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Mi Jefe, el idiota irresistible

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los opuestos se atraen
de amigos a amantes
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Oficina/lugar de trabajo
de enemigos a amantes
friends with benefits
assistant
seductive
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Descripción

Alexa Stone ha tocado fondo: sin trabajo estable, sin dinero y con un perro mestizo llamado Piki que come mejor que ella. Todo cambia el día que consigue una entrevista en Golden Group Company, su única oportunidad de salir del agujero.

Pero la suerte nunca está de su lado. Un arrogante conductor de Mercedes la empapa con agua sucia justo antes de la cita… y lo peor, el destino se encarga de ponerlo de nuevo en su camino: Marcus Larsson, el hijo del dueño de la empresa.

Después de un accidentado inicio, Alexa logra impresionar al elegante y poderoso Enrique Larsson, quien le ofrece el trabajo… con una condición: deberá ser la asistente personal de su insufrible hijo. Y no solo eso: ¡vivir bajo el mismo techo que él!

Lo que empieza como un contrato de seis meses se convierte en una guerra silenciosa entre la impulsiva Alexa y el arrogante Marcus.

Ella lo detesta con cada fibra de su ser; él jura hacerle la vida imposible. Pero entre peleas, sarcasmos y momentos inesperados, ambos descubrirán que el verdadero desafío no será sobrevivir al contrato… sino a la atracción que empieza a arder entre ellos.

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Capítulo 1
—¡Desperté! —chillé sentándome de golpe en la cama. Mi pecho subía y bajaba de forma irregular; había estado teniendo pesadillas. Uno donde me cancelaban el internet por no pagarlo a tiempo. Un movimiento brusco me hizo perder el equilibrio y terminé cayendo al suelo con un golpe seco. —¡Auch! —me sobé la cabeza, gruñendo entre dientes. A mi lado, Piki, mi perro mestizo de orejas chuecas, me miraba con la lengua fuera y la expresión más divertida del mundo, moviendo la cola como si disfrutara verme sufrir. —No te rías, traidor —le gruñí medio dormida. Miré el reloj de mi vieja y destartalada mesita de noche. —¡Oh, mierda! —grité al ver la hora. Salté de pie tan rápido que casi me vuelvo a caer por el mareo. ¡Estaba tarde, muy tarde! Tenía que ir a una entrevista importantísima, la única que había conseguido en el último año y medio gracias al amigo de un amigo. Corrí al baño y abrí la llave de la ducha. El agua estaba tan malditamente fría que sentí que se me congelaban los huesos, pero tuve que aguantarme. Encender el calentador solo haría que la factura de la luz subiera más, y ese no era un lujo que pudiera darme. "Vas a terminar con pulmonía", me dijo mi mente. La ignoré. No tenía tiempo para quejas: necesitaba alistarme rápido. Esa entrevista era mi oportunidad de salir de la miseria y comprarle a Piki su cama nueva, la que había tenido que vender para comprar comida. Los últimos meses había saltado de trabajo en trabajo… incluso fui niñera un tiempo, y sinceramente, no fue la mejor experiencia de mi vida. Salí de la ducha secándome a toda prisa y me puse la única falda en tubo, junto a una camisa formal, que tenía. Era lo mejor que había conseguido en una tienda de segunda mano, pero al menos me hacía ver profesional. Salí del departamento como alma que lleva el diablo. Vivía en el cuarto piso de ese edificio destartalado, y aunque solía evitar el ascensor por mi claustrofobia, esta vez ni siquiera tuve opción: estaba descompuesto, con un cartel torcido que decía “Fuera de servicio” desde hacía semanas. Resoplé resignada y bajé las escaleras de dos en dos. Al llegar al primer piso, miré la pantalla de mi celular, que no estaba rota, pero sí tan viejo que apenas servía para mostrar la hora. Tenía el tiempo justo para llegar a la parada del autobús. Caminé un par de cuadras esquivando los charcos que había dejado la lluvia de la noche anterior, mientras rezaba para que el transporte no me dejara plantada. ¡Sí, llegaría a tiempo!, celebré en mi interior con un pequeño saltito. Y entonces, como salido del infierno, un Mercedes pasó a toda velocidad junto a mí, justo por donde había un enorme charco. El agua sucia me empapó de pies a cabeza. —¡Maldito bastardo! —grité con furia. El conductor bajó la ventanilla solo para mirarme con una sonrisa arrogante antes de volver a arrancar. —¡Ojalá te pudras en el infierno, imbécil! —le grité, mientras un par de monjas que pasaban por ahí se persignaban al escucharme. ¡No, no, y no! Esto no podía estar pasándome a mí. ¿Qué diablos hice en otra vida para merecer esto? Saqué mi pañuelo favorito y traté de secarme el rostro, intentando borrar las manchas de barro… sin éxito. ¿Y ahora qué? No tenía tiempo para cambiarme, ni más ropa formal. Apreté los puños hasta que los nudillos se me pusieron blancos. Iré así. Si Will Smith lo logró en “En busca de la felicidad”, ¿por qué yo no? Además, como decía mi mamá: “al que le van a dar, le guardan”. Si ese trabajo era para mí, lo conseguiría. ¡Por supuesto que sí! Un Stone jamás se rinde. Subí al autobús rumbo a mi destino: Golden Group Company. Desde que llegué al área empresarial de la ciudad, supe que estaba en otro mundo. Hombres y mujeres elegantes salían de los enormes y sofisticados edificios. Mordí mi labio inferior, dudando. Justo frente a mí estaba el imponente edificio donde sería mi entrevista. Bien, era el momento. Lo peor que podía pasar era que los guardias me sacaran por mis fachas… pero eso era mejor que volver a casa derrotada y cubierta de vómito de bebé. Respiré hondo y entré al elegante lugar, sintiendo las miradas curiosas sobre mí. Las ignoré. Odiaba que me miraran como si fuera un bicho raro, pero esta vez no dejaría que eso me detuviera. Me dirigí directo a la recepcionista. —Buenos días, señorita… vengo por la entrevista para asistente administrativo —logré decir, intentando sonar más profesional de lo que me veía. La mujer detrás del mostrador, una rubia impecable con labios perfectamente delineados, me dio una mirada tan indiferente que casi me sentí invisible. —Llegas tarde —murmuró, arqueando una ceja. Gemí bajito, con una mezcla de pena y frustración. —Lo sé, pero solo fueron un par de minutos —susurré, esperando que la lástima le ablandara el corazón. Ella volvió la vista a su ordenador con un gesto desdeñoso. —Toma el ascensor. Piso quince —dijo sin mirarme más. ¡Oh, diablos, no! El ascensor no. No había manera. Yo no me metía en ese aparato ni aunque me ofrecieran un millón de dólares. ¿Quince pisos? ¿En serio? ¿Acaso el universo me estaba enviando señales para que me rindiera? No. Ni loca. Este era el momento de poner a prueba toda la condición física que había ganado siendo paseadora de perros. Respiré hondo y caminé directo a las escaleras. —¡Oye, muchacha! ¡Es mejor que uses el ascensor, vas para el piso quince! —escuché gritar a la recepcionista. La ignoré. Ya había tomado mi decisión. Subí los escalones de dos en dos, aunque tener las piernas cortas no ayudaba mucho. Para cuando llegué al piso quince, estaba jadeando, con el corazón latiéndome en los oídos. Me dejé caer en un sofá de la sala de espera, respirando pesadamente, intentando llenar mis pulmones de aire. Justo en ese momento, una puerta se abrió y una mujer de edad avanzada, con anteojos y semblante severo, asomó la cabeza. —¿Alexa Stone? —preguntó ajustándose los lentes. —¡Sí! —respondí de inmediato, poniéndome de pie casi tambaleándome. La mujer me escaneó de arriba abajo con el ceño fruncido. —El señor Larsson te espera. Pasa —dijo apartándose de la puerta. Tragué saliva, acomodé mi chaqueta empapada y entré. La oficina era enorme, elegante y con un aire que gritaba dinero y poder. Detrás de un escritorio de madera oscura, un hombre increíblemente atractivo me observaba desde su sillón de cuero n***o. Calculo que tendría unos cuarenta y cinco… aunque tal vez menos. —Buenos días —saludé con una torpe reverencia, intentando sonar segura. El hombre me miró con una mezcla de confusión y curiosidad. —¿Alexa Stone? Asentí rápidamente. —Sí, señor. Créame, tengo una explicación para… bueno, para esto —dije, señalando mi ropa empapada. Él sonrió de lado, divertido. —Bueno… me gustaría escucharla. Tragué grueso. ¿Por dónde empezaba? —Eh… resumiendo, tuve un pequeño accidente con un arrogante idiota que conducía un Mercedes y… un charco de agua sucia. El hombre arqueó una ceja y se llevó la mano al mentón. —¿Así que te mojó un hombre con su auto? —Sí, literalmente eso pasó —expliqué, sintiendo mis mejillas arder—. Y tuvo el descaro de reírse de mí —murmuré entre dientes. —Y aun así viniste a la entrevista —comentó, mirándome con cierto respeto. Me mordí el labio inferior. —Necesito el trabajo… aunque supongo que ya no importa mucho cómo me vea —dije bajando la mirada. —Claro que importa —respondió él, enderezándose en su asiento—. Pareces una mujer decidida. Entra por esa puerta, es mi baño. Creo que deberías arreglarte un poco antes de comenzar la entrevista. Le sonreí agradecida. —Gracias, señor Larsson. De verdad. ¡Gracias, cielos! Por fin alguien comprensivo. Si conseguía este trabajo, podría jurar que no me importaría trabajar para un jefe así. Entré al baño y me miré en el espejo. ¡Por el amor del diablo y todos sus jodidos demonios! Mi cabello parecía un nido de pájaros, tenía trozos de lodo pegados en las puntas y mi maquillaje era una tragedia griega. —¡Maldito y mil veces maldito el imbécil que me mojó! —murmuré furiosa, limpiándome con mi pañuelo y haciendo mi mejor esfuerzo por parecer humana otra vez. Después de varios intentos fallidos, suspiré resignada y abrí la puerta. No podía hacerlo esperar más. Pero apenas crucé el umbral, me quedé congelada. Ahí estaba. Sentado frente al señor Larsson, con esa sonrisa arrogante que jamás olvidaría. El tipo del Mercedes. Sentí que la sangre me hervía en las venas. —¡Fuiste tú! ¡Estúpido infeliz! —grité, señalándolo con el dedo índice, olvidándome por completo de dónde estaba.

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