un metro noventa y cinco, y forjado como un Dios de la guerra. Sus músculos se tensaban contra su camisa negra, mientras me miraba con una expresión que sugería que yo era completamente insignificante. —Mis disculpas, Alfa— susurré, bajando la mirada. —Te dije que los invitados llegan esta noche. La Manada The Vanguards estará aquí en breve. Este salón de baile debe de estar impecable. El suelo debe brillar— ladró. —Sí, Alfa. Me encargaré de ello de inmediato— respondí rápidamente, inclinándome de nuevo, antes de apresurarme hacia el cuarto de suministros. No había escuchado mucho sobre The Vanguards, solo que eran algunos de los guerreros más feroces del mundo de los hombres lobo, respetados e intocables. Su reputación era la razón por la que Thorne estaba tan tenso, tratando su llegada como si fuera una visita real. Tal vez, lo era. Me metí en el cuarto de lavandería y tomé un cubo, llenándolo con agua caliente y jabonosa. Con un cepillo rígido y un puñado de trapos, me dirigí de nuevo al salón de baile. Fue entonces cuando choqué de frente con ella. —¡Cuidado, mocosa inútil!— Seraphina, mi madrastra y la Luna de la manada, gritó, su vestido de diseñador ahora estaba salpicado de agua jabonosa. —Lo siento, Luna— murmuré, bajando rápidamente la mirada. —¡Thorne! ¡Tu hija me empapó!— chilló, llamándolo por el pasillo. Mi padre apareció casi de inmediato. Su mirada helada se fijó en mí, y luego, me golpeó muy fuerte en el rostro. Chispas blancas empañaron mi visión. Mientras retrocedía tambaleándome, Seraphina sonrió con suficiencia y se enganchó de su brazo. Ambos se alejaron, dejándome ahí, invisible. Mi mandíbula palpitaba, pero no podía quedarme en la autocompasión. Recogí el cepillo, me arrodillé y comencé a fregar el enorme suelo del salón de baile. Tomaría todo el día terminar, pero no tenía otra opción; retrasarme solo empeoraría las cosas. Mientras trabajaba, el tiempo se deslizaba, y el monótono fregado del piso adormecía mis sentidos, hasta que noté varias voces que llegaban desde la habitación contigua. Me detuve y me moví sigilosamente hacia la puerta de la cocina, escondiéndome justo fuera de la vista. —Alguna Omega dejó un cubo afuera, con la mitad del piso aun sin terminar— dijo una voz desconocida, teñida de irritación. —Deja que el Alfa la atrape. Le mostrará lo que significa ser descuidada— intervino otra voz. Cuando sus pasos se desvanecieron, me quedé congelada detrás de la puerta, con el corazón acelerado. Los extraños en esta casa eran inquietantes. La regla era clara: nadie podía verme, solo Thorne y Seraphina podían reconocer mi existencia. Una vez que estuve segura de que se habían ido, volví a moverme hacia el salón de baile, cerrando las puertas detrás de mí. Mis rodillas ardían en carne viva, y mi espalda gritaba con cada movimiento mientras trabajaba, incapaz de detenerme. Me preguntaba qué mentiras les había contado mi padre sobre mí después de que mi madre murió; tal vez, les dijo que estaba muerta, o tal vez, nunca me mencionó en absoluto. De cualquier manera, el mensaje retumbaba por cada pasillo silencioso: estaba destinada a desaparecer, a ser borrada. Después de hacer brillar la última baldosa y recoger el agua, devolví mis suministros a sus lugares y me dirigí a la cocina para sumergirme en la segunda ronda de mis responsabilidades: preparar el banquete. Mientras pasaba por las puertas del salón de baile, pude escuchar el sonido de sillas raspando contra el suelo y voces llamando. Espié a través de una estrecha grieta en la madera. Los sirvientes estaban ocupados montando largas mesas que se extendían a lo largo del salón, fácilmente acomodando veinte asientos a cada lado, con un amplio espacio abierto en el centro. Una pista de baile. Naturalmente. Me alejé rápidamente, antes de que alguien me notara, y me apresuré de regreso a la mesa de preparación. No había tiempo para detenerme o recuperar el aliento. En la cocina, reuní los ingredientes para la cena estilo buffet para esta noche. Comencé metiendo el asado en el horno. Luego, vinieron los bizcochos hechos a mano, seguidos de verduras asadas sazonadas. Preparé salsas de manzana y arándano, y arreglé una bandeja de frutas rodeada de verduras frescas para opciones más ligeras. El banquete se veía tan tentador. Miré una rodaja de mango, preguntándome si alguien notaría si tomaba solo un trozo. Pero rápidamente reprimí ese impulso. Probablemente, mi familia contaría hasta el último pedazo de fruta, hasta el gramo. Robar incluso un trozo me marcaría como una ladrona, y con la retorcida paranoia de mi padre significaba que no me sorprendería si ojos invisibles vigilaban cada uno de mis movimientos. No hay libertad en esta casa, solo la constante amenaza de castigo, acechando detrás de cada esquina. Después de eso, me concentré en los postres que me habían asignado. Horneé un rico pastel de chocolate con capas de un toque de ganache, preparé un cremoso cheesecake, llené docenas de pequeñas copas de vidrio con mousse cubierto con crema batida fresca, y finalmente, ensamblé un pastel de frutas. Ahora, la cocina estaba llena del cálido y acogedor aroma del azúcar y de especias. —¿Por qué no has terminado todavía?— sonó la aguda voz de mi madrastra, Seraphina, mientras entraba en la cocina. Estaba vestida con un vestido largo que brillaba con lentejuelas esmeralda, sus tacones resonando con fuerza contra las baldosas. Las joyas brillaban en sus orejas, cuello y muñecas, como si intentara eclipsar a la misma luna. —Ya he terminado todo, Luna— respondí, bajando la mirada y retrocediendo del mostrador. —Todo está preparado y listo para servirse. —Bien. Ahora sal. Los sirvientes se encargarán de aquí en adelante— espetó. Asentí y salí por la puerta trasera, dirigiéndome a la escalera secreta detrás de la despensa. Tres tramos pasaron en silencio, antes de que llegara a la puerta del ático. La desbloqueé rápidamente, me colé dentro y me aseguré de que el cerrojo hiciera clic al cerrarse. Polvo y telarañas llenaban el espacio desordenado, pero encontré mi camino hacia el catre desgastado junto a la ventana. Acurrucándome en el delgado colchón, contemplé el cielo crepuscular, donde los tonos carmesí y dorado marcaban mi única escapatoria de esta casa. Tomé uno de mis viejos libros escondidos bajo mi manta, mis únicos y verdaderos tesoros. Mientras leía, escuché motores afuera y miré por la ventana. Llegaron limusinas con hombres y mujeres elegantemente vestidos que salieron como si fueran de la realeza. Podía escuchar débilmente a mi padre y a Seraphina saludándolos en la puerta con palabras educadas y sonrisas falsas. Definitivamente, ellos tenían la mejor conducta posible en esta noche. Ellos no eran solo cualquier invitado; pertenecían a la Manada The Vanguards, renombrados por sus habilidades de combate y disciplina inigualable. Otras manadas acudían a ellos cuando necesitaban asistencia seria o entrenamiento en batalla. Desde mi escondite, estudié a los hombres abajo: el poder personificado, cada gesto deliberado, cada palabra una muestra de disciplina. La risa de las mujeres brillaba, su belleza no necesitaba esfuerzo y era inalcanzable. Los celos se enroscaron en mi pecho. Por un frágil latido, realmente me convertí en la chica invisible y olvidada de un cuento de hadas: una Cenicienta maldita, destinada a marchitarse, a no ser vista y a no ser rescatada. Con una lenta exhalación, cerré la ventana y me dejé caer de nuevo en mi catre. Los sonidos amortiguados de risas y música desde abajo se desvanecieron, mientras me perdía una vez más en las páginas de mi libro. En algún momento, entre un latido del corazón y el siguiente, me sumí en un sueño inquieto: solo para despertarme sobresaltada por el frenético traqueteo en la puerta del ático. El pánico se apoderó de mi pecho, mis manos temblaban mientras corría a comprobar el cerrojo. El alivio me recorrió como agua fría: todavía estaba seguro. Por un momento, el terror me mantuvo congelada. —¿Hay alguien ahí?— una profunda voz masculina llamó desde el otro lado. Mi pulso se aceleró, me mantuve en silencio. —Sé que estás ahí. Puedo escuchar tu respiración... tu corazón— Hizo una pausa antes de añadir; —Está acelerado. Mi pánico se transformó en temor. Si mi padre se enteraba de que alguien me había dirigido la palabra, especialmente esta noche, habría graves repercusiones. —¡Vuelve a la fiesta!— tartamudeé, desesperada por mantener mi voz firme. —¿Quién eres?— me preguntó el extraño con calma. —Nadie— susurré. —Solo vete, por favor. —No me iré a ninguna parte, hasta que abras esta puerta— dijo firmemente. Antes de que pudiera responder, otra voz, aguda y fría, resonó por el pasillo. —¿Qué está pasando aquí? Era mi padre.

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