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1391 Palabras
Un sonido insistente retumbaba en su cabeza. Con los ojos cerrados aún, no terminaba de comprender lo que estaba ocurriendo. Rocío sentía su cuerpo entumecido mientras sus rodillas presionaban su pecho con particular insistencia. Sus manos intentaron cubrir sus oídos pero se enredaron en su cabello antes, logrando un nuevo dolor, más agudo, pero que la abandonó una vez que logró liberarse. Jaló de nuevo como si necesitara comprobarlo, como si necesitara saber que el dolor tenía esa capacidad, la de irse. -¡Rochi! ¿Vas a abrirme? ¿Desde cuándo cambiaste la cerradura?- oyó en esa voz intensa de su madre y por fin entendió dónde estaba. Se había quedado dormida con el amanecer, ni siquiera había intentado deshacer la cama, por lo que el frío la había llevado a acurrucarse de ese modo que ahora intentaba cobrarle factura. -Vamos, hija, que no tengo todo el día.- le insistencia de Helena siempre la había exasperado, ni siquiera le había pedido que se presentara semanalmente, ella se las ingeniaba para tener víveres y a juzgar por la calidad de sus conversaciones, podían resumirse en un par de w******p diarios. -Ya voy.- dijo como pudo, mientras se quitaba la ropa y buscaba algo un poco más apropiado para recibirla, no era que le importara lo que se ponía, había regalado casi toda su ropa luego de haber llegado a la conclusión de que un par de joggings y buzos eran suficientes. Sin embargo, odiaba el sermón que siempre llegaba luego del escrutinio que su madre le hacía cada vez que la miraba. Se puso un vestido largo hasta el piso de color n***o gatado, se recogió el cabello como pudo y tomando aire profundamente, abrió la puerta. -Ay, hija, por Dios, con el calor que hace casi me derrito ahí afuera.- dijo Helena, incluso antes de saludarla. -Bueno, acá no está mucho mejor ¿Acaso no encendiste el aire acondicionado?- continuó, mientras Rocío apretaba sus ojos en busca de la serenidad que necesitaba para conversar con su madre. -Dejá, yo lo hago. Te traje comida, son unas recetas de una especie de dieta keto o algo así, dicen que funciona muy bien. No es que la haya probado, sabes que no necesito esas cosas, pero creo que puede funcionar para vos.- continuó mientras abría la heladera y hacía una gran performance acerca de su desencanto al respecto. -¡Ay por favor, pero si esto era un desastre, todo a medio terminar! ¿Qué son esos dulces? ¿Dónde está la comida real? Con razón.. Bueno.. Mejor no sigo.- dijo haciendo lugar para intentar colocar las cajas delicadamente diseñadas para disimular que su contenido era tan ínfimo que no lograría saciarte. . No era una novedad que su madre no aprobara su aspecto, siempre había sido muy celosa de la imagen personal, elegante, aliñada y sobre todo delgada. Pero Rocío no había adquirido su genética, en el sorteo azaroso del ADN le habían tocado las piernas de su padre, las caderas de su abuela y los pechos de algún antepasado exuberante que no había llegado a conocer. En alguna etapa de su vida había luchado contra eso, había seguido dietas estrictas, había hecho mil tratamientos, había usado la ropa que su madre le compraba, pero luego… bueno su imagen era otra de las cosas que habían perdido valor a sus ojos. -Eso dejalo.- dijo por fin, en esa voz rasposa que suena cuando uno lleva mucho tiempo sin hablar. -¿Para qué lo queres? No es saludable.- respondió su madre mirando con desagrado el plato helado que contenía una porción de pizza que parecía tener varios días. -Ya lo sé mamá, pero dejalo.- le dijo retirándole el plato y haciéndose cargo de la tarea ridícula de acomodar aquellas cajas. -Bueno, así no puedo ayudarte.- dijo Helena tomando asiento en una banqueta alta para encender un cigarrillo. -No fumes adentro, después queda el olor por días.- le reprochó Rocío y la mujer la miró como si no fuera algo que le importara. -Afuera hace demasiado calor.- sentenció, como si fuera un argumento válido y Rocío eligió ceder, como solía pasarle siempre en su predecible vida, cedía. -¿Y qué sabes de tu padre?- le arrojó Helena, dando la primera pitada. -Mamá..- respondió Rocía, aunque sabía que ese tópico llegaría a la conversación, no le gustaba, y por eso intentaba retrasarlo. Sus padres se habían separado hacía un par de años y aunque eso era algo que siempre había sospechado, la forma no había sido nada predecible. Su hermana le había pedido la computadora a su padre para imprimir unos documentos y el pop up había anunciado la llegada de un mensaje llamativo, que había llevado, sin demasiado esfuerzo, a descubrir aquella relación clandestina que su padre tenía con una mujer mucho más joven que Helena. Entonces, como si se hubiera tratado de una bola de nieve, la avalancha que se desató después había dado vuelta la vida como la conocían. Discusiones, gritos, escraches, más discusiones, abogados, divisiones. Un huracán que había dejado a su madre en un departamento en la ciudad, a su hermana a 10000 kilómetros de distancia y a su padre con una nueva familia. Y ella… bueno ella siempre había intentado sobrevivir, así que allí estaba, en esa casa coqueta, en las afueras de la ciudad, rodeada de un verde que no se animaba a pisar. -Sólo queiro saber, ¿te está mandando algo de dinero al menos?- insistió Helena mientras Rocío cerraba la heladera y caminaba hacía la cafetera. -No lo necesito, tengo un buen trabajo, puedo mantenerme sola.- dijo colocando la cápsula de café. -Pero debería, sos su hija también, postea fotos con ese bebé todo el tiempo, de viaje, con regalos, que no se olvide de ustedes, de vos y de tu hermana. No entiendo como no le pedís que te cambie el auto, ese que tenes ya esta viejo.- dijo apagando el cigarrillo sobre un plato de porcelana. Entonces Rocío emitió una carcajada que lejos de ser por felicidad sonó a sarcasmo. -Si ni siquiera lo uso, gracias que me acuerdo de ponerlo en marcha una vez por semana. - le dijo mientras le entregaba la taza de café y colocaba una nueva taza para ella. -Ay, ni me lo recuerdes. Rochi, ¿estás haciendo el tratamiento? No entiendo a esa doctora, como puede ser considerado normal que una persona no salga de su casa por años.- dijo con una expresión genuina por primera vez en toda la conversación. Helena amaba a su hija. Siempre lo había hecho, aunque hubiera pasado demasiadas horas fuera de casa, había tenido que hacerlo para poder darle lo que ahora tenían, si ella no hubiera trabajado tanto no podría haberles pagado la educación, su estilo de vida, incluso la casa en la que ahora vivía. Sabía que su ausencia había dejado un hueco en ella, pero aún así la justificaba. Entonces habían llegado sus crisis. Había estado preocupada, había pagado los más costosos tratamientos cuando su hija se había aislado tanto, pero el tiempo había convertido la preocupación en resentimiento, sobre todo cuando su marido la había dejado sin herramientas para lidiar con todo. Al parecer visitarla una vez por semana era todo lo que podía hacer y, al menos eso, lo hacía. Rocío se quedó mirando su taza de café, la espuma había comenzado a disiparse y la oscuridad del contenido avanzaba sin tregua, como su miedo, como ese pánico que la asaltaba cada vez que quería salir, como la misma noche anterior. Era buena ocultándose, era fácil hacerlo a través de una pantalla o un mensaje, pero la vida real era otra cosa. Sus ojos se volvieron vidriosos y no quería llorar delante de su madre, sabía que llevaba demasiado tiempo encerrada pero no sabia como cambiarlo. Y aunque había buscado excusas para hacerlo, ninguna parecía lo suficientemente valedera como para intentarlo. El trabajo le alcazaba, su familia como la conocía había dejado de existir y el amor… si al menos supiera de lo que se trataba, pero ni siquiera a eso había llegado y ahora sabía que encerrada nunca lo haría. -Estoy bien, ma.- dijo luego de una larga pausa para luego fingir una sonrisa ridículamente amplia y embarcarse en ese café de quince minutos que era lo único que quedaba entre las dos.
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