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Una concubina para el Príncipe

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Descripción

Entre el deber de ser un príncipe y el deseo de un hombre, Caspian II deberá elegir, si, someterse al destino que su madre le impone, o desafiar a todo un reino por el amor prohibido de una campesina.

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Prólogo: El Anhelo del príncipe.
Caspian II de Veyrahn Nací destinado a la grandeza, o eso me lo han repetido tantas veces que podría jurar que esas palabras fueron las primeras que escuché al abrir los ojos cuando llegue a este mundo. Yo soy Caspian II de Veyrahn, príncipe heredero del Reino de Eryndor y mi nombre carga con el peso de generaciones de reyes que, con espada y sangre, levantaron un imperio que hoy todos envidian. Y sin embargo, detrás de cada título y cada reverencia, sigue latiendo el corazón de un hombre que, al igual que cualquier otro, anhela más que poder y riquezas. Mi niñez no fue como la de los demás niños. Crecí entre muros altos de piedra blanca, con estandartes ondeando en cada torre del castillo de Altherys, rodeado de soldados, maestros y cortesanos que me observaban como si fuese un trofeo. Cada paso que daba, cada palabra que pronunciaba, cada error, era juzgado, corregido, moldeado para hacer de mí el futuro monarca que Eryndor esperaba. No tuve juguetes sencillos ni tardes de travesuras en los campos. Mi infancia estuvo hecha de entrenamientos en la arena, lecciones interminables de estrategia, historia, leyes, diplomacia… como si cada día fuera un recordatorio cruel de que yo no me pertenecía. Pero incluso en medio de ese encierro dorado, encontré pequeños refugios. Uno de ellos fue el arco y la flecha. Desde que tuve fuerza suficiente para tensar la cuerda, supe que aquella arma era la extensión de mi espíritu. No se trataba solo de cazar o de mostrar mi puntería: era libertad en su mayor explendor. Cada vez que disparaba, sentía que podía controlar mi destino, que podía dirigirlo hacia donde yo quisiera, aunque el mundo me dijera lo contrario. La cacería en los bosques de Eryndor se convirtió en mi pasión más pura, mi orgullo, y mi manera de demostrarme que, al menos en algo, era dueño de mí mismo.El otro refugio fue Cristoff, desde niños nos unió un lazo que el tiempo solo reforzó aun mas. Él no era de sangre real, pero su padre, un noble de confianza, sirvió a mi familia, y así llegó él a mi vida. A diferencia de los demás que me rodeaban por obligación, Cristoff siempre estuvo porque quería estar. Su risa sincera, su manera de decirme las verdades que nadie más se atrevía a pronunciar, su lealtad férrea… hicieron de él no solo mi mejor amigo, sino mi hermano en todo menos en la sangre. Mientras los demás se inclinaban ante mí, él me daba un golpe en el hombro, me desafiaba a duelos de espada y me recordaba que, antes de ser el príncipe, era un hombre. Hoy, a mis veinticuatro años, sigue siendo mi consejero más cercano, y mi confidente, es el único que conoce mis miedos y mis deseos ocultos.Y es que el peso de la corona, por más gloriosa que parezca, no deja de ser una carga. Desde que cumplí veintiún años, mi madre, la reina viuda Celian, ha convertido mi vida en un tormento con un solo propósito: casarme. Según ella, un heredero no puede darse el lujo de esperar, ni de elegir, ni mucho menos de amar a quien su corazón dicte. Debo escoger entre las decenas de nobles que desfilan por el castillo, todas ellas jóvenes, hermosas y entrenadas para complacer y adornar la corte. Pero por más que sus ojos se posen en mí con expectación, por más que sonrían con la esperanza de llevar la corona algún día, en ninguna de ellas he encontrado lo que busco.Mi madre no entiende. Para ella, el matrimonio es política, conveniencia, unión de casas poderosas. Para mí, debería ser algo más. Yo no quiero a una reina solo por su linaje, quiero a una mujer que despierte en mí lo que ningún trono ni ejército puede darme: esa agitación en el pecho, ese anhelo que quema desde dentro, esa locura a la que llaman amor. Mi resistencia la ha exasperado tanto que, en secreto, ha tomado medidas que aún hoy me hieren. A mis espaldas, ella organizó un harén. Tres mujeres jóvenes, vírgenes y hermosas, traídas de distintas casas nobles, preparadas para mí como si yo fuese un hombre incapaz de decidir por sí mismo. “Un hombre bien atendido pone todas las ideas en su lugar”, me dijo con frialdad cuando lo descubrí. Creyó que con belleza y carne me sometería. Lo que no comprende es que no busco cuerpos, sino un alma que se funda con la mía. Las he visto y caminan por los pasillos del ala que ahora llaman mi harén personal, adornadas con sedas y joyas, esperando ser llamadas por mí. Y cada vez que lo hacen, siento repulsión. No hacia ellas, porque son inocentes en esta trama de mi madre, sino hacia el destino que quieren imponerme. No seré como los reyes que se conformaron con vivir rodeados de concubinas, sin amor ni pasión verdadera. Yo deseo algo distinto, y lo deseo con la intensidad de quien ha pasado toda la vida encerrado en jaulas. Hoy tengo veinticuatro años. Soy un hombre fuerte, ágil, entrenado en el arte de la guerra y la estrategia. Dicen que mi presencia impone respeto, que mis ojos azules son herencia de los dioses que bendijeron a los Veyrahn con liderazgo, que mi cabello n***o azabache me da el porte de una bestia en la noche. Puedo vencer en combate, puedo guiar ejércitos, puedo cazar a la bestia más escurridiza del bosque… y sin embargo, lo único que no he logrado es hallar a la mujer que despierte en mí lo que mi alma tanto clama. Cristoff mi amigo lo sabe, muchas veces me ha encontrado en las torres del castillo, mirando hacia el horizonte como si allá, en algún punto, estuviera la respuesta. Me llama terco, me dice que soy un soñador en un mundo donde los sueños no existen. Pero en su voz también hay algo de complicidad, como si comprendiera que tal vez no estoy tan errado en esperar algo más. Él me apoya y eso me basta, incluso cuando mis decisiones desafían a la actual reina. Y sé que, cuando llegue el momento, será el primero en estar a mi lado, aunque eso signifique ponerse en contra de medio reino. Porque la verdad es esta… no quiero ser recordado solo como un rey fuerte y temido. Quiero ser recordado como un hombre que supo amar de verdad, que no se rindió ante los barrotes de la tradición. Mi madre cree que el amor es una debilidad, yo sé que es la mayor de las fuerzas ¿Qué ejército puede detener a un corazón que late con tal intensidad? ¿Qué reino puede sostenerse si su rey no tiene nada por lo que luchar más allá de un trono frío? Lo confieso, he soñado… he soñado con verla, con encontrarla, con que el destino me regale un instante de claridad en medio de esta niebla de obligaciones. Y aunque aún no sé cual es su rostro, sé que cuando llegue el momento, la reconoceré. Mi alma me lo dirá y entonces, ni mi madre, ni la corte, ni las leyes podrán detenerme. Ese día, mi lucha y no será con espadas ni con flechas. Será contra las cadenas invisibles que me atan. Y juro por los dioses de Eryndor, que no pienso perder.

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