Luego de conversar unos minutos con Felipe, aún con las miradas de las bestias sobre nosotros, se disculpa para ir al baño. Apenas se aleja, dejo salir un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Mi pecho sube y baja con lentitud, intentando aliviar la tensión que me dejan sus ojos—los de ellos—pegados a mi piel, quemándome. Giro a ver a Liam, que se acerca casi corriendo, con esa sonrisa que me contagia siempre.
―¿Y qué tal estuvo? ―pregunta, lleno de curiosidad, con una expresión tan grande que casi me hace reír.
―Es lindo ―respondo encogiéndome de hombros, intentando sonar indiferente, aunque la verdad es que sí me agradó. Hay algo en él que se siente distinto… humano, simple.
Todo lo contrario, a los hombres con los que vivo.
―Es ardiente, parece un vaquero de ciudad ―añade Liam sin pudor.
―Sí… pero de todas maneras sé que no pasará nada más ―digo.
―Ellos parecen que se aburrieron de verte ―dice de pronto, señalando con su barbilla. Giro la cabeza hacia la dirección donde estaban Sertan y Aslan, pero no los veo. El aire se me aligera un poco y sonrío sin poder evitarlo.
―Qué bueno, ya era hora ―susurro, pasando una mano por mi cuello, como si intentara soltar la tensión que me dejaron allí.
―¿Te besarías con ese sujeto? ―suelta Liam de repente, divertido.
Mis ojos se abren, sorprendidos.
―No lo sé, Liam. Primero tengo que saber si yo también le parezco linda.
Él se ríe, y su risa me reconforta, como si me devolviera un pedacito de mi libertad.
―Eres la chica más linda de toda esta jodida ciudad ―declara.
―Eso sí suena a que estás enamorado de mí ―bromeo, arqueando una ceja.
―Completamente loco por ti ―responde bromeando, haciéndome reír mientras le doy un sorbo a mi cerveza.
Acomodo mi cabello con cuidado, mirando de reojo hacia la entrada mientras espero a que Felipe regrese. Pero entonces mis ojos se cruzan con los de alguien más: Nikolai, el nuevo peón. Entra al bar caminando imponente, y por un instante el ruido se apaga. Su mirada se topa con la mía, y mi estómago se contrae, no por atracción, sino por lo que provoca su presencia. Hay algo en ese hombre que me inquieta, es como si ocultara algo que no sé si quiero conocer.
―¿Hoy es el día en que todos los hombres sexys te van a mirar, Rosalinda? ―se queja Liam con fingido fastidio.
―Es el nuevo empleado del rancho ―explico sin apartar los ojos de Nikolai.
―¿Es un requisito que sean apuestos? ―responde, levantando una ceja.
Esbozo una sonrisa, divertida, mirando a mi amigo.
―Deberías controlar esas hormonas, tu familia se dará cuenta.
―No seas aguafiestas, estos ojos se hicieron para mirar ―replica, llevándose su cerveza a los labios.
Ruedo los ojos riéndome, mientras Nikolai me dedica un leve asentimiento acompañado de una sonrisa. Respiro profundo, pero no puedo evitar que el recuerdo de sus palabras vuelva a mí. Aquella advertencia que me dio en la caballeriza resuena en mi cabeza: “Te recomiendo que no confíes en ellos. Tras las tablas se ocultan secretos, y pronto saldrán a flote.”
Un escalofrío me recorre la espalda. ¿Qué secretos? ¿Qué es lo que él sabe que yo no? Mi entrecejo se frunce mientras el pensamiento se enciende dentro de mí.
Nikolai sigue su camino hacia la barra, pide una cerveza y, en cuestión de segundos, una chica se sienta en sus piernas. Ella ríe, acariciándole el pecho mientras él le devuelve la sonrisa. Pero en un instante vuelve a mirarme, y ese gesto, esa mirada que intercambiamos, me hace apartar los ojos con incomodidad.
―¿Se lo tragó el baño? ―pregunta Liam, rompiendo el silencio que me había envuelto.
Dejo salir un suspiro, soltando la tensión de mis hombros.
―Posiblemente huyó por la puerta trasera ―digo, y aunque intento sonar despreocupada, la decepción suena en mi voz―. Tal vez le llegó la voz de que pertenezco a la familia intocable.
Liam me observa con una mezcla y me empuja suavemente con el hombro.
―Bueno, no importa, has venido a pasarla bien conmigo, él se lo pierde. Bebamos otra cerveza, bailemos un poco y chismeemos ―dice con una sonrisa que logra arrancarme otra.
Le abrazo, intentando de obtener algo de calidez.
―Eres lo único bueno de esta ciudad ―murmuro contra su hombro.
Él se separa de mí y pide las cervezas, moviéndose con su energía habitual, mientras yo me quedo en silencio, con la mente llena entre pensamientos.
Luego de un rato entre tragos de cerveza y conversaciones chistosas, los veo. Los hermanos Emperador vuelven a entrar al bar. Su sola presencia cambia el aire, lo vuelve más denso, más caliente. La música sigue, la cerveza hace su trabajo, la gente ríe, pero todo a mi alrededor parece desvanecerse cuando sus miradas se cruzan con la mía. Hay algo diferente en ellos esta vez. Aparte de sus aspectos de matones.
Mis latidos se aceleran tanto que casi puedo escucharlos en mis oídos, golpeando incesantes.
No sé por qué, pero mi cuerpo reacciona antes que mi mente: un escalofrío sube desde mis talones hasta mi cuello.
**
POV Aslan
Instantes antes…
Mis pupilas siguen instaladas en esa odiosa mujer y en el desgraciado que tiene el atrevimiento de acercarse, porque seguramente no sabe quién realmente es ella… ni quiénes somos nosotros. Siento cómo la sangre me hierve bajo la piel, cómo la mandíbula se me tensa hasta doler. Rechino los dientes, forzando a mi cuerpo a permanecer inmóvil, cuando las ganas de ir y dejarle claro a ese idiota que no debería mirarla, me están tentando.
―Te toca ―dice Sertan con su tono habitual.
Procedo a hacer mi jugada en el billar, fingiendo calma, aunque cada movimiento que ella hace, cada maldita risa que suelta, me provoca un ardor que me quema desde el estómago.
―No entiendo por qué ella resulta ser un fastidio, es que es tan grosera, mal educada, me lleva siempre la jodida contraria ―gruñe él, refiriéndose a Rosalinda―. No sé por qué la protege tanto nuestro padre. Es hija de una empleada.
―La empleada que salvó a nuestro padre y sacrificó su vida ―le recuerdo sin levantar la vista, midiendo el golpe a la bola de billar.
―Ese cuento no me lo creo. ¿De cuándo acá Gabriel Emperador es recíproco? Diría que fue su deber dar su vida por él y por el legado del rancho. Ella tenía la marca.
Respiro profundo. Miro a mi hermano con calma.
―Ignórala. Eso es lo que hago yo.
―Lo haces muy bien. A veces pienso que tienes un don para ignorar a esa cría… ―espeta, y su tono arrastra un deje de burla―. Me saca de quicio.
―A mí igual ―respondo sin dudar, aunque la verdad es que no puedo dejar de mirarla―, pero papá no permite que nos deshagamos de ella.
―¿Crees que le dé parte de nuestra herencia? ―pregunta alarmado, y lo observo. Sertan ha seguido las órdenes de papá al pie de la letra; se convirtió en un buen abogado, su sombra, el que cubre la suciedad de la mafia oculta detrás de la fachada del rancho. También es quien se encarga de que yo salga librado siempre, después de realizar algún acto… algo criminal.
―A mí no me importa ―espeto con frialdad, porque fingir desinterés es mi forma de mantener el control.
―A mí no. He estado trabajando toda mi vida por este rancho, por la herencia. Ella no obtendrá nada solo por ser bonita y usar esos malditos vestidos ―farfulla.
Al nombrar el vestido, el recuerdo me ataca de repente. No puedo evitarlo. Lo veo de nuevo, ceñido a su cuerpo, esa tela maldita delineando cada curva con un descaro que parece hecho para provocarme. Cuando me preguntó qué tal estaba con él, yo solo pensé “Para follarte hasta que te desmayes”, pero eso es algo que jamás admitiré en voz alta.
Me provocó unas ganas irremediables de follármela, con el vestido enrollado en su cintura y esas sandalias de diseñador aún puestas… y me puso tan malditamente duro que tuve que disimular, ignorarla, irme al auto de inmediato antes de que lo notara, antes de que notara lo que ella puede hacerme…