Capítulo 3

1138 Palabras
—¿Qué…? —parpadeé un par de veces, creyendo haber leído mal—. ¿Qué diablos? Aquí dice que debo vivir en el departamento de su hijo. El señor Larsson asintió con toda la calma del mundo. —Sí, esa es otra condición que debes cumplir como asistente. No tienes que pagar arrendamiento y la comida también está cubierta. Abrí los ojos como platos. —No entiendo… seré su asistente, no su sirvienta, señor Larsson. Lo siento, pero una cosa sería soportar a su hijo ocho horas al día, y otra muy diferente vivir bajo el mismo techo. —En efecto, tus horas laborales serán las estipuladas por la ley —respondió con serenidad—, pero Marcus suele ser bastante desordenado. No llega a tiempo a las reuniones y necesito a alguien que esté a su lado todo el tiempo. —¿Todo el tiempo? —repetí incrédula—. Yo no seré su niñera. —Marcus tampoco es un niño —replicó con paciencia—, pero lo acompañarás a todos los eventos y reuniones que surjan. Y sobre todo, necesita ser puntual. Me pasé la lengua por los labios, respirando hondo. Si firmaba esto, básicamente me estaba entregando en bandeja de plata para vivir un infierno. Pero por otro lado… necesitaba el trabajo. Un jodido trabajo estable que me evitara congelarme cada vez que entraba a la ducha porque el calentador estaba más muerto que mi vida amorosa. ¿En qué diablos me estaba metiendo? Dejé escapar un largo suspiro. —Tengo un par de cosas que decirle antes de firmar esto. —Te escucho —dijo el señor Larsson, acomodándose en su asiento. —Tengo un perro, y si debo vivir en la casa de su hijo, voy a llevarlos conmigo. —Marcus no tiene ninguna alergia a los perros, así que me parece bien. Lo miré con una mezcla de sorpresa y resignación. ¿De verdad estaba considerando firmar esta maldita cosa esclavizante? ¡Joder! Definitivamente estaba perdiendo la cabeza. Pero después de más de un año sin suerte, no tenía muchas opciones. Solo serían seis meses. Había pasado por demasiado para llegar hasta aquí y no iba a rendirme ahora. Además, con ese sueldo podría ahorrar, pagar mis deudas y tener una referencia importante en Golden Group Company. Quizá eso me abriría puertas más grandes después. Le di una última leída al contrato, asegurándome de no pasar nada por alto. Y sí… oficialmente iba a convertirme en la asistente personal de un hombre arrogante e insoportable. Y no solo eso… ¡iba a vivir en su casa! El señor Larsson me sonrió. —Me alegra que hayas aceptado, Alexa. Bienvenida a Golden Group Company —dijo, tendiéndome la mano. La estreché con una sonrisa nerviosa. —Gracias, señor Larsson. —Bien —continuó él—, empiezas el lunes. Sin embargo, deberás mudarte a la casa de Marcus este fin de semana. Enviaré a alguien a tu dirección para ayudarte con la mudanza. Afuera está mi chofer, te llevará a una tienda para compensar el traje y añadir algunos más. —No es necesario, de verdad… —intenté decir, pero él me interrumpió. —Sí lo es —respondió tajante, levantando el teléfono—. Sunny, por favor, dile a Marcus que venga a mi oficina. —Como ordene, señor Larsson —contestó una voz femenina al otro lado de la línea. Un par de minutos después, Don mandón —como había decidido apodarlo mentalmente— entró a la oficina con su cara insufrible. —¿Qué necesitas, padre? —preguntó con evidente molestia, ignorándome por completo, como si yo fuera parte del mobiliario. —Solo quiero presentarte oficialmente a Alexa Stone. Ella será tu nueva asistente. Marcus me miró entonces por primera vez. Su ceja se arqueó y su expresión fue de total incredulidad. —¿Es una maldita broma, no? —preguntó, sin ocultar el desprecio en su voz. ¡Jodido estúpido! En ese instante, ya me estaba arrepintiendo de haber firmado ese maldito contrato. —¿Alguna vez me has visto bromear cuando se trata de trabajo? —preguntó el señor Larsson con un tono tan serio que el aire se volvió tenso. —Pero no puedo creer que de verdad contrates a esta como mi asistente —gruñó Marcus, mirándome como si yo fuera una plaga. —¡Esta tiene nombre! Soy Alexa Stone para ti —le solté, apretando los puños. Marcus rodó los ojos con esa expresión arrogante que ya me estaba dando urticaria. —Créeme, no me interesa saber tu nombre, porque tú no serás mi asistente, enana loca. —Pues fíjate que ya firmé el contrato, estúpido mandón —repliqué, sin apartar la mirada ni un segundo. —¿Ves, padre? —protestó Marcus, alzando las manos—. ¿Cómo quieres que trabaje con alguien que no conoce su lugar? ¡Acaba de llamarme estúpido! —Tú la llamaste enana loca primero —respondió con calma el señor Larsson—. Y Alexa tiene razón, su contrato ya está firmado. No hay más que discutir. Marcus frunció el ceño, pero el señor Larsson me dirigió una sonrisa cordial. —Alexa, puedes bajar. Hay una camioneta esperándote para solucionar lo de tu ropa. El resto de la información la recibirás por correo. Puedes retirarte. Le devolví una sonrisa agradecida y me incliné con respeto. —Con permiso, señor Larsson. Que tenga un excelente día. —Igualmente, Alexa —asintió él. Me giré para salir y, al pasar junto a Marcus, choqué a propósito con su hombro. Por supuesto, ni se me ocurrió disculparme. Mientras bajaba por el pasillo, solo podía pensar: ¿Qué diablos acabo de hacer? ¿Cómo iba a soportar a ese hombre durante seis jodidos meses? De verdad me gustaría retroceder el tiempo, solo para evitar haber firmado ese maldito contrato. Porque, conociéndome, estaba destinada a protagonizar una versión real de “Quiero matar a mi jefe.” Caminé directo hacia las escaleras. Ya no podía hacer nada; lo hecho, hecho estaba. Solo me quedaba prepararme mentalmente para soportarlo… como jefe. Y peor aún: vivir bajo el mismo techo que él. —¡Oye, muchacha! —me llamó la señora de los anteojos, la misma de antes—. ¿Por qué no usas el ascensor? Me mordí el labio inferior. —Soy claustrofóbica —respondí sinceramente. Ella me observó por encima de sus lentes. —¿Sabes cuántos pisos tiene este edificio? Negué con la cabeza, haciendo una mueca. —Veintidós —dijo ella, anotando algo en un papel sin mirarme—. Que tengas buen día, jovencita. Me quedé viéndola confundida, sin saber si eso era un consejo, una advertencia o una burla. Pero igual me despedí y comencé a bajar los malditos quince pisos.
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