Luego de los fuegos artificiales, la fiesta se volvió más amena. Las luces bajaron su intensidad y la música se volvió amigable para el baile. Albana no dudó en disfrutar junto a su amiga, siempre les había gustado bailar, tenían recuerdos de hacerlo en toda circunstancia, al recibir una buena noticia, al recibir una no tan buena que requería cambiar el animo, cocinando, incluso estudiando la letra del musical que ahora mismo estaba protagonizando.
Bailaban, juntas. Era un modo hermoso de conectarse y si bien nunca les había importado quien las mirara, esta vez, Albana podía sentir un par de ojos, escondidos detrás de unas gafas de sol que la llevaban a intentar controlar sus movimientos. No le gustaba que tuviera ese efecto en ella, si había algo que la representaba era no amedrentarse frente a nada ni nadie, y sin embargo este hombre, tan contradictorio como atractivo estaba consiguiendo alterar sus nervios.
Entonces una nueva canción sonó. Una que ella había oído varias veces, aunque no era del estilo de música que disfrutaba. Miró a Evelyn extrañada, aquel rock no tenía mucho que ver con el ritmo que venían oyendo, pero su amiga se limitó a alzar sus hombros y continuar sonriendo, mientras los invitados parecían comenzar a alentar a alguien para que cantara..
Sus ojos no tardaron en descubrirlo. Gael había sido iluminado y en ese momento su atuendo cobró sentido. Con gesto de impostada displicencia, se acercó a un improvisado escenario y comenzó a cantar sobre la canción.
Era suya. Era el dueño de esa voz rasposa que sonaba entre las notas de una guitarra eléctrica estridente. Era un músico, uno de rock. Eso explicaba ese carisma, el dejo de rebeldía, la altanería y seguramente la posibilidad de tener a la mujer que quisiera. Por eso la había mirado con desaprobación, lo más cerca que ella había estado de una guitarra eléctrica era la vez que Taylor Swift había usado una ficticia en un videoclip. No conocía esa música, tampoco la disfrutaba y al parecer, eso se notaba.
-Es el hijo Bruce, ¿lo conocías? - le preguntó Evelyn al oído, sacándola de sus pensamientos.
Bruce había sido el cantante más famoso del rock nacional, su música había sonado en todas las radios, incluso en las de Neuquén, mientras ella asistía a la escuela. Tenía un legado increíble que había inspirado a las nuevas generaciones, y si bien su final había sido una injusta tragedia, su nombre continúa siendo reconocido. Lo que Albana nunca había sabido, era que había tenido un hijo y que también se dedicaba a la música.
Por eso negó con su cabeza, mientras la voz de Gael se hacía más potente.
-Voy a aprovechar para ir al baño, a lo mejor puedo ponerme más presentable.- bromeó señalando su atuendo una vez más, mientras salía del tumulto de gente que se había unido para disfrutar de la actuación de aquel famoso cantante, para quien aquella huida no pasó desapercibida.
Gael había dado los suficientes conciertos en su vida, como para desarrollar la capacidad de distinguir a la gente en el público. Sabía cuando lo estaban disfrutando, cuando se estaba por armar una pelea y, sobre todo, cuando una señorita estaba dispuesta a acompañarlo. Y sin embargo, esta vez, la sensación era controversial. Había notado que aquella actriz de brillos lo había mirado, pero no como si lo reconociera, no se parecía a las fanáticas con las que solía frecuentar, de hecho, ahora mismo se había ido, sin más, como si el hecho de que él estuviera cantando le fuera totalmente indiferente y eso definitivamente era algo totalmente novedoso.
Sin poder quitársela de la cabeza, terminó la canción y le hizo señas al dj para continuara solo. Alzó sus brazos y sonrió generando suficientes ovaciones y cuando la fiesta regresó a su algarabía, se escabulló en busca de la misteriosa jovencita, a la que no le había importado llegar cuasi disfrazada a una boda llena de snobs, en uno de los barrios más elegante de Buenos Aires.
Recorrió la casa, los salones prácticamente vacíos y los alrededores sin éxito, ganando frustración a cada paso. No podía haber desaparecido, pensaba y en la medida que lo hacía su enfado lo iba cargando de exasperación. Al fin y al cabo ¿que le importaba a él? Ni siquiera recordaba su nombre, lamentaba no haberle prestado atención a Evelyn, pero había estado tan sorprendido al verla que se había dedicado a estudiarla.
Podía recordar sus enormes ojos verdes y expresivos, su figura armónica pero redondeada enfundada en esas medias de hada y su sonrisa, esa que definitivamente nunca le había dedicado.
Salió minutos más tarde malhumorado por haberle dedicado tanto tiempo. No quería quedarse en aquella fiesta, si bien Federico era, junto a su hermano Hernan, sus únicos amigos, consideraba que su estadía había sido aceptable y que seguramente poco recordarían luego de que el alcohol que continuaba al baile hiciera su efecto.
Tomó las llaves de su moto del bolsillo de su campera y cuando estaba dispuesto a subirse oyó un ligero grito, corto pero certero que lo llevó a asomarse detrás de la ligustrina que separa la casa de la del vecino y entonces por fin volvió a verla.
Sus piernas cortas se movían alternando el peso de un lado a otro de su cuerpo, sobre unas zapatillas negras de cordones blancos, más dignas de una adolescente que de una mujer como la que había conocido, parecía estar discutiendo con aquel hombre, más alto que ella, de vestimenta informal que sacudía sus brazos con vehemencia.
No terminaba de entender la escena, ella definitivamente lo conocía, no intentaba escapar, de hecho cuando el hombre agitó unas llaves en el aire y comenzó a caminar hacia un auto gris con bastantes golpes en su historial, ella parecía querer evitarlo.
No quiso seguir mirando.
De seguro se trataba de su novio, de esas relaciones pegajosas con crisis de celos estridentes, dignas de las actrices como ella, que aparecían en una fiesta disfrazadas, sin duda para llamar la atención. Si había elegido un novio tóxico, allá ella, pensó.
Por eso nunca había tenido novias, no sabía jugar sin trampas al amor, no sabía entregarse a una sola persona en la vida, en lo que su experiencia le decía, eso nunca terminaba bien.
Lo mejor era irse y olvidarla, no iba a ser difícil teniendo en cuenta que aún no había sido capaz de recordar su nombre.
Sin querer darle más vueltas al asunto, caminó hasta su moto y se puso el casco. Había llegado la hora de regresar a su confortable soledad.