Capítulo 5

1465 Palabras
Su hermano mayor y ella habían sido muy unidos desde niños. Además, Alexa necesitaba contarle todo lo que había pasado ese día, desde su trabajo nuevo hasta que tenía que soportar al odioso de su jefe. El auto se estacionó frente a la pequeña casa y el chofer volvió a bajarse para abrirle la puerta. Alexa frunció el ceño; los ricos eran unos flojos. ¿Por qué los choferes tenían que abrirles las puertas cuando perfectamente podían hacerlo ellos mismos? Con las manos cargadas de bolsas, le agradeció al hombre e hizo una pequeña reverencia. Fue gracioso que ni siquiera tuvo que tocar para que su hermano le abriera la puerta. —¿Qué diablos hiciste? —preguntó Ian directamente. Alexa hizo un puchero. —Mejor ayúdame con esto y luego me interrogas —se quejó. Ian abrió la puerta por completo y tomó un par de bolsas para llevarlas a la mesa. —¡Llegó mamá! —chilló Alexa en cuanto vio a los dos regordetes gatos de su hermano. Ambos comenzaron a maullar y a meterse entre sus piernas. —Mi princesa —dijo, tomando a la gatita gris entre sus manos—. ¿Y tú cómo te has portado, Top? —preguntó al gato rojizo—. Los extrañé tanto. A pesar de que eran gatos de su hermano, parecía como si ella fuera la verdadera dueña. Pero sabía que no podía llevarlos con ella. Apenas podía mantener a Piki, sin mencionar que era bien sabido que los gatos y perros a veces no podían coexistir en un solo lugar. —Y ellos a ti. Top me odia —refunfuñó Ian, lanzándole una mirada acusadora al gato. Alexa soltó una risita. —Pero si es una bolita de ternura, ¿cómo podría odiarte? —murmuró, acariciando con ternura a las mascotas. Ese par de animalitos eran su adoración. Ian los había encontrado juntos dentro de una caja tirada al lado de la basura; apenas tenían los ojos abiertos. No tuvo corazón para dejarlos allí y los llevó consigo a casa. Desde entonces, habían sido sus compañeros más fieles. Ian le dio una mirada a lo que Alexa había comprado y su boca se abrió por completo, llena de asombro al ver las etiquetas con los precios. —¿Te ganaste la lotería o conseguiste un sugar daddy? Alexa se levantó, aún cargando a los gatos. —¿Sugar daddy? —repitió, soltando una carcajada. —Alexa, ¿en qué diablos estás metida? Vienes en una camioneta lujosa, cargada de compras, y a juzgar por el precio de esto… —Ian puso los ojos en blanco. —Conseguí un trabajo, Ian —respondió Alexa. Con un suspiro, comenzó a contarle todo lo que había pasado en su desastroso día: que tenía que trabajar para un completo idiota y lo mucho que odiaba a su futuro jefe. Ian la escuchó con atención. —Así que le vendiste tu alma al diablo —murmuró. Alexa hizo una mueca. —Yo diría que firmé un contrato con Dios para trabajar con el diablo. —¿Y eso en qué te convierte? —preguntó Ian. —¡Ay, ya deja de molestarme! —chilló Alexa—. Estoy jodida. Cada vez que recuerdo que voy a vivir bajo el mismo techo que ese maldito imbécil, quiero que la tierra se abra y me trague. —Te dije que no te apresuraras, Alexa. Podías venir a vivir con Tina y conmigo —dijo Ian. —No quiero ser una carga. —murmuró Alexa—. Además, ya no puedo hacer nada; el contrato está firmado y debo estar el fin de semana en casa del idiota de mi jefe. —¡Buenas tardes! La profesora más popular del instituto está en casa —se escuchó decir desde la puerta. —¡Hola, Tina! —saludó Alexa con una amable sonrisa a su cuñada. —¡Ale! ¿Cómo te fue en la entrevista? —preguntó de inmediato. —Claro, solo saluda a Ale, yo no existo —bufó Ian. Tina le dedicó una radiante sonrisa. —¿Mi gatito está pidiendo atención? —preguntó antes de plantarle un beso en los labios. —No me llames gatito —bufó Ian, frunciendo el ceño. —Yo también te amo —replicó Tina con un guiño. Alexa los miró con ternura. Su hermano y Tina eran como agua y aceite, pero se amaban y se complementaban mejor que cualquier otra pareja. Ian era DJ en una discoteca y Tina era profesora de primaria; una combinación tan extraña como perfecta. —Ahora sí, cuéntame, Ale, ¿qué tal la entrevista? —Conseguí el trabajo —respondió Alexa—. Agradécele a Tomas por mí. —Sobre mi cadáver —chasqueó Ian. —Vamos, cariño, ¿aún me celas con Tomas? —preguntó Tina, divertida. Ian rodó los ojos. —Solo no lo quiero cerca de ti. —¿Eres consciente de que Tina y Tomas terminaron hace cinco años… y que en ese entonces tú ni siquiera la conocías? —se burló Alexa. —¿Y tú eres consciente de que vas a vivir seis meses en el infierno a partir de ahora? —replicó Ian, arqueando una ceja. —Eres un idiota en todo el sentido de la palabra —se quejó Alexa. Su hermano la miró indignado. —¿Estás usando mi casa para ofenderme? Y yo que había comprado un enorme póster de las Huntrix pensando en ti. Creo que lo tiraré a la basura —dijo, encaminándose hacia la cocina. —¡Ian! ¿Eres mi hermano favorito, lo sabías? —preguntó Alexa, pestañeando exageradamente. El rubio la miró sin mucha impresión. —Soy tu único hermano. —Iannn… —Alexa hizo un puchero. Ian negó con la cabeza, derrotado, y Tina tomó el póster de encima de la mesa para tendérselo. Alexa lo tomó con los ojos brillando de emoción. Tener un nuevo póster de las Huntrix era lo único bueno que le había pasado en ese día, sin contar que prefería no pensar demasiado en cómo sería su vida a partir de ahora. Solo tenía una cosa clara: si el idiota de su jefe pensaba que Alexa iba a dejarse humillar, estaba completamente equivocado. …. Alexa estaba totalmente asombrada, con la boca abierta, un dolor agudo en el pecho y unas tremendas ganas de hacer un berrinche y ponerse a llorar cuando bajó del auto frente a un enorme y altísimo edificio. Sí. Sobre-malditamente-alto. —¿Está seguro de que es aquí? —preguntó Alexa, tragando con dificultad. —Totalmente, señorita. Es aquí donde vive el joven Larsson —le aseguró el chofer. ¡No, no… mierda, no! Alexa realmente quería llorar. Ella no iba a poder hacer esto. ¿Por qué ese bastardo presumido tenía que vivir en un edificio tan alto? Y estaba segura, muy segura, de que el maldito no vivía precisamente en el primer piso. Y como si lo hubiese invocado con sus pensamientos, un elegante Mercedes se estacionó justo al lado de la camioneta. Del auto bajó el rey de los idiotas, usando un pantalón n***o ajustado, una camisa blanca impecable con los dos primeros botones desabrochados y un Rolex brillante en la muñeca. Miró a Alexa con una arrogancia calculada de pies a cabeza. Los ojos oscuros de Marcus se quedaron pegados en las letras de la camiseta de Alexa, y él arqueó una ceja. —Así que estás aquí —murmuró con tono burlón—. Tres semanas… no, creo que serán dos. Alexa se cruzó de brazos, mirándolo desafiante. —¿A qué te refieres con eso? —Estoy calculando el tiempo que trabajarás para mí —respondió Marcus, encogiéndose de hombros. —Tengo un contrato firmado por seis meses, por si no lo sabías —le replicó Alexa. —No lo terminarás. De mi cuenta corre que renuncies en menos de tres semanas —soltó Marcus, con desdén absoluto. Alexa quería estrangularlo ahí mismo. —Solo te diré una cosa —Alexa dio un paso al frente, quedando muy cerca de él—: Yo jamás renuncio —pronunció fuerte y claro. —Eso lo veremos. Y deja de tutearme, soy tu jefe —ordenó Marcus. —Tú eres simplemente el hijo de mi jefe —musitó Alexa—. ¿Ahora me indicas el camino? Marcus le lanzó una mirada mortal antes de darse la vuelta para empezar a caminar hacia la entrada. Alexa recibió su maleta del chofer y la cargó como pudo. No había empacado todas sus cosas, solo lo indispensable. Y se dio cuenta de que no traer de inmediato a Piki había sido la mejor decisión. Lo llevaría una vez que estuviera completamente instalada. Y sabiendo que haría ese hombre.
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