Capítulo 1: Un precio demasiado alto
Capítulo 1: Un precio demasiado alto
El hospital era un lugar donde el tiempo parecía detenerse. Los pasillos blancos, las luces brillantes, y el sonido constante de las máquinas creando una atmósfera fría y opresiva. Yo estaba ahí, junto a la cama de Martín, sosteniendo su mano. Mi hijo, mi pequeño guerrero, respiraba con dificultad, su cuerpo frágil conectado a esos malditos tubos que me recordaban lo que estaba en juego. El doctor había sido claro: la operación debía hacerse pronto o… no quería pensar en lo que pasaría si no conseguía el dinero.
—Mamá… —Martín susurró, su voz rota por el dolor. Era tan pequeño y ya había pasado por tanto.
—Shh… descansa, cariño. Voy a arreglar todo, te lo prometo. — Acaricié su cabello, luchando por no quebrarme. Tenía que ser fuerte, tenía que encontrar una solución.
Pero ¿cómo? No tenía dinero, ni familia con recursos. Desde que Martín llegó a mi vida, mi vida se había convertido en una batalla constante, una lucha por darle lo que necesitaba. Nunca había sido fácil, pero ahora, enfrentada con la posibilidad de perderlo, sentía que todo se me escapaba de las manos.
Estaba perdida en mis pensamientos cuando escuché unos tacones resonar en el pasillo. No le di importancia hasta que una mujer elegante, alta y con un aire de superioridad, apareció en la puerta de la habitación. No la conocía personalmente, pero algo en su porte me resultaba familiar. Era la madre de Melissa, la prometida del hombre más temido de la ciudad: Alexander. Se decía que él era brutal, incompetente y, además, un gánster.
Ella entró sin pedir permiso, sus ojos evaluándome de arriba abajo como si fuera una mercancía.
—He escuchado que tienes problemas — dijo, su voz dulce y venenosa al mismo tiempo.
Fruncí el ceño. ¿Qué hacía esa mujer aquí? ¿Por qué le importaba mi vida? No podía haber venido solo por bondad, no en este mundo.
—¿Y qué le importa? — respondí con cautela, sin poder ocultar el cansancio y la desesperación en mi voz.
Ella sonrió, una sonrisa fría y calculada.
—Puedo ayudarte, si estás dispuesta a hacer un sacrificio. Puedo asegurarme de que tu hijo reciba la mejor atención médica, todos los gastos cubiertos… pero a cambio, quiero que te cases con Alexander.
Sentí un escalofrío recorrerme. ¿Casarme con Alexander? Las historias sobre él eran aterradoras. Se decía que era un hombre cruel, un inútil que no tenía futuro. Nadie en su sano juicio querría estar cerca de él, mucho menos casarse. La idea de convertirme en su esposa me revolvió el estómago.
—¿Casarme con él? ¿Por qué me pediría eso? — pregunté, confundida y asqueada al mismo tiempo.
—Mi hija, Melissa, no quiere ese matrimonio. Está comprometida con Alexander por obligación familiar, pero no quiere sacrificar su vida por un hombre como él. — La mujer hizo una pausa, observando mi reacción con detenimiento —. Si aceptas tomar su lugar, cubriré todos los gastos médicos de tu hijo.
Mi corazón dio un vuelco. Sabía que no debía confiar en ella, pero la desesperación me hacía dudar. Martín estaba en juego. ¿Podría sacrificar mi dignidad, mi vida, por él?
—No — dije finalmente, con la voz temblorosa —. No puedo hacer eso.
La mujer sonrió de nuevo, pero esta vez había algo oscuro en su mirada, algo que me dio escalofríos.
—Lo pensarás mejor. No tienes muchas opciones.
Dicho eso, salió de la habitación, dejándome con una sensación de vacío en el pecho. La desesperación crecía, como una sombra envolviendo todo a su paso. Mi madre siempre decía que debía ser fuerte, que Martín me necesitaba, pero… ¿cómo podía seguir adelante sin recursos, sin ayuda?
***
Los días siguientes fueron un infierno. Perdí mi trabajo, de manera inexplicable, y cada vez que intentaba conseguir otro, me topaba con muros. Sabía que era ella, la madre de Melissa, quien estaba detrás de todo. Tenía poder, conexiones, y estaba empeñada en doblegarme. Me estaba quedando sin opciones y la operación de Martín no podía esperar. Mi madre trataba de hacerme entrar en razón, insistiendo en que aceptara el acuerdo.
—Tienes que pensar en Martín, Emma. Si te casas con ese hombre, salvarás la vida de tu hijo. ¿Acaso no es lo más importante?
—Lo sé, mamá, pero… casarme con un hombre al que no conozco, y mucho menos con alguien como Alexander… — Mi voz se quebró. Sabía que tenía razón, pero no podía aceptar que mi única opción fuera venderme de esa manera.
—Martín te necesita — me recordó con dulzura.
No tenía una respuesta para eso. La verdad era que me encontraba atrapada en una encrucijada.
***
Una tarde lluviosa, mientras esperaba el autobús bajo la tormenta, mi vida cambió de nuevo. Estaba empapada, cansada, y mi cuerpo temblaba por el frío. No había podido encontrar trabajo y mis ahorros se estaban agotando. La lluvia caía con fuerza, y me sentía pequeña e insignificante, como si el mundo se hubiera puesto en mi contra. Mientras me abrazaba a mí misma para intentar calmar el frío, un coche n***o pasó a toda velocidad, levantando una ola de agua sucia que me empapó de pies a cabeza.
—¡Maldita sea! —grité, completamente frustrada.
El coche se detuvo unos metros más adelante. Vi cómo un hombre alto y delgado bajaba del auto. Aun con la distancia y la lluvia cubriéndolo, su presencia era inconfundible. Era él, Alexander. Lo reconocí de inmediato, aunque jamás lo había visto en persona. Su reputación lo precedía.
Caminó hacia mí con paso seguro, su rostro impasible, sus ojos oscuros e indiferentes recorriéndome sin una pizca de remordimiento.
—Eso te pasa por estar parada ahí — dijo con una frialdad que me dejó helada.
Su voz era tan distante, tan carente de emoción, que por un momento me pregunté si tenía algún rastro de humanidad. Pero en ese momento, mi rabia era mayor que mi miedo.
—¿Qué clase de persona eres? — le espeté, con la voz cargada de ira y humillación.
Alexander me observó un momento, como si mi existencia fuera irrelevante para él. Luego, simplemente se encogió de hombros.
—El tipo de persona que no tiene tiempo para inútiles como tú.
Sentí que algo dentro de mí se rompía. Lo vi alejarse, completamente indiferente al hecho de que acababa de humillarme, y supe, en lo más profundo, que mi vida estaba a punto de cambiar. Porque a pesar de mi odio, a pesar de la repulsión que sentía hacia él, no podía sacarlo de mi mente. Él era mi única opción, la única puerta que podía abrirse para salvar a Martín. Y aunque cada fibra de mi ser me gritaba que no lo hiciera, sabía que el tiempo se estaba acabando.
***
Esa noche, mientras sostenía la mano de Martín en la oscuridad del hospital, sentí las lágrimas correr por mis mejillas. Sabía lo que tenía que hacer, aunque me doliera admitirlo. Miré a mi hijo, su frágil cuerpo luchando por cada respiro, y tomé una decisión que jamás pensé que tomaría.
—Iré a verlo —susurré en la penumbra, mi voz apenas audible, pero firme.
Sabía que el camino que estaba a punto de recorrer sería oscuro y lleno de dolor, pero si eso significaba salvar a Martín, estaba dispuesta a pagar el precio.