Otro día…
Esta vez pienso no quedarme en casa viendo películas repetidas ni mucho menos, decido también ir al bar de la ciudad, donde se reúnen la mayoría de las personas de diferentes ranchos, mansiones o alrededores, lo hacen muy seguido, pero es primera vez que deseo realmente estar en ese lugar un viernes por la noche. Tal vez esté perdiendo finalmente la cabeza.
Me coloco uno de los vestidos y mis respectivas sandalias con tacón. Respiro profundo echándome un último vistazo en el espejo, retoco el maquillaje de mis ojos, resaltando más su color amarillento. El esmalte brilla con un tono que me obliga a mirarme dos veces; la Rosalinda que veo ahí dentro es, por un instante, otra: más osada, más peligrosa, menos dócil.
―Tienes que cambiar tu vida, Rosalinda ―digo para mí, viendo el retrato de mi madre encima del buró―. Tú más que nadie querías que viviera en este rancho de por vida y me volviera parte de los Emperador, pero no tenías que irte tan pronto… si tan solo no te hubieras subido a ese maldito caballo y cabalgado junto con Gabriel en medio de una tormenta ―La tristeza se tinta en mi voz. El nudo en mi garganta se aprieta. Veo la imagen de mi madre, siempre serena en la foto, hermosa como siempre la recuerdo.
Tomo mi pequeño bolso con mi celular en su interior y salgo de la habitación dirigiéndome a la salida de la casa. Bajo la escalera y para mi mala suerte, los hermanos Emperador se encuentran en la salida. Paso saliva con las dagas grises de ambos sobre mí, recorriéndome. Mi corazón se enciende; la sangre me sube al rostro y observando los dos muros enormes al frente de mí.
―¿A dónde piensas que vas? ―Pregunta Sertan haciendo que mis pasos se detengan al llegar al final de la escalera.
―Al bar ―respondo sin más.
―¿Vestida así?
―¿Qué tiene mi vestido?
―Pareces una… cualquiera ―gruñe. Sertan me clava sus ojos, todo lo contrario, a Aslan que aparta su mirada de mí y se enciende un cigarrillo. ¿Me acaba de insultar? Mis manos se aprietan y mis tacones se clavan en el suelo.
―Oh disculpa, es que seguro tienes un buen conocimiento de cómo se visten las cualquieras por salir con solo mujeres así ¿Cierto? Lástima que no he pedido tu aprobación, hermano mayor ―suelto intentando no sonar jodidamente asustada. La voz me tiembla un poco, pero llevo en ella un tinte de desafío que me acompaña hoy. Ellos a veces me dan miedo, pero prefiero no quedarme callada y sumisa ante sus ataques. Aunque eso les moleste más.
―Jamás seré tu jodido hermano mayor ―espeta―. Y de todas formas da igual, no irás a ningún lado, mucho menos vestida así. Lastimosamente, también representas a la familia.
Sus palabras son cuchillos. Me cruzo de brazos, mi corazón late enfurecido. Mis mejillas se sienten calientes. Miro a Aslan, quien no ha dicho ni una palabra. Lo observo: el cigarrillo, la mandíbula apretada y estúpido silencio.
―¿Qué tal me veo? ¿También piensas igual que Sertan? ―Pregunto hacia él.
Sus ojos se colocan en mí. Noto cómo respira profundo y aprieta su mandíbula, como si hubiera lanzado un cerillo encendido en combustible. Aslan no responde, suelta un bufido de burla, aparta su mirada de mí haciéndome sentir incómoda porque él tiene la maña de ignorarme. Eso me enfurece ¿Cuál es su jodido problema?
Pestañeo haciendo ademán de seguir mi camino a la salida sin importarme que estén las dos montañas llenas de músculos al frente de mí. La vergüenza y la rabia se acumulan en mí; quiero arrancarme el vestido y salir corriendo o gritarles a los cuatro vientos que ya no soy objeto de su entretenimiento.
―He dicho que no ―gruñe Sertan cortando la distancia. Su voz retumba como un latigazo.
Alzo mi rostro e intercambiamos miradas, se conectan y tengo que tomar una bocanada al quedarme atrapada en ella, es tan peligrosa que me produce mucho calor. Todo esto, mientras Aslan suelta una calada del humo en el aire, y el humo parece envolvernos en una escena lenta, casi teatral.
―No sé cuál es tu problema, si se supone que soy la bastarda adoptada, déjame ir ―pido.
―No y si das un paso, te colocaré en mi hombro y te encerraré en tu habitación.
Mis ojos se abren.
―No harías eso… ―jadeo.
La amenaza queda en el aire, acelerando mis latidos. Me mantengo erguida, mirando a los dos monstruos que me rodean, y dentro de mí se enciende una chispa peligrosa, intento con todas mis fuerzas de no mostrarme asustada.
Da un paso más hacia mí, y trago con dificultad, sintiendo cómo el aire se vuelve pesado entre nosotros. Su mirada es una amenaza directa.
―¿Qué ocurre aquí? ―interviene Gabriel, mi padre adoptivo, su voz cortante como un látigo.
Suelto el aire de golpe, aliviada y temerosa al mismo tiempo.
―Ellos no me quieren dejar salir ―confieso sin pensarlo, y mi tono suena más infantil de lo que me gustaría.
Sertan aclara su garganta, dando un paso atrás ante la presencia de su padre. Aun así, la tensión en su postura se mantiene, igual que la oscuridad en su mirada.
―¿A dónde quieres ir? ―pregunta.
―Al bar, regresaré temprano. Me encontraré allá con Liam ―respondo rápido, sabiendo que nombrar a mi amigo es la única carta segura que tengo. Todos saben que él es gay, menos su familia, y eso lo convierte en el único hombre al que me permiten acercarme sin que el infierno se desate.
―Déjenla ir ―ordena él con su tono grave y dominante.
―Padre… ―intenta persuadir Sertan, pero Gabriel lo interrumpe con un movimiento de su mano.
―Ustedes dos irán también, a cuidarla ―suelta de repente.
―Papá, yo no necesito que…
―O no irás si piensas llevarme la contraria ―advierte, tajante.
Aprieto los labios hasta que casi me duelen. Siento cómo la furia me sube a la garganta como un fuego contenido. Suelto un gruñido, frustrada, y doy un pisotón con mi sandalia antes de salir de la casa. Estoy furiosa, porque planeaba escapar, aunque fuera por unas horas de las miradas asesinas de los hermanos Emperador, pero ahora sé que será imposible.
Subo a la camioneta de Sertan y me acomodo en la parte trasera con los brazos cruzados, el ceño fruncido y el corazón golpeando con fuerza. Ellos tardan unos segundos en subir. El ambiente dentro del vehículo es espeso, cargado.
―Coloquen música, o algo. Escucharlos refunfuñar es tan molesto ―suelto, sonando sarcástica.
Ellos se miran entre sí, intercambiando una de esas miradas silenciosas que me hacen querer abrir la puerta y saltar del auto. Por supuesto, no me hacen caso. Ruedo los ojos, dejando escapar un resoplido.
Veo sus nucas, sus hombros anchos, la manera en que sus manos se aferran al volante y al asiento, y me sorprendo observando cómo la tensión se dibuja en cada músculo. Entonces me tropiezo con la mirada de Aslan en el retrovisor, fría y contenida, y luego con la de Sertan, igual de intensa.
Dejo salir un suspiro.
Cuando llegamos al bar, apenas la camioneta se detiene, abro la puerta y bajo lo más rápido que puedo. El aire nocturno me golpea la piel. Camino directo hacia Liam, que está en la barra, y lo abrazo con fuerza, feliz de verlo después de tanto tiempo.
―Qué sorpresa verte aquí sola, ¿te dejaron salir? ―pregunta con una sonrisa traviesa.
―Ja, ja, muy gracioso ―le empujo con la mano, y él se ríe.
Giro el rostro para disimular mi sonrisa y los veo: Aslan y Sertan están en una mesa de billar, bebiendo cerveza y jugando con esa naturalidad arrogante que atrae las miradas de todas las mujeres del lugar. Son grandes, rudos, salvajes… y cada movimiento suyo parece una provocación. Puedo jurar que hay más de una mujer imaginando lo que sería caer entre esos brazos.
―Oh… ―murmura Liam al notar a quién observo.
Asiento con fastidio.
―No empieces. Bebamos algo. Quiero que esta salida valga la pena ―propongo, intentando distraerme, y pido dos cervezas.
Liam sonríe con malicia.
―Tienes que admitir que son ardientes.
Me ahogo con el trago y comienzo a toser.
―¿Qué? Jamás pensaría eso de esas dos bestias despiadadas.
Liam entorna los ojos, divertido.
―Si fuera tú, ya me habría colado a sus habitaciones y dejaría que hicieran conmigo lo que quisieran.
―Liam, basta ―le corto, sintiendo cómo las mejillas me arden.
―¿Sigues siendo virgen? ―pregunta bajito, casi en un susurro.
Mis mejillas se encienden aún más. Aclaro la garganta y desvío la mirada, buscando cualquier excusa para no responder.
―Santa Rosalinda ―se burla.
Le empujo con ambas manos, llevándome mi cerveza al otro lado del bar. Él me sigue entre risas.
―Vamos, no te enojes conmigo.
―¿Cómo no lo seguiré siendo? Si no dejan que ningún hombre respire cerca de mí. Resulta hasta enfermizo ―respondo girándome para encararlo.
Liam se encoge de hombros.
―Soy un hombre y no los veo apartándome de ti.
―Eres gay.
―Baja la voz ―susurra, mirando hacia los lados―. Mi familia sigue pensando que me gustan las mujeres. De hecho, piensan que tú me gustas.
Sonrío ante lo absurdo de la idea. Chocamos nuestras cervezas y bebemos un sorbo.
―Qué extraño… ―murmura él―. ¿Quieren que llegues a vieja como una virgen solterona o tienen planeado un matrimonio para ti? Eso de que eres parte de la familia me suena más a lo segundo.
Encojo los hombros, pasando una mano por mi cabello con un gesto cansado.
―No sé qué me deparará o si uno de los hermanos terminará deshaciéndose de mí ante mis respuestas imprudentes ―respondo, medio en broma, medio en serio.
―Ese sujeto guapo te está mirando desde que llegaste ―dice de repente, señalando discretamente.
Giro el rostro y lo veo. Me sonríe y comienza a caminar hacia nosotros con paso seguro.
―Está caminando hacia aquí ―digo en voz baja, sintiendo cómo mi estómago se tensa. Veo cómo Liam se aleja disimuladamente.
―Liam ―gruño entre dientes.
―Hola ―dice el desconocido, con una sonrisa encantadora.
―Hola… ―respondo, algo torpe.
―Te invito otra cerveza ―propone sin más.
―Todavía tengo esta ―le muestro mi botella.
Él la toma de mi mano con naturalidad.
―Ya no ―dice con una sonrisa, y algo en su voz me provoca un estremecimiento―. Me llamo Felipe ―añade, ofreciéndome su mano.
La acepto, y justo cuando nuestras pieles se rozan, mis ojos se desvían instintivamente detrás de él. El motivo me atrapa de inmediato: Aslan Emperador me observa desde la distancia, apoyado en la mesa de billar sosteniendo el palo, con la mirada de un asesino al acecho. A su lado, Sertan es una bestia igual de peligrosa.
Mi corazón comienza a latir con fuerza.
―Rosalinda ―respondo, y cuando él acerca mi mano a sus labios y besa mis nudillos, siento un cosquilleo que me deja sin aire. No suelo tener esta cercanía con ningún hombre.
Caminamos hacia la barra. Él pide dos cervezas frías mientras me lanza una mirada coqueta.
―No te había visto por aquí ―dice, buscando conversación.
Parpadeo, intentando concentrarme, aunque las miradas de los Emperador siguen clavadas en mí.
―Sí, no suelo venir seguido. ¿Y tú? ¿Eres de por aquí? ―pregunto, buscando desviar mi atención.
―Algo así, vivo a las afueras de la ciudad y… ―empieza a decir, contándome cosas triviales, intentando agradar.
Respondo por inercia, asintiendo, pero mi cuerpo está tenso, consciente del peligro cerca de nosotros. Felipe muestra interés en conocerme, pero no en cuidar su vida. Porque no debería estar tan cerca de mí, no con los pares de ojos que me vigilan, tensos, peligrosamente fríos de Aslan y Sertan apuntándole desde el otro lado del bar.