| Hermanos Emperador y el peón |

2231 Palabras
Rancho Montemayor. POV Rosalinda Salgo de mi habitación cuando la madrugada aún tiñe el cielo de un azul profundo, usando uno de los vestidos que me regaló mi padre adoptivo. La tela es suave, pero en mí siempre parece un disfraz. Recién cumplí veintiún años, una edad que debería significar libertad, pero aquí, en este rancho que huele a poder y secretos, solo representa una nueva cadena. Camino por el pasillo silencioso, los retratos de los Emperador me observan desde las paredes como si me siguiera con la mirada. A veces parece ser escalofriante. Bajo las escaleras con los pies descalzos, esperando que se cruce en mi camino la voz autoritaria de Gabriel Emperador, mi padre adoptivo. Quiero ver el amanecer. Necesito recordarme que todavía hay algo fuera de estos muros, que el infierno en el vivo. Afuera, los trabajadores ya comienzan a moverse; todos se levantan antes de que el sol aparezca. Compiten por ser los primeros en iniciar las tareas, no por orgullo, sino por miedo. Miedo a despertar la furia del hombre que gobierna este imperio. Cuando mis pies tocan el último escalón. Una figura se desprende de las sombras, alta, imponente con traje ejecutivo, cabello rubio, barba a juego… Sertan Emperador. Su sola presencia hace que el aire falle en mis pulmones. No debería de ser legal que mis hermanos adoptivos sean atractivos, menos cuando se comportan como unos monstruos conmigo. ―¿Qué se te ha dicho de usar zapatos? ―Pregunta, su voz cortante, helada, acompañada por esos ojos tan parecidos a los de su padre: grises, imponentes, crueles. No tan diferentes a los de su hermano, que se ven celestes con otra luz. ―No sé, ¿a ti qué te han dicho? ―replico, sin poder evitar que la insolencia se escuche en mi tono. Sus labios se curvan en una sonrisa que no tiene nada de amable. Da un paso hacia mí, y cada músculo de mi cuerpo se tensa. Antes de que pueda retroceder, rompe la distancia y su mano se aferra a mi cuello con una fuerza brutal y posesión. ―Sigues respondiéndome mal ―gruñe, su aliento rozando mis labios. Trago con dificultad, intentando respirar mientras sus dedos me aprietan la garganta. El miedo me golpea, pero me esfuerzo en que no lo note; no pienso darle ese placer. ―Jamás serás parte de esta familia. Por más que mi padre te vista con seda, te pague los estudios y te trate como a una princesa, no lo eres, Rosalinda Santana ―escupe mi nombre como si me odiara, cuando de hecho, sí me odia―. Eres adoptada, y nunca serás una Emperador. Intento zafarme, clavo mis uñas en sus brazos, pero él apenas se mueve. La falta de aire me empieza a nublar la vista. ―Suéltala ―ordena una voz firme, grave, cargada de hielo. Aslan. Sertan me suelta, no porque le tema, sino porque papá está con él. Gabriel Emperador avanza con la calma de quien no necesita levantar la voz para imponer su ley. Toso con fuerza, recuperando el aliento, mientras Sertan me lanza una mirada llena de veneno. Sé que, si no fuera por la presencia de su padre, ya me habría roto el cuello. ―Vuelves a ponerle las manos encima a tu hermana y te voy a hacer buscar tus jodidas tarjetas de crédito en el estiércol, con la boca, ¿entendido? ―dice Gabriel, con esa autoridad que no admite réplica. Luego, sin mirarme, añade―: Andando, que ha llegado un nuevo peón. Sertan desvía la mirada hacia mí una última vez antes de marcharse. Puedo sentir su odio deslizarse por toda mi piel, un escalofrío me recorre la columna. Cuando se aleja, exhalo lentamente, intentando controlar el temblor en mis manos. Mi vista, sin querer, se cruza con la de Aslan. Sus ojos grises me atraviesan, fríos, intensos, como si buscaran una parte de mí que ni yo conozco. Su sola presencia impone, su cuerpo es el de un hombre manchado por la vida, cubierto de tatuajes que parecen historias grabadas con fuego, es enorme, musculado e imponente. Tiene una oscuridad en la mirada que me resulta hipnótica y aterradora a la vez. El otro dios griego que faltaba por aparecer. ―Gracias… ―murmuro con mi voz jadeante. ―No te cruces en nuestro camino y deja de crear problemas ―gruñe, con esa voz que suena a advertencia. Luego se da la vuelta y se aleja, dejándome con el corazón palpitando con fuerza. Me quedo inmóvil unos segundos, mirando cómo su figura desaparece. Mi ceño se frunce. Debería estar acostumbrada a vivir en esta pesadilla donde los Emperador ordenan cada movimiento, pero hay algo en Aslan que siempre me desconcierta, algo que no logro comprender del todo. Me resigno con un suspiro, me coloco las botas y cruzo la puerta hacia el exterior. El aire fresco me golpea el rostro, y frente a mí el amanecer aparece sobre las tierras del rancho Montemayor. A lo lejos, distingo un rostro nuevo entre los peones. Un hombre alto, de cabello castaño, que se quita el sombrero con respeto. Su presencia llama la atención de todos, incluida la mía. ―Nikolai trabajará aquí a partir de hoy ―anuncia Gabriel, con voz grave, mientras los hombres se agrupan―. Guíenlo hacia la caserna e indíquenle cuál será su cama y las reglas. León, encárgate de las barracas y del nuevo ganado. No quiero problemas hoy ni errores. Su mirada recorre el grupo, y todos asienten con la sumisión de quien teme perder algo más que su trabajo. ―Sertan, vamos, hoy te necesito en la empresa ―agrega. Sertan, siempre impecable en su traje, asiente sin cuestionar. Es el abogado del rancho, el que limpia con leyes lo que su padre ensucia con sangre. Observo cómo se marchan, con los brazos cruzados sobre el pecho. Gabriel Emperador no solo tiene este rancho; posee un imperio entero. Ha criado a sus hijos como piezas de ajedrez, y a mí, su hija adoptiva, me convirtió en otra de sus marionetas. Mientras todos se dispersan, Nikolai levanta la vista. Sus ojos se encuentran con los míos, y me dedica una sonrisa. No sé por qué me sorprende. Nadie sonríe aquí sin motivo, y menos a mí. Esa simple mueca me desconcierta, me deja sin aire unos segundos. Decido ignorarlo. Pero antes de darme la vuelta, siento la mirada de Aslan fija en mí desde la distancia. Esa mirada que no necesita palabras para helarme la sangre. Cualquiera correría, pero yo no. Estoy acostumbrada a los depredadores a las bestias, a estos neandertales del imperio Emperador. ** Luego de una larga tarde en la empresa de empaquetados y carnicería, entre números, balances y papeleos interminables del área de finanzas, mis días se resumen a una rutina vacía y calculada: fingir calma, mantenerme lejos de todos los peones y de cualquier hombre que merodee por el rancho, y, sobre todo, no cruzarme en el camino de Aslan ni de Sertan. Es la única manera de sobrevivir en este lugar, a este imperio que me vio crecer. Abrazo mis propios brazos, buscando un poco de calor, y acomodo el suéter que apenas logra protegerme del frío que se cuela por las rendijas del porche. Mis pasos son lentos, y el silencio de la noche me envuelve mientras levanto la mirada hacia el cielo oscuro, donde las estrellas brillan. La brisa me acaricia el rostro, y por un instante, el mundo parece pacífico… hasta que algo capta mi atención en la distancia. Una de las caballerizas aún tiene luces encendidas. Frunzo el ceño. ¿Aún están trabajando los peones a estas horas? La curiosidad me vence, y sin pensarlo demasiado, mis pies me guían hacia allí, con pasos silenciosos y sigilosos. Me mantengo en las sombras, observando desde lejos, con el corazón latiéndome descontrolado. Y entonces lo veo. A Nikolai. El nuevo peón. Está sin camisa, con el torso expuesto y la piel bronceada brillando bajo la luz de la luna. Cada movimiento de sus brazos tensa los músculos de su espalda, y el sudor que corre por su piel. Está arreglando una de las puertas de la caballeriza, concentrado, firme, con una determinación que llama la atención sin siquiera intentarlo. Trago saliva. Hay algo en su presencia, en esa aura varonil, que me obliga a quedarme quieta. No soy de andar espiando a los hombres ni mucho menos, realmente no sé qué hago aquí. Pero en un descuido, él se endereza y sus ojos, oscuros y penetrantes, se clavan directamente en los míos. Me ha visto. Aclaro la garganta con torpeza, dando un par de pasos hacia adelante saliendo de mi escondite. ―Hola ―saluda, con un resoplido cansado pero amable. ―Hola… ―respondo, intentando mantener la compostura―. ¿Por qué no estás con los demás, descansando? Él deja la herramienta a un lado, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. ―No puedo tocar la cama hasta terminar esto, es lo que me dijeron ―responde sin más―. Así tenga que amanecer aquí o dormir en el suelo. Sus palabras me hacen esbozar una sonrisa. ―Así es la vida de un peón en Montemayor ―murmuro, y él asiente con un leve movimiento de cabeza, entornando sus ojos en mí. ―¿Eres una de ellos? ―pregunta, con una mezcla de curiosidad y estudio en la voz. ―Hija adoptiva ―respondo aún me cuesta decirlo en voz alta, todos saben mi descendencia―. Rosalinda Santana. ―Sí ―dice tras una pausa―, noto la diferencia. Mi entrecejo se frunce. ―¿A qué te refieres? Él ladea apenas la cabeza. ―No pareces ser uno de ellos. ¿Este quién se cree? Paso la lengua por el interior de mis mejillas, tratando de no dejar que me afecte. ―Claro ―digo con sarcasmo―, porque soy hija de una ex empleada y una bastarda. Nikolai sonríe apenas, una curva en sus labios que no sé si es burla o empatía. ―Pareces ser mejor persona que ellos. ―Hubieras empezado por ahí ―replico, cruzando los brazos. ―¿Confías en ellos? ―pregunta de repente. ―Sí ―respondo sin titubear, aunque dentro de mí no suene tan firme―. Son… mi familia, al final de todo. Él la sostiene la mirada, luego baja el tono. ―Te recomiendo que no lo hagas. Tras las tablas se ocultan secretos… y pronto, quizás salgan a flote. Antes de que pueda decir algo más, una voz rompe el momento. ―¡Nikolai! ¡Ya deja eso y ve a las duchas, te dejarán sin agua caliente! ―grita León, una de las manos derechas de Aslan, el capataz del rancho. Nikolai me hace un gesto leve, y se aleja sin decir nada más. Pero yo me quedo allí, con la mente revuelta y una extraña sensación en el pecho. Sus palabras resuenan dentro de mí. “Secretos”. ¿Qué secretos podría haber que yo no sepa? Doy un paso atrás, respirando hondo, y hago ademán de girarme sobre mis talones para regresar a la casa. Pero antes de que logre hacerlo, una mano fuerte me toma por la muñeca y me jala con brusquedad. Mi espalda choca contra una columna de madera, y el aire se me escapa del pecho en un jadeo. La oscuridad se vuelve más intensa cuando lo reconozco. Aslan. Su cuerpo se alza frente al mío, imponente, y su mirada grisácea arde con una furia que parece nacida del infierno. Los hermanos Emperador tienen algo en común; su atractivo de otro mundo y es algo que no me gusta admitir, pero es inevitable. ―¿Qué hacías hablando con él? ―gruñe, su voz es puro reclamo y amenaza. ―Puedo hablar con quien a mí me dé la gana ―replico, intentando sonar segura, aunque mi voz tiembla traicionera. ―No… no puedes. ―Su aliento roza mis labios, cálido, invasivo, peligroso. Mi cuerpo se estremece por completo, un temblor que no logro controlar. ―Tú no eres mi dueño ―digo, pero mis palabras suenan más débiles de lo que quisiera. Él respira hondo, su pecho sube y baja frente al mío, y siento que el aire se tensa entre nosotros. Mi corazón late con violencia, desesperado, como si intentara escapar. Aslan, súbitamente, golpea con el puño la madera junto a mi rostro, el estruendo me sobresalta y me hace soltar un jadeo. Su mandíbula se tensa, y tras unos segundos, se aparta bruscamente, soltando un gruñido. ―Vuelvo a verte cerca de las caballerizas o de algún jodido peón, y no me controlaré ―advierte con voz ronca, rasposa, una amenaza. Y entonces se aleja, su figura grande y fornida desapareciendo de mi vista. Yo quedo inmóvil, con una mano sobre el pecho, sintiendo mis latidos desbocados y la piel encendida, ardiendo. Trago saliva, tratando de recuperar el control, pero no puedo. No sé por qué ha hecho eso ni lo que me causó con su presencia tan cerca de mí. No sé si quiere matarme y besarme al mismo tiempo, aunque sé que lo último es imposible, Aslan Emperador jamás intentaría algo como eso.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR