Diego, efectivamente había comido con Mauricio, era el único amigo que le quedaba, él mismo se había alejado de todos desde que conoció a Cecilia, su esposa, pero después de comer, fue a la casa de sus padres, era el único lugar donde se sentía en calma, el único lugar donde encontraba paz.
Él pensaba que tal vez era masoquista, pero desde que Sofía se fue, aprovechaba cada vez que podía para ir ahí y pensar en ella, no había dejado de amarla ni por un instante, de hecho, cada vez que su esposa lo buscaba en la intimidad, él cerraba los ojos y trataba de imaginar el cuerpo de su amada, pero luego se sentía culpable, incluso, sentía que le era infiel al recuerdo de su preciosa Sofía y apuraba el acto s****l para terminar con eso lo más rápido posible.
Recorría la casa de sus padres, imaginándola desnuda, con su larga y hermosa cabellera suelta, cerraba los ojos y casi podía escuchar sus gemidos y su voz, murmurando su nombre, como cuando hacían el amor.
No solía emborracharse, pero dos o tres copas de whisky mitigaban un poco el dolor, que no se iba nunca.
Qué grande había sido su pecado, para merecer esa penitencia, no saber nada de ella, lo mataba lentamente, era como una tortura, que no acababa nunca.
Cada noche volvía a su casa, esperando que Cecilia ya estuviera dormida, o suplicando porque no tuviera ganas de tener intimidad, ese día menos que nunca, había estado recordando el día en que Sofía le había entregado su virginidad y quería, necesitaba guardar ese día como una fecha especial, solo para pensar en ella.
Su estómago dolió cuando llegó a su casa, y encontró a Cecilia ataviada con un sensual camisón de seda, sabía que estaba desnuda debajo de la suave tela.
—Te estaba esperando mi amor, hoy se cumplen dos años desde que el oncólogo me dio de alta, pensé que era un motivo para festejar.
—Lo siento, Ceci, vengo muy cansado, sólo una copa y ya, me tomé tres copas de whisky, ya sabes que el alcohol en exceso me pone mal.
Ella le preguntó algo sobre Mauricio, pero en su mente, él solo buscaba una buena excusa para no hacerle el amor, esa noche no, esa noche sólo le pertenecía a su verdadero amor.
Cecilia lo tomó de la mano y lo llevó hasta la habitación, él, le dijo que se sentía sudado, que necesitaba ducharse, así que entró en el baño y cerró la puerta, se sentó sobre la tapa del inodoro y sacó su móvil, abrió el archivo oculto donde tenía almacenadas las fotografías de Sofía, las miró lentamente, cerraba los ojos, para traer a su mente cada instante vivido a su lado, cuando al fin terminó con las fotografías, le bajó la palanca al inodoro y abrió la llave de la ducha, se desvistió y dejó caer el agua sobre su espalda, para él no había pasado mucho tiempo, pero sin darse cuenta, ya llevaba más de una hora en el baño.
Cuando al fin salió del baño con el pijama puesto, Cecilia se había quedado dormida, le dio un beso en la frente y se acostó a su lado dándole la espalda.
"Perdóname Dios mío, ella no se merece esto, pero yo ya no puedo más con este dolor" pensó, cerró los ojos y apretó los dientes, una lagrima rodó por su mejilla, no le avergonzaba llorar, eso no lo hacía menos hombre.
No se dio cuenta que Cecilia, también fingía dormir, se dio por vencida al darse cuenta de que se estaba tardando mucho en el baño, eso sólo significaba, que no quería hacer el amor con ella, quizá porque venía satisfecho de estar con su amante.
Diego se levantó muy temprano para hacer ejercicio, cuando terminó con su rutina se duchó y se preparó para ir a la oficina, pero le extrañó que Cecilia no se hubiera despertado, regularmente, cuando el terminaba de ducharse, ella ya estaba con la empleada del servicio supervisando el desayuno.
Se acercó a ella y se dio cuenta de que estaba temblando, le tocó la frente y estaba ardiendo en fiebre.
—¡Ceci! ¡Ceci! —Insistió, pero ella no respondía, así que de inmediato, llamó una ambulancia, con sus antecedentes, eso era muy peligroso.
Llegaron a la sala de urgencias y Diego llamó al oncólogo, faltaba un mes para realizar los estudios de rutina, seis meses antes todo estaba bien, esperaba que su estado actual, no tuviera nada que ver con una recaída.
Llamó a su suegra para que supiera que Cecilia estaba hospitalizada, ella y sus hijas, llegaron en menos de una hora.
—¡Es tu culpa! ¡Es tu culpa que mi hermana esté así! —comenzó a gritarle Vanessa apenas lo vio y se le fue encima golpeándolo en el pecho.
Diego la tomó de las manos, no entendía por qué le estaba diciendo eso.
—¡Señorita por favor no grite! Estamos en un hospital —Le advirtió la recepcionista —, si no se controla, tendré que pedir a seguridad que la saque.
Vanessa se quedó callada, recordó que Cecilia no quería que su madre supiera que ya estaba divorciada de Diego, le lanzó a él una mirada de odio y se sentó en un rincón.
—Vane, ¿Qué te pasa? ¿Por qué le dices eso a Diego? —Le preguntó su hermana Larissa, que regularmente se la pasaba de fiesta y nunca se enteraba de nada.
—Después te cuento, Ceci no quiere que se entere mi mamá, pero perdí los estribos, no pude aguantar el coraje que tengo.
—Por lo que veo es algo muy malo, ven vamos a la cafetería.
Las hermanas salieron del hospital, doña Juana, se fue a la capilla a rezar, Diego no entendía la actitud de su cuñada, pero supuso, que tenía que ver con el cambio que había sufrido su relación con Cecilia en los últimos cuatro años y se sintió fatal por eso.
El oncólogo llegó y pidió autorización para entrar a valorar a su paciente, pasaron unas horas y regresó justo cuando doña Juana, salía de la capilla.
—Señor Ferrer, me temo que no le tengo buenas noticias, el cáncer volvió, y esta vez, mucho más agresivo, me temo que su esposa se encuentra en etapa terminal, acabo de solicitar una resonancia magnética y una tomografía de contraste, por lo pronto el ultrasonido, me indicó múltiples tumoraciones en el esófago, en la tráquea, el estómago, el hígado y el páncreas, hace seis meses, no aparecieron en el estudio, lo que quiere decir que se propagaron demasiado rápido, me extraña que no haya presentado síntomas antes, desvanecimientos, pérdida momentánea de la visión o dificultad para tragar los alimentos.
—Ayer se desmayó doctor y no pudo comer, dijo que no le pasaba la comida —Dijo doña Juana entre sollozo —, no podía creer lo que estaba escuchando, su hija, estaba muriendo.
Diego cerró los ojos y apretó el puño contra su boca, se sentía muy culpable, por no haberla podido hacer feliz en sus últimos días de vida.
—¿Qué pasa mamá? ¿Por qué lloras así? ¿Qué le pasa a mi hermana?
—Se está muriendo, mi niña se está muriendo, el cáncer volvió, está invadida y el doctor dice que ya no hay nada que se pueda hacer.
Las tres mujeres se abrazaron llorando, Vanessa ya le había contado a Larissa lo del acta de divorcio y la supuesta amante de Diego, él no tenía la culpa de que el cáncer hubiera vuelto, pero sí tenía la culpa de que su hermana, hubiera sido tan desdichada en sus últimos días de vida.
Unas horas después, el oncólogo les confirmó el diagnóstico, Cecilia tenía múltiples metástasis en el cerebro, en los pulmones y en los riñones, era cuestión de horas para que sus órganos comenzaran a colapsar, ya había caído en coma y ya no iba a despertar, solo había que esperar a que su corazón dejara de latir.
Diego se derrumbó, él podía haberla hecho feliz los últimos minutos de su vida, y no lo hizo, no pudo hacerlo porque su mente y su corazón estaban con otra mujer, nunca se iba a poder perdonar por eso.
Doña Juana mandó traer al padre Julián, para que le diera extremaunción, después ella entró a despedirse y darle su bendición, sus hermanas entraron a darle un último beso y por último, Diego pidió que lo dejaran a solas con ella.
Tomó una de sus manos entre la suyas y se la llevó a los labios.
—Ceci perdóname, tú sabes que te amé con locura, cometimos muchos errores, yo más que nadie, te prometí amarte y respetarte todos los días de mi vida, y te fallé, pero Dios sabe, que me habría quedado contigo para siempre.
Una lágrima corrió por la mejilla de Cecilia y él sintió que por un momento apretó ligeramente su mano, ese gesto lo interpretó como una señal de su perdón.
Fueron las treinta y seis horas más largas de su vida, y también las más dolorosas, era espantoso estar sentado en una sala de hospital, esperando a que un médico, te diera la noticia de que ya todo había terminado.
La cremaron en una ceremonia privada, el padre Julián celebró la misa, solo su familia y amigos cercanos estuvieron presentes y luego dejaron sus cenizas en una urna dentro de la iglesia, justo debajo del manto de la virgen.
Diego estaba devastado, durante un mes no se presentó en la textilería, la culpa, no le permitía concentrarse.
Decidió vender la casa, era muy grande y él no la necesitaba, la había comparado para ella y ahora que ya no estaba se sentía totalmente vacía.
Le pidió a su suegra y a sus cuñadas que se llevaran su ropa y todas sus pertenencias porque pronto la tendría que entregar al nuevo dueño.
—¿Te urge deshacerte de todo lo que era de mi hermana verdad? —Lo acusó Vanessa cuando nadie la escuchaba.
—No entiendo Vanessa. ¿Por qué me dices eso? Esto es tan doloroso para mí como para ustedes.
—¡No te hagas pendejo Diego! ¿A quién quieres engañar? Mi hermana descubrió tu acta de divorcio, y que te veías con tu amante en la casa de tus padres, nunca te voy a perdonar que hayas hecho sufrir a mi hermana en su último día de vida, me das asco.
Diego se quedó paralizado, nunca imaginó que Cecilia, había descubierto el acta de divorcio y que se había enterado de que la casa de sus padres era el sitio en el que él, estuvo con Sofía. ¿Cómo se había enterado?
Vanessa, no le aclaró que dedujeron que estaba con su amante esa noche, él dio por hecho que hablaba de Sofía.
Vendió la casa y se mudó a la casa de sus padres, cuando estuvo listo, volvió a su trabajo, necesitaba mantenerse ocupado para no pensar, para no volverse loco de culpa y de dolor.
Fue un año después, en el primer aniversario luctuoso de su esposa, cuando volvió a ver s su suegra y a sus cuñadas.
Dios les había enviado resignación y doña Juana, estaba más tranquila, pero ni Vanessa, ni Larissa le dirigieron la palabra.
—Diego, hijo, hace un año Ceci, me iba a donar toda la ropa que está en tu closet, en la casa de tus padres, ya sabes que es para una buena causa, es para el orfanato, ¿todavía la tienes?
En ese momento Diego comprendió, como era que había encontrado el acta de divorcio, pero por lo visto, sus cuñadas no le habían dicho nada a su madre.
—Sí doña Juana, ahí sigue, yo me instalé en la recámara principal, así que mi habitación de soltero, sigue intacta, cuando pueda, avíseme y le regalo todo.
—¿Te parece si voy mañana? Aprovechando que es sábado y tú no trabajas.
—Sí claro, mañana la espero, de preferencia en la mañana, quedé de ver a Mauricio en el club en la tarde para jugar tenis.
—Sí hijo, no te preocupes, saliendo de misa, iré para tu casa, que Dios te lo pague…