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1519 Palabras
Sus piernas desafiaban la velocidad, sus músculos se tensaban con cada paso sobre el duro cemento mientras su respiración acelerada le impedía responder. -Mono, por acá.- oyó y sus ojos enormes agudizaron al máximo su visión como si fuera un halcón y de eso dependiera su vida. -Por acá. Por acá.- repitió su tío moviendo sus brazos con exageración, mientras intentaba recobrar el aliento. Mauro seguía corriendo, las sirenas policiales se oían cada vez más cerca y el vapor de la humedad de la calle amenazaban con hacerle perder el paso. Acomodó su gorra con sus manos y decidió dar el ùlimo esfuerzo. Tenía que lograrlo, no tenía opción. Toda su familia dependía de él. Aceleró sacando fuerzas de algún lugar recóndito de su joven cuerpo y sintió como de un tirón lo metían a través de una puerta que ni siquiera había visto. Su cuerpo rodó por el suelo, sus tatuajes se vieron cubiertos de un lodo espeso mientras sus ojos se cerraron para evitar los cuerpos extraños que se desprendían de esa superficie cuyo material ni siquiera podía precisar. Era el final, pensó sin atreverse a alzar su vista, pero entonces una carcajada estridente despertó sus instintos y sus ojos por fin se atrevieron a abrirse. Su tío Rolo se movía exageradamente, sin contener la risa que al parecer su caída le había provocado y Mauro se levantó golpeando su propia pierna con enfado. -Eh.. Te asustaste, chiquitìn. - le dijo el hombre de abultado abdomen y barba desprolija, aún entre risas y Mauro solo pudo emitir un bufido de fastidio, mientras intentaba recuperar el aliento. -Eh, Mono.. eh vení, no te enojes..- le dijo estirando su brazo en un intento vano por alcanzarlo. -Salí.- le respondió Mauro continuando su camino hacia el interior de aquel gapòn en mal estado. Sus rodillas le quemaban, los músculos le dolían y su pecho había comenzado a presionar como si cargara con una pesada pesa sobre él. No quería esa vida, nunca la había elegido, ni siquiera cuando su padre lo había intentado convencer con apenas 8 años, pero no había tenido opción, lo habían despedido de su trabajo por un aparente recorte de personal y llevaba un mes sin ingresos. Su madre había tomado horas extras pero lo obtenido no era suficiente, no cuando había seis bocas por alimentar. Un sabor metálico arribó a su lengua y colocó su mano para confirmar que se había cortado. -Hey, Paco, llamá a Sarita que el nené se lastimó.- dijo Rolo con más ironía de la que Mauro hubiera deseado, pero no le importó. Sabía que no debía haber ido, si su madre se enteraba lo mataría ella misma. Estaba demasiado contrariado pero no tenía deseos de pensar. -Tomá pibe, para que cambies esa cara.- le dijo Rolo en un tono más bajo, mientras le entregaba un fajo de billetes arrugado. Era una miseria, había arriesgado su vida por unos pocos billetes, aunque en realidad, no estaba seguro de cuál sería la suma que justificarìa hacer algo que no se perdonaba. -Vamos, Mono, se que no es mucho, pero el próximo golpe es grande, necesitaba probarte para ver que podías y ya ves, pudiste…- le dijo riendo con histrionismo al final de la frase mientras golpeaba su hombro con fuerza. Mauro no respondió. No quería hacerlo, le había prometido a su madre que nunca sería como su padre y allí estaba, cayendo por lo más bajo de la miseria humana, sin valor para negarse, sin voluntad para luchar. Se guardó la plata en el bolsillo y sacudió la piel de sus brazos para limpiarla un poco, justo cuando de uno de los lados ingresaba una mujer que había visto antes en algún lugar. -Gracias, Sarita, atendeme acá al nene, no vaya a ser cosa que se asuste demasiado y no quiera volver.- dijo Rolo a alto volumen, mientras se acercaba una mesa improvisada con tablones para unirse a sus colegas. La mujer se acercó y movió su cabeza para que la siguiera. Mauro no podía descifrar su edad, vestía como una quinceañera, pero llevaba arrugas en su cuello y en sus manos, tenía abundante maquillaje y cabello descolorido que no permitía saber si eran canas o tintura, no era una fea mujer, pero tampoco alguien despampanante. A él nunca le había importado demasiado eso, las chicas con las que había estado en su corta vida siempre habían llegado a él dispuestas a complacerlo, en su secundaria, en su trabajo, en sus momentos de ocio. Su aspecto reo, su cabello oscuro, sus tatuajes inquietantes y sus ojos enormes habían colaborado con ello, al menos así le gustaba pensar. No quería caer en su verdadero motivo para involucrarse con las personas, no quería reconocer que en su vida el amor era algo que solo había visto en las publicidades, que no sabía lo que era amar en realidad. Por supuesto que su madre y sus hermanos lo eran todo para él, pero eso era algo que no había elegido, algo que le había sido regalado y por eso lo cuidaba tanto, pero no sabía si podría hacerlo con alguién más, si alguna vez lograría abrir su corazón a quien no fuera previamente determinado, principalmente, porque no confiaba en nadie más que en los habitantes de esa pequeña casa tan cuidada por su querida madre. -Seguime.- dijo Sara sacándolo de sus pensamientos y la sonrisa de lado por parte de Rolo le generó una confusión que ni siquiera quiso explorar. Caminó como pudo detrás de la mujer que contorneaba su cuerpo enfundado en una pollera demasiado apretada y su lengua recorrió sus labios para intentar determinar cuán grave era su herida. Llegaron a un pequeño cubículo a un lado del enorme galpón y la mujer se agachó delante de él para sacar una caja de plástico y colocarla sobre la única silla del lugar. -Yo puedo solo, no hace falta que..- comenzó a decirle Mauro, pero la mujer de todos modos tomó una gasa y embebiendola en alcohol la colocó sobre su boca, sin previo aviso. -¡Auu!.- gritó Mauro frente al ardor y rápidamente retiró la gasa alejando la mano de aquella mujer que cada vez le parecía un poco más perturbadora. -No sos muy buena enfermera que digamos.- le dijo buscando él mismo entre los escasos elementos de la caja algo que no quemara tanto como el alcohol puro. -¿Quién te dijo que soy enfermera?- respondió la mujer alzando su falta hasta su cintura y descubriendo sus pechos oscuros pero firmes producto de la cirugía plástica. -Vos relájate que ya está pago.- añadió frente al joven desconectado que fue empujado sobre aquella silla mientras la mujer desabrochaba su pantalón sin miramientos y lo tomaba con pericia para estimular aquella parte de su cuerpo que como una traidora enemiga reaccionaba dejándolo demasiado expuesto. Él no pagaba por sexo, nunca lo había necesitado, no le gustaba hacerlo y mucho menos en aquella penosa circunstancia. -No, no, no hace falta, ¿Sara, verdad?- dijo intentando apartar la boca de esa mujer de su cuerpo. Y Sara lo miró anonadada, era la primera vez que alguien la rechazaba de esa manera y aunque el fondo lo agradecía no estaba segura de cómo debía reaccionar. Entonces Mauro aprovechó su sorpresa para ponerse de pie y volver a abrochar su pantalón. -Será nuestro secreto Sara, ahora por casualidad ¿Tenes un espejo?- le preguntó tomando una nueva gasa de la caja para mojarla con lo que parecía ser agua oxigenada en un envase pretérito. Sara se puso de pie y tomó un pequeño espejo del diminuto bolso que colgaba de su hombro. -Mañana se va a ver peor, pero no parece grave.- le dijo entregándoselo y Mauro se miró en el reflejo perdiéndose en sus propios ojos. ¿Qué se suponía que estaba haciendo? ¿Por qué había acudido a su tío cuando sabía lo que le había costado a su padre hacerlo? ¿Cómo podía traicionarse a sí mismo de esa manera? Un suspiro escapó de sus labios en el momento en el que sus ojos se cerraban con resignación. ¿A quién quería engañar? Eso era todo a lo que un un chico como él podía aspirar… -No era como ellos.- oyó en un tono diferente de esos labios arrugados que habían estado dispuestos a todo minutos antes. -¿Cómo dice, Sara?- le preguntó sin estar seguro de lo que había oído. -Tu padre, no era como ellos y ahora sé que vos tampoco. - respondió y antes de entrar en una conversación que ninguno de los dos quería tener en realidad, le quitó el espejo de la mano y abandonó el lugar. Mauro oyó las risas y gritos de su tío y los otros y decidió terminar de curarse la herida. -Cada vez más veloz, Sarita..- gritó Rolo. -La carne joven me puede, querido.- dijo la mujer en una actuación formidable y al oír que por fin se iba, Mauro salió de aquel galpón sin intenciones de querer regresar. Sin embargo,a veces, lo que uno quiere, no es lo que puede hacer.
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